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Arabia Saudita: Los islamistas corta-cabezas consentidos del Occidente

16 de marzo de 2016 | Periódico Revolución | revcom.us

 

4 de enero de 2016. Servicio Noticioso Un Mundo Que Ganar. Las más recientes ejecuciones en Arabia Saudí deberían dejar muy claro que “la guerra contra el terrorismo”, de las potencias de Occidente, no tiene nada que ver con oponerse a las decapitaciones y al sectario fanatismo religioso. En vez de condenar este crimen, Estados Unidos, Reino Unido, y otras potencias occidentales continúan dándole al régimen saudita, si no su bendición política pública, por lo menos su respaldo práctico, a nombre de las alianzas necesarias que dicen se derivan de esa “guerra contra el terrorismo”.

Estos crímenes fueron parte de los denodados esfuerzos de la familia real saudita de defender su gobierno esgrimiendo la violencia estatal y la autoridad religiosa, representadas en la espada de los verdugos. El más conocido de los ejecutados era Nimr al-Nimr, un importante clérigo chiíta juzgado en secreto y acusado de apoyar al movimiento de protesta que sacudió a la población chiíta en el oriente de Arabia Saudita y el vecino Bahréin en 2011, en especial entre los jóvenes influenciados por la Primavera Árabe. Varios acusados de participar en los mítines políticos de ese momento, arrestados cuando eran adolescentes, están a punto de ser ejecutados.

La ejecución de Nimr, y la de varios chiítas más, fue una atroz respuesta a las legítimas protestas contra la discriminación en el empleo, la educación y otros campos; una prueba, si es que se necesita alguna, de que el régimen saudita, en vez de alejarse del fanatismo religioso durante el año de reinado del rey Salman y sus príncipes, sigue intensificando el uso del asesinato justificado con la religión contra cualquier desafío político.

Además, esta fue una deliberada provocación contra las fuerzas políticas chiítas a nivel internacional, especialmente contra el régimen iraní, muy probablemente con la esperanza de obligar al clero iraní gobernante, famoso por sus ejecuciones en masa, a reaccionar de tal manera que se complicaran los esfuerzos de la gente del régimen que busca generar acuerdos con Estados Unidos y con aquellos de la clase dominante estadounidense que creen que los intereses de Estados Unidos exigen hoy tales acuerdos.

También buscaban ponerles fin a los desafíos a la legitimidad de la Casa de Saud, por parte de Al Qaeda, Estado Islámico [ISIS o Daesh] y demás, dentro y fuera del reino e inclusive entre la miríada de miembros de la familia real, aprovechando el papel de líder de todos los creyentes sunitas, con insinuaciones de una confrontación religiosa.

Las ejecuciones fueron un acto brutal pero no loco, servían a objetivos políticos muy claros, los mismos objetivos tras la guerra encabezada por los sauditas en Yemen y los esfuerzos sauditas de confrontar sobre bases religiosas al régimen de Assad y sus patrocinadores iraníes, y contender con la sharia del EI imponiendo la sharia saudita. Estos son objetivos que, en algunos aspectos, convergen con las ideas de las potencias de Occidente acerca de cómo moldear a su favor el caos en el Medio Oriente.

La diferencia con el EI no es que el régimen saudita sea más “moderado” o de alguna manera menos cruel. La relación de la monarquía con Estados Unidos es compleja y potencialmente volátil; Estados Unidos ha jugado en ambos bandos de la división sunita/chiíta, lo que incluye trabajar con el régimen fundamentalista chiíta de Irán en algunos lugares en algunos momentos. Pero el hecho es que Estados Unidos y sus aliados no hubieran podido dominar al Medio Oriente sin su alianza con Arabia Saudita, por tensa que pueda ser esta alianza para ambos bandos en este momento.


Obama en persona se reunió con el rey Salman luego de su coronación hace un año, y su reinado ha sido alabado por comentaristas occidentales como el artículo del conocido liberal estadounidense Thomas Friedman (New York Times, 25 de noviembre de 2015, escrito cuando ya habían decidido las ejecuciones) como el inicio de una era de reformas. La principal "reforma" hasta ahora ha sido celebrar elecciones para los intrascendentes organismos municipales, y permitirles a las mujeres votar en estas, pero no conducir a los puestos de votación ni a ningún otro lado ni tomar decisiones sin el permiso de su guardián masculino. Durante el último año el régimen saudita aumentó las ejecuciones, en algunos casos crucificando a los decapitados y dejando descomponer sus cuerpos a la vista pública. Foto: Wikimedia Commons

Es por eso que el presidente estadounidense Barack Obama, el primer ministro inglés David Cameron y el presidente francés François Hollande han guardado silencio ante estas ejecuciones. Inicialmente pusieron a sus segundones a que se quejaran de la atmosfera general de “tensiones sectarias en la región”, como si la misma intervención de Occidente no fuera el más grande factor que atiza el voraz torbellino de conflictos religiosos en el Medio Oriente. Al aumentar la conmoción, sus gobiernos expresaron preocupación únicamente sobre los posibles inconvenientes políticos que podían surgir por los asesinatos y no por la injusticia que representan.

