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Turquía: Las contradicciones alcanzan un límite de aguante

10 de agosto de 2016 | Periódico Revolución | revcom.us

 

21 de julio de 2016. Servicio Noticioso Un Mundo Que Ganar. Por Ishak Baran. Una lucha por el poder político estalló de repente la noche del viernes 15 de julio cuando unidades de diferentes ramas de las fuerzas armadas de Turquía intentaron un golpe de estado militar. Muy entrada el día siguiente quedó muy poco claro quién llevaba las riendas del poder en Turquía — quién estaba al mando del segundo ejército más grande de la Organización del Tratado del Atlántico Norte (Otan). Tras el intento de golpe de estado o intentona, el régimen de Erdogan ha desencadenado una masiva represión y esfuerzos por consolidar su poder e impulsar su agenda islamista y sus ambiciones regionales.

La súbita fragmentación del orden político en este país repercutió en todo el mundo. El estallido en Turquía, si bien en lo inmediato se pareció a una disputa entre facciones islamistas rivales, en lo fundamental tiene raíces y ha sido atizado por las contradicciones de larga data en todo el Medio Oriente, especialmente el creciente conflicto entre el imperialismo de Occidente y el islamismo político. Se convocaron reuniones de emergencia de cancilleres desde Moscú hasta Washington y a nivel de la Unión Europea y la Otan, mientras que representantes de los principales actores maniobraban ansiosamente por entender este abrupto estallido de incertidumbre y convulsión políticas.

Las fuerzas golpistas arrestaron al jefe de las fuerzas armadas y a altos generales y almirantes en un esfuerzo por obligarlos a respaldar el golpe de estado. Bombardearon y sitiaron el parlamento para anular su autoridad. De mayor importancia, Recep Tayyib Erdogan, presidente de Turquía y líder del gobernante Partido de Justicia y Desarrollo (AKP), apenas logró escapar con vida cuando el hotel costero donde se hospedaba fue bombardeado.

En una declaración que leyeron en la televisión estatal luego de que los soldados se la tomaran, las fuerzas golpistas, llamando a su órgano ejecutivo el “Consejo para la Paz Interna”, dijeron que se habían “tomado la administración del país a fin de reestablecer el orden constitucional, los derechos humanos y las libertades, el Estado de derecho y la seguridad general que había resultado perjudicados”. Argumentaron que su intervención era necesaria para reestablecer el orden público ante los bombardeos del Estado Islámico (EI) (ISIS o Daesh), y de aún más importancia, la oposición armada del nacionalista kurdo PKK (Partido de los Trabajadores del Kurdistán), cuestiones que Erdogan no había podido resolver. Pero muy pronto fue evidente que no pudieron concentrar suficientes sectores del ejército y de las fuerzas de seguridad, la clase dominante y los partidos políticos que están en total desacuerdo con el régimen de Erdogan, ni atraer a personas de la población en general y movilizarlas en las calles.

Por consiguiente, la zozobra inicial en la rama ejecutiva en esta peligrosa y precaria situación se superó a medida que elementos esenciales de la estructura del poder y líderes militares leales al régimen se unieron en torno a Erdogan, crearon un centro cohesionado que pudo sacar provecho de las debilidades de los conspiradores y organizar la resistencia en su contra. Erdogan corrió el riesgo de volar a Estambul mientras aviones de combate pro-golpistas todavía patrullaban los cielos, y luego demostró su disposición a ir al borde de una guerra civil utilizando un teléfono inteligente para conectarse con canales de televisión y llamar a sus partidarios a dar combate en las calles contra las unidades militares pro-golpistas. Se orientó que las 85.000 mezquitas del país utilizaran los altoparlantes que anuncian las oraciones para movilizar a los “creyentes” a asumir la “tarea sagrada” de sacrificarse defendiendo el régimen y frustrando el ataque contra su “gobierno elegido democráticamente”.

Erdogan demostró que podía movilizar en las grandes ciudades un número suficiente de los pobres y de sectores de las clases medias que habían integrado bajo el control del AKP desde que este partido islamista llegó al poder en 2002-2003, un ascenso que signó un importante cambio en la política turca, en la que desde hace mucho las clases dominantes han preferido gobernar a nombre del laicismo.

