Revolución #214, 24 de octubre de 2010


¡A DAR TESTIMONIO!
A Dar Testimonio recibió lo siguiente: Con una rebanada del sueño americano pero atrapadas en la red policial

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Tenía 22 años y muchas esperanzas sobre el futuro. Recién graduada de la Universidad Howard y con NY Teaching Fellows, matriculada en City College, creí que el mejor lugar para comenzar la vida como adulto fue Harlem, lleno de trenes exprés y autobuses que cruzaban Manhattan para llevarme volando a las clases de posgrado y a lugares de recreo rápidamente y con estilo. De hecho, solía cantar el jingle “Moving on Up” [Subiendo en la sociedad] de los Jeffersons de la tele, tal canción fue la cima de lirismo de la asimilación negra, mientras me mudaba a Harlem, poco después de Bill Clinton, a uno de los primeros apartamentos “lujosos” renovados de la Calle 129 y el Bulevar Malcolm X (o Avenida Lenox). Tacones y entrada sin llave, vestíbulo de mármol falso con una araña de luces y un portero sonriente fueron un buen contrapeso al trabajo duro durante el día como una maestra de alfabetización para estudiantes de educación especial en el Bronx.

Una noche de agosto de 2002, la víspera de los Premios de MTV, nos invitaron a una “fiesta de la industria” pero por supuesto con la salvedad [o cuadriga] de Cenicientas de “gratis antes de medianoche”. Nos pusimos elegantes y estábamos muy entusiasmadas. Empacamos las bolsitas con lápiz labial, perfume e identificación. Sin embargo, con el fin de no dejar comida para los ratones y a pesar de que nos apurábamos, insistí en llevar la basura a la acera antes de que nos fuéramos. Dado que fue un edificio “nuevo”, no instalaron su propio bote de basura, así que tenía que llevar la basura al bote en la esquina de la 129 y Lenox. La amiga se dio cuenta de que había dejado el celular y regresó al apartamento, y la esperé en la esquina. Pronto volvió y caminamos por Lenox. Lucimos bonitas y olimos frescas. Platicamos de cosas típicas de las veintiañeras, así como de nuestras metas a largo plazo como educadoras. Mientras charlábamos, de repente nos asustó algo que no esperábamos, algo muy espantoso para dos muchachas a las 10:37 pm en un Harlem con menos crimen y ligeramente gentrificado. En la Calle 127, una furgoneta azul sin marcas subió a la acera y paró ante nosotros, bloqueándonos el camino.

Huelga decir que nos espantaron, confundieron y asustaron. No podíamos ver quién estaba dentro de la furgoneta ni porque conducían de modo tan errático. ¿Eran gángsteres, secuestradores, proxenetas? No lo sabíamos. Se empezaron a abrir las puertas y vimos a por lo menos cuatro hombres adentro. Hombres de ropa oscura en una furgoneta oscura con ventanas oscuras, mientras caminábamos en calles oscuras hacia un centro nocturno. ¡Vaya! ¿Qué iba a decirle a mi madre? ¿Qué iba a decir a mi programa de posgrado, a mis estudiantes, a mis amigos, etc.?

¿Iba a terminarme la vida a manos de esos hombres?

“Necesitamos ver su identificación. Salieron ustedes de un edificio conocido por sospechosa actividad de drogas”. Pues las cosas se complican. Vimos sus computadoras pequeñas, radios portátiles y pechos abultados de chalecos antibalas. “¿Son ustedes del Departamento de Policía de Nueva York?” “Sí, y muéstrenos identificación”. “Pero ¿por qué, oficiales? No estábamos haciendo nada de malo”. Para entonces mi amiga estaba enojándose mucho. “No tengo que hacer nada. ¿Para qué? ¿Por qué? No me pueden obligar. Mi primo es un policía. ¿De cuál comisaría son? Voy a llamar a mi primo. No doy crédito. Simplemente porque unos blancos se mudan acá, de repente pueden pararme al azar ¿Para qué? ¿Qué hice? ¿Les doy mi identificación y entran mi nombre en el sistema? ¿Queda en el sistema mi nombre? Voy a llamar”. “Señorita, usted puede hacer esto de manera fácil o difícil. Si no nos da su identificación ahora, la vamos a llevar a la comisaría y le va a durar mucho más”. “Las vimos a ustedes haciendo algo sospechoso. Salió usted, regresó, y usted esperó en la esquina. Este edificio se conoce por las drogas. Por favor muéstrenos identificación”. “Pero señor, soy una maestra. Es un edificio nuevo. Soy la primera inquilina. Este edificio estaba abandonado por diez años. No es posible que haya actividad de drogas, ya que soy la única inquilina. Ella regresó al edificio por su celular. No hicimos nada de malo. Somos estudiantes de posgrado”.

