Abril de 1965: La invasión estadounidense a la República Dominicana y el heroísmo del pueblo dominicano

28 de abril de 2015 | Periódico Revolución | revcom.us

 

Este martes, el 28 de abril, es el 50 aniversario de una lucha de gran importancia. Ese día en 1965, una compleja serie de eventos culminó en un levantamiento armado en la pequeña nación caribeña de la República Dominicana. El foco inmediato del levantamiento fue una dictadura respaldada por Estados Unidos, pero en un sentido más general era parte de una oleada creciente de diferentes fuerzas que en esa época desafiaban el poder imperial estadounidense en todo el mundo, incluso en lo que a Estados Unidos le gusta llamar su “patio trasero”. Por esa razón, Estados Unidos no tardó en enviar una fuerza militar arrolladora para sofocar la rebelión. 

A pesar de la enorme desproporción en poderío entre Estados Unidos —en ese tiempo, así como actualmente, el país más poderoso del mundo— y los miles de rebeldes organizados y armados apresuradamente en la República Dominicana, Estados Unidos tardó varios días en siquiera tomar la capital de Santo Domingo, y varios meses más para derrotar la insurgencia por completo. Y, de mayor importancia, la invasión estadounidense evidenció la naturaleza imperialista brutal de Estados Unidos aún más ante la gente del mundo y del propio país yanqui, y de esa manera ayudó a alimentar las llamas de revolución que ardían por todo el mundo, incluido dentro de Estados Unidos, durante gran parte de la década siguiente.

Los antecedentes: Rafael Trujillo y el reino del terror de 30 años auspiciado por Estados Unidos

1965 no era la primera invasión estadounidense de la República Dominicana; de hecho, fue la cuarta invasión. En 1916 Estados Unidos invadió al país y lo ocupó durante ocho años. Durante ese tiempo, Estados Unidos creó la Policía Nacional para ser la fuerza sobre el terreno que lo asegurara para Estados Unidos y mantuviera abajo a las masas. Poco después del fin de la ocupación, la Policía Nacional ayudó a llevar al poder a Rafael Trujillo.

Trujillo (conocido como “El Jefe” entre otras cosas) gobernó de 1930 a 1961, y su dictadura era feroz.  Una extensa red de espías mantenía al país en el terror absoluto; una crítica de la más ligera, dicha de improviso a un vecino, podía causar que le zamparan en una de las cámaras de tortura del régimen, donde golpeaban, les daban descargas eléctricas, ahogaban, desmembraban y atormentaban de otras formas a las personas antes de ponerles en libertad, ejecutarlas o tirarlas a los tiburones. Las mujeres eran frecuentes víctimas de la violación a manos del “Jefe”, pues la alternativa sería la tortura o la muerte para ellas mismas y tal vez para sus familias. Se calcula que 50.000 personas murieron de esa manera durante la era de Trujillo, en un país donde la población total no llegaba a los cinco millones.

Uno de los mayores crímenes de Trujillo ocurrió en 1937. Aproximadamente el 25 por ciento de la población eran trabajadores inmigrantes haitianos, en particular en los campos de caña, o dominicanos de ascendencia haitiana. Durante seis días en octubre de 1937, el ejército de Trujillo fue desatado para atacar a los haitianos en la parte occidental del país; durante esa semana mataron a machetazos a de 17.000 a 35.000 haitianos.

Muchas veces los reaccionarios afirman que Trujillo, aunque era un “hombre fuerte” que cometió algunos “excesos”, en realidad ayudó a que creciera la economía e hizo subir el nivel de vida de la población. Sin embargo, hasta Leatherneck.com, un sitio web asociado con el Cuerpo de Infantería de la Marina de Estados Unidos, observa que al final del reinado de Trujillo: “Muchos dominicanos estaban muriéndose de hambre y no tenían trabajo. En el campo, las condiciones eran tan pésimas que algunas muchachas se vendían como esclavas”.

Durante todo ese tiempo Trujillo gozaba del apoyo total de Estados Unidos, y de la Iglesia Católica, que tenía una riqueza y poder enormes, y tenía influencia entre las masas. Pero la revolución cubana de 1959, contra un dictador pro-estadounidense similar, llevó a que Estados Unidos viera en Trujillo una carga: no porque de la noche a la mañana a Estados Unidos le llegara a importar un comino el sufrimiento del pueblo dominicano, pero porque un régimen tan abiertamente brutal y gangsteril era vulnerable a golpes de estado y revoluciones, y por lo tanto podría darle una apertura para que fuerzas radicales y revolucionarias, hostiles a la dominación estadounidense, llegaran al poder.

