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Revolución #107, 4 de noviembre de 2007


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Antecedentes de una confrontación:

Estados Unidos e Irán: Una historia de dominación imperialista, intriga y guerra

Parte 8: El gobierno de Bush pone a Irán en las miras tras el 11 de septiembre del 2001

Durante más de 100 años, el imperialismo ha dominado a Irán con intrigas clandestinas, intimidación económica e intervenciones e invasiones militares. Esta dominación son los antecedentes de la hostilidad de Estados Unidos hacia Irán hoy y las actuales amenazas de guerra. La parte 8 examina por qué el gobierno de Bush ha tenido las miras puestas en Irán desde el 11 de septiembre del 2001, cómo la invasión de Irak ha sido un desastre para Estados Unidos en muchos sentidos y por qué esto ha aumentado la necesidad que se siente de enfrentarse a la República Islámica.

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Irán, el 11 de septiembre y la “guerra contra el terror”

La conquista de la presidencia por George Bush en el 2000, seguida por los ataques del 11 de septiembre del 2001, llevó a un cambio radical de la estrategia global de Estados Unidos y el inicio de la “guerra contra el terror”. Irán ha sido un blanco principal desde el comienzo.

Cuando la Unión Soviética se desintegró en 1991, de repente Estados Unidos fue la única superpotencia imperialista. Su clase dominante se vio ante una oportunidad para extender en gran medida su dominación, tanto como la necesidad de hacerlo para abordar las muchas contradicciones —y contradicciones potenciales— de la situación mundial. Los “neoconservadores” llevaban una década exhortando a usar el poderío militar estadounidense de manera agresiva para forjar un imperio indiscutible e indisputable. Ahora tomaron posesión de los puestos principales del nuevo gobierno de Bush.

Después de los ataques del 11 de septiembre, el equipo de Bush se sintió obligado a contraatacar con saña con el fin de preservar la credibilidad global del imperio. También vio la oportunidad —y la necesidad— de fomentar su programa general, que requirió aplastar el fundamentalismo islámico anti Estados Unidos y abordar con la fuerza una amplia gama de obstáculos a su poder y ambiciones globales, como Irán e Irak.

El periodista Bob Woodward informó en su libro State of Denial: Bush at War, Part III que durante una reunión clandestina de noviembre del 2001, unos estrategas de peso estrechamente ligados al gobierno de Bush dijeron que los ataques del 11de septiembre no representaban “una acción aislada que se podía contestar con acciones policiales”. Propusieron “una batalla de dos generaciones contra el islam radical” para derrotar al movimiento, y tumbar a los gobiernos de Irak, Irán y Siria, que contribuían de una u otra manera al crecimiento de la oposición a Estados Unidos y al fundamentalismo o que representaban obstáculos a los planes estadounidenses. Pensaban que esto permitiría transformar toda la región —”drenar el pantano”, como lo dijeron el secretario de Defensa Donald Rumsfeld y su asesor Paul Wolfowitz poco después del 11 de septiembre— y eliminar las condiciones que dan lugar a la creciente oposición a Estados Unidos.

Iniciaron la primera fase de esta guerra global el 7 de octubre de 2001 con el bombardeo de Afganistán y el derrocamiento del gobierno islamista del Talibán. Luego el gobierno de Bush decidió que el blanco de la segunda fase sería Irak. Saddam no era islamista, ni tampoco aliado de Al Qaeda, pero su gobierno causaba una variedad de problemas para Estados Unidos en el Medio Oriente. Pero incluso en medio de la invasión de Irak, el gobierno de Bush ha tenido a la República Islámica de Irán directamente en las miras.

El gobierno iraní no participó en los ataques del 11 de septiembre e Irán ayudó a Estados Unidos durante la invasión de Afganistán en el 2003: respaldó a la Alianza Norteña en oposición al Talibán, le permitió a Estados Unidos llevar a cabo operaciones de rescate desde su territorio y le dio inteligencia sobre Afganistán. Pero de todos modos los imperialistas estadounidenses tenían un gran problema con la República Islámica, no porque es una teocracia reaccionaria que reprime salvajemente al pueblo iraní. Desde el punto de vista de los imperialistas, el problema es que Irán ha sido una fuente clave del fundamentalismo islámico anti Estados Unidos. Fue el primer país donde los islamistas modernos lograron conquistar el poder, y han aprovechado ese poder para fomentar el fundamentalismo islámico y apoyar a los movimientos islamistas por toda la región. El gobierno iraní también ha intentado redefinir la posición de Irán en el orden regional; por ejemplo, ha negociado acuerdos económicos y políticos con unos rivales de Estados Unidos, como Rusia y China. Todo esto significa que Irán es un gran obstáculo a los planes estadounidenses en la región, y por eso el gobierno de Bush puso a Irán muy alto en la lista de blancos.

