Coney Island, Brooklyn

4 de noviembre de 2012 | Periódico Revolución | revcom.us

 

31 de octubre de 2012. Los caminos hacia Coney Island estaban bordeados de árboles caídos, una escena que se volvía más dramático cuánto más acercamos a Coney Island. Es un vecindario variado pero principalmente muy empobrecido -- a una cuadra del paseo marítimo, líneas de multifamiliares se ciernan sobre casitas viejas convertidas en casas de varios apartamentos. Gran parte de la población consta de negros y latinos, mezclados con una cantidad de inmigrantes rusos, “e incluso chinos” dijo un residente de vivienda pública en el vecindario.

Tras leer el llamado en el periódico Revolución para que los lectores enviaran informes, nosotros dos nos enteramos de un área en Coney Island donde hubo saqueo, y según un informe las calles estaban llenas de personas y policías. La tormenta impactó gravemente esta área pero no había muchas noticias, así que nos dirigimos por allí. Conducimos un poco antes de bajar del carro para chequear el terreno -- un puesto de mando de alto tecnología de la policía de Nueva York con casi 100 policías en el aparcamiento del Rent-A-Center (uno de esos negocios que explotan despiadadamente a las personas pobres, alquilándoles muebles y televisiones con tasas de interés extorsionistas). Continuando por la calle principal, vimos al menos un par de policías en cada esquina vigilando los transeúntes. Las calles estaban llenas de personas abrigadas por el frío, los pies enlodados, esperando el autobús o caminando el buen trecho hasta el supermercado.

La primera cosa clara tras bajar del carro: la gente quería hablar. Aunque al principio algunas personas estaban cautelosas respecto a hablar con periodistas, una vez que vieron la portada del periódico Revolución y empezaron a captar nuestro punto de vista, se abrieron y se sinceraron -- hablando con amargura, enojo y frustración de cómo se les habían tratado, y hasta con desesperación de lo que faltaban … las condiciones bajo las cuales son obligadas a vivir. Una persona de nuestro equipo describió a uno de los jóvenes con quien hablamos como una persona “con una furia callada”.

Al mismo tiempo, había jocosidad a pesar de las dificultades … uno tomando el pelo al otro, y a nosotros. E incluso alegría y orgullo por las maneras en que las personas se unían y se ayudaban entre sí.

Fue muy obvio que ellos se enfrentan a una situación que constituye una amenaza para la vida. No existe el agua corriente, la electricidad ni la calefacción durante los días y noches cada vez más fríos. Las aguas de la inundación destruyeron los medicamentos. Y si no tienes dinero cuando se te acaben las provisiones, nadie te va a acudir en tu ayuda. Unas personas nos dijeron que querían parar y hablar pero tenían demasiado hambre y sed y querían ver si algo quedaba en la tienda, la cual se ubicaba al menos una milla de nosotros. Un hombre negro alto de cerca de 30 años se detuvo para hablar con un amigo que estaba hablando con nosotros para decir que no tenía más remedio que vender su nuevo celular para conseguir alimentos y agua para sus hijos hambrientos. Las necesidades principales son alimentos, agua, medicina, calefacción y transporte.

Nos quedamos un rato frente a uno de los multifamiliares escuchando a un grupo de muchas personas, en su mayor parte mujeres. Gloria, una mujer negra en sus cuarentas, tenía mucho espíritu y fuego. Insistió en que notáramos que el alcalde Bloomberg era un cabrón, y ella quería saber si podía ir a la casa de él para darse un puto baño. Las personas se rieron fuerte y amargamente. Hablaron de recién nacidos en edificios muy fríos, y de personas con respiradores e incluso máquinas para los riñones en el apartamento pero sin electricidad.

