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Revolución #47, 21 de Mayo 2006

From Ike to Mao and Beyond

My Journey From Mainstream America To Revolutionary Communist

Autobiografía de Bob Avakian

En nuestro portal se encuentran ahora grabaciones de la autobiografía de Bob Avakian, From Ike to Mao… and Beyond, leídas por él (en inglés). Simultáneamente, vamos a publicar una serie de pasajes del libro en este periódico. Las grabaciones están en revcom.us y en BobAvakian.net. En el número 44 publicamos pasajes de los Capítulos 1 y 2: “Mis padres” y “Una nación bajo dios—Niñez en los años 50”. En el número 45 publicamos pasajes de los Capítulos 3 y 4: “El mundo se va abriendo” y “La preparatoria”. En el número 46 publicamos pasajes del Capítulo 5: “Ay, esto no tiene buena cara… Al hospital” y “La crisis de misiles de Cuba: El mundo pendiente de un hilo”. Esta semana publicamos pasajes del Capítulo 6: “El asesinato de Malcolm X”, “Decisión sobre Vietnam” y “Más a fondo”. El audio de los Capítulos 1 a 5 está en nuestro portal. El del Capítulo 6 estará el lunes 15 de mayo. Pide el libro en librerías o en la internet en insight-press.com.

Capítulo 6: “Sus hijos e hijas”

El asesinato de Malcolm X

Poco después, en febrero de 1965, asesinaron a Malcolm X. Me pareció un golpe terrible para los negros y en general para los que luchan contra la injusticia, en este país y en todo el mundo. Sabía que Malcolm X quería conectarse con gente de otras partes del mundo que luchaban contra la injusticia y la opresión. No me tragué el cuento de que Elijah Muhammed y la Nación de Islam fueron los únicos responsables. Participaran o no, yo sabía que el gobierno estaba metido. Sabía lo suficiente para saber eso.

Eso fue otra cosa que me radicalizó. Primero vi a Kennedy mentir descaradamente delante de todo el mundo y poner en juego el futuro del mundo con la crisis de misiles de Cuba; después pasó esto, el asesinato de Malcolm X, e inmediatamente intuí que el gobierno estaba metido. No había investigado el tema y todavía no se sabían los detalles, pero intuí que era obra del gobierno. Sabía que el gobierno odiaba a Malcolm X y que lo consideraba muy peligroso, y me dio mucha tristeza, pero también mucha rabia.

Yo estaba enterado de las transformaciones de Malcolm X. Mis amigos y yo le poníamos mucha atención a eso. Se debatía mucho la escisión entre Elijah Muhammed y Malcolm X, y casi todos mis conocidos tomaron partido con Malcolm. Nos parecía más radical, más dispuesto a confrontar al sistema, más firme y decidido a dar la cara ante cualquier amenaza a los negros y su opresión. Yo seguía eso con mucha atención; era una parte importante de lo que me estaba motivando a cambiar mi perspectiva de la situación y de lo que había que hacer. No recuerdo dónde estaba cuando oí la noticia del asesinato, pero recuerdo muy bien el impacto que me causó. A mis amigos y a mí nos dio muy duro. Antes mencioné una canción de Phil Ochs, “Love Me, I’m a Liberal” (Quiéreme que soy liberal), que retrata a un liberal, con toda la hipocresía y contradicción de los liberales: empieza diciendo que un liberal está muy triste por la muerte de Kennedy y que inclusive le parece una tragedia que mataran al líder de derechos civiles Medgar Evers, pero luego dice que Malcolm X se lo buscó. Era una posición muy común de los liberales y Phil Ochs la captó con gran ironía en esa canción. Yo tuve discusiones muy acaloradas con conocidos que pensaban de esa manera; estaba totalmente en desacuerdo.

Decisión sobre Vietnam

Todo esto influenció mi decisión sobre Vietnam. Malcolm X no se oponía apenas a lo que el gobierno hacía en Vietnam. En discursos como “The Ballot or the Bullet”, tomó partido con el pueblo vietnamita y aplaudía que un pueblo sin mucha tecnología peleara y le estuviera asestando buenos golpes a una gran potencia poderosa, blanca (“el gran hipócrita Estados Unidos”), como lo veía. Eso tuvo mucha influencia para mí.

