Obrero Revolucionario #1275, 24 de abril, 2005, posted at rwor.org
Karol Wojtyla murió tras gobernar la iglesia católica romana 26 años como Juan Pablo II.
A lo largo de ese largo reinado, se aseguró de que la iglesia católica fuera un bastión conservador en todo el mundo. Atacó con toda el alma la liberación social, las ideas científicas modernas y la igualdad de la mujer.
Las primeras salvas de su papado fueron una intensa intervención política en el bloque soviético, en particular su país natal, Polonia. Fue precisamente por su aptitud para esa misión que llegó al Vaticano. El apoyo público de Wojtyla a la oposición católica-nacionalista que surgió en Polonia cuando era parte del bloque soviético fue un arma política crucial del arsenal de Estados Unidos en esos tiempos.
Desde el principio y como ningún otro papa, Juan Pablo II recorrió el mundo — 104 viajes a 129 países—en una incesante campaña para impulsar una visión rígidamente conservadora de la humanidad, la moral y la sociedad, cobijada como una alternativa esperanzada al sufrimiento y la alienación de la vida moderna.
Atacó a los sacerdotes que tienen compromiso social, especialmente en Latinoamérica, y purgó la oposición en la jerarquía eclesiástica.
Defendío las doctrinas católicas sobre la mujer y la sexualidad, y se opuso al control de la natalidad, al aborto y a cualquier cambio en el papel inferior de la mujer en la iglesia católica.
Por todo esto, lo alabaron como un ser humano extraordinario y santo. Que ese apóstol de la sumisión, intolerancia y desigualdad reciba alabanzas tan extravagantes es un indicio de los tiempos que corren.
Desde el principio, Juan Pablo II ordenó una agresiva inserción de la iglesia católica en los asuntos mundiales. Para empezar, la decisión de escoger un cardenal polaco fue una jugada maestra del bloque estadounidense contra el bloque soviético.
Se dice que Juan Pablo II luchó contra los nazis cuando ocuparon Polonia en la II Guerra Mundial, pero todo indica que eso es falso.
Karol Wojtyla era un católico devoto que se acomodó a la ocupación nazi (como muchos polacos conservadores) y se dedicó a los estudios en el seminario. Después de la guerra, ascendió en la jerarquía como un obispo hábil y conocedor de la intriga política.
La Unión Soviética impuso en Polonia un gobierno que supuestamente era "socialista", pero la sociedad polaca no experimentó una transformación revolucionaria de la cultura, la política ni la economía. Polonia era una sociedad de capitalismo privado en la agricultura, capitalismo de estado en la industria y rígidos controles sociales con un cariz laico moderno.
Karol Wojtyla era parte de la jerarquía de un aparato religioso que protegía celosamente su poder y prerrogativas, y aglutinaba a las fuerzas sociales altamente conservadoras pro-Occidente que esperaban un cambio de marea. En 1980, el movimiento sindical Solidaridad canalizó el descontento y millones de trabajadores desafiaron al gobierno con paros y manifestaciones. Ya en el Vaticano, Juan Pablo II financió y guió secretamente a las fuerzas católicas más reaccionarias de ese movimiento con el doble fin de debilitar el bloque soviético y de mantener a la población bajo control.
La mitología actual presenta todo eso como que Juan Pablo II fue un valiente paladín de la libertad. En realidad, sus maniobras e influencia contribuyeron a que no se diera un cambio revolucionario en Polonia. Después de la "caída del muro de Berlín", la Iglesia se reatrincheró en Polonia y ha atacado fuertemente los derechos de la mujer y la sociedad laica moderna.
La política altamente reaccionaria de Juan Pablo II se ve patentemente en Latinoamérica, donde sectores de la iglesia católica se identifican con los pobres y se han aliado con movimientos de oposición a las dictaduras impuestas por Estados Unidos.
Juan Pablo II declaró guerra sin cuartel contra esas corrientes, especialmente la teología de la liberación.
En su primer viaje a Nicaragua, en 1980, regañó en público a Ernesto Cardenal, un cura católico del gobierno sandinista. Eran tiempos de intensa represión en la región: en El Salvador, Guatemala y Nicaragua, gobiernos y escuadrones de la muerte apoyados por Estados Unidos asesinaban sin miramientos a laicos, monjas y curas. Juan Pablo II hizo oídos sordos. Criticó a los oprimidos y bendijo a los poderosos. Las autoridades civiles atacaron y disolvieron las comunidades de base, y las autoridades religiosas trasladaron a los curas que trabajaban en ellas. Cuando las Madres de la Plaza de Mayo de Argentina le pidieron audiencia para denunciar la tortura y el asesinato que cometían los militares, Juan Pablo II no las recibió.
