Niños desesperados viajan 3.000 kilómetros en busca de seguridad:

Ahora se encuentran con un nuevo terror: la policía de "Seguridad" Nacional

Actualizado 17 de enero de 2016 | Periódico Revolución | revcom.us

 

Bob Avakian, "¿Por qué viene gente de todo el mundo?"

Corto de Revolución: Por qué es necesaria, por qué es posible, qué es, una charla filmada de Bob Avakian, 2003 en Estados Unidos. Aprenda más sobre Bob Avakian aquí.

El 23 de diciembre el gobierno de Obama anunció que el Departamento de Seguridad Nacional lanzará una ola de redadas armadas en cientos o quizás miles de hogares de todo Estados Unidos a partir de este mes de enero. El Washington Post informó: “Detendrán a adultos y niños dondequiera que los encuentren y los deportarán inmediatamente”.

El blanco de estos ataques serán los padres y sus hijos quienes en 2014 huyeron para salvarse la vida por la violencia infernal, así como la pobreza extrema, en sus países de origen en Centroamérica: Honduras, El Salvador y Guatemala. En muchos casos, las pandillas armadas o la policía ya habían violado, asesinado, secuestrado, torturado o desaparecido a un hijo, un hermano o una hija.

La violencia era tan aterradora que algunos ni siquiera se atrevieron a ir a casa para recoger sus identificaciones o fotos familiares. Se echaron a huir con sus hijos, un poco de dinero, la ropa que llevaban puesta. Muchos de los que no pudieron huirse ellos mismos enviaron a sus hijos adolescentes por su cuenta. Se emprendieron el peligroso viaje de 3.000 kilómetros a través de México, donde miles serían violadas o robados por pandillas o la policía, y cientos morirían en un viaje que podría durar semanas o meses. Viajaron encima de los trenes, caminaron por la selva y el desierto, vivieron con miedo cada minuto de cada día.

Arriba: Niños migrantes, detenidos al tratar de cruzar la frontera, durmiendo en el piso de una celda de detención en Brownsville, Texas, junio de 2014. Foto AP

El fin de semana del Año Nuevo, el Departamento de Seguridad de la Patria llevó a cabo la primera oleada de redadas armadas en busca de refugiados centroamericanos, allanando casas en Georgia, Carolina del Norte y Texas, y llevando bajo custodia a 121 mujeres y niños. A los detenidos los transportaron a centros de detención cerca de la frontera con México, donde los procesan antes de forzarlos a regresar a la violencia y el peligro en los países de que huyeron. Las acciones de los agentes de inmigración son totalmente ilegales. Sin órdenes de arresto, irrumpieron en las casas de los migrantes, tras mentir sobre el motivo de la visita y amenazar con arrestar a los presentes si no les abrieran la puerta. Una vez adentro, se llevaron a cualquier persona que no les presentara una tarjeta de identificación.

Una familia describió que se les tocaron el timbre a las 4:30 de la mañanita; luego se alumbraron con reflectores cada ventana de la casa, y después unos agentes armados les esperaban al acecho por horas. Cuando al fin una persona dejó la casa, lo pararon. Como los agentes no tenían el derecho legal de entrar a la casa sin una orden judicial, le mintieron, diciendo que querían registrar la casa para ver si estaba un hombre que era buscado por el gobierno. El migrante todavía se negó a dejarlos entrar, así que amenazaron que “negarse a colaborar con el departamento de policía podría llevar a su arresto”. Cuando el migrante al fin cedió, los agentes irrumpieron en la casa, demandaron las tarjetas de identificación de los presentes y llevaron a una mujer salvadoreña y sus dos hijos.

Cuando por fin llegaron al Río Bravo, la frontera entre Estados Unidos y México, pensaron que habían llegado a puerto seguro. Miles de ellos buscaron y se entregaron a la Patrulla Fronteriza de Estados Unidos pidiendo el asilo. Se podía ver el alivio en sus rostros cuando los detenían, creyendo que iban a tratar con justicia sus peticiones, obviamente legítimas, de quedar en Estados Unidos en condición de refugiado.