Por otra parte, en la universidad y en los círculos militantes se estaban dando debates importantes. Un tema de gran discusión era quién violó los Acuerdos de Ginebra de 1954 sobre Vietnam, los acuerdos que estipulaban reunificación y elecciones en 1956.* Francia se estaba retirando de Vietnam: la lucha del pueblo vietnamita echó a Francia, tras la derrota total de Dien Bien Phu. Malcolm X habló de eso, de que los vietnamitas sacaron corriendo a Francia. Cuando yo examiné el tema y fui a la biblioteca y leí el Acuerdo y los informes de la comisión que lo escribió, vi que demostraban que Estados Unidos estaba saboteando sistemáticamente el Acuerdo. Me enteré de que el presidente Eisenhower reconoció que Ho Chi Minh hubiera ganado por una gran mayoría las elecciones de un Vietnam reunificado y que, entonces, armó un gobierno títere en la parte sur de Vietnam, la República de Vietnam del Sur, como un estado separado, y que no permitió elecciones para la reunificación en 1956. Me puse a leer un montón de folletos y artículos sobre esto, y a oír los debates, tratando de entender la verdad de los hechos, tal como lo hice durante la crisis de los misiles de Cuba. Así vi que sin lugar a dudas Estados Unidos estaba saboteando los Acuerdos de Ginebra y que impidió la reunificación de Vietnam porque no le convenía.

Todo eso me daba vueltas en la cabeza y recuerdo con toda claridad el día de principios de 1965 que me levanté, fui por el periódico y vi grandes titulares sobre el brutal ataque contra una manifestación de derechos civiles en Selma, Alabama. Me dije: “¿Cómo demonios puede el gobierno de Estados Unidos ir a Vietnam a luchar por la libertad de los vietnamitas, como dice, cuando los negros aquí están pasando por estas y el gobierno no hace nada por su libertad y, es más, permite que el KKK y los sheriffs y autoridades racistas del Sur ataquen salvajemente a los que luchan por ellos?”. Para mí, esa fue la gota que desbordó la copa. Supe que Estados Unidos no podía estar luchando por la libertad en Vietnam. Eso fue lo que me convenció de que también tenía que meterme al movimiento de oposición a la guerra.

Sin embargo, todavía existía mucha división sobre estos asuntos en Berkeley. Como he mencionado varias veces, mi familia era de clase media y bastante acomodada y, en esa parte de la sociedad, se estaban creando fuertes divisiones entre generaciones. También existían divisiones políticas a la par con las divisiones económicas y sociales generales. Muchos negros que conocía en Berkeley y Oakland se oponían a la guerra de Vietnam porque entendían lo que yo entendí al ver las noticias de Selma. Sabían de un modo u otro que el gobierno no estaba haciendo nada bueno, dijera lo que dijera, en Vietnam o aquí. No es que tuvieran un análisis elaborado de todas las complejidades del asunto ni que hubieran leído los informes de la Convención de Ginebra ni cosas por el estilo, pero tenían una idea clara de la verdad: que el gobierno no estaba haciendo nada bueno en Vietnam. Su experiencia les enseñaba eso. Así que existían esas divisiones.

Los años 60 fueron una época en que las universidades se abrieron a más sectores de la sociedad. Antes, estaban restringidas a las élites. Pero de todos modos, todavía la gran mayoría de los estudiantes eran de la clase media y en Berkeley la mayoría eran blancos. Se estaban perfilando grandes conflictos entre los estudiantes y sus padres sobre muchos temas, especialmente Vietnam. Era un fenómeno marcado de la época. Por ejemplo, a mis padres les disgustaba la guerra de Vietnam, pero todavía la apoyaban.

