Los talibanes americanos van a Louisville

by Sunsara Taylor

Revolución #004, 29 de mayo de 2005, posted at revcom.us

Louisville, Kentucky: Vestidos de negro, parados en el coro, algo nuevo y estimulante retumba en esta iglesia. Una por una, las voces desafiantes y espectaculares del coro gay Voces de Kentuckia llenan el aire, juegan entre sí y se reúnen en un crescendo. El público escucha embelesado y al final da un prolongado y cálido aplauso.

Horas después, en una iglesia más grande, un grupo más grande aplaude cuando Bill Donahue clama que la idea de que un hombre se case con un hombre es "de locos". Agrega: "La izquierda laica dice que somos una amenaza. ¡Tiene toda la razón!".

Un frente frío de absolutismo y superioridad moral recorre la nación, y choca con un frente cálido de pensamiento crítico, diversidad y sueños de una comunidad global. Bienvenidos a las tormentas del 2005. Bienvenidos al choque de civilizaciones.

En el centro del país empieza una importante conversación. Ahora los comentaristas y los religiosos, los científicos y los investigadores hablan de "teocracia".

La prensa ha inundado el país con noticias del "Domingo de justicia", una mega-asamblea en que el líder de los republicanos del Senado, Bill Frist, dijo a la par con los líderes evangelistas teocráticos que los que se oponen a los jueces que ha nominado Bush están contra "la gente de fe". Con un barniz de falso populismo, atacan el sistema judicial, restringen los derechos de la mujer y de los gays, y avanzan hacia una teocracia... y todo el tiempo se las dan de víctimas.

Acabo de bajarme del avión y estoy cansada pues llevo varios días de viaje, pero cuando entro a una iglesia progresista en Louisville, la atmósfera de entusiasmo y urgencia me despierta.

Vine porque oí que un grupo de religiosos de todo el país se organizó casi de la noche a la mañana para rechazar la tendencia teocrática y expresar un cristianismo y una moral diferentes en una asamblea que llaman "Domingo de justicia social". Quiero saber qué los motiva y qué planes han trazado. Además, desde mi posición estratégica de atea, quiero oponerme con ellos a los horrores de la imposición literal de la Biblia.

Me siento al lado de una señora de Louisville que tiene un letrero de: "Paremos a los cristo- fascistas para que no destruyan a América". Ese eslogan se lo pasó su hija, una abogada. Varias personas a su alrededor lo copiaron en los programas y los tenían en alto. Vi otros letreros como "Primer curso de cívica: Separación de iglesia y estado" y "El Talibán cristiano americano. Bienvenido mulla Omar Frist". Ese fue mi favorito.

El reverendo Phelps, de una iglesia cercana, anunció en una declaración pública la semana anterior que no toda la comunidad religiosa apoya el "Domingo de justicia". Se burla de que la derecha cristiana diga que la "están persiguiendo": "Eso es lo que dicen cuando se tropiezan con una piedrita en el camino de la dominación total".

El reverendo William Kincaid, pastor y presidente de la Interfaith Alliance of the Bluegrass, rechaza la idea de que cualquier facción religiosa tenga el monopolio de dios. "No conozco mayor carga que conocer solo una tajadita de la verdad. En el viaje a la verdad nos necesitamos unos a otros".

Los que pasan a la tarima plantean temas diferentes, contradictorios, y se esfuerzan por entender los peligros de la ultraderecha religiosa y ver qué hacer. A muchos les duele ver las profundas divisiones religiosas y expresan un deseo de diálogo. Muchos sacan lecciones del Jesús que veneran, tolerante y unificador. Unos condenan a gritos que los extremistas se hayan "robado" la fe. Uno habla de "tácticas del Talibán". Casi todos hablan del peligro de una teocracia en ascenso y dicen que hay que frenarla urgentemente.

Los que se han reunido en esta iglesia no son radicales. Son patriotas. Muchos nunca han ido a una manifestación. Aplauden cuando los oradores dicen que la derecha cristiana es "antiamericana" y aplauden más cuando dicen que tenemos que defender "nuestra gran democracia". Mezclado con ese patriotismo, hay una aguda percepción de que está pasando algo extremo, que la respuesta de los políticos es insuficiente y que ellos mismos tienen que hacer algo con urgencia.

La reverenda Joan Campbell, directora de religión del Chautauqua Institution, es la última que habla. Dice que una de sus consignas favoritas del movimiento contra la guerra de Irak le parece muy apropiada ahora: "No en mi nombre". Capta la gravedad del momento y la seriedad de los presentes cuando cierra con estas palabras: "Llega un momento en que el silencio es traición. Ese momento ha llegado. Salgamos de aquí resueltos a decir la verdad, a hacer algo, a decir como Esther [de la Biblia]... cuando iban a destruir a su pueblo: `Iré. Y si perezco, perezco'".

En medio de conversaciones del ascenso de la teocracia, de insinuaciones de fascismo, de comentarios sobre el Talibán americano, veo que nos parecemos a reuniones similares en distintos países en distintos momentos. Un puñado de personas empieza a nombrar la sombra oscura que se perfila en el horizonte, mientras que la mayoría de la sociedad sigue como si todo fuera "normal".

¿Hasta dónde ha llegado? ¿Hay alguna forma de desescalar, de evitar una confrontación? ¿O debemos movilizarnos y organizarnos para no perder cuando llegue la confrontación? ¿Cómo hablar con los que están metidos en el frenesí reaccionario? ¿Vale la pena?

Identificar el peligro con claridad, hacerlo ver, movilizarnos rápido... todo esto tendrá enormes implicaciones para el futuro. La vida de millones de este país y más allá sufrirá el peso de la inacción —o posiblemente ascenderá a nuevas alturas—según lo que hagamos.

