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Revolución #130, 25 de mayo de 2008

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Respuesta al “discurso sobre la raza” de Obama, parte 3:

Los años 60, el sistema y la verdadera solución

El surgimiento de Barack Obama como el más probable candidato presidencial del Partido Demócrata es un acontecimiento sin paralelo, y está atrayendo a mucha gente —a diferentes niveles— que lo consideran como un vehículo hacia un cambio positivo. Pero la campaña de Obama, como él mismo lo reconoce, tiene ambos pies firmemente plantados en la promoción y preservación de este sistema. Por tanto, nuestro argumento ha sido que no es capaz de efectuar ningún cambio importante que mejore la situación. Para los que sí quieren semejantes cambios, el hecho de que apoyen y acepten la lógica de su candidatura es dañino.

Para llegar al fondo de lo que significa el fenómeno de Obama, estamos analizando su discurso “Sobre la raza” del 18 de marzo. Fue un discurso sumamente significativo, delimitador, en el que habla sobre uno de los problemas fundamentales de la sociedad estadounidense: la historia y la realidad actual del pueblo negro. En esta tercera y última parte de nuestra respuesta a ese discurso, examinaremos el tema central del discurso sobre “superar” las “divisiones” de los años 1960. Pero antes, repasemos brevemente el tema subyacente del discurso: la invocación de la Constitución estadounidense y la promesa de una “unión más perfecta” para “nosotros el pueblo” como el camino a la igualdad.

La Constitución de Estados Unidos — Un marco flexible para la explotación y la desigualdad

Obama enmarcó su discurso “Sobre la raza”, literal y figurativamente, con la bandera yanqui y su Constitución. Dio el discurso en Filadelfia, al otro lado de la calle donde se redactó la Constitución. Empezó el discurso con las famosas palabras, “Nosotros el pueblo...”, e invoca repetidas veces a la Constitución de Estados Unidos como “una Constitución que tenía como principio central el ideal de igualdad de ciudadanía bajo la ley, una Constitución que prometió al pueblo la libertad y la justicia, y una unión que se podía y se debía perfeccionar con el tiempo”.

En la primera parte de nuestra respuesta, nos enfocamos en la alegación de Obama de que “Por supuesto, la respuesta al problema de la esclavitud se encuentra dentro de la Constitución, una Constitución que tenía en su esencia la idea de la igualdad de los ciudadanos bajo la ley, una Constitución que prometió al pueblo la libertad y la justicia, y una unión que se podía y se debía perfeccionar con el tiempo”. Como nos adentramos en la primera parte de nuestra respuesta, la verdad es que la Constitución defendió e institucionalizó la esclavitud. Representó un acuerdo entre los explotadores capitalistas del trabajo asalariado del Norte y la clase de esclavistas en el Sur; un acuerdo que fue roto décadas después cuando el conflicto entre los dos sistemas resultó en una guerra de secesión (o civil). Solo después de esa guerra se redactó la Constitución para que diga que la esclavitud estaba prohibida y que, supuestamente, los negros tenían “igualdad”.

En la segunda parte de nuestra respuesta nos enfocamos en un período fundamental de la historia de Estados Unidos que Obama casi por completo ignora en su discurso “Sobre la raza”, el período en que los negros emancipados pasaron a ser aparceros, en el que predominaba el sistema judicial Jim Crow (el sistema de segregación por ley, bajo el cual los negros tenían las peores escuelas y la peor vivienda y que les estigmatizaba), y los linchamientos. Aún con las enmiendas a la Constitución, un fallo clave de la Suprema Corte (Plessy v. Ferguson, 1896) consagró la ley de “separado pero (supuestamente) igual” y le puso el sello de aprobación de la Constitución.

En una palabra, desde el nacimiento de este país, hasta después de la Segunda Guerra Mundial, la Constitución de Estados Unidos —a la cual Obama adhiere su proyecto entero— sirve como un marco flexible para que los explotadores dominen a la mayoría de la población. Y en el meollo de eso está la capacidad de hacer cumplir las desigualdades y la opresión general del pueblo negro.

