Revolución #183, 15 de noviembre de 2009


El escándalo de las cárceles de mujeres… Y los grilletes que atan la mitad de la humanidad

En 1995, Phillip Gaines le escribió una carta al presidente de Estados Unidos:

“Estimado señor presidente Clinton. Espero que usted pueda poner en libertad a mi mamá. La necesito conmigo. ¡Soy niño todavía! Tengo sólo diez años. Necesito mucho a mi mamá. Por favor obtenga su libertad, pues la necesito aquí”.

Clinton cumplió esa esperanza desesperada de Phillip, y su madre Dorothy salió de la cárcel... cinco años y medio más tarde. Pero no se puede culpar a Clinton por demorarse en permitir que Dorothy Gaines volviera a la sociedad. Después de todo, ella era una delincuente habitual peligrosa y desalmada.

O tal vez no.

La periodista Nell Bernstein describe así las circunstancias del arresto y encarcelamiento de Gaines. (Vea Salon.com, 20 julio 2000 en salon.com/mwt/feature/2000/07/20/conspirators/index.html)

“Gaines, de 42 años de edad, salía con un hombre que usaba drogas y formaba parte de una red de crack en Mobile, Alabama. Cuando el gobierno capturó a los miembros de la red, también la agarró por casualidad a Gaines. En el juicio, ella testificó que no se había percatado de ninguna actividad de drogas... El tribunal federal la condenó a Gaines, basándose únicamente en el testimonio de testigos que recibieron penas reducidas a cambio de su testimonio...Ella pasará más tiempo en la cárcel que cualquier otro miembro de la conspiración, incluso el supuesto líder, que saldrá en libertad ocho años antes de ella. Su novio, quien se negó a decir nada contra [Dorothy], le dijo al juez que había escuchado a sus coacusados, que estaban todos en la misma celda, ‘tratar de coordinar sus versiones’ sobre la supuesta participación de Dorothy”. [nuestro énfasis]

POR FIN a Dorothy Gaines concedieron clemencia y la dejaron en libertad. Pero ese acto no puede devolverle nunca los seis años de vida que le fueron robados. Y su historia ofrece una mirada a las circunstancias y las condiciones de vida que enfrentan más de un millón de mujeres en este país.

Criminalizadas en una escala descomunal

De 1977 a 2007, la cantidad de presas en Estados Unidos aumentó en un vertiginoso 832 por ciento, al doble del ritmo de aumento (también asombroso) de los hombres presos durante ese período. Actualmente hay más de 200.000 mujeres en las cárceles de este país, casi un millón que están en libertad condicional en vez de ir a prisión y casi 100.000 en libertad condicional después de haber cumplido la condena.

Como Dorothy Gaines, una enorme cantidad de presas son mujeres de color. Para mediados de 2008, más del 32 por ciento de las presas en Estados Unidos eran negras, a pesar de que las negras representan sólo el 7% de la población del país; las latinas, que constituyen el 6,5% de la población del país, constituyen el 16 por ciento de las presas en las cárceles de mujeres.

También como Dorothy Gaines, muchas de ellas tienen hijos, y colectivamente han dejado atrás a más de 147.000 niños menores.

Como Dorothy Gaines, las condenaron a aproximadamente un 67% de ellas por delitos no violentos, la mayoría por delitos relacionados con las drogas o la propiedad. Durante el período 2003-2007 los arrestos de mujeres por cuestiones de drogas aumentaron a un ritmo que casi duplicó el ritmo del aumento de arrestos de hombres por ese tipo de delitos.

Pero a diferencia de Dorothy Gaines, la abrumadora mayoría de esas presas no ha podido salir en libertad gracias a la intervención del presidente.

Una vez detenidas y condenadas, muchas veces las mujeres tienen que cumplir sentencias severas por una participación insignificante o nula en el tráfico de drogas: una gran cantidad cumple largas condenas por “delitos” tales como tomar un recado telefónico para una persona que luego termina acusada de un delito de drogas. Y muchas mujeres reciben estas condenas al verdadero infierno a pesar de que no hicieran absolutamente nada malo. Esta observación de Bernstein deja una impresión muy fuerte:

“Bajo las leyes de condenas obligatorias, la única manera en que un acusado de un delito de drogas pueda recibir una sentencia reducida es ayudándole a la fiscalía a presentar argumentos contra otras personas. Muchas mujeres que terminan cumpliendo penas por conspiración cayeron en esa situación debido al testimonio del novio o del marido, quien de esa manera recibe una pena reducida para sí mismo. Cuanto menos involucrada esté una mujer, menos información tiene para ofrecer a la fiscalía — y más probabilidad hay de que reciba una condena larga”. [nuestro énfasis]

¿En qué tipo de sistema vivimos si ser inocente de algún delito sirve en realidad para aumentar las probabilidades de ser castigado por ello?