En febrero de 1985 Juan Pablo II fue a Perú en un momento importante de la guerra popular dirigida por el Partido Comunista del Perú contra el gobierno fascista. Fue a Ayacucho, cuna de la revolución y zona de terrible represión oficial, y predicó: "a aquellos que han depositado su fe en la lucha armada, a aquellos que se han dejado engañar por falsas ideologías... en nombre de dios, cambiad de camino".
Cuando el avión del papa iba a aterrizar en Lima, toda la ciudad sufrió un apagón. En una montaña, iluminadas con llamas, se veían la hoz y el martillo, símbolo de los obreros y campesinos revolucionarios.
Una constante de Juan Pablo II fue que colocó en las posiciones de mayor autoridad a los curas más ultraderechistas. Un ejemplo: Angelo Sodano fue el nuncio papal (el embajador del Vaticano) durante el gobierno de Pinochet en Chile y lo apoyó abiertamente. Decía cosas como: "Las obras maestras a veces tienen errorcillos. No hay que fijarse en ellos sino más bien concentrarse en la maravillosa impresión general". Hoy, Sodano es cardenal.
En país tras país Juan Pablo ascendió a los reaccionarios más incorregibles, los partidarios de la represión más fascista y los críticos más duros de los movimientos populares. Cuando en 1998 se giró una orden de captura contra Augusto Pinochet en Londres, el papa lo apoyó públicamente.
"...son perseguidos inquisitorialmente sobre todo aquellos creyentes que destacan por su pensamiento crítico y su enérgica voluntad reformista... Consecuencias: una Iglesia de vigilantes en la que se extienden los denunciantes, el temor y la falta de libertad. Los obispos se perciben a sí mismos como gobernadores romanos y no como servidores del pueblo cristiano, y los teólogos escriben en conformidad o callan".
Hans Kung, Teólogo silenciado por Juan Pablo II
Juan Pablo II promulgó 14 encíclicas sobre una amplia variedad de temas para reforzar la doctrina conservadora.
Moldeó una doctrina tradicionalista que rechaza el socialismo (por ateo) y apoya el capitalismo empresarial. Exhortó a llenar el vacío de la vida moderna con una moral y espiritualidad conservadora, en lugar de la preocupación con las cosas materiales de la cultura capitalista. Pidió reconciliación de fuerzas opuestas: obreros y patrones, israelíes y palestinos, e inclusive de Irak y Estados Unidos. Se opuso a la guerra pero de tal forma que prohibió desafiar el statu quo capitalista. Criticó las dos guerras de Estados Unidos contra Irak con argumentos similares a los de los gobiernos de Francia y Alemania.
En su visión del mundo, una moral y un aparato religioso archiconservadores debían ser el "cemento" espiritual de un mundo capitalista dominado por Estados Unidos.
Para llevar a la práctica esa visión del mundo, se puso a purgar de la iglesia católica el disentimiento y la oposición. Puso a un cardenal ultraconservador, José Ratzinger, a la cabeza de la Congregación de la Doctrina de la Fe, la rama encargada de la disciplina, y desató una inquisición moderna.
A los teólogos disidentes los echaron de cátedras y les cerraron publicaciones. Por ejemplo, a Leonardo Boff de Brasil lo silenciaron un año y a la larga lo echaron. Investigaron la lealtad de cardenales y obispos, y a los que no seguían la voluntad de Juan Pablo II los amenazaron, los sometieron o los reemplazaron con conservadores extremos.
Otro ejemplo: Juan Pablo II apoyó al siniestro Opus Dei, una organización religiosa secreta claramente fascista. Aceleró la beatificación de Josemaría Escrivá, el cura español que la fundó y que alabara a Hitler. Ascendió varios miembros del Opus Dei a obispos y cardenales, que ahora tendrán poder en la elección del nuevo papa.
Juan Pablo II sofocó las voces del disentimiento y destituyó a los que se le oponían, pero no pudo extirpar las poderosas corrientes de la iglesia católica que siguieron cuestionando y desafiando sus edictos.
Por otra parte, Juan Pablo II modificó la doctrina eclesiástica en varios campos, como parte de una estrategia mundial.
