Del Servicio Noticioso Un Mundo Que Ganar:
Niños a solas en Caláis: La punta del iceberg de un mundo insensible
23 de noviembre de 2016 | Periódico Revolución | revcom.us
Observando el panorama de la “jungla” de Caláis, en la que de 8 a 10 mil refugiados vivían antes de que el gobierno francés emprendiera su destrucción. (Foto: UNHCR/Corentin Fohlen)
24 de octubre de 2016. Servicio Noticioso Un Mundo Que Ganar. Entre ocho mil y diez mil refugiados han estado viviendo en un campamento improvisado en Caláis, que ahora funcionarios franceses están demoliendo. Lo que estos refugiados han recibido hasta el momento del gobierno francés ha sido gas lacrimógeno y buldóceres que han derrumbado las carpas y chozas donde han sobrevivido en medio del frío y el lodo gracias a la ayuda de otros refugiados y de voluntarios y organizaciones humanitarios. La oenegé Help Refugees [Ayuda para los Refugiados] dijo que para el 24 de octubre, tenía una lista de 1.028 niños “no acompañados” en el campamento, 49 menores de trece años, incluyendo uno de 8 años. Estos niños perdieron a sus familias en su país natal, o se separaron de ellas en medio de un titánico viaje bajo las más difíciles y peligrosas condiciones imaginables.
Muchos de estos niños, cerca del 40% según la oenegé Terre d’Asile, llegaron a Caláis, en el Canal de la Mancha, porque tienen familia en Reino Unido y por lo tanto legalmente tienen derecho al asilo en ese país. Durante los primeros diez meses de 2016, bajo presión pública, Reino Unido admitió a un total de 79. Esto se dio sólo tras una enorme indignación de muchos británicos. Una medida parlamentaria para admitir a todos los refugiados menores de trece años, patrocinada por un reconocido miembro de la Casa de los Lores que obtuvo asilo en Reino Unido a los seis años de edad cuando escapaba de la persecución nazi contra los judíos, fue casi totalmente ignorada hasta la semana pasada, cuando las autoridades británicas finalmente dieron asilo a 200 más. Se necesitó una fuerte protesta de la Asociación Dental Británica para detener planes de hacerles radiografías dentales a los niños solicitantes de asilo para comprobar su edad. Muchos otros refugiados en Caláis tienen derecho a entrar en Reino Unido porque su cónyuge u otro familiar vive allí, pero a los gobiernos francés y británico no les importa cumplir las leyes ni los acuerdos de la Unión Europea.
De hecho, ésta es una política oficial del gobierno británico. La primera ministra Theresa May se hizo tristemente célebre por sus rabiosas posiciones anti-extranjeros cuando era ministra de Asuntos Interiores. Se adelantó a sus colegas europeos en recortar la financiación de las operaciones italianas de búsqueda y rescate en el Mediterráneo, diciendo que salvar vidas era un “factor de atracción” para las “amenazas que enfrentamos”.
Cuando la policía francesa atacó y destruyó cerca de la mitad del campamento de Caláis a principios de 2016, 129 niños simplemente desaparecieron. Una vocera de Help Refugees dice que teme que esto vuelva a suceder, ya que ningún gobierno se responsabilizará de estos niños. Una de las razones por las que mucha gente no quiere dejar el campamento es porque han desarrollado lazos, redes de ayuda mutua y otros mecanismos que les permiten sobrevivir. No tienen ninguna razón para creer que las autoridades francesas y otras que no han mostrado más que tandas de negligencia y brutalidad, ofrezcan una solución aceptable a su difícil situación. Estos niños llegaron a Caláis luego de viajar por muchos otros países cuyos gobiernos no fueron más hospitalarios que Francia.
¿Qué pasará con estos refugiados cuando arrasen con el campamento? El plan es que los metan como animales en autobuses, que los dividan en pequeños grupos y los envíen a cientos de “centros de acogida” esparcidos por todo el país. Cinco de esos centros ya han sido atacados con bombas incendiarias. En este momento hay cerca de 500 periodistas en Caláis; miembros de las oenegés dicen que temen que cuando las cámaras se apaguen, los refugiados que se nieguen a subirse a un autobús “voluntariamente” sean atacados por las fuerzas de seguridad o por las pequeñas bandas fascistas que misteriosamente mil policías algunas veces no pueden frenar.