El 30 de enero de 2002, Bush acusó a Irán de “dedicarse agresivamente a elaborar armas [nucleares] y exportar el terror, mientras que un puñado de funcionarios no elegidos reprime las esperanzas de libertad del pueblo iraní”; puso a Irán (junto con Irak y Corea del Norte) en su “eje del mal”, que dijo que representaba “un peligro grave y creciente”.

Después de Irak, debate sobre Irán

Después de la invasión de Irak en marzo del 2003, unos funcionarios del gobierno de Bush dijeron que Estados Unidos debía seguir presionando a la República Islámica a poner fin a su apoyo a los movimientos islamistas en la región y abandonar su programa nuclear, y que debía mantener abiertos los canales diplomáticos con Irán, con la esperanza de aprovechar la influencia iraní para estabilizar la situación en Irak antes de pasar a otros objetivos de la “guerra contra el terror”.

Pero los neoconservadores, especialmente los agrupados en torno al vicepresidente Dick Cheney, dijeron que un acercamiento a Irán solo haría descarrilar el empuje y la misión estadounidenses. “Nuestra lucha contra Irak es una sola batalla de una guerra prolongada”, dijo Meyrav Wurmser, del derechista American Enterprise Institute (y esposa del neoconservador de peso David Wurmser). “Es erróneo pensar que podemos resolver el problema si nos limitamos a Irak… Tenemos que seguir adelante… y hacerlo rápidamente”. (Jim Lobe, Asia Times, 28 de mayo de 2003)

Para justificar su llamado a más agresividad, Cheney y otros funcionarios del gobierno señalaron nueva información sobre el programa nuclear iraní. En febrero del 2003, Irán admitió que construía dos plantas para enriquecer uranio, aunque todavía no lo había enriquecido. Pero en noviembre del 2003, Irán entró en discusiones con la Agencia Internacional de Energía Atómica (AIEA) sobre cómo verificar su conformidad con el Tratado de No Proliferación Atómica, y anunció que había suspendido el programa de enriquecimiento.

Pero los imperialistas estadounidenses estaban resueltos a impedir que Irán elaborara una bomba nuclear, no porque temían un ataque iraní de prevención contra Estados Unidos o Israel sino porque les preocupaba que las armas nucleares le dieran a Irán la capacidad de “constreñir… la estrategia estadounidense en el gran Medio Oriente”, como lo dijo Tom Donnelly, un neoconservador. (Gareth Porter, Huffingtonpost.com, 8 de septiembre de 2007)

Puede ser que el gobierno iraní quiera obtener armas nucleares, y puede ser que haya dado pasos para elaborarlas. Sin embargo, el director de la AIEA, Mohammed ElBaradei, ha dicho que no ha encontrado ninguna prueba de “una fuente o materiales nucleares especiales” no declarados ni que Irán ha utilizado esos materiales “con fines militares”. (Farhang Jahanpour, oxfordresearchgroup.org.uk, junio de 2006)

En mayo del 2003, el gobierno estadounidense recibió una propuesta clandestina del gobierno iraní, quizás en parte en respuesta a los temores de que Estados Unidos estaba a punto de atacarlo. A cambio de poner fin a la hostilidad, levantar las sanciones económicas y borrar a Irán de la lista del Departamento de Estado de los países que apoyan el “terrorismo”, el gobierno iraní se dedicó a aceptar las principales demandas estadounidenses y acomodarse a un Medio Oriente dominado por Estados Unidos. También ofreció congelar su programa nuclear y permitir inspecciones para garantizar que no elaboraba armas nucleares; apoyar un gobierno democrático y no religioso en Irak; cooperar completamente en la lucha contra Al Qaeda y otros grupos; y poner fin a su apoyo a Hamas en Palestina. (Peter Galbraith, New York Review of Books, 11 de octubre de 2007)

El gobierno de Bush rechazó sumariamente la propuesta. Terminó el diálogo de alto nivel con Irán sobre Irak, Afganistán y otros asuntos regionales, y los neoconservadores una vez más abogaron por un cambio de gobierno en Teherán.