*****

Más tarde...

Se reúne otro grupo de clérigos progresistas, con sus togas. Uno tiene un letrero que dice: "Somos personas de fe con convicción moral; ustedes no hablan en nombre nuestro".

A otro le gusta la manta de la Brigada de la Juventud Comunista Revolucionaria, que se alza entre banderas rojas: "La Biblia al pie de la letra es un horror". Se la muestra a unos amigos.

A pesar de un frío y un viento cortantes, llegan docenas de personas de la reunión de la mañana.

Detrás de nosotros, la iglesia bautista Highview, donde se celebra el "Domingo de justicia", es tan exagerada que parece de mentiras, como un show. Después me reiré cuando el cómico John Stewart se burle de la palabra "megaiglesia" y diga que cuando parece que las iglesias pueden medírsele a Godzilla hay que tener miedo. Los feligreses, bien vestidos, entran bien protegidos y no nos miran.

Un joven muy educado pasa con una caja de papas fritas y un garrafón de café. Pienso que los organizadores de la protesta son muy considerados, pero al rato me doy cuenta de que el joven es de la megaiglesia.

Yo digo en voz alta: "Mmm, ¿la mujer como un ser humano pleno y liberado... o esclavitud reproductora y papas fritas?" Cuando el joven regresa a recoger la basura, un manifestante grita: "Toda la basura está adentro". Él contesta con intensidad: "La basura humana no existe".

Me parece que lo dice con convicción, así que cuando vuelve a pasar le digo que la Biblia trata a mucha gente como basura, que para seguir la Biblia al pie de la letra hay que aceptar la violación, la violencia religiosa, el apedreamiento de mujeres, etc. Cuando llego al ejemplo de que Moisés, el portador de los Diez Mandamientos, pidió la masacre de los medianitas, me explica pacientemente que lo estoy tomando fuera de contexto. Añade que Jesús me quiere "mucho" aunque, como él, soy pecadora.

Vuelvo a la carga con la primera cita de la Biblia que oí de niña en una boda y que me ardió: "Esposas: Obedeced a vuestros esposos, como al Señor" (Efesios 5:22). Su respuesta es enredada y no tiene sentido. Ni siquiera reconoce lo que dije, así que lo repito. Me dice con fuerza: "Yo te dejé hablar, ahora cállate y óyeme". Explica que dios sí quiere que los hombres tengan autoridad sobre la mujer, pero que no entiende qué quiere decir autoridad .

Se me ocurre que le parece bien que yo sea una esclava de la reproducción, siempre y cuando me dé café y papas fritas.

El frío ha ahuyentado a la mayoría de los manifestantes, pero los dos seguimos trabados en la conversación.

Habla de muchas cosas: guerras, hambrunas, enfermedades como el SIDA, problemas ambientales, etc., pero todo eso refuerza su creencia de la caída del hombre y de que los horrores del planeta son un castigo por sus pecados.

Trato de entender su pensamiento. Le pregunto de todo. Le pido que me explique realidades que no menciona la Biblia: los dinosaurios, el imperialismo, el espacio, los átomos, la epilepsia.

Le pregunto cómo explica los miles de años de sociedades humanas que existieron antes de la Biblia: ¿se fueron todos al diablo?

"¿Qué gente? No había gente", me dice.

Eso me da duro. No puede aceptar la obvia contradicción que presenta el hecho de que los seres humanos han vivido en la Tierra mucho antes del tiempo en que se escribió la Biblia. Vive en un mundo de mentiras.

¿Cuánta historia, cuánta realidad, cuánta gente hay que borrar para imponer su visión del mundo? ¿Cuánta más gente permitirá que "desaparezca" y cuánta destrucción justificará si esa visión del mundo se consolida en el poder?

Me viene a la mente una foto que vi en un museo de un basurero lleno de piezas de computadoras en China. Una nota explicaba que pueblos enteros viven de ese basurero y que ahora los pueblos se llaman como la marca de computadora que reciclan.

Pero no digo nada; eso no cabe en su universo. O para él será otro ejemplo de que hay que alejarse de los horrores y problemas del mundo real.

Para entender qué onda con esos pueblos de China hay que hablar de la realidad, de la historia, del imperialismo y de la globalización. Para pensar en cómo salir de estos horrores, hay que saber que los hombres y las mujeres de esos pueblos hicieron una revolución socialista, echaron a las potencias extranjeras y empezaron a dominar la ciencia, la filosofía, el arte y la economía, y que ahora tenemos que ir más lejos.

Capto de nuevo la diferencia entre los clérigos progresistas que oí esta mañana y la ignorancia fanática que auspicia la megaiglesia.

En particular aprecio a los que reconocen que la enorme brecha que hay entre este joven y yo no se puede salvar hablando de un Jesús lleno de amor en vez de un Jesús lleno de venganza.

Para entender toda la maraña de contradicciones globales que él plantea, necesita una visión del mundo totalmente distinta. Necesita saber de la evolución y el cambio, de la ciencia y el pensamiento crítico, de la historia humana y la historia natural. Eso no es tan cómodo como las respuestas simples que le han dado. Hay que romperse el cerebro y confrontar las incertidumbres del mundo.

Es difícil, pero encierra la única posibilidad de que resolvamos esos problemas.

Desde su lado del universo se da cuenta de que estoy temblando de frío y vuelve a ser amable. Mira a la iglesia que puede confrontar a Godzilla y ofrece ir a traerme una taza de café. "Es Starbucks", dice. Por lo visto no cree que Starbucks sea un signo de la caída del hombre.

Me voy sin el café pensando en los desafíos que tenemos por delante.

La Biblia alpie de la letra es un horror