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Revolución #74, 24 de diciembre de 2006

Los rezos no acabarán con la injusticia
¡Tenemos que entender el mundo como es y hacer la revolución para cambiarlo!

¿Qué tenemos que hacer para ponerle un alto a los asesinatos y la brutalidad policial que se llevan a cabo una y otra vez? Esta es la pregunta que se hace en las calles de Nueva York cuando se manifiesta la furia por el asesinato policial de Sean Bell y otras personas recientemente. Muchos contestan que dios lo resolverá, lo cual no tiene sentido.

¿Cuándo lo resolverá dios entonces? ¿Por qué no ha hecho algo ya por la injusticia y el sufrimiento que hemos tenido que soportar por tanto tiempo? ¿Estaba dormido cuando este país se formaba a través del genocidio de los amerindios y de arrastrar a los africanos en cadenas de esclavos? ¿Estaba ocupado con otras cosas durante los siglos de esclavitud que siguieron con otro siglo de linchamientos, segregación y terror del Ku Klux Klan? ¿Ha estado de vacaciones mientras continúa la opresión de los negros e incluso se intensifica en estos días? Con todos estos antecedentes, ¿por qué alguien le quiere dejar los asesinatos policiales a dios?

Rezar o esperar a que dios se haga cargo de las cosas nunca ha liberado a nadie ni terminado con la injusticia y tampoco lo hará ahora. Primero, ¡porque dios NO EXISTE! Segundo, porque rezar a algo que no existe lleva a pensar que no tenemos que hacer más que esperar a que dios traiga justicia. O llevará a hacer algo que no rete esta chingadera mientras el sistema se sale con la suya al cometer asesinatos. La religión pone trabas y le ha puesto trabas a los negros desde hace mucho tiempo. Incluso es peor en estos tiempos. El poder la usó como justificación para la esclavitud y ahora la sigue promoviendo como una droga para justificar el servilismo.

No se pone un alto a los asesinatos y brutalidad policial “estando bien con dios”. Los policías son los capataces de este sistema podrido. Se encargan de mantener las relaciones degradantes y desiguales del capitalismo y de la supremacía blanca. Para acabar con esto y todo lo demás con lo que tenemos que lidiar, tenemos que acabar con el sistema capitalista.

La revolución, una revolución comunista, puede hacerlo de una vez por todas. Acabaría con todo lo reaccionario. Haría pedazos el poder de los gobernantes imperialistas y de los explotadores, y de entrada crearía un nuevo poder estatal: un sistema socialista donde las necesidades de las masas, no las ganancias de unos cuantos capitalistas ricachones, dicten lo que hay que hacer. Un sistema donde se defienda a las masas implacablemente al eliminar todas las instituciones e ideas que reafirmen la supremacía blanca. Donde aquellos a quienes se les confía el hacer cumplir de las leyes arriesgarían la vida antes que tomar la vida de una persona inocente. Donde cada quien podría practicar la religión si quisiera, pero no se le impone, como hoy. Donde el sistema educativo y los medios presentan una visión científica del mundo. Donde el disentimiento, la diversidad y la discusión estimulen el proceso de llegar a un mundo sin divisiones de clase, sin denominación racial ni de género, y donde las personas decidan libremente sobre el futuro y la solución de contradicciones por sí mismas sin que el estado esté encima obligándolas a hacerlo.

Llevar a cabo este tipo de revolución no será fácil. Pero es posible y es lo que el mundo necesita urgentemente. Hay un liderazgo que está resuelto a guiar a las masas para hacer lo que sea necesario cuando sea el momento preciso para la revolución. Los que están furiosos por el horror continuo de la brutalidad policial y los asesinatos, los que están preocupados por la situación del país y del mundo, tienen que unirse al Partido Comunista Revolucionario y su líder Bob Avakian. Tienen que leer lo que el presidente Avakian ha escrito, y especialmente escuchar sus charlas sobre la revolución que están en DVD y pasar la voz. Tienen que organizar resistencia conjunta a los ataques que el sistema lleva a cabo, como parte de los preparativos políticos para la revolución.

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