Se hicieron informes diferentes sobre el tiempo de antelación de la advertencia que recibieron las personas para irse. Y por lo general, no querían ir a un refugio. Las personas aquí tienen bastante experiencia con los servicios sociales para saber que cuando el sistema te tiene en sus manos, te puede enajenar y deshumanizar. Una mujer dijo que no quería volver a la casa llevando chinches, y un hombre expresó miedo de que sus hijas pudieran ser molestadas. Aquellos que sí oyeron la advertencia oyeron esto: “Les decimos a ustedes que váyanse ahora, pero si se quedan no recibirán ninguna ayuda”. (Y fíjate, la advertencia se dio solamente en inglés en un edificio con muchas lenguas. Es más, en el edificio había un número de personas mayores confinadas a su hogar.) Un hombre mayor en un grupo en la calle dijo que hubo muy pocas advertencias, y lo comparó con cuando llegan los políticos en el vecindario con altoparlantes resonando -- mucho más fuerte que la advertencia sobre la tormenta.

Un contraste agudo: Una mujer, Veronica, describió su temor cuando padeció dos ataques de asma el lunes por la noche en la oscuridad total y sin ningunos paramédicos, sin servicio para su celular y sin nadie a que pedir ayuda. Ella podía resistir, pero estaba pensando de las personas aún más enfermas que ella … ningunos funcionarios de la ciudad o del departamento de viviendas acudieron a chequear a nadie. Las personas se hallaban totalmente varadas. Por contraste, tan pronto como unas tiendas y propiedades fueron perjudicadas, la policía llegó inmediatamente. “¿Qué clase de sistema es este?”, preguntó Veronica.

A casi nadie con quien hablamos le gustó la presencia de la policía, la que infunde un miedo callado a la mayoría de los residentes. Un joven negro en sus veintes que nos habló un rato dijo, “Si no estaban protegiendo todas esas tiendas, estarían parando y registrando a todos nosotros”. Otro dijo, “Los policías están incrementando sus cuotas, golpeando y dando empujones a las personas”.

Robert, un hombre que se expresa muy claramente y que pasó 14 años en prisión, dijo que anoche armaron en cada esquina unas luces muy poderosas y unos policías. Dijo que trataban a los residentes agresivamente y duro y generaban un terrible sentimiento negativo en las calles. Dijo que esos mismos policías atrapan con regularidad a los jóvenes con la venta de drogas. Un tira daría $20 a un joven, pidiéndole que le hiciera un favor y llevar el dinero a otro tipo y volver con las drogas. Que el joven recibirá algo por hacerlo. Robert dijo que meten ese dinero en las manos de estos muchachos, los que están pelados. “¿Cómo van a decir que no?” Pero luego, otro tira lo arresta. “Eso constituye la inducción, sin duda, pero la hacen todo el tiempo”. Dijo que en cuanto a él mismo, ha estado fuera de la cárcel por un tiempo pero no puede encontrar trabajo, y confronta la discriminación por todos lados.

Muchas personas hablaron de lo que pasó el día antes. Un joven nos dijo que “ya teníamos dificultades suficientes, y de un día para el otro las cosas se empeoraron mucho”. Dijo que “todo el mundo estaba en la calle -- debía de ser un verdadero problema y una situación desesperada si los mayores lo hacían también”. Las personas estaban consiguiendo lo que necesitaban -- Pampers [pañales desechables], pañuelos de papel, medicamentos de la farmacia, agua, alimentos. “Así vivimos ahora”. Un hombre mayor explicó que algunos tenderos trataban de ayudar a la gente, regalando las cosas perecederas, alimentos y otras cosas que la gente necesitaba. Otras tiendas se cerraban con barricadas -- “y recibieron lo que merecían”.

Y luego esa noche, las patrullas pasaron por el vecindario anunciando por altavoces que constituía un delito menor de Clase A estar afuera después de las 10:00 pm.

Visitamos un viejo taller de reparos. Tres hombres negros de mediana edad estaban afuera, reparando dos generadores portátiles empapados. Les pregunté sobre la tormenta y la respuesta de la ciudad. Expresaron lo que hemos oído repetidas veces: Ninguna ayuda de las autoridades; la gente necesita agua, alimentos, otros suministros; pero nada de eso. Uno de ellos dice que las personas hacen lo que puedan para ayudar la una a la otra. Otro dice que algunos se apoyan mientras otros no, pero nosotros vigilamos el uno al otro -- consiguiendo agua para algunos, preparando el desayuno para otros.