El éxito del llamado de Erdogan auguró el inicio del viraje en la confrontación política. Además de los combates armados realizados por las fuerzas de seguridad leales al régimen, civiles envalentonados y en algunos casos armados literalmente les arrebataban las armas a los soldados pro-golpe. Los partidos y fuerzas políticos que habían estado en pleitos con Erdogan, incluyendo el Partido Democrático del Pueblo (HDP) (un partido parlamentario cercano al PKK), se vieron obligados a oponerse al golpe de estado, por la dinámica que puso en marcha Erdogan al sacar provecho de la situación. Gran parte de la elite del país, incluyendo grandes capitalistas pro-Estados Unidos de vieja data, temían un vacío de poder más de lo que le temían a Erdogan. Muy simplemente éste pudo demostrar que su control del poder era la única alternativa al caos político y la guerra civil.

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A pesar de la promesa de los golpistas de que iban a cumplir “las obligaciones establecidas por todas las instituciones internacionales, incluyendo la ONU y la Otan”, con la esperanza de recibir respaldo de los imperialistas estadounidenses y a pesar de sus afanes de ver la caída de Erdogan mostrados abiertamente en la CNN y otros medios de comunicación del Occidente, Estados Unidos y otras potencias occidentales se mantuvieron escépticas. No vieron en los conspiradores una capacidad de servir a los intereses imperialistas estratégicos en esta región del mundo. No podían darse el lujo de más caos y desorden en una región que luchan por controlar.

Como planteó un editorial de The New York Times: “El volátil Medio Oriente no puede darse el lujo de que otro Estado se desbarate, especialmente uno que es un baluarte del flanco oriental de la Otan. Durante el fin de semana, Estados Unidos recalcó su ‘apoyo total al gobierno civil turco elegido democráticamente y sus instituciones democráticas’, pero también instó a la moderación y a un compromiso con el debido proceso”.

Aunque Estados Unidos está muy inconforme con el islamismo de Erdogan y su favorecimiento de intereses reaccionarios turcos particulares, tiene que estar atento a sus mucho más amplios intereses imperialistas en juego en una región en la que el Estado turco y sus fuerzas armadas son un puntal esencial del actual orden reaccionario. El New York Times mencionó dos razones para no apoyar el intento de golpe de Estado: “Llegarán a ser más difíciles de manejar los lazos entre los ejércitos estadounidense y turco, un vínculo crucial en la relación entre Turquía y Estados Unidos. Eso podría impedir la cooperación en torno a Siria y otros asuntos aparte del Estados Islámico, como las actividades de detener el flujo de refugiados hacia Europa”.

Es importante ubicar la intentona no solo en el contexto de Turquía sino en el contexto más amplio de la sangrienta confrontación entre los imperialistas estadounidenses y sus aliados del Occidente, y el fundamentalismo islámico yihadista (actualmente la característica dominante de la situación regional), y el entrelazamiento de ésta y otras contradicciones como la rivalidad entre Estados Unidos y Rusia y hasta con sus socios occidentales y las potencias regionales como Irán, y además Arabia Saudita.

Lo que le ha dejado a Erdogan margen de maniobra es en buena medida la contienda entre la agenda islamista y los intereses imperialistas de Occidente y las necesidades que esta situación le presenta a Estados Unidos. Esto es lo que hizo posible que Erdogan no sólo aguantara la presión de Estados Unidos sino que sacara provecho del fallido golpe de Estado a fin de promover su agenda de islamización del Estado y la sociedad turcos y sus ambiciones regionales. Al afirmar que Estados Unidos está tras la intentona, Erdogan ha podido mostrarlo como parte de una campaña del Occidente para contener el ascenso de un moderno Estado islamista turco como líder del mundo musulmán. Le encanta refregarle el hocico a Estados Unidos en su apuro — de que en este momento Estados Unidos no tenga ninguna alternativa a Erdogan.

Las grietas en el Estado que se revelaron en la intentona dejaron a Erdogan sin más alternativa que huir hacia adelante, acelerar su agenda para reestructurar el Estado y el panorama político, y hasta remodelar su propio partido. Está decidido, y ahora puede consolidar (calificó “el motín” de “regalo de dios”) su control sobre el poder y “limpiar” de toda oposición a su agenda al ejército, las fuerzas de seguridad, los servicios de inteligencia, las estructuras gubernamentales y judiciales y los sistemas educativos de secundaria y universidad. Es decir, en particular a aquellos que son leales a la tendencia islamista rival dirigida por Fetulá Gülen, a quien Erdogan acusa de organizar la intentona, aunque también a focos mucho más amplios de disentimiento y oposición. El chovinismo turco revanchista mezclado con el fanatismo islámico que Erdogan desata a raíz de la intentona van de la mano con una campaña total de eliminar la resistencia en las provincias kurdas de Turquía y de poner en la mira a la recién establecida región autónoma kurda en el norte de Siria (Rojava) y la presencia del PKK en Irak. El hecho de que Estados Unidos respaldaba y movilizaba a los kurdos para combatir al Estados Islámico es el pretexto de Erdogan para intensificar esta campaña. Quiere sacar provecho de la situación a fin de exigir que Estados Unidos acepte la ampliación de su proyección del poder turco.

