Issue and Date
Revolución #108, 11 de noviembre de 2007
Número actual | Números Anteriores | Bob Avakian | PCR | Temas | Comunícate |
Incendios de San Diego: Infamias ocultas y la necesidad de la revolución
A continuación publicamos pasajes de una carta que recibimos de un lector del sur de California, con unos cambios editoriales:
Cada año entre octubre y diciembre, los erráticos vientos cálidos y secos de Santa Ana soplan hacia el sur de California. Se originan en un sistema fresco de alta presión en la Gran Cuenca de Nevada y Utah y un sistema más caliente de baja presión en la costa del sur de California. Esos vientos corren como un río que cobra velocidad, calentándose y secándose al pasar por el desierto. Luego se arremolinan, como hacen los rápidos o un torbellino, y se aceleran más al atravesar los estrechos cañones y desfiladeros del sur de California, donde a veces llegan a tener la fuerza de un huracán a 110, 130 ó 160 kilómetros por hora.
Esta es la temporada de incendios. No llueve en el verano y cuando los vientos de Santa Ana pasan por las montañas resecas, cualquier chispa puede convertirse en un fuego voraz y arrasador.
Cada año, los incendios son una realidad de la vida aquí. Pero este año, 15 incendios forestales brotaron dentro de una semana por todo el sur de California y hasta a México, y se convirtieron en los mayores incendios y unos de los más destructivos de la historia del estado. Siete personas murieron. Arrasaron unas 200,000 hectáreas de bosque y destruyeron casi 2,000 casas. ¿Qué pasó?
El calentamiento global
El portal Daily Green señala una ponencia científica publicada el año pasado, en que Tom Swetnam, del Laboratorio de Investigación de Anillos de Árboles de la Universidad de Arizona, y Anthony Westerling, de la Institución de Oceanografía Scripps de la Universidad de California en San Diego, llegan a la conclusión de que los cambios climáticos han impactado la incidencia de incendios más que el control de bosques.
En el oeste del país, de 1986 a 2004 hubo cuatro veces más incendios forestales significativos que de 1970 a 1986, y la extensión de tierra quemada aumentó seis veces.
La temporada activa para los incendios forestales se ha alargado más de dos meses y ahora cada incendio dura más tiempo, pues el promedio de duración aumentó de apenas una semana a más de cinco semanas.
Las temperaturas primaverales y veraniegas han subido, y consecuentemente las nieves de montaña derriten antes de lo usual; en comparación con hace 50 años, el promedio de adelanto es de una semana a un mes. Debido a que esa nieve produce el 75% del agua de río, su derretimiento temprano provoca sequía en los ríos y arroyos para fines del verano, y la humedad baja.
El portal concluye: “Aunque no se puede atribuir ningún acontecimiento en particular al cambio climático –nadie puede decir que el calentamiento global causó esos incendios de California— sí podemos decir que los incendios como estos pueden llegar a ser más frecuentes a medida que el calentamiento global cambie las condiciones naturales de la tierra”.
Se hace la vista gorda frente al peligro de incendio
La gran destrucción de casas y otros edificios fue posible debido a la construcción de suburbios enteros en las zonas de alto peligro. La revista Time informó que desde 1982, el 50% de las casas nuevas en California se construyeron en zonas donde el peligro de incendios es severo. Los especuladores de bienes raíces, las promotoras inmobiliarias y los gobiernos municipales fomentan esta urbanización y los suburbios ascienden los cañones hasta la orilla del bosque.
A los cuatro años del incendio más destructivo de la historia de California – el incendio Cedar del condado de San Diego, con más de 120,000 hectáreas quemadas y más de 2,000 casas destruidas— ¿qué nombre le ponemos cuando los gobiernos federal, estatal y de los condados hacen la vista gorda frente a un peligro de incendio que amenaza vidas e inmuebles?