Se trataba de una época en que las luchas revolucionarias brotaban por todo el mundo, de Vietnam a Argelia a Mozambique, una época en que importantes rebeliones y protestas estallaban en los guetos y las universidades de Estados Unidos. En todo eso la influencia de la China revolucionaria tuvo un gran impacto. Estados Unidos consideraba que la brutalidad al estilo Trujillo estaba tan patente ante todo el mundo y demasiado precaria para resistir los vientos de cambio radical que se arremolinaban y que podrían servir de una puerta rota en la verja a través de la cual una verdadera revolución pudiera invadir su patio trasero. Al mismo tiempo, el capitalismo se había restaurado en la Unión Soviética, antes socialista, y los nuevos gobernantes capitalistas buscaban aperturas también, fisuras y debilidades en los países dominados por Estados Unidos por las cuales podían proyectar sus propios intereses capitalistas en el escenario mundial. Los soviéticos habían hecho eso con la revolución cubana, proyectando su poder en el mar Caribe que Washington considera un "lago estadounidense". Estados Unidos no quería ofrecerles otra apertura similar.

Así que Estados Unidos se volvió en contra de Trujillo y empezó a buscar en secreto algún reemplazo, igual de “conservador” pero más pulido y más astuto.  La Iglesia dirigió a los curas a predicar en contra de Trujillo. Cuando éste organizó un atentado contra el presidente de Venezuela (quien le había criticado mucho en público), Washington decidió acelerar las cosas; la CIA suministró armas a unas fuerzas al interior del ejército dominicano y les dieron autorización para asesinar a Trujillo, acto que se cometió el 31 de mayo de 1961.

Golpes de estado y contragolpes, resistencia y revolución

5 Stops

El asesinato de Trujillo inició un período de intenso tumulto político que duró muchos años, caracterizado por varias juntas de gobierno, protestas masivas y huelgas. En 1962 se celebraron elecciones que dieron la victoria a Juan Bosch, un reformista social-democrático que era tanto antitrujullista como anti-comunista. Las reformas de Bosch eran muy modestas, pero suficientes para enfurecer a la reaccionaria clase dominante dominicana, incluidos las fuerzas militares, los grandes terratenientes y la Iglesia Católica. Después de siete meses en el cargo, Bosch fue derrocado en un golpe de estado militar y se exilió.

Un triunvirato integrado por las viejas fuerzas trujillistas tomó el poder y desató una nueva oleada de represión. Pero ya para ese tiempo el propio ejército estaba dividido, y un sector más joven de oficiales subalternos apoyaba el regreso de Bosch. El 24 de abril, esos subalternos hicieron un golpe de estado sin derramamiento de sangre, y el 25 de abril nombraron como presidente a un ex miembro de la administración de Bosch (Rafael Molina Ureña). También tomaron control de la emisora oficial, la cual empezó a transmitir programas de apoyo al golpe de estado pro-Bosch. (Estas fuerzas se conocen como los “constitucionalistas”).

Las fuerzas dominantes del ejército (conocidas como el bando “leal”), respaldadas por Estados Unidos y la mayoría de la clase dominante dominicana, respondieron con extrema violencia; desde aviones bombardearon el palacio presidencial (ahora en manos de los rebeldes) y lo atacaron con tanques, además de atacar la emisora.

Una vez más las mismas fuerzas oscuras, los mismos torturadores del pueblo, recorrían el país desenfrenadas; eso fue intolerable para las masas y miles salieron a las calles para oponerse a los “leales”. Había que jugársela el todo por el todo, y los oficiales rebeldes abrieron los arsenales a las masas, lo que aumentó enormemente sus fuerzas combatientes. Las fuerzas rebeldes tomaron control de gran parte de la capital, y ocuparon una posición clave en el puente Duarte que ligó el sector oriental de la ciudad con el occidental. El 27 de abril, las fuerzas “leales" del ejército lanzaron un ataque contra el puente Duarte, pero éste fue rechazado por los rebeldes que, en palabras de los del bando “leal”, “pelearon como toros acorralados”.

“La rápida escalada desde un golpe de estado no imprevisto hasta una guerra civil totalmente imprevista" (Leatherneck.com) llevó a un cambio dramático en el papel de Estados Unidos, que hasta ese punto había tratado de quedar en el fondo interviniendo por medio de intermediarios y operativos. A diferencia de unos años atrás, cuando Estados Unidos había asesinado a Trujillo con la esperanza de prevenir la revolución, ahora, frente a un levantamiento armado popular concreto que amenazaba con tomar control de todo el país, Estados Unidos volcó todo su peso en apoyar a las fuerzas trujillistas con el objetivo de aplastar a las masas.