Obama y los años 1960

La gente fue atraída e impulsada a la protesta y la rebelión, todo lo cual la ponía en contacto con la política revolucionaria, en el mundo y en el país. En ese contexto, se forjó una unidad sin precedentes en el seno del pueblo. Por más que eso parezca incomprensible para quienes no participaron en todo eso (o quienes posiblemente se han olvidado lo que sabían entonces), y en desacuerdo con lo que Obama ha calificado como un legado “divisivo”, la realidad  fue que cuanto más radical y revolucionaria se volvía la lucha, tanto más se apuntaba contra el sistema, y tanto mayor se hacía la “brecha” en la sociedad entre la clase dominante y
el pueblo, tanto mayor fue la unidad que se forjó.

En su discurso, Obama tergiversa de manera radical el papel de la Constitución y su defensa de la esclavitud. Se “salta” toda una época de la historia de Estados Unidos en la que la Constitución defendió la descarada segregación en nombre de “separado pero igual”, y “regresa” a la situación de los afroamericanos en este país en los años 1960.

En el contexto de los ataques de la prensa grande contra su relación con su (ahora completamente repudiado) ex pastor, Jeremiah Wright, Obama lo usó como un medio para defender a este sistema como una fuente de “esperanza”. Dijo: “El profundo error del sermón del reverendo Wright no es que haya hablado del racismo en nuestra sociedad, sino que habló como si nuestra sociedad fuera estática; como si no se hubiera progresado; como si este país —una sociedad que ha hecho posible que uno de sus propios miembros se postule por la posición más alta del país y construir una coalición de blancos y negros, latinos y asiáticos, ricos y pobres, jóvenes y viejos— sigue irrevocablemente atado a un pasado trágico. Pero lo que nosotros sabemos —lo que hemos visto— es que Estados Unidos puede cambiar. Ese es el verdadero genio de este país. Lo que ya hemos logrado nos da esperanza —la audacia de esperar— para lo que podemos y tenemos que lograr mañana”.

Y el “remate”, por así decirlo, de Obama es que ahora todos deben agruparse en torno al sistema, superar el legado de los 1960. Mejor dicho, para citar del discurso: un legado “divisivo en un momento en que necesitamos unidad; racialmente cargado cuando necesitamos unirnos para resolver una serie de problemas monumentales...”.

Al igual que su caracterización de épocas anteriores de la historia de Estados Unidos, la versión que Obama ofrece de la década de los 1960 es profundamente tergiversada. Es cierto, Estados Unidos cambió en los años 1960. Pero al respecto argumentaremos lo siguiente:

1. La posibilidad de esos cambios se dieron en el contexto de cambios económicos en la sociedad estadounidense y bajo las presiones ante el imperialismo yanqui en el mundo.

2. Las concesiones que se hicieron se debieron principalmente a las heroicas luchas de las masas populares que en lo principal fueron atacadas ferozmente por el sistema.

3. Aun cuando los gobernantes de este país hicieron concesiones en ese período a la lucha contra la opresión del pueblo negro, lo hicieron de tal manera que se estaban posicionando para sofocar la lucha contra la subyugación de los afroamericanos.

4. Hoy, como resultado del funcionamiento “natural” del capitalismo y las medidas que el gobierno toma conscientemente, en muchos respectos, la situación del pueblo negro es peor que durante la década de los años 1960.

Por último, en vez de ser un medio a través del cual se podría hacer avanzar la lucha contra la explotación y la opresión, el “verdadero genio” de la Constitución, así como del proceso electoral, y en particular el papel que está desempeñando hoy Obama, es encubrir, mientras facilita la explotación y, en ese contexto, la subyugación del pueblo negro y de otros.

Concesiones arrancadas por la lucha

Hasta después de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos experimentó cambios monumentales y sin precedente. Hubo una enorme industrialización, y como resultado, entre 1910 y 1940, de 5 a 6 millones de negros huyeron de la pobreza y feroz represión del Sur para ir a trabajar en las fábricas y las ciudades del Norte y del Oeste.