Durante todo el intercambio, estábamos empapándonos en la lluvia fría mientras ellos estaban dentro de la furgoneta, calientitos y secos. Armados con cuotas e intimidación, tenían todo el poder y nosotros nos desbordábamos de angustia. Nos hervía la sangre pero ellos tan imperturbables y fríos. Estábamos en una crisis mientras ellos simplemente “hacían su trabajo”.

Completamente frustrada y harta de estar bajo la lluvia, les di mi identificación. Quería subir a un tren e irme, a cualquier parte, tal vez ni siquiera al centro nocturno. Me sentí violada y a pesar de mi educación, no podía navegar ese laberinto de mentiras legales.

Mi amiga todavía estaba en un punto muerto auto-impuesto. Se negó a presentar identificación y se negó a entrar en la furgoneta. Ambas opciones parecían inaceptables así que nos quedamos bajo la lluvia mientras ella se puso más enojada. Quizás con el fin de dividir para conquistar, la policía me dijo a mí que tenía “la libertad de irse”. No obstante, yo no iba a dejar a mi amiga en ese aprieto. Después de unos cinco minutos de esperar en vano que sea contestada su ráfaga enfurecida de llamadas telefónicas, abandonó toda esperanza de ganar esta Revolución Norteamericana y les dio su identificación. Tras unos tres minutos de capturar y analizar su nombre en el “sistema”, le dijeron “tiene libertad de irse”.

“Libre”. Una palabra muy utilizada respecto a lo bello de estar en Estados Unidos y de ser estadounidense. Muchas de las marcas más respetadas usan la noción de “Estados Unidos, la tierra del libre y el hogar del valiente” en su estrategia de marca para evocar nociones del patriotismo por el “gran Estados Unidos” y por su marca por defecto. AmWay (La Vida Americana), American Eagle, American Express, Bank of America, American Apparel, etc. para mencionar unos pocos. Sí, tienes la libertad de gastar el dinero para ropa, ahorrar el dinero en un banco o ver películas como Día de la Independencia. Pero existen otras “libertades” más fundamentales que se están erosionando o violando a diario. Desafortunadamente, a pesar de que soy una maestra e investigadora con títulos y honores, no honraron mi “libertad”. Como declaró Martin Luther King en su charla que a menudo se idealiza, “Yo tengo un sueño”:

“...es obvio hoy que Estados Unidos ha incumplido este pagaré en lo que concierne a sus ciudadanos de color. En lugar de honrar esta sagrada obligación, Estados Unidos le ha dado a la gente negra un cheque malo; un cheque que ha rebotado con el sello ‘fondos insuficientes’”.

Tal vez mi aventura de 2002 fuera un sobregiro “de la libertad” y lo de presentar mi identificación fuera la multa. Pero sospecho que después de ocho años ese incidente sigue formándome como maestra de enseñanza primaria, sin temer discutir asuntos de justicia social con los estudiantes jóvenes en las zonas urbanas ni de crear respuestas al status quo artísticas pero a la vez políticas y poderosas.

Cuéntenos su historia sobre el maltrato policial

Cuéntenos su historia si la policía…

  • te ha hostigado en la escuela
  • te ha perseguido en la calle
  • te ha hecho proposiciones o acosado sexualmente de cualquier manera
  • …o has estado sujeto al perfil racial, amenazas, disparos con una pistola eléctrica Taser o brutalidad de la policía o si esto le ha pasado a cualquier miembro de tu familia...

Cuéntenos su historia. 

E-mail: rcppubs@hotmail.com

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Chicago, IL 60654-0486

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