Revolution #108, November 11, 2007
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La historia no contada de los incendios de San Diego
Los enormes incendios que azotaron el sur de California a fines de octubre fueron noticia de primera plana. Pero lo que casi no mencionó la prensa fueron las infamias que les hicieron a los migrantes y el cruel tratamiento de todas las víctimas. En este número, Revolución publica dos cartas que recibimos del sur de California, junto con un pasaje de una declaración de un grupo de derechos de los migrantes, sobre estas infamias ocultadas.
Más de 10,000 personas se refugiaron en el estadio Qualcomm de San Diego. La prensa grande dijo que fue como “una gran fiesta después de un partido de fútbol”. Por un lado, es cierto que a los miles de personas que dejaron entrar al estadio, por un breve tiempo, no los sometieron a la misma forma de degradación que los damnificados negros y pobres que se refugiaron en el Superdome después del huracán Katrina. Pero las cartas de este número muestran que a muchos ni siquiera les dieron mantas, alimentos o refugio. A los trabajadores del campo los obligaron a quedarse en los campos al acercarse los incendios. A los afroamericanos en particular los trataron como sospechosos. Las autoridades y la prensa se quejaron de que unos de los que recibieron ayuda fueron “gorrones”, como si ir al estadio para recibir un poco de comida y unos pañales gratuitos (que NO es lo que pasó) hubiera sido un crimen.
Cuando los evacuados fueron al estadio Qualcomm, el periódico de San Diego Union-Tribune informó que la Patrulla Fronteriza arrestó a seis migrantes indocumentados acusados de robarse suministros. La policía dijo: “Les robaban a la gente necesitada”. El artículo dijo que uno de los arrestados confesó que le habían pagado para llevarse cosas del estadio. Al día siguiente el periódico publicó otro artículo que dijo que las personas que deportaron eran dos parejas, una con tres hijos. Según el corresponsal, que habló por teléfono con los deportados en Tijuana, ellos negaron que confesaron a la policía que cometieron un robo. Dijeron que se estaban llevando cosas donadas a ellos al prepararse para regresar a casa. Unos testigos presenciales confirmaron su versión. Este caso de demonización y deportación de migrantes, que recibió mucha publicidad, fue básicamente una sentencia de muerte para los migrantes en la forma de un mensaje de que no deben pedir ayuda para salvarse durante el próximo desastre natural. Encontraron a cuatro cadáveres quemados de lo que se cree son migrantes atrapados por las llamas.
Las autoridades no permitieron entrar a nadie sin una tarjeta de identificación “adecuada”, así que no podían refugiarse los indocumentados, los destechados ni los que perdieron sus documentos en el incendio.
El viernes 26 de octubre, a los que tenían todos los papeles necesarios los expulsaron de Qualcomm para el partido de los Chargers de San Diego contra los Texans de Houston. Los enviaron de regreso a los barrios cubiertos de humo tóxico y sin agua corriente. Ahí los “centros de asistencia” gubernamentales ofrecieron servicios de seguro y salud mental.
La prensa informó que se habían donado toneladas de suministros, pero el sistema solo logró dar víveres para subsistir a una cantidad limitada de personas, e incluso en el caso de los que los recibieron los acompañó con el mensaje de “no deben acostumbrarse a esto”. La policía amenazó con atacar a un voluntario filipino-americano con un taser porque fue dos veces a dar suministros a unas víctimas. Y para no dejar confundido a nadie sobre las prioridades del sistema, un partido de fútbol norteamericano fue más importante que la suerte de miles de personas en el estadio. Para la clase media: unos pocos días de “beneficencia”, y luego que se vayan.
Para los del fondo de la sociedad, un mensaje más cruel: no tienen ningún derecho a los artículos de primera necesidad, no importa qué pasa, y si tratan de conseguir comida o una manta, los tildará de “saqueadores” y los deportará.
Los cultivos que cosechaban los trabajadores del campo migrantes al acercarse los incendios no existen para alimentar a la gente. Son mercancías de que se apropian los capitalistas para vender. Este mismo sistema capitalista encadenó a los trabajadores a los campos y los obligó a arriesgar la vida cosechando por temor de que los esperaba el arresto y la deportación, y no el refugio y el alimento, si huían.
Los incendios de San Diego fueron un gran desastre. Centenares de miles de personas de todas las capas quedaron sin vivienda, comida y agua. Esta es una sociedad que puede producir enormes cantidades de cosas, pero distribuyó los suministros a las víctimas como un tacaño para reforzar el funcionamiento, y los valores y moral, de un sistema de explotación.
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