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Revolución #79, 25 de febrero de 2007

Informe de Oaxaca
Parte 3: De la ciudad a las montañas de la región mixteca

A fines del año pasado, viajamos a Oaxaca para investigar e informar. Fuimos como parte de una delegación pro derechos humanos para documentar la represión en ese estado del sur de México. Tuvimos la oportunidad de conocer y hablar con mucha gente. Los primeros dos informes los escribimos cuando estábamos en Oaxaca. (La primera parte, “Los presos de Tepic”, salió en el #75; la segunda parte, “Días de miedo, alegría y resolución”, salió en el #76. Están en el portal revcom.us). En la tercera parte hablamos con uno de los maestros que estuvo en huelga y unos campesinos indígenas que se unieron a la lucha contra el gobierno.

Un jarro de estaño hace ruido sobre la estufa. Se oye el agua hervir cuando las burbujas se acumulan en la superficie. La mamá de Jorge, Maricela, tiene una larga trenza negra con rayas plateadas. Sus tradicionales aretes de rubíes y perlas oaxaqueños muevan cuando corta el ladrillo de chocolate hecho en casa. Estamos sentados en la cocina viéndola poner pedazos de chocolate en el agua hirviendo y crear espuma con el molinillo.

Jorge nos invitó a desayunar. Él es maestro y estuvo en el campamento en el zócalo de la Ciudad de Oaxaca cuando empezó la huelga en mayo del año pasado.

Como parte del magisterio, Jorge ha participado en protestas anuales para mejorar el sistema de enseñanza, crear programas de desayuno y alimentación para los estudiantes, y conseguir útiles escolares y un aumento salarial para los maestros. Solo que esta vez el gobierno reprimió la huelga como nunca antes. En la madrugada del 14 de junio, más de 2,000 policías atacaron brutalmente el campamento donde dormían los maestros, sus familias y partidarios.

Muchos, entre ellos ancianos, mujeres embarazadas y niños, resultaron heridos por el gas lacrimógeno lanzado desde helicópteros, y las porras con que golpeaban indiscriminadamente, destruyendo carpas, tumbando estandartes y cocinas improvisadas, etc. La policía logró desplazar a los maestros, pero estos se reorganizaron, con la participación de estudiantes y vecinos, libraron una feroz lucha y reconquistaron el zócalo.

Eso prendió una lucha que impactó a todo Oaxaca. Por más de siete meses, los habitantes de todas partes del estado se unieron para exigir la destitución del gobernador Ulises Ruiz Ortiz (URO), quien se ha ganado el odio de los oaxaqueños desde que ascendió a la gobernación y reprimió violentamente al movimiento indígena, y también porque representa la continuación del dominio del Partido Revolucionario Institucional (el partido político que gobernó a México por más de 70 años).

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El sol alumbra el patio, el aire es vigorizante y fresco. Son las vacaciones del invierno y unos parientes de Jorge han llegado para visitarlo. Maricela amontona pan dulce y empieza a llenar jarros de chocolate caliente. Todos buscan un asiento cuando se dan cuenta de que estamos ahí para saber más sobre la lucha popular.

Jorge nos dijo que cuando empezó a enseñar tenía que viajar a pie muchas horas, y a veces todo un día, para llegar al pueblo donde lo mandaron a trabajar. Dijo que por lo general a los nuevos maestros los mandan a lugares remotos del campo. El viaje por lo general es duro y difícil, y algunos ni llegan a su destino. A unos los han herido o matado animales salvajes; otros han desaparecido para luego encontrar el cadáver en el río.

Cuando un maestro llega a su destino, lo primero que atestigua son las condiciones en que vive la gente del campo. Jorge dice que muchos de sus estudiantes viajaban tres horas para llegar a la escuela, y muchos no tienen ni un cuaderno. Después de la escuela, tienen que caminar horas más para ayudar a sus padres o encargarse de los hijos menores. Hay muy poco tiempo para jugar y menos para la tarea. Esas condiciones le impactaron mucho a Jorge y a otros maestros con quienes hablamos, y los impulsaron a cambiar la situación.

“El gobierno no da nada [para la educación, los niños o los maestros] por sí mismo, que es la obligación de ellos. Hasta que no hay un paro, hasta entonces autoriza desayunos escolares para los lugares que están supermarginados. Los lugares que parece que [los pueblos] ni existen y por lo hecho no tienen ni que comer. Pedimos los desayunos, uniformes, útiles y hasta calzado porque hay niñitos que caminan por los cerros descalzos”, dijo Jorge.