El editorial del 4 de enero de 2016 del periódico inglés Independent, no podía ser más explícito, aunque se distancia del descarado entusiasmo del Partido Conservador por el régimen saudita, al señalar que Cameron recientemente respaldó la exitosa candidatura saudita a la presidencia del Concejo de Derechos Humanos de la ONU, el diario concluye que “no está acorde con nuestros intereses ver, mucho menos provocar, la caída de la Casa de Saud”. Esta también es, obviamente, la política seguida por Obama, que hace un año proclamó “la importancia de la relación estadounidense-saudita, como una fuerza para la estabilidad y la seguridad en el Medio Oriente y más allá”.

Los imperialistas de Occidente siempre han sabido cómo es el régimen saudita. Siempre ha practicado la decapitación de supuestos apóstatas (acusados de abandonar el islam); tiene programada la ejecución del joven poeta y artista palestino Ashraf Fayadh por este “crimen”. Muchas de las 153 personas ejecutadas en 2015, y del total de al menos 2.200 ejecutados durante las últimas tres décadas eran trabajadores migrantes del sur de Asia y otros lugares, quienes construyeron los fastuosos palacios, centros comerciales, museos, estadios y otras maravillas arquitectónicas de la región del Golfo en condiciones de efectiva esclavitud impuesta con la espada.

Los gobernantes sauditas están en deuda por sus espadas, en el sentido más amplio, con las potencias de Occidente. En noviembre de 2015, poco antes de las ejecuciones y mucho después de que el gobierno saudita anunciara sus planes de llevarlas a cabo, el Departamento de Estado de Obama aprobó un pedido saudita para comprar 1.290 millones de dólares en bombas y misiles. La página web del Departamento de Estado muestra un escalofriante listado de las compras, el tipo de municiones que Arabia Saudita y sus aliados del Golfo han estado haciendo llover sobre el pueblo de Yemen en una guerra que ha matado al menos a 5.700 personas, la mitad de ellas civiles, desde que comenzara la invasión por aire y tierra en marzo de 2015. Esta guerra de agresión contra un país que Arabia Saudita ha considerado tradicionalmente como su legítimo “patio trasero”, no se podría realizar sin el respaldo logístico, el reabastecimiento aéreo de combustible y los equipos que definen los blancos proporcionados por Estados Unidos, este último aspecto hace a Washington responsable directo del bombardeo a escuelas y hospitales.

A pesar de lo complejo de los factores, esta guerra, así como las ejecuciones, se realizan en nombre de la autoridad religiosa de la familia real saudita contra los chiítas y otros "infieles". (Los rebeldes hutíes en Yemen, cuya bandera religiosa saidista hace que su fe sea prima del chiísmo, cuentan con el respaldo de Irán, lo cual está lejos de ser el principal factor en la rebelión de los hutíes y otros contra el régimen respaldado por los sauditas). Este es otro ejemplo de cómo lo sauditas buscan escalar la dimensión religiosa de los conflictos de la región, con apoyo concreto de Estados Unidos.

Obama en persona se reunió con el rey Salman luego de su coronación hace un año, y su reinado ha sido alabado por comentaristas occidentales como el artículo del conocido liberal estadounidense Thomas Friedman (New York Times, 25 de noviembre de 2015, escrito cuando ya habían decidido las ejecuciones) como el inicio de una era de reformas. La principal “reforma” hasta ahora ha sido celebrar elecciones para los intrascendentes organismos municipales, y permitirles a las mujeres votar en estas, pero no conducir a los puestos de votación ni a ningún otro lado ni tomar decisiones sin el permiso de su guardián masculino. Durante el último año el régimen saudita aumentó las ejecuciones, en algunos casos crucificando a los decapitados y dejando descomponer sus cuerpos a la vista pública.

Miembros de la familia real (que, gracias a la poligamia, son miles) y miembros de alto rango del mismo régimen han respaldado a Al Qaeda, y el régimen hizo frente a las más duras críticas de Al Qaeda por el emplazamiento de tropas estadounidenses en tierras santas musulmanas, con la transferencia de esas tropas a bases militares a otras partes del Golfo. En Siria, Arabia Saudita ha armado y financiado una cambiante constelación de alianzas fundamentalistas islámicas. En cuanto al EI, que comparte la ideología (fundamentalista) salafista que legitima al gobierno de la Casa de Saud e igualmente centra su sistema de relaciones opresivas en la extrema opresión de la mujer, el cambio de nombre del grupo de Estado Islámico de Irak y el Levante (EIIL) al de Estado Islámico, señaló una amenaza directa a la pretensión del régimen saudita de tener la autoridad sobre los musulmanes sunitas del mundo.