Enjauladas y tratadas peor que a un animal

La violación y el abuso sexual cometidos por los guardias masculinos contra las presas es un fenómeno generalizado en las cárceles de Estados Unidos. Solo en el estado de Nueva York, de 2001 a 2003, 15 presas denunciaron haber sufrido abusos sexuales de parte de los carceleros. De acuerdo con Human Rights Watch, los presuntos abusos incluyeron la agresión sexual, el acoso, “la violación a la fuerza, el coito sexual, el coito anal, actos sexuales orales, toqueteos de una manera sexual, el voyeurismo, la invasión de su intimidad, comentarios sexuales degradantes e intimidación con el fin de disuadir a las presas de denunciar la mala conducta sexual”. [Vea hrw.org/en/news/2007/11/07/proposed-revisions-prison-litigation-reform-act-hearing-house-judiciary-subcommittee, 7 noviembre 2007]

Y eso se refiere solo a las mujeres que tuvieron la valentía de hacerle frente a las posibles represalias brutales de los carceleros, y a enormes obstáculos legales, para alzar la voz.

La Ley de Reforma de Litigios Carcelarios de 1996, firmada por Bill Clinton, estableció ciertos requisitos que los presos (y se aplica únicamente a los y las presos) deben cumplir para poder entablar una demanda. Entre sus disposiciones más escandalosas: 1) los presos deben presentar la queja formal ante el mismo sistema carcelario que les abusó, y deben proseguir con esa queja por toda la tramitación compleja de ese sistema, antes de que el caso se vea en el tribunal; 2) los y las presos que presentan acusaciones de agresión sexual deben mostrar evidencia de alguna herida física.

Eso es simplemente dar licencia a los guardias para violar y abusar a las presas. Mientras tanto, los tribunales se complacen en dejar esto en claro. En 2004, un guardia del correccional Centro Juvenil de Illinois violó a una niña adolescente. Al final el guardia admitió que era culpable; es decir, reconoció que la violó. Más tarde la víctima adolescente entabló una demanda federal. Pero a principios de este año, un juez federal desestimó la demanda con el argumento de que la víctima no había presentado una queja formal ante el sistema penitenciario correspondiente.

Además de las violaciones y abusos sexuales omnipresentes, las presas enfrentan constantemente otras formas de abusos horribles. Uno que más sacude la conciencia es la práctica de ponerles grilletes a las presas embarazadas durante el parto, una práctica legal en más de 40 de los 50 estados. He aquí la experiencia de Shawanna Nelson, de 29 años de edad, a quien se le encadenaron las piernas a una silla de ruedas:

“La Sra. Nelson testificó que los grilletes le impedía mover las piernas, estirar ni cambiar de posición durante la parte más dolorosa de su parto”, el Times escribió. “Ella ofreció evidencia que el encadenamiento le había causado una herida permanente de la cadera, el desgarrón de los músculos del estómago, una hernia umbilical que requirió una operación y la angustia mental extrema” (editorial del New York Times, 14 de octubre de 2009).

El salvajismo del sistema penitenciario de Estados Unidos no perdona ni a los miembros más jóvenes de la sociedad. Las mujeres jóvenes en los reformatorios en el estado de Nueva York, algunas de ellas que tienen solamente 12 años de edad, están sujetas sistemática y rutinariamente a la brutalidad física, la humillación y el abuso sexual por los guardianes masculinos. Además de desnudarlas y registrarlas con frecuencia y ponerles grilletes en las manos, los pies y la cintura, muy a menudo el personal de la prisión las golpea y les hiere severamente. Una de las formas empleadas más comúnmente es el “apoyacabezas bocabajo”, que se usa como castigo para tales “violaciones” como no querer ir a nadar, agitar un peine en el aire o tender la cama incorrectamente.