Hace cuatro años, el jefe del Departamento de Bomberos del condado de San Diego renunció en protesta cuando los peces gordos lanzaron una campaña para derrotar su propuesta de aumentar los impuestos para costear la expansión del departamento. El condado de San Diego tiene 975 bomberos y un helicóptero para un territorio de 530 kilómetros cuadrados y 1.3 millones de habitantes. En comparación, San Francisco tiene 1,600 bomberos para 100 kilómetros cuadrados y 850,000 habitantes. El condado de San Diego no tiene un sistema general para todo el condado y depende de voluntarios de los pueblos y las ciudades pequeñas. Esa fuerza, desparramada y sin el equipo necesario, no pudo contra los tres incendios masivos que ardieron. No había suficientes bomberos ni equipo ni aviones. Aun con los bomberos desplegados al máximo, suburbios enteros quedaron envueltos en llamas y no se avizoraba ningún coche de bomberos. El 67% de la tierra quemada, el 75% de las casas perdidas y todas las muertes ocurrieron en el condado de San Diego.
A raíz de los incendios de 2003, el gobernador Arnold Schwartzenegger nombró a un grupo de expertos para determinar qué debía hacer el estado para combatir la próxima amenaza de incendio, que seguramente iba a presentarse. El grupo recomendó comprar 150 nuevos coches de bomberos, reemplazar los helicópteros de hace 40 años y aumentar de tres a cuatro la cantidad de bomberos que iban en cada coche. Solo 18 coches de bomberos se mandaron fabricar y no ha llegado ni uno. Tampoco reemplazaron los helicópteros.
Bush ha diezmado el presupuesto del Servicio de Guardabosques y ha contratado a bomberos privados. El Servicio de Guardabosques se ha convertido en una dependencia desorganizada, burocrática e incapaz de responder rápidamente a los incendios forestales. La cantidad de elementos de la Guardia Nacional que están disponibles para algún desastre natural ha disminuido drásticamente debido a que muchos están vigilando la frontera o peleando en Irak.
Podemos sacar de todo esto una lección: a los gobernantes tampoco les importa la gente blanca de clase media. Hay clases en este país, eso sí, y hay racismo y opresión nacional. Sí dan un trato diferente a gente de diferentes clases y nacionalidades. Pero este sistema dejó quemar las vecindades de algunas personas muy ricas (y también vecindades de gente menos rica y de gente pobre). Engatusó a la gente a comprar terrenos y construir casas en zonas de alto peligro de incendios. Se negó a proteger a esa gente del peligro de incendio, aunque lo estudió una y otra vez. Tras los incendios, hasta la gente de clase media que tiene seguro contra incendios tendrá problemas al tratar de recuperar el valor real de lo que perdió.
Pero no tengan pena, pues los comerciantes están regodeando y les cae la baba por el dinero de los seguros, hasta 1.25 mil millones de dólares, que vendrá a la zona. El portal insurancenewsnet.com dice: “La economía de California pronto recibirá una inyección muy necesaria de capital de seguro, que ayudará a reactivar las industrias de construcción y de casas, estimular los sectores minorista, de servicios, de hoteles y restaurantes, y a su vez aumentará las rentas públicas para los gobiernos municipales, estatal y federal”.
Así es, pues, dejan quemar el lugar y luego lo construyen de nuevo y esperan el próximo incendio. No creo en las teorías de conspiraciones (esos incendios no se planearon), pero las industrias saben que es posible sacar ganancias de ese desastre y están esperando el botín.
La historia nunca contada: Migrantes indocumentados
En el condado de San Diego se calcula que aproximadamente 1,600 trabajadores agrícolas viven en campamentos sin agua potable, luz ni servicios sanitarios, regados por los cerros y cañones, a veces a tiro de piedra de residencias del valor de un millón de dólares para arriba. En este condado la industria agrícola vale 1.5 mil millones de dólares; tiene el segundo número de granjas más alto del país, los cuales viven de la mano de obra inmigrante.
Más aparte de la ola aterrorizadora de llamas, soldados armados con M-16 cargados patrullaban los refugios en Hummers —según se informa— y se trajeron 300 agentes de la Patrulla Fronteriza para ayudar a los policías y sheriffs a “vigilar contra saqueadores, cuidar zonas residenciales afectadas y mantener seguridad”. Esto sometió a la población migrante a un cerco represivo que en muchos casos los obligó a quedarse en las zonas de peligro y amenazó con deportarlos si trataron de valerse de los servicios supuestamente para todos los damnificados.