Yo discutía con mis padres todo el tiempo sobre esto y en una de esas discusiones me puse a presentar los argumentos de un folleto contra la guerra que escribió Bob Scheer (quien ahora trabaja para el L.A. Times y es más o menos liberal, pero en esa época era más radical) con puntos muy fuertes, convincentes y bien documentados. Mi papá se puso a buscarle defectos que me parecieron ridículos. Esto se podría caracterizar como “argucias de tinterillo”, pero yo respetaba mucho la lógica de los argumentos judiciales de mi papá, y aprendí mucho en las sobremesas cuando se ponía a enseñarnos a razonar y decía: Bueno, chicos, veamos un caso; pasó esto y esto; ¿qué les parece? Yo respetaba su lógica y me gustaba. Pero no me gustó que se pusiera a buscarle defectos tontos a la cuestión de Vietnam porque era una forma de evadir la verdad. Me molesté mucho, agarré el folleto, lo tiré al suelo y salí furioso de la casa.

Fue un conflicto muy agudo y recuerdo que mis padres dijeron que si me importaba tanto el tema, que le escribiera a nuestro congresista y le planteara mis argumentos. Nuestro congresista era Jeffrey Cohalen, amigo de mis padres, y ellos trabajaron en su campaña. Así que en una carta de varias páginas detallé mis argumentos. Él me mandó prácticamente una carta mimeografiada, y seguro que me la mandó solo porque conocía a mis padres y no quería desairarlos. Repetía la propaganda oficial de que Estados Unidos estaba ayudando al pueblo de Vietnam y citaba a un profesor de Berkeley, Robert Scalapino, que para mí y para muchos otros era un vocero del Departamento de Estado. Eso me enfureció y me convenció más profundamente de que a) el gobierno de Estados Unidos no debía estar en Vietnam y b) no iba a escuchar razones válidas.

Más a fondo

Unos estudiantes apoyaban la guerra agresivamente, como los Young Republicans, pero otros estudiantes, inclusive los liberales, no estaban del todo seguros o querían aferrarse a la idea de que Estados Unidos estaba haciendo algo positivo en Vietnam, quizá porque el gobierno era demócrata (primero Kennedy y después Lyndon Johnson). También debatíamos sobre la guerra con esos estudiantes liberales. A veces venía gente de fuera de la universidad a debatir con nosotros. La organización antibélica de la universidad se llamaba Comité del Día de Vietnam porque organizó una gran conferencia pública llamada “Día de Vietnam” en la primavera del 65. Muchos soldados venían a buscar la mesa de nuestro comité para debatir: soldados que pasaron un año en Vietnam y que no se ofrecieron para regresar y cumplían el resto de su servicio militar en el país; o soldados que estaban de regreso de Vietnam e iban para, digamos, Alemania. Venían a discutir con nosotros, a veces en uniforme o a veces de civil, pero decían que eran soldados y que conocían bien a Vietnam y que nosotros no sabíamos nada.

Trataban de imponerse diciendo que eran expertos en Vietnam porque fueron a conquistar y ocupar el país, y a oprimir al pueblo. Nos soltaban la carreta militar oficial. Eso fue antes de la gran rebelión que sacudió a las fuerzas armadas. Unos años después, muchos soldados y veteranos de la guerra de Vietnam tenían un punto de vista diferente, pero esto era al comienzo, en el 65 ó 66, y en general los soldados defendían lo que hacían. Muchas veces pasaban de hablar de que luchaban por la libertad a hablar de sus compañeros. Esa era la última línea de persuasión del gobierno para que siguieran luchando: mira lo que le pasó a tu cuate; lo mataron esos “gooks” (u otros términos racistas), así que tienes que odiarlos y darles duro. Con frecuencia la discusión llegaba muy rápido a ese nivel: lo que le pasó a “mis cuates”. Pero primero soltaban el rollo de la libertad: el mismo rollo que el gobierno repite ahora en Irak. En esa época, la línea oficial era que “fuimos a liberar al pueblo de los tiranos comunistas”.