En unos cuantos días, se había cundido el pánico en Washington. El presidente Lyndon Baines Johnson hizo el llamado a que “el mejor general del Pentágono” asumiera el mando; Johnson envió a la Infantería de la Marina el 27 de abril, y el 28 de abril a la División Aerotransportada 82, la unidad elite de contrainsurgencia del Ejército de Estados Unidos. (Apenas dos años después, esa División 82 marcharía sobre la ciudad de Detroit en Estados Unidos para sofocar una rebelión de las masas ahí; 43 personas serían asesinadas, muchas ejecutadas a sangre fría, en la represión de esa revuelta.) Diez días más tarde, 23.000 soldados estadounidenses estaban en la República Dominicana.

Tan pronto como Estados Unidos comenzó sus acciones, las fuerzas civiles más burguesas y muchos oficiales militares superiores de los rebeldes (pero no todos) empezaron a desertar. El 27 de abril, Ureña renunció, y con el paso de los días las fuerzas rebeldes se integraban cada vez más de masas desorganizadas, complementadas por soldados rasos y oficiales menores, en lugar de a la inversa. 

Los revolucionarios que se guiaban por la China revolucionaria de Mao Zedong se agruparon en ese tiempo en el Movimiento Popular Dominicano (MPD). Esas fuerzas eran jóvenes y sin experiencia, pero entraron entusiastas en la refriega junto con otros jóvenes radicales, e hicieron lo mejor que podían para armar y organizar a las masas en medio de la lucha. De acuerdo a las fuentes militares pro-estadounidenses, esos revolucionarios eran los principales líderes entre las masas.

El 30 de abril, la División Aerotransportada 82 atacó a las fuerzas rebeldes en el puente Duarte, en una batalla que “Leatherneck.com” describe como “peligrosa… [realizada] bajo el fuego de francotiradores y armas automáticas”. Las masas, recién armadas y organizadas, combatieron con gran heroísmo, pero se enfrentaban al ejército estadounidense, el cual no solo se apoderó del puente, sino que después estableció un cordón que atrapó al 80 por ciento de las fuerzas rebeldes dentro de la capital.  Al mismo tiempo, Estados Unidos envió a una gran cantidad de fuerzas para pacificar las zonas rurales donde vivía la mayoría de los dominicanos, a pesar del hecho de que esas zonas todavía no participaban en el levantamiento.

Tras todo eso, el nuncio apostólico de la Iglesia Católica organizó un cese de fuego, y comenzaron unas negociaciones entre los líderes militares rebeldes, el bando “leal” y Estados Unidos, lo que hizo que adicionales fuerzas del “núcleo blando” se alejaran del levantamiento popular. Sin embargo, los rebeldes seguían en control de la emisora y la usaron para agitar a las masas, y las fuerzas “leales” también se disminuían y se desintegraban. Las fuerzas rebeldes continuaron con una resistencia de bajo nivel y el 15 de junio lanzaron una ofensiva sostenida contra las fuerzas yanquis que duró dos días. El país no fue pacificado por completo hasta septiembre. La guerra dejó un saldo de unos 4.000 dominicanos muertos, la mayoría civiles, y 44 soldados estadounidenses muertos.

Para junio, Estados Unidos tenía suficiente control para montar unas elecciones amañadas que llevó al poder a Joaquín Balaguer, un simpatizante a ultranzas de Trujillo; Balaguer era la figura política dominante en la República Dominicana hasta 2000. Se desató una nueva ola de terror contra los revolucionarios. En 1970 se calculó que en promedio, una persona fue “desaparecida” cada 34 horas.  La cruel explotación de las masas dominicanas volvió a ser la norma, en las cañaverales, las maquiladoras de propiedad extranjera en las ciudades, y las nuevas “zonas libres de impuestos” de bajos salarios anunciadas como “el sueño del inversionista”. Según la visión imperialista yanqui, se había restablecido el “orden”.

Pero, al mirar la situación en su dimensión histórica, con todos sus contratiempos y vicisitudes, Estados Unidos y las demás potencias imperialistas nunca han podido “estabilizar” su dominación sobre las personas y el planeta, ni en la República Dominicana (que ha presenciado importantes estallidos de rebelión desde 1965) ni en el mundo en su conjunto. Ahora, mientras el imperio estadounidense es cada vez más odiado por las masas, azotado por varias fuerzas y tiene dificultades en mantener todo a raya hasta adentro de Estados Unidos, cabe volver a echar una mirada a la primavera audaz y sangrienta de 1965 en la República Dominicana, para captar más a fondo la naturaleza brutal del sistema al cual nos oponemos, y además para valorar y avanzar sobre la base de lo que fue sacado a la luz sobre el potencial de las masas oprimidas de levantarse cuando las fisuras en el orden existente les presenten una apertura, y la responsabilidad que eso nos plantea para dar una dirección revolucionaria capaz de triunfar.

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