Por ejemplo, suavizó públicamente la tradicional hostilidad hacia el judaísmo. La iglesia católica declara que los judíos mataron a Cristo, y durante la II Guerra Mundial el papa Pío XII colaboró con Mussolini y con los nazis, y no alzó la voz contra la persecución y exterminio de los judíos.
Pero después de la guerra se creó el estado sionista de Israel como bastión del imperialismo occidental en el Medio Oriente y la iglesia católica ha adaptado la doctrina para trabajar con Israel.
Juan Pablo II estableció relaciones diplomáticas con Israel y fue de visita. Fue el primer papa que entró a una sinagoga y "se lamentó" por el Holocausto.
Sin embargo, ni siquiera en este campo dejó atrás la tradición más reaccionaria. Criticó el hecho de que los judíos no creen que Jesús sea el Mesías. No criticó la conducta de Pío XII durante el Holocausto y, por el contrario, dio curso a los trámites para canonizarlo (junto con el furioso antisemita Pío IX).
La iglesia católica de Polonia realizó muchas provocaciones durante su papado contra los judíos en los escombros del campo de exterminio Auschwitz. Construyó un convento en el lugar y en 1999 erigió una inmensa cruz. Cuando se quejaron destacados rabinos, el cardenal Glemp les lanzó una perorata antisemita y el papa se hizo el loco.
Juan Pablo II también hizo ciertos ajustes en la posición de la iglesia católica hacia la ciencia. En 1992 aceptó que fue un error amenazar en el siglo XVII a Galileo con tortura y muerte si no retractaba su observación de que la Tierra gira alrededor del Sol. En 1996, aceptó que la evolución es "más que una mera hipótesis". Pero simultáneamente siguió fomentando el misticismo religioso más retrógrado. A fin de cuentas, la idea en sí de que el papa es la voz infalible de dios en la Tierra es una afrenta a la ciencia y la realidad.
Estimuló toda la fantasía de la mitología tradicional católica, como los "milagros" de Lourdes y Fátima, y llegó a decir que la virgen María anunció en Fátima el atentado que casi le cuesta la vida.
Inició la canonización de 473 personas (una cantidad enorme, en comparación con otros papados), y cada caso requiere la búsqueda fantástica de "milagros" y poderes sobrenaturales.
Interpuso la iglesia católica en el camino de importantes investigaciones científicas; por ejemplo, criticó el uso de células tronco en la investigación.
Admitió que estuvo mal mostrarle los hierros de la tortura a un científico (¡350 años después del hecho!), pero fomentó la creencia medieval en la obediencia ciega, la sumisión, los milagros y los "misterios" inexplicables, todo lo cual se opone al pensamiento científico y racional.
Juan Pablo II y la iglesia católica llevan décadas al frente de una campaña global contra la mujer para impedir que tenga igualdad y anular los avances que ha logrado.
Sin compasión ni peros, Juan Pablo II declaró que la mujer no debe controlar su reproducción. Se opuso al control de la natalidad y al aborto, y ordenó una y otra vez a sus seguidores que se dedicaran a instituir o reforzar leyes en esa dirección.
Con su guía personal, el aparato de la iglesia católica ha sido la columna vertebral del movimiento de oposición al aborto en Estados Unidos y al divorcio en Irlanda e Italia. Juan Pablo II luchó con los dientes para que los jóvenes no tengan medios de control de la natalidad y, donde sea posible, nadie lo tenga. Todo eso lo embelleció con un discurso florido y engañoso de "valorar la vida y la dignidad humana".
Es imposible cuantificar el sufrimiento humano que ha causado esa campaña contra la mujer. Las mujeres que no tienen medios de control de la natalidad ni servicios de aborto pierden el control de su vida y de su futuro. Las mujeres que no pueden divorciarse quedan atrapadas en matrimonios llenos de violencia emocional, física y sexual.
Juan Pablo II recorrió África en medio de la epidemia del SIDA y ordenó a los curas que prohibieran el uso de condones, inclusive como medida preventiva de contagio. En 1988 dijo en un congreso de teólogos: "La doctrina moral de la Iglesia no admite excepciones, ni siquiera para los infectados de SIDA ni los que quieren usar condones para prevenir el SIDA". A los curas y monjas de todo continente les ordenaron regar la mentira de que los condones no detienen el virus del SIDA, lo que causó protestas de la Organización Mundial de la Salud. Esa oposición al uso de condones ha llevado a millones (muchos de ellos católicos) a una muerte horrible.