Mientras está restringida el personal agarra a una chica por la espalda y, en la postura bocabajo, empujan su cabeza y todo el cuerpo al suelo. Luego le jalan los brazos hacia atrás y las sujetan o les esposan. Encontramos que el procedimiento se usa contra niñas tan jóvenes como de 12 años y que frecuentemente resulta en abrasiones en la cara y otras heridas y hasta brazos y piernas fracturados” [énfasis añadido] (Vea HRW, 24 septiembre 2006, hrw.org/en/node/11152/section/3)

En una prisión juvenil cada niño experimenta un promedio de diez de estos apoyacabezas cada año.

No necesitamos la “reforma penitenciaria”… ¡Necesitamos una revolución!

El confinamiento y la brutalidad que las niñas y las mujeres experimentan en las prisiones en Estados Unidos son una concentración particularmente extrema del confinamiento y la brutalidad que viven cada día en nuestra sociedad y alrededor del mundo.

Combine estos hechos, estadísticas y citas en una licuadora mental por un segundo y mézclelos:

1. Más del 37% de las mujeres en las prisiones estatales habían sido violadas antes de ser encarceladas, y más del 57% de las mujeres en las prisiones estatales habían sido abusadas física y sexualmente antes de su encarcelamiento. Ebony V. fue forzada a prostituirse por un hombre que tenía alrededor de 30 años. Una vez en la prisión juvenil, fue violada repetidamente por el personal de la prisión.

“Fue un ambiente muy explotador ahí dentro”, dijo Ebony V. “Yo había estado viviendo mejor que yo vivía en la calle pero yo todavía vivía la vida callejera ahí dentro. El personal todavía me explotaba sexualmente ahí” [énfasis añadido].

Deje resonar esas palabras: “Viviendo mejor que yo vivía en la calle”. Dado todo lo que sufrió Ebony V. en la prisión, ¿qué te dice que su vida fuera de los muros de la mazmorra era aún peor?

2. Las muchachas en los reformatorios juveniles del estado de Nueva York reportaron haber sido llamadas los siguientes nombres por los guardias: Pendeja. Idiota. Matona. Puta. Llorona. Bruja. Estúpida. Ignorante. Nadie. Perezosa.

¿Cuántas mujeres podrías encontrar fuera de los muros de las prisiones que no han sido llamadas al menos uno de estos nombres?

Cuando combinas todo eso, te resulta esto: “Las prisiones de las mujeres reflejan y refuerzan un sistema de capitalismo-imperialismo y una cultura que surge de este sistema, en el cual se trata a las mujeres como si no fueran nada más que propiedad para vigilar: como mercancías literal o figurativamente intercambiadas por el placer y la ganancia de muchos hombres, o como criadores de niños y niñas atadas a la cama y la cocina de un hombre.

¿Es una sorpresa que una sociedad que aprieta las cadenas del parto obligatorio sobre las mujeres continuamente despojándoles del derecho del aborto también les está encadenando a la cama mientras paren?

¿Es algo chocante descubrir el uso del “apoyacabezas bocabajo” en el mismo país donde una mujer es víctima de una golpiza cada 15 segundos?

Les dicen más o menos la misma cosa a las mujeres en nuestra sociedad, encarceladas o no: “Cállense, véanse bonitas y háganse libres y dispuestas sexualmente”. Y si no lo hagas, prepárate para ser golpeada, violada, insultada, humillada y encerrada.

El encarcelamiento en masa de las mujeres también representa el entrecruzamiento de muchas formas diferentes de opresión que están entrelazadas con el capitalismo-imperialismo en Estados Unidos. ¿Es mera coincidencia que grandísimos números desproporcionados de mujeres encarceladas en Estados Unidos son también afroamericanos o latinoestadounidenses, o inmigrantes? No, claro que no. Esta realidad deja ver el almacenamiento combinado de grandes sectores de la sociedad a que han criminalizado y explotado y a los cuales les han negado cualquier futuro de valor en esta sociedad.

Cualquier sistema que sistemáticamente confina, brutaliza, aporrea, humilla y viola a grandes grupos de personas… y luego los mete en jaulas y lo hace todo de nuevo… es un sistema totalmente podrido. No se puede y no se debe reformarlo; hay que abolirlo.

Abolir el capitalismo-imperialismo tomará una revolución. Y las revoluciones que sacudieron el planeta han ocurrido antes.

¡Desencadenar la furia de las mujeres y las y los presas/os!