Paradójicamente, el aparente triunfo temporal de Erdogan hará que toda la estructura ideológica y política del Estado turco sea más quebradiza y probablemente lo pondrá en mayor conflicto con Estados Unidos. Éste no enfrenta menos necesidad que Erdogan. Tiene que confrontar su avance, en el contexto de la espiral de retos a sus intereses y misión imperiales en el Medio Oriente. Como resultado, si bien Estados Unidos ha tenido que reconocer por ahora la victoria de Erdogan, el choque entre él y Estados Unidos no se apaciguará sino que se agudizará en esta nueva situación. Esto se expresa en lo que The New York Times y otros voceros del imperialismo occidental han dicho, de que la victoria de Erdogan ha sido el mejor desenlace bajo las circunstancias pero que el mismo debería mostrar “moderación y un compromiso con el debido proceso”. Nadie, por supuesto, espera que él muestre moderación alguna — hasta el momento han detenido a unas 10.000 personas, y purgado de sus cargos a 50.000. Esta es una justificación, por adelantado, para represalias estadounidenses cuando sean posibles.

La intentona no es en esencia resultado de una disputa política entre dos diferentes tendencias teológicas en el islamismo. Ambos bandos propugnan la islamización de la sociedad turca con todos los horrores que esto conlleva, como la aún más espantosa subyugación y denigración de la mujer. Por el contrario, es un efecto secundario de la contradicción global entre el imperialismo y el islamismo y la dinámica subyacente del desarrollo imperialista. El resultante agrietamiento del sistema político turco ha hecho que diferentes fuerzas entraran en movimiento entre sí sobre cómo lidiar con las contradicciones en la situación interna y externa, y que diferentes facciones vean en estos problemas la oportunidad de salir triunfando. Esto explica el que Gülen y Erdogan se deslizaran de la cooperación inicial en la promoción del islamismo a la sangrienta confrontación de hoy.

El ascenso del AKP como el partido de la política islamista y la consolidación y afianzamiento de su control en las instituciones políticas y en la sociedad se han dado por la dinámica fundamental del capitalismo-imperialismo: el implacable impulso de la globalización hacia el creciente desarrollo capitalista “moderno”, y la forma en que esto lleva al resurgimiento de los valores tradicionales y la ideología religiosa, la “política de lo piadoso” del AKP. Éste fomentó el capitalismo de “libre mercado” y prosperó con él, trabajando de la mano con el imperialismo, sin embargo su afán de tener el poder, la cohesión ideológica de las fuerzas políticas que unifica y su atractivo en un sector de la población han contado con persistentes raíces en la misma ideología religiosa (el islam) que este mismo desarrollo capitalista viene socavando. En otras palabras, se trata de la reaccionaria defensa y promoción idealizadas de la forma de vida tradicional que la misma dinámica del sistema capitalista mundial socava y reemplaza en que el AKP y los sectores de viejos y nuevos empresarios capitalistas que éste representa aspiran a tener un papel y un lugar más importante.

Hace un tiempo Bob Avakian con gran intuición señaló este fenómeno y analizó de manera incisiva lo que caracterizó como “una expresión peculiar” de la contradicción fundamental del capitalismo: la contradicción entre la producción altamente socializada, que viene vinculando a las personas entre sí a escala mundial, y la apropiación privada (capitalista) de lo que se produce. La riqueza, la tecnología avanzada y los privilegios se concentran en manos de una minoría, mientras que la pobreza, la desesperanza, la falta de educación y el fomento del oscurantismo se acumulan del otro lado. Lo que hoy ha llegado a ser la característica más notoria del terreno político en el Medio Oriente y el norte de África, la cada vez más devastadora confrontación y asesina dinámica entre el imperialismo y el fundamentalismo islámico yihadista, se expresa profundamente en el análisis de Avakian sobre los “dos sectores anticuados”:

“Lo que vemos en contienda, con la jihad por un lado y McMundo/McCruzada [el imperialismo occidental en creciente globalización] por el otro, son sectores históricamente anticuados de la humanidad colonizada y oprimida contra sectores dominantes históricamente anticuados del sistema imperialista. Estos dos polos reaccionarios se oponen, pero al mismo tiempo se refuerzan mutuamente. Apoyar a uno u otro de esos polos anticuados, acabará fortaleciendo a los dos”.

