Revolución #151, 28 de diciembre de 2008


Reseña de libro:

Tigre blanco, de Aravind Adiga

“Tigre blanco es la historia de un hombre pobre de la India de hoy, uno de los muchos cientos de millones de personas que pertenecen a la vasta clase marginada del país, que viven como obreros, sirvientes y chóferes y a quienes generalmente no salen en los medios de entretenimiento indios, en las películas ni en los libros indios. Mi héroe —es decir, mi protagonista— Balram Halwai es uno de esos millones de anónimos indios pobres”.

el autor Aravind Adiga, en una entrevista de la red BBC de Londres

La primera novela de Adiga es una historia de comedia oscura y una rabia feroz. Hace poco recibió el prestigioso premio Man Booker. Ese premio lanza el libro al centro de la discusión literaria mundial y a su autor, de solo 33 años de edad, a las primeras líneas de escritores del idioma inglés.

En estos días, cuando muchos se refieren a India como un “milagro económico” que tiene un ritmo de desarrollo económico de casi 10% al año, y la “mayor democracia del mundo”, Adiga pone en duda esas nociones. Dice: “Es importante presentar otros acordes disonantes entre las notas mayormente triunfalistas. Es importante darse cuenta de que grandes cantidades de personas no se están beneficiando del boom económico y que las tensiones sociales van en aumento”.

Tigre blanco no es un libro árido. El comité del premio Booker lo describió como un libro que no se puede parar de leer. En la emisora NPR, Adiga dijo que quería que el libro “entretenga y perturbe”. Tras recibir el premio, le dijo a la BBC: “No hay razón por que un libro que trata la pobreza no pueda ser a veces agudamente divertido”. Tigre blanco logra ser tanto entretenido como perturbador.

De la Oscuridad

El libro es una serie de cartas de Balram Halwai a Wen Jiabao, el primer ministro de China, otro país descrito a menudo como un “milagro económico”, donde los extremos de gran riqueza y gran miseria presentan un contraste agudo. Durante siete noches, en un despacho de 14 metros cuadrados que es su nueva compañía, en la ciudad de Bangalore (la capital de alta tecnología de India), Balram asume la responsabilidad de educar al primer ministro chino sobre el “espíritu empresarial” antes de que este empiece una gira oficial al país.

Balram considera a sí mismo el consumado empresario, pues salió de la pobreza de la aldea de Laxmangarh en el norte de India. En Balram, Adiga ha creado un personaje único e inolvidable: es por partes un filósofo, un hombre de negocios, un matón psicópata y capaz de ser increíblemente gracioso con un sentido agudo de la ironía.

Adiga dice de su narrador: “Fue importante pintar una persona que le retaría al lector. Fue importante no crear un retrato sentimental de un pobre oprimido”.

La India que Balram presenta no es la de especias, espiritualidad y saris. Balram dice al primer ministro chino que no debe tocar el Ganges, un río supuestamente sagrado y muchas veces el destino de turistas estadounidenses: “¡No! Sr. Jiabao, le pido no meter el pie en el Ganges, a menos que quiere llenarse la boca de heces, paja, restos de cadáveres, carroña de búfalo y siete tipos de ácido industrial”.

Laxmangarh, donde Balram nació, está en el norte de India, en una región del Ganges que Balram describe como “la Oscuridad”. En esta región donde vive la mayoría de la población, las aguas negras corren por el pueblito y no hay acceso a agua potable. En esa región, a los niños los obligan a abandonar la escuela para cumplir largos años como sirvientes bajo contrato. El padre de Balram, un chofer de rickshaw (una especie de bicitaxi), muere de tuberculosis en un hospital del gobierno donde no hay médicos... solo cabras, excremento de cabras y un gato que ha tomado el gusto a la sangre. Eso no es exageración. La tuberculosis mata a más de mil indios pobres cada día.

Unas de las partes más divertidas del libro ridiculizan al sistema político de India. Hay la corrupción omnipresente de la policía y los funcionarios. También hay la manera en que opera la “izquierda” revisionista, los que se proclaman comunistas pero en realidad no son más que típicos políticos burgueses. El “Gran Socialista” domina la política de Laxmangarh y sus citas están encima del hospital desmoronadizo que no tiene médicos. Cuando los terratenientes se hartan de la cantidad de sobornos que tienen que ofrecer al “Gran Socialista”, deciden formar su propio partido político: el Frente Social Progresista de Toda India (Facción Leninista). Balram nunca ha visto una urna de votación, pero ha votado en cada elección del país. Una maestra le inventó una fecha de nacimiento para poder vender su voto. Hasta los oprimidos se entusiasman con la agitación electoral, “como eunucos que discuten la Kama Sutra”. De vez en cuando, uno se deja llevar tanto que trata de votar, y termina severamente golpeado, o usualmente algo peor.