Nos enfrascábamos en la discusión y, cuando les decíamos que tenían una visión incorrecta de la historia y de los hechos, su última defensa era: Bueno, yo he estado allá y yo sí sé lo que pasa. Nos preguntaban: ¿Y ustedes fueron a Vietnam? Les parecía que con eso ganaban la discusión, pero entonces nosotros les preguntábamos: Bueno, han dicho esto y lo otro del comunismo, de la Unión Soviética y de China; ¿han ido allá? Cuando decían que no, les decíamos: ¿Pues qué pueden decir de todo eso si van a ponerse a discutir en ese nivel? Según su misma lógica, si no han ido, no pueden decir nada. Carraspeaban y tartamudeaban y luego volvíamos a la sustancia del debate, tras liquidar esa lógica tan ridícula. Fuera de las manifestaciones, lo que más me gustaban eran esas discusiones apasionadas. Se formaban grupos alrededor de la mesa; se disolvían y se formaba otro; llegaba otro grupo y surgían nuevas discusiones y debates sobre temas sumamente importantes.

A veces las discusiones eran muy acaloradas, inclusive con quienes pensábamos que estaban en contra de la guerra. La onda hippie me parecía bien, aunque yo no estaba metido en eso, pero lo de que “cada cual siga su onda” (sin importar cuál era “su onda”) me ponía de punta. Una vez estaba en la oficina del Berkeley Barb (un periódico alternativo bastante radical) hablando sobre la guerra, atacando varias cosas y haciendo añicos a Lyndon Johnson por asesino (todo mundo lo odiaba porque era el símbolo de la escalada de la guerra y su comandante en jefe). Bueno, ahí estaba un motociclista hippie y al cabo de un rato dice: Oye, man, no te acalores; la guerra de Vietnam es la onda de Johnson, esa es su onda. Yo me enfurecí y le dije: Bueno, ¿y si mi onda es partirte las narices? Entonces me contestó: Okay, man, te entiendo.

En ese tiempo, Liz y yo nos acercamos más, nos volvimos amantes y en 1965 nos casamos. Por algún motivo decidí que quería ser médico y dejé de estudiar literatura y me puse a tomar cursos de premedicina. Militaba y quería seguir haciéndolo, pero también pensaba qué quería hacer en el futuro, por así decirlo. No decidí ser médico para poder jugar al golf; quería ser médico para atender a los que lo necesitaban. Pero en menos de un semestre lo dejé. Recuerdo que tenía un laboratorio de química varias tardes a la semana y me ponía a pensar que por qué no estaba en la mesa del Comité del Día de Vietnam u organizando una protesta. Así que no duré mucho. Fui a preguntar si podía retirarme de las clases ese semestre y como tenía buenas notas me permitieron hacerlo “sin perjuicio”. Entonces me dediqué de tiempo completo a la militancia.

Los padres de Liz tuvieron una reacción interesante. Hay que recordar que eran militantes políticos, comunistas o por lo menos radicales con simpatías comunistas. No les molestó que entráramos al Movimiento pro libertad de expresión y ni siquiera que lucháramos contra la guerra. Pero se disgustaron mucho cuando decidí dejar las clases y entrar de lleno a la lucha contra la guerra, al movimiento de derechos civiles y demás. Ellos vivían en Nueva York y recuerdo una vez que su padre llamó y me dijo: Mira, esto es muy serio. Sé lo que estás haciendo: te vas a volver revolucionario de tiempo completo y pronto vas a andar con revolucionarios haciendo planes para una revolución. Yo le dije con toda seriedad que no, porque en esa época no pensaba que iba en esa dirección. Pero irónicamente él, con más experiencia en esas cosas, tenía una visión más clara y, en retrospectiva, por supuesto tenía razón. Por supuesto que no tenía que “acabar” así, pero él reconoció la trayectoria en que me embarqué.

* Los Acuerdos de Ginebra de 1954 fueron el fruto de una conferencia en que participaron China y la Unión Soviética, que en ese entonces eran socialistas, así como Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña y otras potencias menores. El trasfondo de la conferencia fue la fuerte derrota que le asestaron en Dien Bien Phu las fuerzas de liberación, encabezadas por Ho Chi Minh, a los colonialistas franceses, quienes trataban de mantener el dominio de Vietnam, con mucho respaldo y ayuda de Estados Unidos. Los Acuerdos establecieron una comisión para supervisar la reunificación de Vietnam, que se dividió temporalmente en un estado norte y un estado sur a lo largo del paralelo 17; los Acuerdos dictaban elecciones en 1956 en todo Vietnam para establecer un gobierno único para todo el país.

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