La migración de los negros al Norte creó nuevas condiciones para la lucha del pueblo negro, y fortaleció los sentimientos por la rebelión. Después de la Segunda Guerra Mundial, un millón de soldados negros regresaron de unidades segregadas del ejército, habiendo tenido diferentes experiencias, con nuevas esperanzas y nuevas demandas. En las fábricas, las calles, las escuelas, en la cultura, los deportes y otras esferas de la sociedad, estallaron diferentes formas de lucha.

Al mismo tiempo, la situación del pueblo negro era una vergüenza para el imperialismo yanqui a nivel mundial, así como un obstáculo para que le arrebatara esferas de explotación a las antiguas potencias coloniales en Asia, África y Latinoamérica. Al hacer eso, Estados Unidos se estaba presentando como el “paladín de la democracia” a medida que contendía con potencias colonialistas antiguas como Inglaterra y Francia.

En esas condiciones, los gobernantes de este país hicieron unas concesiones a la lucha del pueblo negro en contra de la discriminación y la segregación. A través de una serie de fallos judiciales y medidas políticas centrados en el caso de 1954 Brown v. Board of Education (cuando la Suprema Corte revocó el fallo de “separados pero igual” que rigió por más de 50 años), se prohibió oficialmente la segregación.

La lucha del pueblo negro había estado cobrando fuerza en los años 1930 (como el movimiento de apareceros en el Sur y la lucha para liberar a los Scottsboro Boys), y se hizo aún más intensa después de la Segunda Guerra Mundial. Si bien la revocación de la segregación legal apenas raspó la superficie de la sociedad, si abrieron grietas por las que estallaron enormes luchas. Ante chusmas y gobernadores racistas que se pusieron en su camino, estudiantes negros libraron valientes luchas para integrar las escuelas. En el Sur lucharon contra impuestos municipales por cabeza, “pruebas de alfabetización”, amenazas de muerte y asesinatos para inscribirse en el padrón electoral. Los “freedom riders” —grupos de valientes activistas negros y blancos— integraron el transporte público, negándose a rendirse a pesar de feroces palizas perpetradas por la policía y hampones del KKK, palizas que en muchos casos fueron orquestadas por el FBI. Tanto en el Norte como en el Sur hubo marchas para demandar que la gente negra tuviera el derecho a vivir en las comunidades segregadas, y esas marchas también fueron ferozmente atacadas.

A medida que el movimiento por los derechos civiles crecía, también se hizo obvio que el sistema no estaba dispuesto a conceder la clase de cambios que verdaderamente hubieran transformado la situación del pueblo negro. Ante eso, la gente empezó a ver que la discriminación y la opresión del pueblo negro eran sistémicos. En cierta medida, inspirados e influenciados por la China socialista y Mao, así como por las luchas revolucionarias de Asia, África y Latinoamérica, sectores del movimiento, especialmente los estudiantes y la juventud, asumieron una política más radical y revolucionaria. A mediados y fines de la década de los 1960, surgió la lucha de liberación negra.

La lucha de liberación negra fue recibida por una feroz represión. Malcolm X fue asesinado bajo circunstancias que tenían las huellas de operaciones dirigidas por el gobierno. Cientos de militantes del Partido Pantera Negra fueron arrestados, incluyendo sus líderes, Huey Newton, Bobby Seale y Eldridge Cleaver. Muchos de sus militantes y líderes, como Fred Hampton, fueron asesinados por la policía o agentes del gobierno.

Fue a través de enormes sacrificios y luchas que en ese período se lograron importantes concesiones a la lucha por la igualdad. A mediados y fines de la década de los 1960 hubo rebeliones en las principales ciudades de Estados Unidos. En Detroit, donde en 1967 estalló la rebelión más grande, sostenida y decidida, el presidente Lyndon B. Jonson mandó a la Guardia Nacional y al ejército. Y 43 personas dieron la vida en ese levantamiento.