La monarquía absoluta saudí exige obediencia como la “protectora de la Umma” (la llamada comunidad de creyentes) en la Tierra, y no lo hace sobre la base de un gobierno religioso directo como el califato del EI, dirigido por un autoproclamado descendiente de Mahoma. Esta diferencia es una amenaza a la existencia de la dinastía de Saud, y al mismo tiempo no es que constituya una gran diferencia, especialmente en la medida en que los sauditas responden al sello particular del EI, su determinación de exterminar a los chiítas por apóstatas que son peores que infieles, entronándose como los más grandes asesinos de chiítas.

Las potencias imperialistas de Occidente sabían muy bien qué conseguían en sus relaciones con los sauditas. Inglaterra ayudó a establecer la monarquía en 1932, luego de alentar el auge del wahabismo (la forma específica del salafismo asociada con las autoridades tribales árabes) en su campaña de hacerse con el Imperio Otomano. En un tratado de 1945 firmado por Franklin D. Roosevelt, Estados Unidos prometió mantener a la monarquía de Saud en el poder, pacto renovado por George W. Bush en 2005. Aunque Estados Unidos le arrebató el país a Inglaterra, como parte de reemplazar la dominación británica sobre el Medio Oriente, Reino Unido sigue manteniendo estrechos vínculos financieros y militares con Arabia Saudita. Francia, bajo el presidente socialista Hollande, hoy también forja nuevos lazos políticos y militares con el régimen.

Sin embargo, la conexión de Arabia Saudita con el imperialismo ha transformado profundamente al país y a su clase dominante. Como otros Estados del Golfo, se ha convertido en una importante base de acumulación de capital en sí en la globalizada economía capitalista dominada por las potencias imperialistas de Occidente. Esto se ha dado tanto a través de la explotación en el Golfo a los obreros del mundo musulmán y más allá, como debido a la inversión de capital saudita y de otros países del Golfo en países mucho más grandes como Egipto, cuya economía y vida política y religiosa están condicionadas por esta relación.

De muchas maneras, tales como la influencia política y los subsidios a regímenes como el pakistaní, la inculcación de la religión en los millones de árabes llevados a trabajar en el Golfo y el patrocino a enormes instituciones religiosas y de “caridad” y a cientos de tele-predicadores y medios de comunicación, Arabia Saudita y otras monarquías del Golfo son los principales vectores de introducción del salafismo de hoy día en el mundo musulmán sunita, al tiempo que todos estos países están más conectados que nunca al mercado internacional y al sistema capitalista global, con todas sus inevitables rivalidades entre las clases dominantes que pueden acumular capital únicamente a costa de una mortal competencia entre sí.

Es cierto, como dijo Obama, que “la relación saudita-estadounidense”, ha sido de inestimable valor para Estados Unidos y Occidente como una “fuerza para la estabilidad y la seguridad en el Medio Oriente y más allá”. Pero al mismo tiempo esa relación ha jugado un importante papel en la creación de las condiciones para la actual inestabilidad en la región, donde no está asegurada en absoluto la continuación de la dominación de Estados Unidos. Cuando hay mucho en juego se requieren medidas desesperadas.

Muchísimas personas, especialmente en el Medio Oriente, cuya población es de lejos el principal blanco y la principal víctima del EI y todas las formas de fundamentalismo islámico, piensan que Estados Unidos creó deliberadamente al EI y a los demás. Eso no es literalmente cierto. Aunque Washington, Londres y Tel Aviv alentaron el islamismo en oposición a tendencias más radicales en la región, y aunque el funcionamiento del sistema imperialista creó las condiciones para el ascenso de los islamistas, hoy varias formas de fundamentalismo islámico representan un problema irresoluble para Estados Unidos y otros imperialistas occidentales. Sin embargo, la realidad que subyace a la “guerra contra el terrorismo” no es una alineación nítida de dos bandos. Al contrario, imperialistas rivales y potencias regionales actúan para promover sus propios intereses reaccionarios en connivencia y choque entre sí en un campo de batalla muy complejo. Al mismo tiempo, de forma general, todos los monstruos en contienda están avivando el fundamentalismo religioso de diversos tipos a nivel internacional, ya sea intencionalmente o como subproducto de sus maniobras políticas y militares y de las atrasadas relaciones económicas y sociales que representan.

El capital imperialista hoy representado por gente como Obama y sus colegas “líderes occidentales” necesita del gobierno de gente como el rey saudita Salman y sus príncipes asesinos, que evocan ideologías y sistemas obsoletos, pero que no tendrían poder alguno sin el imperialismo moderno. Estados Unidos y sus socios y rivales no pueden dejar de hacer que el fundamentalismo islámico y el fundamentalismo de otra laya sean una característica cada vez más prominente del siglo 21. La “guerra contra el terrorismo” es un fraude; ésta es una contienda sobre quién puede imponer sus intereses y el mayor terror.

 

El Servicio Noticioso Un Mundo Que Ganar es un servicio de Un Mundo Que Ganar, una publicación política y teórica inspirada por la formación del Movimiento Revolucionario Internacionalista, el centro embrionario de los partidos y organizaciones marxista-leninista-maoístas.

 

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