De los siete muertos por los incendios, cuatro eran migrantes —dos hombres y dos mujeres— chamuscados en un cañón cerca de la ciudad fronteriza de Tecate. También en esa zona encontraron a 11 migrantes mexicanos quemados, que ahora están internados en la unidad de quemaduras del Centro Médico de la Universidad de California en San Diego; cuatro están en condición crítica. Mientras siguen encamados con el terrible dolor de las quemaduras severas, ni eso se lo perdonan los antiinmigrantes. Mark Krikorian, director ejecutivo de la organización antiinmigrante Center for Immigration Studies, le dijo al periódico San Diego Union que se debe mandar a estas víctimas de regreso a México para su tratamiento médico: “Creo que hay motivo razonable con las personas que trataban de brincar la frontera a escondidas al momento de ser heridas, y claramente no tienen por qué estar allí. Le hubiéramos de sacarle al gobierno mexicano, como decirle, ‘Este cargo no es solo nuestro’”. Por poco dice que los migrantes no tienen ningún derecho al tratamiento médico.
****
El capitalismo no causó la ola de incendios que dejó chamuscados a cientos de miles de hectáreas y destruyó miles de casas y edificios por todo el sur de California. Pero intensificó la destrucción y el costo en vidas humanas y propiedad, y reveló muy tajantemente las relaciones sociales desiguales que promueve. Protegió las relaciones de propiedad dominantes. Los del fondo de la sociedad —los trabajadores migrantes, los desempleados y pobres, la gente de color— fueron como siempre objetivos de represión y coacción de comienzo a fin; de hecho, la maquinaria de la dictadura capitalista hizo todo lo posible para mantener a esas masas “en su lugar” por medio del hostigamiento, arrestos, deportaciones, etc., reforzados por su monopolio del uso de la fuerza.
Imagínense el mismo clima y terreno —los vientos de Santa Ana y los incendios en el monte—, pero en una sociedad totalmente distinta. Una sociedad en que la orientación no es proteger y aumentar la acumulación privada de riqueza en las manos de un puñado, sino las masas y sus necesidades. En que la maquinaria del estado —y el monopolio del uso de la fuerza— protege y aumenta relaciones sociales que buscan eliminar la explotación, y solo reprime a los que quisieran restaurar esa explotación. En breve, una sociedad socialista en vez de una sociedad capitalista; una dictadura del proletariado, que está tratando de eliminar las clases y las distinciones de clase, en vez de una dictadura de la burguesía, que refuerza esas distinciones, y la opresión que las acompaña, a cada paso. ¿Qué tal si el gobierno, consciente del peligro de incendios cada año, reclutara y entrenara a miles de voluntarios dispuestos a combatir los incendios si salieran de control? ¿Si las ganancias no fueran la fuerza motriz de la sociedad y no se permitiera que influyeran en las decisiones sobre el uso de la tierra, sino que decidiéramos apartar a estas zonas de alto riesgo de incendios para su conservación, parques, agricultura u otro tipo de uso menos peligroso? ¿Y si hiciéramos caso a los científicos o a los indígenas que antes ocupaban estas tierras que entendían la importancia de dejar que la maleza se queme controladamente para evitar que se acumule mucho combustible, que causara otro incendio catastrófico? Imagínense si lucháramos para eliminar las diferencias entre las personas para que en tiempos de crisis no marginaran a nadie y se pudiera desencadenar plenamente el heroísmo de las masas. (Junto con las historias publicadas de heroísmo ante el peligro de los incendios, oí una historia de cuatro migrantes que se quedaron en la zona adinerada de Rancho Bernardo de San Diego y salvaron varias residencias).
Esto sería un estado, y una sociedad, por lo que valga a pena luchar. Como las infamias de los incendios de San Diego demuestran una vez más: NECESITAMOS UNA REVOLUCIÓN.
Si le gusta este artículo, suscríbase, done y contribuya regularmente al periódico Revolución.