¿Quiénes son esas personas? En un artículo en el New York Times, Sonia Nazario describe a una familia:

“En un albergue para migrantes en Ixtepec, México, conocí a July Elizabeth Pérez, de 32 años, quien sostenía a su hija de 3 años de edad, Kimberly Julieth Medina, apretadamente en sus brazos, su mirada fija en sus otros dos hijos, Danny Pérez de 6 años y Naama Pérez de 12 años. Llegó a este refugio después de huir de San Pedro Sula, ciudad donde creció y trabajó como camarera, pero que ahora es la ciudad más mortal en Honduras, un país con una de las tasas de homicidio más altas del mundo. Su objetivo era llegar a Estados Unidos, donde su madre y abuela viven legalmente en la Florida, a 5.000 kilómetros de distancia”.

La represión intensificada, con respaldo estadounidense, contra los refugiados que viajan a través de México ha dado luz verde a los delincuentes y policías para asediar a ellos. Han secuestrado, para pedir rescate, a decenas de miles de refugiados de Centroamérica al tratar de llegar a la frontera con Estados Unidos. Los sobrevivientes relatan que fueron esclavizados trabajando en los campos de marihuana o forzados a prostituirse.

Pero los gobernantes de Estados Unidos no consideran que estas decenas de miles de inmigrantes, en su mayoría mujeres y niños pequeños, son seres humanos — seres humanos desesperados huyéndose de un colapso social. No, lo que los gobernantes vieron era la posibilidad de una inundación de gente desesperada  — cual gente fuera obligada de una manera u otra por el funcionamiento del capitalismo-imperialismo a tratar de llegar a Estados Unidos. Así que actuaron con decisión para sellar las vías de escape de las condiciones infernales en Centroamérica que ellos mismos habían causado. Durante la década de los 1980, Estados Unidos, directamente y mediante sus gobiernos títeres, lanzó y llevó a cabo campañas genocidas en varios países de Centroamérica para aplastar las rebeliones influenciadas por su rival imperialista, la Unión Soviética. Estados Unidos ha destruido sus economías por medio del “acuerdo de libre comercio” impuesto hace una década, y las pandillas han llenado el vacío económico, dando lugar a países en que pandillas y policías bajo su influencia manejan territorios vastos.

Entre el 18 de julio de 2014 y el 24 de noviembre de 2015, los tribunales estadounidenses escucharon 46.956 casos de infracciones migratorias de menores no acompañados. De los 19.326 casos que los tribunales ya han decidido, ordenaron deportar a 9.109 niños de regreso a las condiciones terribles que habían impulsado a sus familias a enviarlos por el desesperado viaje de Centroamérica a Estados Unidos.

Arriba: Familias centroamericanas, entre ellas niños pequeños, encima de un tren que atraviesa México hacia Estados Unidos, julio de 2014. Foto: AP

A esos refugiados, incluyendo hijos, que lograron alcanzar la frontera con Estados Unidos les llevaron apuradamente a campos de detención tan inhumanos que se convirtieron en un escándalo internacional, y los dejaron detenidos allí durante meses, incluso a aquellos que tenían familiares o comunidades ya establecidos en Estados Unidos que habían ofrecido a acogerlos. Les hicieron pasar por un “proceso legal” de audiencias de asilo escandalosamente amañadas en su contra. Algunas madres que ya habían cruzado con sus hijos se vieron obligadas a llevar brazaletes electrónicas para seguir sus movimientos y garantizar que se presentaron para las audiencias. Algunos jóvenes ni siquiera tienen abogados para representarlos en estas audiencias complejas, y las normas para demostrar “temor bien fundado de persecución” eran imposiblemente difíciles. De los 6.100 adultos con niños procesados ​​hasta el 24 de noviembre de 2015, a casi el 80% les negaron el asilo. De los casi 20.000 niños no acompañados, a casi la mitad les negaron el asilo.