Cuando los católicos no han aceptado la posición oficial sobre la mujer y la sexualidad, por ejemplo en Estados Unidos, Juan Pablo II los disciplinó, puso jerarcas más conservadores y ordenó que lo obedecieran.
Declaró que las mujeres nunca podrán ser sacerdotes y que los curas no podrán casarse. Eso consagra que las mujeres tendrán un papel inferior en la iglesia católica (porque son inferiores y "pecadoras"). Tales posturas repercuten más allá del sacerdocio y el celibato. Juan Pablo II afirmó muchas veces que las relaciones sexuales entre personas del mismo sexo son "intrínsecamente malvadas". En el 2003 el Vaticano lanzó una campaña contra la legalización del matrimonio y la adopción de parejas gays... justo a tiempo para estimular la campaña de reelección de Bush.
Una de las tareas de esta época de la historia es la liberación de la mujer de una opresión milenaria y horrible. Por primera vez, grandes cambios en la vida y las ideas han hecho posible la emancipación e igualdad de la mujer. Pero este papa dedicó grandes esfuerzos a bloquear cualquier avance de la mujer, conjuró fuerzas siniestras a apoyar esa causa, y cubrió todo eso con un velo de confusión y justificación. Sus seguidores juraron continuar esa campaña.
Debido a que Juan Pablo II cubrió su misión reaccionaria con un velo de moral divina, es importante recordar la hipocresía de su respuesta ante el abuso sexual de niños por los curas católicos.
Veamos un ejemplo diciente: en Boston, después de negarlo mucho tiempo, se comprobó que el cardenal Bernard Law protegió a los curas que abusaban de niños trasladándolos a otras parroquias (donde volvían a hacer lo mismo). Las autoridades del estado calcularon que unos 250 curas y trabajadores de la iglesia católica abusaron de más de 1,000 niños en la arquidiócesis de Boston desde 1940. Un informe de la Iglesia señaló que se recibieron quejas contra más de 4,000 curas en los últimos 50 años en todo el país que afectaban a más de 10,000 niños.
La respuesta del papa fue chocante: se opuso a una propuesta de la jerarquía eclesiástica de Estados Unidos de no tolerar ningún incidente y ordenó que se siguiera protegiendo a los curas. Como toque simbólico, elevó al cardenal Law al prestigioso puesto de arcipreste de la basílica mayor de Santa María, en el Vaticano.
Ahora, ese monstruo celebró una de las misas funerales de su protector y será uno de los cardenales que escogerán al próximo papa.
La posición de Juan Pablo II fue clara como el agua: intolerancia total al aborto, el control de la natalidad, las relaciones amorosas de personas del mismo sexo y el derecho al aborto; por otra parte, defensa beligerante del poder terrenal de la Iglesia y de los privilegios de los curas, a expensas de miles de niños.
La respuesta de la clase dominante de Estados Unidos a la muerte de Juan Pablo II fue un recordatorio gris de lo conservadora y reaccionaria que es la política oficial hoy: presidentes, líderes del Congreso y luminarias de los dos partidos desfilaron por el Vaticano para rendirle honores.
La prensa se lanzó a una orgía de alabanzas. La ultraderecha cristiana fundamentalista aprovechó la ocasión para reforzar la alianza con los católicos de extrema derecha. Destacados protestantes (que por lo general odian a los católicos) se deshicieron en elogios al papa y recomendaron nuevas leyes contra el aborto en su honor.
Bush dijo que cuando conoció al papa experimentó un sobrecogimiento y nerviosismo que nunca había sentido. En todos los edificios del gobierno izaron la bandera a media asta (una violación completa de la separación de iglesia y estado).
Fue una nueva declaración de que la sociedad civil debe subordinarse a los símbolos y la moral de la religión.
La prensa trató esos honores con tanta naturalidad que mucha gente seguramente no se da cuenta de lo insólito que algo así hubiera sido hace unas pocas décadas.
He aquí un gobernante absoluto de una monarquía no hereditaria, un símbolo medieval del "derecho divino de los reyes", un sacerdote-rey reaccionario que se las da de infalible, y la prensa nos dice que lo honremos.
Esto es parte del afán de combinar la política reaccionaria, el misticismo arcaico y la moral de la edad media, y de ofrecerlos como un ungüento medicinal para las grandes agonías e incertidumbres de la vida capitalista moderna.