Esta región de India – “la Oscuridad”—se contrasta con “la Luz”, los sofisticados destinos urbanos de la costa, adonde va el narrador.

Balram escribe: “Antiguamente había mil castas y mil destinos en India. En estos tiempos solo hay dos castas: los hombres de panza grande y los de panza chica, y solo dos destinos: comer o ser comido”.

El gallinero

Balram deja Laxmangarh para ser el chofer de un hombre rico, el hijo de un terrateniente de la aldea. Como niño en la aldea, imaginaba que eso sería la mejor vida posible: ser sirviente de alguien, con un uniforme guapo, comida diaria y salario mensual. Ahora en la ciudad, y aún más después de acompañar a su patrón a un suburbio de Delhi, se ve enfrentado a cosas que ni siquiera pudiera imaginar en el campo.

A medida que Balram se acerca a “la Luz”, su alrededor es más sombrío. Este es un mundo en que los pobres se apiñan alrededor de fogatas que queman plástico, mientras “sus amos” van de compras en centros comerciales hechos de vidrio a las cuales se les prohíbe la entrada al sirviente. Un mundo en que los indigentes sin casa comparten la calle con los trabajadores de los centros de llamadas de las grandes corporaciones estadounidenses, y en que los complejos de departamentos de los ricos tienen extensos complejos subterráneos de sucias habitaciones hacinadas para los sirvientes. Un mundo en que se puede encarcelar al sirviente por los delitos de los ricos y poderosos.

Balram llega a reconocer que no es uno de los ricos, que es uno de los “comidos”. Quiere ser parte del mundo de los ricos y solo hay una manera de hacerlo: comer a otro.

Aquí Balram se enfrenta a una de las metáforas centrales del libro: el gallinero. “Vete al viejo Delhi... y mira como tienen a las gallinas en el mercado. Cientos de gallinas pálidas y gallos de colores brillantes, todos apretujados en jaulas de malla de alambre... Los aves de corral ven los órganos vitales de sus hermanos esparcidos por alrededor. Saben que próximamente les tocará. Pero no se rebelan. No tratan de escapar del gallinero. Es lo mismo con los seres humanos en este país”. El gallinero es una forma de describir las relaciones sociales, la cultura, las leyes, los tribunales y al último, la violencia que ata a los pobres a un sistema opresivo.

Adiga no plantea una solución fácil. Quiere que el lector piense.

*****

En un ensayo publicado en The Independent, Adiga dice que durante sus estudios en la Universidad Columbia, se interesaba en la literatura afroamericana y leía las novelas de Richard Wright, James Baldwin y otros, y los cita como grandes influencias al momento de escribir Tigre blanco. En particular, El hombre invisible de Ralph Ellison le tuvo un gran impacto: “Fue invisible, dijo, simplemente porque los blancos se negaron a verlo. Tenía tanto coraje por ser invisible que una vez golpeó a un hombre. Lo golpeó una y otra vez, y todavía el hombre rehusó verlo”.

Adiga concluye, diciendo: “He dejado Harlem, pero sigo rodeado por Hombres Invisibles. Son de mi raza, su piel es el color de mi piel, pero no puedo verlos. Si vas a Delhi, te diré: ‘En esta ciudad, todos comen tarde’. Para las nueve de la noche, miles de jornaleros, chóferes de rickshaw e indigentes estarán acostados al lado de la calle, cubiertos de frazadas, y cuando pasamos las calles atascadas con los pobres durmientes, te aseguraré: “Jamás he visto a una persona de Delhi que se acuesta antes de la medianoche. Esta es una ciudad parrandera’. Y lo que para mí es invisible llegará a ser invisible para ti también. Hasta el día en que el Hombre Invisible nos habla con sus puños, los cuales insistirán: ‘Primero tienes que verme’”.

Con Tigre blanco, Adiga habla por los invisibles e insiste en que los veamos.

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