En las revoluciones comunistas de Rusia (1917) y China (1949) la furia de las mujeres fue desencadenada. Cientos de millones de mujeres que por siglos habían sido regularmente golpeadas, violadas y vendidas como animales, se transformaron en combatientes de primera línea en revoluciones que crearon sociedades socialistas radicalmente nuevas. En estas sociedades las mujeres ganaron el derecho del aborto y el divorcio. Se organizaban campañas contra la violencia doméstica y la prostitución y en esencia estos males fueron eliminados. Los hombres y las mujeres trabajaban juntos bajo la dirección de un partido comunista para producir las necesidades materiales para la vida y se organizó la sociedad para servir al pueblo en vez de explotarlo. Las masas debatían la política, la filosofía y cómo había que organizar la sociedad. En China las mujeres bailaban en balletes revolucionarios y combatían en el ejército revolucionario, lo que reflejaba y aceleraba una transformación monumental en las maneras que se representaba y se veía a las mujeres en la sociedad. (Una discusión más amplia de la experiencia de las mujeres en China se halla en http://revcom.us/a/162/bai_di-es.html).

Poco después de la muerte de Mao Tsetung en 1976, los capitalistas regresaron al poder en China y empezaron a reintroducir todos los horrores de la vieja sociedad. Eso quiere decir que durante los últimos 30 años, no ha habido países auténticamente socialistas en el mundo que sirvan de ejemplo para la manera de organizar la sociedad sobre bases radicalmente diferentes. Hoy, la prostitución en China es endémica al igual que el infanticidio de niñas deliberado y la desvalorización general de las niñas jóvenes y las mujeres.

Pues, desde hace mucho es hora para hacer la revolución de nuevo. Y tenemos la dirección revolucionaria para hacer exactamente eso.

El reto: ¡Chequear la dirección que tenemos, seguirla y prepararse para la revolución!

Bob Avakian, el presidente del Partido Comunista Revolucionario (PCR, Estados Unidos), ha dedicado la vida a hacer la revolución. Ha identificado, analizado y popularizado los grandes adelantos históricos sin precedentes de las revoluciones anteriores para la humanidad y también ha reconocido y bregado con sus puntos débiles secundarios. De manera constante y con enorme riqueza y profundidad, ha tratado importantes acontecimientos en el mundo y las cuestiones ideológicas que los revolucionarios enfrentan en este país. En ese proceso y como resultado de todo esto, ha desarrollado la visión y la estrategia para hacer la revolución aquí misma en Estados Unidos y para liberar a los presos literales y figurativos de todo el planeta.

Si bien las revoluciones del pasado lograron cosas asombrosas, la dirección de Avakian no trata de replicar el pasado. Se trata de avanzar a partir del pasado y hacerlo aún mejor en el futuro: llegando a una sociedad socialista que alienta el debate y la crítica y la batalla de ideas a un nivel mucho más alto de lo que hemos visto antes, como parte de llegar a un planeta comunista libre de toda explotación y opresión.

Y conozcan esto: no podemos hacer ni haremos la revolución y emancipar a la humanidad a menos las mujeres estén completamente liberadas de las cadenas de la misoginia y el patriarcado y que su furia y creatividad estén totalmente desencadenadas como una fuerza para la revolución. Avakian lo ha puesto así:

“En muchos sentidos, y particularmente para los hombres, la cuestión de la mujer y el querer eliminar por completo (o preservar) las relaciones de propiedad y sociales existentes, con su correspondiente ideología, que esclavizan a la mujer (o quizá ‘solo un poquito de ella’) es un criterio de prueba entre los mismos oprimidos. Es una línea divisoria entre ‘querer ser parte’ o realmente ‘querer zafarse’: entre luchar por acabar con toda la opresión y explotación —y la mismísima división de la sociedad en clases— o por conseguir una tajada en última instancia”. [énfasis en el original] (Vea ¿Un fin horroroso, o un fin al horror?, RCP Publications, 1986.]

Y así que de acuerdo al espíritu de las palabras de Avakian, déjanos concluir con una pregunta y un reto, no exclusiva pero especialmente a los hombres: ¿Qué papel desempeñarás ? ¿Serás el guardia carcelario de mujeres? ¿Pondrás y apretarás los grilletes sobre la mitad de la humanidad aun cuando busques quitarse encima los tuyos?

¿O lucharás para romper y zafarse para siempre de las relaciones opresivas que atan a las mujeres como parte de emancipar a toda la humanidad?

¿Atreverás a soñar y a luchar por una revolución verdadera y total?

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