Ahora estos inmigrantes se enfrentarán a un nuevo terror, la policía de “Seguridad Nacional”. Vigilarán sus hogares. Luego vendrá el golpe a la puerta, los hombres armados irrumpiendo, los gritos, las luces deslumbrantes, los niños y los padres llevados esposados, puestos en aviones y enviados de vuelta a los mismos lugares de donde se huyeron para salvarse la vida. De las personas deportadas de regreso a Centroamérica desde principios de 2014, al menos 83 ya han muerto asesinadas, según un estudio realizado por el Guardian del Reino Unido.

Los informes de estas redadas programadas siguen un programa estadounidense que obligó a su “socio”, el gobierno de México, a dar rienda suelta a un régimen de terror contra los inmigrantes centroamericanos en su intento de entrar en México o cruzarlo. Estados Unidos dio a México más de $ 80 millones para lanzar el Plan Frontera Sur. Desplegaron a la policía mexicana para patrullar su frontera sur con Guatemala. En 2014 llevaron a cabo más de 20.000 redadas en las estaciones de autobuses, hoteles, carreteras y hoteles en la caza de refugiados “sospechosos”. Construyeron barreras y otras estructuras para evitar que las personas se subieran encima de los trenes, y para barrerlas de los trenes si de alguna forma lograron subirse. Algunos policías le dispararon armas Taser a la gente que estaba encima de los trenes.

El efecto de esto ha sido lo de convertir un viaje ya peligroso en un horror aterrador. Forzados a abandonar los trenes, niños pequeños, o padres que llevan niños pequeños, ahora tienen que caminar por terreno difícil y peligroso. Y obligados a alejarse de las rutas usuales de migración —que tienen estaciones de paso establecidas por grupos religiosos y caritativos—, ahora deben viajar por las zonas más aisladas donde se encuentran mucho más vulnerables tanto a la naturaleza como a los ataques criminales.

La injusticia de la deportación y el horror del viaje impuesto por Estados Unidos se hacen con un propósito, el de hacer correr la voz entre la gente en Centroamérica de que aunque sean horribles sus condiciones, no vale la pena tratar de llegar a Estados Unidos, y si de alguna forma lo lograran, es probable que los vayan a deportar de todos modos. El Wall Street Journal informó, “la operación tiene como objetivo enviarles el mensaje a los que pensaban cruzar que no se les permitirá permanecer en Estados Unidos”.

En octubre y noviembre de 2015, detuvieron en la frontera mexicana a más de 12.000 personas que viajaban en familias. Esto es más del doble del número de detenidos en los mismos meses del año 2014.

Arriba: Los inmigrantes de Honduras y El Salvador, incluidos los niños, después de su detención en Texas al haber cruzado la frontera, junio de 2014. Foto: AP

¡Así “resuelve la crisis de refugiados” el gran defensor autoproclamado de los derechos humanos! Donald Trump, conocido por sus mentiras y amenazas fascistas a los inmigrantes, se atribuyó el impulso para la decisión de Obama. Esto es, sin exageración, como un monstruo que fuerza a la gente a regresar a un edificio en llamas. Y en este caso es el mismo monstruo, el imperialismo estadounidense, que prendió el incendio.

Sin embargo, las personas siguen llegando porque cuando unos padres ven que la vida de sus hijos está en peligro, no existe ninguna medida que no intentarán y no hay riesgo demasiado grande para tratar de protegerlos. Estos refugiados han tenido que hacer frente a todas las fuerzas oscuras que el imperio estadounidense ha utilizado para detenerlos.

Toda persona de cualquier nacionalidad y de cualquier situación debería apoyarlos. Ya es hora, ya ha pasado la hora, para que cada vez más personas en Estados Unidos defiendan y den la bienvenida a estos refugiados y para que condenen y opónganse resistencia ferozmente a la barbarie criminal de forzar a los niños a la muerte, y para hacer todo esto como parte de la preparación para deshacernos de este sistema monstruoso que sólo puede imponer cada vez más sufrimiento a la gente aquí y en todo el mundo.

 

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