Ante ese ambiente, les dieron a los negros trabajos, trabajos en fábricas con sindicatos e aun trabajos en ramas del gobierno; los programas de asistencia gubernamental ofrecieron un alivio a la pobreza, y programas como Headstart ofrecieron desayunos para los niños y un lugar a donde ir después de la escuela. Financiaron programas para organizar en la comunidad, y una importante cantidad de alumnos negros pudieron matricularse en colegios y universidades. También les abrieron las puertas a negros a posiciones de la clase media, de las que anteriormente les habían privado, y también se empezó a ver caras negras en altos puestos del gobierno.

Los programas de acción afirmativa fueron importantes. Por ejemplo, estos derribaron algunas barreras sociales que habían impedido que salvo un puñado de afroamericanos se matricularan en facultades de derecho y de medicina. Y ante ese levantamiento social, en que millones de personas de todas las nacionalidades sentían fuertemente que la supremacía blanca era sistémica, estos programas representaron —por un tiempo—un cierto reconocimiento oficial de que la desigualdad era un problema social, y no simplemente un asunto de declarar igualdad para individuos fuera del contexto de la historia de opresión del pueblo negro. Por ejemplo, en 1965, el mismo presidente Johnson que mandó a soldados a matar en Detroit dijo: “No se puede llevar a una persona, que por años ha estado agobiada por cadenas, y ponerla en libertad, llevarla a la línea de arranque y decirle ‘ahora estás libre para competir con los demás’, y creer justamente que has sido completamente justo”.

Estas concesiones no fueron el producto del “camino de una unión más perfecta”, trazado por la Constitución, como dice Obama, sino que se arrancaron al sistema durante ese período.

En ese período de la historia estadounidense, la gente era impulsada a la vida política. Ya sea en los ghettos o los suburbios de las ciudades, o en las peluquerías o universidades, la gente veía por la tele que en Birmingham, Alabama, a los activistas pro derechos civiles les echaban encima perros y mangueras de alta presión, que se daban órdenes de “disparar para matar” contra los que se rebelaban en las ciudades, y que se arrojaba napalm sobre el pueblo vietnamita. La gente fue atraída e impulsada a la protesta y la rebelión, todo lo cual la ponía en contacto con la política revolucionaria, en el mundo y en el país.

En ese contexto, se forjó una unidad sin precedentes en el seno del pueblo. Por más que eso parezca incomprensible para quienes no participaron en todo eso (o quienes posiblemente se han olvidado lo que sabían entonces), y en desacuerdo con lo que Obama ha calificado como un legado “divisivo”, la realidad  fue que cuanto más radical y revolucionaria se volvía la lucha, tanto más se apuntaba contra el sistema, y tanto mayor se hacía la “brecha” en la sociedad entre la clase dominante y el pueblo, tanto mayor fue la unidad que se forjó. Por ejemplo, el Partido Pantera Negra era admirado y apoyado por millones de blancos, ya sean de la secundaria o personas destacadas en la literatura y la cultura, y muchas personas, de todas las nacionalidades, acudieron en su defensa cuando el gobierno los puso en la mira de sus ataques, personajes como Leonard Bernstein y Marlon Brando.

Concesiones, maniobras y traición

En los años 1960, pareció que el pueblo negro iba a poder tener igualdad bajo este sistema, pero no sucedió y no pudo haber sucedido. No pudo haber sucedido porque la superexplotación del pueblo negro fue (y es) crucial para el funcionamiento del capitalismo estadounidense y el lugar que ocupa en el mundo; así como porque el aglutinador social de la supremacía blanca es indispensable para la estabilidad de Estados Unidos, en el sentido de que imbuye a los blancos que no son parte de la clase dominante con la idea de un derecho y de una superioridad y para que identifiquen sus intereses con los del sistema.

Las  concesiones que se hicieron ante la feroz lucha ni siquiera se acercaron a la igualdad plena para el pueblo negro. Y las concesiones hechas se hicieron de modo que sentara los cimientos para revocarlas después en parte. Además, el funcionamiento “normal” del capitalismo —como la desindustrialización de las ciudades (como el traslado de oficios a maquiladoras en otras partes del mundo)— también operaron en contra de los avances que habían logrado los afroamericanos.

