Revolución #153, 18 de enero de 2009


Carta a Revolución:

El budismo: Los grandes misterios de la vida resueltos... por las clases explotadoras

Saludos al PCR,

Recientemente, y en particular con la gira de la camarada Sunsara Taylor, he visto al partido —y solo el partido, con su meta de la liberación hasta el final que es su característico distintivo (que lo caracteriza)— poner en debate una de las cadenas que más ha atado a la humanidad a este sistema y todos sus horrores: la religión. En este mundo donde pisotean los derechos humanos en nombre de preservar el “sagrado” matrimonio y premian a los fascistas que promueven ese ultraje invitándolos a hablar en la toma de posesión para el máximo puesto del país, me inspira mucho el trabajo que ustedes hacen. La iniciativa cristiana “basada en la fe” es una represión monstruosa a la cual hay que hacerle frente. Pero toda religión es un veneno que incluso afecta a las personas que adoptan estilos de vida “alternativos”. Lo sé porque yo era una de ellas.

Hasta hace muy poco, yo era un budista devoto con perspectivas de ser monje. Todos los días a las 4:00 de la madrugada, me paraba con los otros compañeros del pequeño templo (una casa con un garaje que usábamos para ceremonias religiosas y como sala de meditación), me lavaba, me ponía la ropa ceremonial y me presentaba en el garaje para postrarme ante Buda y hacer la meditación matutina. Duraba dos horas y terminaba con la campanada de las seis, a tal hora iba a la escuela o al trabajo, o si no tenía nada programado, me presentaba en el sótano para hacer trabajos manuales durante doce horas: cocinar, limpiar, coser, hacer carpintería, todo lo que se pueda imaginar. Después de regresar a la casa o terminar el horario de labores, era hora de meditar dos horas más. El día terminaba con la salmodia final a las nueve. Durante los días especiales conocidos como yanmaengchungjin (específicamente yo estaba en la Orden del budismo zen coreano) alargaron la meditación a diez, hasta quince horas si se le subía lo machote al Peng Jong Sunim (el Maestro zen, la mayor autoridad del templo). Durante esos días, no se permitía a nadie salir del templo y se guardaba el silencio absoluto. Romper el silencio o salir era penado con doce golpes en la espalda con un palo de bambú. Lo mismo por quedarse dormido en la sala de meditación. Esa costumbre es común en el budismo.

Entré al budismo porque me desconcertaba cada vez más la devoción ciega y el dogmatismo rígido de la religión cristiana. El budismo afirmaba que todo lo que existe en el universo era originalmente Buda, la “naturaleza verdadera única” que era la perfección y comprendía todos nuestros ideales humanos más elevados. Porque uno mismo es una parte del universo, solo tenía que descubrir, mediante la meditación y el trabajo duro, esa “naturaleza verdadera” que es ellos en verdad, y entonces serían Budas, que literalmente quiere decir “los iluminados” que son libres de las causas incesantes del sufrimiento humano. Lo que eso significaba para mí era que existía una religión que ofrecía respuestas verificables: si yo llegaba a la iluminación de la que hablaban mediante la meditación y el trabajo duro, ¡tenía razón el budismo!

Pero la ideología budista tenía un lado feo que sobresalía para los que leían entre líneas. Por eso me decían que no leyera cuando me comprometí más al “Dharma”, como se le dice. De hecho, me decían que no “me metiera demasiado con el mundo humano y sus asuntos”, y especialmente no entrara a asuntos políticos porque tendían mucho a “alterar a la gente” y “crear actividad opuesta” (quién sabe lo que eso quiere decir).

¿Por qué tanto misterio? Bueno, el budismo, como toda religión, es una fe fundada sobre los cuerpos de las masas porque ayuda a las clases dominantes a explotarlas y oprimirlas, y sobre los cadáveres de los que rechazaron la fe. China, Japón y Corea han tenido períodos históricos en que el budismo era la religión oficial del estado y los no creyentes sufrían persecución o peor. Es patente en la historia de numerosos países de Asia sudoriental, desde el sistema feudal brutal bajo el decimocuarto Dalai Lama y sus predecesores en el cual nadie estaba seguro, hasta el asesinato de muchas personas —entre ellas monjes budistas— por las caravanas de la muerte en Birmania que servían a una junta militar que promovía el budismo entre el pueblo.

A la par con todo eso, el budismo apuntala ideológicamente el dominio de las clases explotadoras. El concepto del karma, ahora muy conocido, de que uno cosecha lo que siembra, y la reencarnación, resultan en una realidad mortal para las masas oprimidas. La noción de la jerarquía social es aceptada ampliamente en Asia: que los que nacieron en la pobreza, la destitución u otras condiciones de explotación y opresión por el sistema, les tocó eso porque se lo merecen; acumularon karma malo durante su vida anterior que resultó en su renacimiento como campesino, plebeyo, proletario y etcétera. Otro principio importante del budismo que sirve para reafirmar todo eso es que cree que la percepción y la realidad sean una sola cosa. “Todo lo que somos lo comprenden nuestros pensamientos”, dijo Shakyamuni, el Buda histórico al que le llaman Bon-sa (“Fundador/Padre” en coreano) en el Dhammapala, y por eso, si el sistema aún nos oprime y nos humilla, percibir que no sea así hace que no lo sea. Sin embargo a los campesinos tibetanos se les ha de haber dificultado percibir que se alimentaban cuando no les permitían matar a sus bueyes debido a la prohibición budista de matar a animales. Entonces se morían de hambre, percibieran o no que eso les iba a pasar.

Mi primer vistazo de algo contrario a ese pensamiento enrevesado me lo dio el libro ¡Fuera con todos los dioses! de Avakian, en el cual el presidente refuta el apriorismo —la idea de que la realidad se conforme a la percepción de uno— y afirma la objetividad del mundo material y su independencia de la voluntad individual. Estas cosas se me hacían más y más patentes, hasta que al último dejé el templo. A los del templo se les ha ordenado ignorarme si nos topáramos; ya no soy ser humano porque dejé de ser budista.

En este momento en que caminamos hacia un futuro en el cual la división entre iglesia y estado se distingue cada vez menos, tenemos la responsabilidad de hacer lo que venimos haciendo: CUESTIONAR ESTO y negarnos a ser cómplices ante esta enorme máquina silenciosa del fundamentalismo. Y hay que poner este reto incluso ante los que buscan alternativas a la religión cristiana. La alternativa es la revolución: alzarnos y liberarnos. Las únicas respuestas que ofrece el budismo son las de las clases explotadoras.

Con solidaridad y amor rebelde…

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