Jorge dijo que se enfurece cuando ve todos los anuncios del gobierno en la tele hablando de todas las cosas que está haciendo para los niños. “Menciona la cantidad de dinero que se va a dar para la educación y la gente piensa que es para los maestros, pero no lo es. Hay otros estados que no necesitan hacer huelgas como aquí en Oaxaca; ¿cómo puede ser si en nuestras manos está el futuro de los niños?”.

Toda la mañana, Jorge, su esposa y sus hermanos y hermanas nos contaron del salvajismo con que el gobierno, especialmente la Policía Federal Preventiva (PFP), trató a la gente que estaba en el zócalo el 25 de noviembre, incluso los que solo estaban haciendo compras o regresando del trabajo. También contaron de las valientes luchas y de la camaradería que se forjó durante la defensa de las barricadas que mantuvieron a la policía y a los agentes del gobierno fuera de los barrios. Por un rato nos enfocamos en un aspecto de la situación, pero luego hablamos de una amplia gama de ideas y temas. La cocina es pequeña, pero son grandes las discusiones sobre por dónde va la lucha, qué significa para México que Felipe Calderón es el presidente y la necesidad de cambios mayores.

II

La carretera serpentea hacia la región mixteca de Oaxaca. A lo largo de la carretera de asfalto crecen flores moradas. En la distancia vemos a un pastor con sus borregos. El panorama da a relucir valles color de arena y montes rocosos y rojos. Al entrar más en el campo, las pintas en las antiguas rocas le dan otra dimensión a la heroica lucha del pueblo oaxaqueño: “¡Fuera URO por asesino y represor!”, “¡Que viva la lucha de los pueblos de Oaxaca!”.

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En un principio la gente de la región mixteca era de pocas palabras porque no sabía si podía confiar en nosotros y por cierta humildad impuesta durante décadas de relaciones sociales feudales. No nos miraba directamente, pero si tenía mucha curiosidad.

Manuel tiene 60 años, y cuando le pregunté de dónde era, señaló una montaña en la distancia. Dijo que no siempre es fácil hacer el viaje del bosque y que llevar noticias a la gente en los pueblitos remotos tarda mucho tiempo.

Dijo: “Yo antes no apoyaba a los maestros, porque si solo quieren más dinero. A veces nos tratan mal, como ignorantes, cuando llegan al pueblo”.

Manuel dice que los maestros que vienen de la Ciudad de Oaxaca tienen diferentes maneras de tratar a la gente y que algunos desprecian la vida campesina; a veces les molesta que tienen que trabajar en el campo, en la extrema pobreza. También dijo que a veces se les concede una influencia desproporcionada porque parecen ser más aptos para negociar disputas con las autoridades simplemente por tener más educación.

Sin embargo, esas contradicciones sociales entre diferentes sectores del pueblo no impidieron que los campesinos vieran la injusticia que se estaba cometiendo contra el magisterio, ni que se unieran a la demanda para sacar a URO (especialmente en vista de que han experimentado en sangre propia la represión de los movimientos).

Manuel sintió indignación cuando se enteró de la feroz represión contra los maestros el 14 de junio. Dijo que el gobierno no tiene el derecho de reprimir a los maestros y por tanto se unió con otros campesinos para buscar una manera de apoyar al magisterio y ligar esa lucha a la de la defensa del bosque y otras luchas “contra la represión y para lo que es justo”. Participó en la movilización de otros campesinos para apoyar la lucha en la Ciudad de Oaxaca contra la feroz represión del gobierno de URO y el estado mexicano.

Sebastián, un amigo de Manuel, dijo: “Cuando entró la PFP se hizo la decisión de ir a Oaxaca. Había unos maestros que ya se estaban replegando. Nosotros decidimos que teníamos que ir porque somos campesinos—por nuestra forma de vivir y por cómo hemos sido tratados toda la vida—nosotros y nuestros abuelos”.

“Nosotros íbamos a las movilizaciones que se hacían conjuntamente con los maestros”, dijo Florencia, una joven de Tlaxiaco, una pequeña comunidad a unos kilómetros del centro de la región. “[Después de la represión del 14 de junio] participábamos en los bloqueos. Íbamos a las comunidades a denunciar la represión. Llegó un momento en el que arrestaron a 16 [campesinos] en una comunidad y nos empezaron a balacear, y entonces nosotros tomamos el ministerio publico”.

Ese fue el punto de viraje de la lucha: dejó de ser una lucha de los maestros y sus partidarios en la ciudad. Los campesinos empezaron a descender del monte, y no solo de la región mixteca sino de todas partes de Oaxaca.

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