Las decisiones fatídicas de mayo del 2003

Antes de la invasión de Irak, los partidarios más fervientes de la guerra dijeron que el derrocamiento de Saddam Hussein iniciaría trastornos en Irán, y hasta la caída del gobierno. Pero en realidad las acciones de Estados Unidos aumentaron la influencia iraní en Irak y por toda la región y agudizaron algunas de las mismas contradicciones que Estados Unidos trataba de resolver con la invasión.

El gobierno de Bush intentó reconfigurar rápida y radicalmente la política, la economía y la sociedad iraquíes en aras de los intereses del imperialismo yanqui. A mediados de mayo del 2003, menos de un mes después de que Bush declaró la victoria en Irak desde un portaaviones, el jefe de la ocupación, Paul Bremer, prohibió el Partido Baath, disolvió el ejército y la policía, cerró las industrias paraestatales e inició la privatización de la economía. Además, Bremer abandonó el plan de un gobierno interino y lo reemplazó con la “Autoridad Provisional de Coalición”, que iba a formar un nuevo gobierno iraquí bajo su control.

Los funcionarios del gobierno de Bush calcularon que los chiítas iraquíes (el 60% de la población) serían hostiles a Irán y que le correspondía a los intereses estadounidenses apoyar a las fuerzas religiosas chiítas. David Wurmser, estratega militar neoconservador, escribió que “liberar a los chiítas iraquíes de Najaf y Karbala, cuyos clérigos rechazan el wilayat al-faqih [gobierno clérigo], permitirá que los chiítas iraquíes se opongan a la revolución iraní y hasta lo descarrilen”. (Larry Everest, Oil, Power and Empire, capítulo 9)

Fueron errores muy serios. El gobierno de Bush subestimó las consecuencias de la invasión y el desmantelamiento del estado iraquí, que desencadenaron unas contradicciones profundas que sacudían el país, como el odio por Estados Unidos y su aliado Israel, y la creciente fuerza del fundamentalismo islámico tanto entre los sunitas como los chiítas. Y subestimó que las acciones de la “Autoridad Provisional de Coalición” aumentarían las tensiones con los chiítas y fortalecerían la posición de Irán.

Mientras que no se saben todas las acciones iraníes en Irak desde la invasión, parece que Irán ha buscado impedir que vuelva a surgir un país hostil a sus intereses en su frontera occidental, extender su influencia regional y fortalecer al proyecto islamista. (Aumentar su influencia en Irak es una manera de aumentar la palanca de Teherán con Estados Unidos).

Del 2003 al 2005, las acciones de Estados Unidos y de Irán más o menos corrieron en dirección paralela, a pesar de sus objetivos estratégicos fuertemente hostiles. Durante la invasión, la dirección chiíta iraquí (que tiene fuertes vínculos al gobierno iraní) alentó a sus seguidores a evitar choques con las fuerzas estadounidenses. Tanto Estados Unidos como Irán apoyaban las mismas fuerzas reaccionarias curdas y partidos chiítas; además, los dos se oponían a la influencia sunita y favorecían el establecimiento de un gobierno iraquí estable.

Pero las tensiones entre Estados Unidos e Irán siguieron creciendo. En junio del 2003, menos de un mes después de llegar a Irak, Bremer se quejó de que Irán “se mete” en Irak (¡esto de boca de un funcionario de la potencia que acababa de invadir el país!). Bremer le echó la culpa especialmente al Consejo Supremo de la Revolución Islámica de Irak (formado en Irán a comienzos de los años 80), porque amenazó con boicotear el gobierno interino escogido por Bremer. (Financial Times, 10 de junio de 2003)

Vali Nasr, profesor de la Universidad Tufts y experto en Irán, le dijo hace poco al periodista Seymour Hersh: “La política iraní desde el 2003 ha sido dar fondos, armas y ayuda a las facciones chiítas, entre ellas algunas que forman parte de la coalición de Maliki [el actual primer ministro]”. En el otoño del 2004, durante los preparativos de las elecciones iraquíes de enero del 2005 orquestadas por Estados Unidos, la CIA informó que Irán gastaba $11 millones por semana para ayudar a la Plataforma Unida Chiíta, que ganó la mayoría en las elecciones. Así que mientras Irán no se oponía directamente a Estados Unidos en Irak, no cabe duda de que aumentaba su influencia.

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