Una de las cosas que surgió como resultado de la década de los 1960 fue una mayor polarización entre los afroamericanos. Hoy, el hecho de que hay una clase media negra de consideración, y de que hasta están en la clase dominante —en la Suprema Corte, en las fuerzas armadas, el gabinete— contribuye a ocultar la naturaleza de este sistema. El propio Obama es clave para eso, al invocar que “puedo postularme para la posición más alta de este país”.

Y, el hecho de que se le ha dado cierto espacio para los negros en la clase media tiende ha hacerlos más conservadores. Pero la posición de la clase media negra siempre fue tenue; los cambios económicos que se han dado en las últimas décadas han tenido un fuerte impacto en muchos sectores económicos en los cuales se les permitió trabajar (por ejemplo, los trabajos de servicio social en los gobiernos local, estatal o federal). Los afroamericanos también están entre los más afectados por la crisis del crédito actual. Parece que cada semana la prensa pone en la picota a otro atleta o actor negro y las autoridades le levantan cargos por actividades que, si no son de plano fabricaciones, sí son parte de la vida cotidiana de los blancos ricos. Los programas de acción afirmativa y la justificación de los mismos están bajo un feroz ataque. De remate, los recientes fallos han atacado fuertemente el fallo histórico que prohibía segregación en las escuelas (ver “Suprema Corte refuerza graves desigualdades”, Revolución, 15 de julio de 2007, en línea en revcom.us).

La mayoría de los negros ha permanecida atada a los niveles más bajos de la economía: los últimos contratados y los primeros despedidos, con los oficios que menos pagan y que son los más peligrosos.

Aun las concesiones como la asistencia pública (welfare) y los programas Head Start servían para mantener a los negros en barrios segregados o, en las más de los casos, capacitarlos para hacer trabajos de salario mínimo. Y hasta hoy a las masas negras les dan vivienda y escuelas segregadas; las ridiculizan y satanizan sistemáticamente por la cultura blanca supremacista; a la merced de la brutalidad y asesinatos policiales para mantenerlos “en su lugar”. El enorme crecimiento de la población carcelaria, que empezó con la “guerra contra la droga”, a principios de los años 1970, conscientemente diseñada por el presidente Nixon como una guerra contra el pueblo negro, ha continuado bajo todos sus sucesores, Carter y Clinton incluidos, y Obama tampoco se opone a esta guerra.

Para grandes sectores de los negros, las condiciones van de lo desesperado a lo extremo. Desde principios de los años 1950, empezaron a cerrar las fábricas en las ciudades para irse a Asia y Latinoamérica en busca de nueva sangre para explotar en condiciones aún más salvajes y represivas. También está el hecho de que han traído a inmigrantes para trabajar en los mataderos y en la construcción por salarios más bajos y en peores condiciones (y a través de ese proceso, del funcionamiento del sistema y campañas conscientes para fomentar antagonismo entre los negros y latinos, han enfrentado los unos a los otros, a pesar de que las masas negras y latinas tienen un enemigo común).

Entre 1980, cuando estaban despareciendo sistemáticamente los trabajos y los servicios sociales de las ciudades, y 1997, el sistema criminalizó a millones de negros. En condiciones en que el narcotráfico fue la única opción para sobrevivir, la cantidad de personas encarceladas por delitos de droga creció 11 veces, y eso se concentró en lo extremo entre los negros, que tienen una probabilidad 8 veces mayor de ir a la cárcel que los blancos. Es más probable que un varón negro y habitante del estado de California vaya a la prisión estatal que a una universidad estatal (“Why Are So Many Americans in Prison? Race and the Transformation of Criminal Justice”, Boston Review, julio/agosto de 2007).