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La intensificación de las contradicciones y la acumulación de elementos explosivos que vienen conduciendo al abrupto estallido de trastornos y levantamientos se han revelado de manera dramática en la intensa crisis política que sigue resonando en todo el Estado turco y más allá. Sin embargo entre muchas personas en Turquía o de la misma y otras personas que se preocupan mucho por el futuro del Medio Oriente ha habido una paralizante corriente de desorientación y desesperanza. Este sentimiento no solo es resultado del fortalecimiento del régimen de Erdogan, sino mucho más es una consecuencia de ilusiones políticas e ideológicas comunes. Una es la idea de que es posible el desarrollo capitalista sin avivar el islamismo, y por consiguiente que se podría refrenar los apetitos del islamismo. La otra es la idea de que al apoyarse en las formalidades e instituciones democráticas burguesas se podría meter en cintura las ambiciones que Erdogan representa.

Esta desmoralización está relacionada con la prevaleciente ausencia de un análisis correcto de la posibilidad de zafarse del atolladero entre el imperialismo y el islamismo y todos los horrores que crea esta situación — que las mismas contradicciones que impulsan este proceso también sientan las bases materiales para hacerlo por medio del cambio revolucionario. Esta revolución implica la eliminación de todas las formas de explotación y opresión y la transformación total de esta sociedad con miras a realizar el comunismo en todo el mundo. Cuando tal objetivo guíe el pensar de los comunistas, se hace más claro por qué es necesario luchar a lo largo del camino para transformar la concepción del mundo de la gente, para combatir las ilusiones y las ideas atrasadas. Entre estas ilusiones están la idea de trabajar hacia la expansión gradual de los “derechos democráticos” en vez de tener por objeto la toma del poder político, e ignorar el problema del patriarcado y la opresión de la mujer y pasar por alto la potencial energía revolucionaria de una lucha total por la emancipación de la mujer. O no desafiar la esclavización de la mente por la religión.

Para ver la realidad detrás de las apariencias —la manera en que las contradicciones subyacentes que impulsan los horribles y destructivos acontecimientos en la región y ahora en Turquía también sientan bases materiales para una revolución cabal—, se requiere de la ciencia del comunismo. Hoy esto significa captar el importante adelanto de Avakian en el desarrollo de un enfoque y método más científico para conocer y transformar el mundo. Un ejemplo diciente es que sólo la nueva síntesis proporciona el marco para conocer correctamente la dinámica de los dos sectores anticuados, uno de los problemas cruciales que las personas enfrentan en el mundo de hoy. Y a la inversa, no conocer ni esgrimir la nueva síntesis y a cambio aferrarse a algunos de los elementos no científicos que desde hace mucho han plagado al movimiento comunista ha dejado a las personas sin capacidad de comprender los nuevos acontecimientos como el auge del islam político (de verlo como un producto directo de intrigas imperialistas, o de ver en él algo “antiimperialista” que apoyar) y las ha paralizado ante el conflicto de los “dos sectores anticuados”.

Como Avakian ha explicado, “Por eso importa que se haya desarrollado más la ciencia del comunismo, de una manera cualitativa, sobre la base de lo que ha ocurrido anteriormente en lo principal, pero además al descartar ciertos aspectos secundarios de la anterior comprensión del comunismo, los cuales de hecho iban en contra de su carácter científico esencial, y se le oponían… Por lo que la importancia de la nueva síntesis del comunismo no es que se ha inventado de nuevo el comunismo como una ciencia, y su aplicación en muchos ámbitos diferentes, pero que se ha desarrollado más en muchas de estas esferas esenciales, y que eso sienta una base cualitativamente nueva para que las personas, no sólo en Estados Unidos, sino en todo el mundo, continúen la lucha para superar un mundo lleno de todos los horrores bajo los cuales ahora vivimos”.

Todo el que no pueda tolerar la situación en el Medio Oriente y en el mundo tiene que familiarizarse urgentemente con la nueva síntesis del comunismo y adentrarse en ella. Tienen que surgir núcleos de personas —de manera rápida— en Turquía y en todas partes, mismas que luchen por dominar y aplicar la nueva síntesis del comunismo y que se comprometan a forjar una fuerza de vanguardia para asumir las tareas de producir un movimiento para la revolución y un pueblo revolucionario, al tiempo que esta meta y esta comprensión hagan que un creciente número de personas entren en acción.

Es así que podremos suscitar, desplegar y aprovechar las posibilidades revolucionarias latentes en la situación que vienen pulverizando a la gente hoy.

(Ishak Baran es un partidario de la nueva síntesis del comunismo de Bob Avakian y un participante de larga data en el movimiento maoísta de Turquía).

 

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