El mayor grupo en Caláis es de nacionalidad afgana, personas que efectivamente cruzaron montañas y desiertos para escapar del caos en que Estados Unidos y la OTAN convirtieron a su país. Bajo un reciente acuerdo con las potencias de Occidente, el gobierno afgano aceptará el regreso obligatorio de sus refugiados en Europa, hasta cientos de miles. A los etíopes (cuyo gobierno es firme aliado de Estados Unidos), eritreos y otros africanos por lo general no se les considera merecedores del estatus de refugiados. Buscar sobrevivir como un inmigrante “ilegal” es la opción más racional para mucha gente, en vez de solicitar asilo, que les tomen las huellas dactilares y quizás que los expulsen. Algunos han llegado a Caláis en busca de la seguridad de un gran grupo de personas después de haber sido expulsados de pequeños campamentos en París y otros lugares.
Los refugiados en Caláis no son simplemente una desafortunada anomalía, una excepción que comprueba la regla de que el mundo está bien. Su desesperada presencia dice la verdad sobre un mundo inaceptable dominado por un grupito de países que han prosperado a costa de la inmensa mayoría de la gente del planeta, por medio del saqueo y de la guerra, y del funcionamiento normal de un sistema global de explotación. El hecho de que, según la ONU hoy hay 63,5 millones de refugiados y desplazados en el mundo, es una prueba irrefutable —solo una de muchísimas— de que el sistema capitalista imperialista no funciona para la humanidad ni para el planeta.
Mientras los gobiernos de Francia, Reino Unido y otros gobiernos europeos pelean entre sí sobre quién debería ayudar a cuáles inmigrantes, y que cada uno acoja la menor cantidad posible y con la mayor lentitud posible, alguna gente no sólo se niega a aceptar esta inhumanidad sino que está asumiendo responsabilidad al respecto. Una mujer de mediana edad, de clase media en la ciudad francesa de Niza, cerca de Italia, escuchó en la radio de su auto que la policía francesa estaba bloqueando la estación del tren de la ciudad para impedir la entrada de refugiados que habían cruzado la frontera a pie. Ella dejó a un lado sus labores, fue a la estación del tren, invitó a unos refugiados a subirse a su auto y los llevó a estaciones del tren donde la policía no los esperaba. Alguien la delató y la arrestaron con una multa muy alta. De la noche a la mañana, cientos de personas le enviaron suficiente dinero para pagar la multa. Un artículo del New York Times hace referencia a “un ‘ferrocarril subterráneo’ francés, que transporta inmigrantes africanos”. Mientras muchos “ciudadanos colaboradores dan aviso a la policía francesa”, “una red de bajo perfil de coyotes ciudadanos está contrarrestando los esfuerzos de la policía en una resistencia cuasi-clandestina, enfurecidos por lo que consideran una respuesta inhumana del gobierno francés ante la crisis” (4 de octubre de 2016). La “crisis de migración” que los gobiernos de hoy consideran un problema policial puede convertirse en parte de una crisis política, con grandes cuestiones en juego sobre qué tipo de sociedad quiere, o aceptará, el pueblo.
¿Qué quieren decir los imperialistas, que se pelean entre sí por controlar el presente mundo, por las palabras “crisis de migración”? Para ellos, lo que crea una “crisis” es que unas cuantas personas han logrado colarse a Europa, Reino Unido, Estados Unidos, Australia y otras fortalezas imperialistas. Para promover el racismo, tachan de “Jungla” al campamento de Caláis, cuando es su sistema capitalista el que ha convertido a nuestro planeta en el despiadado lugar que lo es hoy. La verdadera crisis no está en Caláis sino en el mundo. El mismo funcionamiento del sistema está generando enormes trastornos que ningún muro puede contener y que clama por derrotar el presente sistema en un país tras otro.
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