Lo que esto demuestra es que el capitalismo no puede acabar con la desigualdad o el sometimiento del pueblo negro ni ningún otro pueblo oprimido. Pero la revolución y el comunismo sí lo pueden hacer y lo harán. La revolución comunista apunta a acabar con todas las formas de opresión y explotación y a arrancar de raíz todas las ideas y relaciones entre las personas que refuerzan la explotación y la opresión por medio de un proceso. En lugar de cebarse de la desigualdad, como lo hace el capitalismo, una parte vital del socialismo, como transición al comunismo, será desencadenar la lucha contra todas las relaciones opresivas.

¿Qué clase de unidad necesitamos?

En su discurso “Sobre la raza”, Obama proclamó —al atacar el legado “divisivo” de los años 1960— que: “he afirmado una convicción —una convicción que viene de mi fe en Dios y mi fe en los estadounidenses— de que si trabajamos juntos podemos superar algunas de nuestras viejas heridas raciales, y que de hecho no nos queda otra alternativa si vamos a seguir por el sendero de una unión más perfecta”.

En primer lugar, hay que decir que fe en “Dios” y fe en el pueblo son dos cosas distintas. No hay un dios, y el “dios” de la Biblia es un dios que, aun a través de su supuesto “hijo”, da por sentada la esclavitud, de Génesis a Revelaciones.

Además, no hay intereses comunes de los “estadounidenses”. Para el papel y la misión de Obama el elemento central es confundir —combinar cosas diferentes como si fueran una y la misma— dos tipos de contradicciones fundamentalmente diferentes: contradicciones en el seno del pueblo (por ejemplo, entre la gente blanca común, por un lado y los negros y latinos por el otro lado; o entre negros y latinos); con contradicciones entre el pueblo y el sistema. Con sus proclamaciones a “superar algunas de nuestras viejas heridas raciales”, Obama trata de granjearse los deseos de mucha gente de todas las razas que quieren superar el racismo y las divisiones entre las personas. Pero al hacerlo, distorsiona esos deseos de modo que  canalice a la gente a apoyar al sistema que es la causa del racismo y de la opresión del pueblo negro, de los latinos y otros que son oprimidos como pueblos en este país; y a ignorar las verdaderas cicatrices y llagas abiertas y supurantes del racismo hoy en día, y que solo empeorarán hasta que las desafiemos y arranquemos de raíz.

El mensaje de Obama se está dando y a él lo están promoviendo, en un momento en que el sistema está bajo enormes tensiones y presiones. El propio Obama sitúa a su misión en el contexto de la necesidad de unidad (siendo el punto central, pero implícito, de que sea una unidad con la clase dominante), “en un momento en que tenemos que unirnos para resolver una serie de problemas monumentales: dos guerras, la amenaza terrorista, una economía en declive” y otros retos a este sistema (que él combina con una lista de retos a la capacidad de la población de sobrevivir).

Este sí es un momento de grandes retos para este sistema y su clase dominante. Pero la unidad que el pueblo necesita, para efectuar un cambio fundamental a través de la revolución, y aun antes de eso, para luchar contra el rumbo por el que va la sociedad, no es la unidad con la clase de opresores y explotadores mundiales que gobiernan esta sociedad.

En esta serie, hemos mostrado que la subyugación del pueblo negro es una parte integral del funcionamiento económico, político e ideológico de este sistema. Históricamente, al pueblo negro lo han explotado despiadadamente, en el campo y en las maquiladoras de Estados Unidos, y una cultura racista ha justificado esa subyugación. El “genio” de “nosotros el pueblo” es el espejismo de una sociedad que puede servir a los intereses de “todos”, erigido sobre la apariencia de incluir a los blancos en el sistema, en contraste con la exclusión de los negros, los latinos y los amerindios. En una palabra, la subyugación del pueblo negro es un producto del sistema capitalista, le sirve a este sistema capitalista y este sistema no podría seguir sin esa subyugación.

Por eso es que la Constitución de Estados Unidos, en la que Obama se ampara, es y siempre ha sido, un marco para la explotación, y para imponer profundas desigualdades. Aunque la constitución ofrezca una igualdad formal, superficial (una promesa raramente cumplida), nunca podría ser un instrumento para eliminar la explotación y las verdaderas desigualdades que genera.

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