Uno de ellos me mira y dice con fuerza, “Puede que haya mucha delincuencia en este vecindario, pero aun así es una comunidad”. Le pregunto sobre los generadores que él repara. “Pensamos usarlos para ayudar a la gente”. ¿Cómo? “Cualquier cosa que podamos hacer. Cargar los celulares. Encender la luz. Ayudar a los que tienen tanques de oxígeno”. ¿La situación está así de grave? Sí. Entonces añade, “La gente confiaba en mí y en estos generadores para las barbacoas y las fiestas de cumpleaños. Ahora me pueden confiar en una emergencia. Así somos nosotros”.

Otro me dice, venga conmigo al otro lado de la calle. Déjame llevarles a ustedes dentro del edificio para que vea lo la gente padece. Hay unos 13 pisos. Hay una gruesa capa de lodo en la planta baja. Dice, “Si la ciudad llegara con equipo para limpiar, habría muchas personas para ayudar”. Luego nos lleva más adentro y nos muestra una escalera que las personas tienen que subir. Estaba a oscuras y las escaleras de hormigón estaban mojadas. Dice, “Escuchen, unas personas están bajando”. Y sí las oímos. Alumbran las escaleras con celulares, linternas pequeñitas y en algunos casos sin ninguna luz. Es muy peligroso, en especial por las personas mayores.

Afuera nos dimos cuenta de que la gente había abierto uno de los hidrantes. Aunque no estaba potable esa agua, las personas llenaban cubos de 20 kilos de agua y los cargaban arriba por las escaleras para que ellas y otras tuvieran agua. Esa agua era la única agua disponible.

Unas personas sugirieron que visitáramos una tienda a unas cuadras de distancia, donde el tendero estaba regalando alimentos. Eso nos llevó más cerca del océano y vimos que la arena derramaba sobre las escaleras que daban al paseo marítimo, bombas estaban quitando el agua de la planta baja de una escuela secundaria, y lodo gris y arenoso se extendía y cubría todo.

La escena frente a esta tienda estaba verdaderamente festiva. Varias docenas de personas entraron y salieron limpiando y sacando desperdicios. Un tipo nos dijo que vivía en el vecindario y quería ayudar, que iba por más herramientas. Otro tipo, llamado Mano, dijo que había vivido en el vecindario durante 40 años y quería ayudar a su tendero favorito. Dijo que todos en el vecindario se sentían iguales y añadió orgullosamente que estaban allí ayudando personas de por lo menos tres edificios de los multifamiliares.

Un palestino es dueño de la tienda junto con su hermano. Su padre lo abrió en los 1980s. Dijo que trata de ayudar a la gente del vecindario todo lo que pueda, pero que ahora son ellos que le están ayudando a él. La tienda repartió alimentos gratis durante la mañana e iba a repartir más luego ese día. Dijo que el domingo, cuando las personas tenían que preparar y abastecerse, él rebajó los precios para ayudarlas, o les dejó pagar lo que pudiera.

Le pregunté por qué hizo eso y dijo que su padre le enseño desde que era un niño que “el dinero viene y sale, pero el carácter y el respeto… esos duran toda la vida”. Añadió que “eso de ser mezquino o ser generoso, uno no nace así, sino que le son enseñados a uno”. Durante nuestra conversación, todo el mundo estaba abrazándolo o dándole palmaditas en la espalda y diciéndome, “Este es un hombre amable”, “Este hombre es como mi hermano”, “Crecimos juntos”. Un hombre dijo sonriendo, y cubierto de lodo como resultado de participar en la limpieza, “Esta es mi tienda favorita de todo el mundo, no sólo de este vecindario, sino de todo el mundo”.

Hablamos de lo inspirador que era todo esto, y de qué revela de las aspiraciones de mucha gente para unirse durante este tipo de situación, y lo buena que sería si tuviéramos un sistema que fomentara esto en lugar de dividir a la gente por la fuerza. Él estaba de acuerdo que este sistema hace que las personas se confronten la una a la otra. En respuesta a lo que yo había dicho en breve sobre las posibilidades de una revolución, él respondió con una sonrisa cansada, “Ojalá”.

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