Las y los estudiantes tuvieron RAZÓN, y el colegio Middlebury NO
Hay que parar por completo y expulsar de las universidades a Charles Murray y aquellos de su calaña
Sunsara Taylor
31 de mayo de 2017 | Periódico Revolución | revcom.us
El martes 23 de mayo, la universidad Middlebury College anunció que castigaría a 67 estudiantes que anteriormente este año participaron en actos que callaron y corrieron del plantel al racista comprobado Charles Murray. Este castigo es equivocado y debe ser condenado. No solo es equivocado como castigo contra los estudiantes, sino que establece un precedente peligroso que enfría el ambiente para futuras protestas estudiantiles precisamente cuando lo que se necesita más que nunca son las protestas y resistencia robustas. Los estudiantes hicieron lo correcto. No se puede aceptar el castigo.
Se violaron los derechos de los estudiantes a la libertad de expresión, NO los de Charles Murray
A raíz de la justa acción de los estudiantes al callar a Charles Murray, se vio una oleada de denuncias no solo por parte de los reaccionarios sino también de muchos progresistas que deberían tener más juicio. Casi todos afirmaron que los estudiantes habían infringido el derecho de Murray a la “libertad de expresión”. Esto pone la realidad patas arriba.
La Primera Enmienda protege al pueblo de la represión del gobierno contra su derecho a expresarse y congregarse en protesta. Los estudiantes no intentaban aprobar leyes que impedirían que Murray hablara ni pretendían meterle preso. No tienen el poder estatal. Mientras tanto, Murray sí cuenta con el respaldo de poderosas instituciones. Su lugar de empleo es el American Enterprise Institute cuya rama estudiantil auspició el evento, y que cuenta con un presupuesto anual de $46 millones; ex miembros incluyen a Antonin Scalia, Dick Cheney y Newt Gingrich. De ninguna forma se podría mantener que Murray carezca de plataformas públicas o de la habilidad de conseguir que se escuchen sus ideas.
Los estudiantes, sin embargo, no cuentan con ese respaldo institucional poderoso. Además, al desafiar la supremacía blanca y la pseudo-ciencia que intenta justificarla, luchan contra ideas racistas ampliamente promovidas que han saturado Estados Unidos desde su fundación bajo la esclavitud. Los estudiantes hicieron uso de la vos, del cuerpo, y de su sentido de responsabilidad moral para condenar la supremacía blanca y la intolerancia, dando expresión a puntos de vista que con frecuencia son calumniados y suprimidos. Ellos son los que ejercieron su derecho de expresión y que ahora son castigados injustamente por ejercer ese derecho.
Una creciente ola de supremacía blanca
Charles Murray trafica la supremacía blanca peligrosa e intelectualmente maquillada que se ha refutada cabalmente. Su libro más famoso es The Bell Curve, en el que alega que por naturaleza los negros son menos inteligentes que los blancos. A pesar de que está lleno de imprecisiones y métodos anti-científicos, el libro se promovió ampliamente en la década de los 1990 y sirvió para justificar recortes gubernamentales a servicios y cambios de políticas, los que resultaron en la devastación de la vida a millones de personas.
El que Murray sea promovido de nuevo hoy no puede considerase aparte de la creciente ola de supremacía blanca que se está extendiendo por todo Estados Unidos bajo Trump. Hace poco, en Virginia hubo una marcha nocturna al estilo KKK con antorchas y gritos de consignas nazis, en oposición a la retirada de unos monumentos confederados. En Misisipí un congresista puso en su página de Facebook que “se debería LINCHAR” a quienes participaron en retirar las estatuas. Jeff Sessions, el cabecilla del Departamento de “Justicia”, ha reinstituido condenas mínimas obligatorias para los “criminales” no violentos. Estas sentencias obligatorias son parte de lo que generó el repunte en la encarcelación en masa de negros, latinos y otros de color, lo que Michelle Alexander ha caracterizado correctamente como el Nuevo Jim Crow.
El plantarse y callar a los defensores del racismo como Murray no tiene que ver con suprimir la libertad de expresión, sino con oponerle resistencia a la supremacía blanca y el abierto y brutal uso del estado y la chusma plara imponer esa supremacía blanca. Tal resistencia es justa y más necesaria cada día.
NO se debe debatir interminablemente las ideas que se ha comprobado que son equivocadas y dañinas
Un principio muy importante es el que se escuche las ideas, especialmente las nuevas, poco conocidas o que desafían la ortodoxia establecida o las instituciones en el poder, y que se las escuchen de la boca de sus defensores más ardientes. También es importante debatir las ideas en la esfera de las ideas, y contestarlas de manera sustanciosa. Sin embargo, este principio no es —y no puede ser— absoluto. No se puede debatir interminablemente toda idea (no hay tiempo interminable ni suficientes recursos para hacerlo), y el hacerlo en realidad estorba el avance del conocimiento en general.
¿Piensa alguien en realidad que, por ejemplo, en la ciencia se debe seguir debatiendo la idea de que la Tierra es llana? ¿Qué tal la negación del Holocausto? ¿La negación del cambio climático? ¡Claro que no! Cuando se ha refutado una idea completa y repetidamente, es hora de cerrar el debate y seguir adelente. Además, cuando las ideas refutadas causan enormes daños sociales pero siguen siendo promovidas por poderosas instituciones cuyos intereses esas ideas refutadas sirven, es justo que los que no tienen ese poder lo arriesguen mucho para callarlas. Y esto es aplicable a las ideas racistas de Charles Murray que han sido cabal y repetidamente refutadas.
La lucha por las universidades — clave en la lucha por el futuro
El castigo a los estudiantes de Middlebury es parte de la creciente represión contra los estudiantes, los académicos y el discurso intelectual que desafían el rumbo fascista que se está imponiendo sobre Estados Unidos, ahora bajo el Régimen de Trump y Pence en el poder.
Instituciones poderosas respaldan con millones de dólares a los fascistas como Ann Coulter, Milo Yiannopoulos, David Horowitz y otros para que vomiten su veneno, para normalizar su intolerancia, y para incitar y acumular fuerzas en las universidades por todo Estados Unidos. Se han hecho Listas de Vigilancia de Profesores al estilo de McCarthy (senador reaccionario de los años 1950) para amenazar a los profesores que desafían la supremacía blanca, el patriarcado y la narrativa de la “grandeza de Estados Unidos” que la clase dominante promueve. Y cada vez más se satanizan y castigan a los estudiantes que se levantan en contra de todo eso. En este momento varios estados se han propuesto legislación para establecer el castigo —incluido, en algunos casos, la expulsión— para estudientes que se atreven a interrumpir a un ponente en la universidad. Hace solo una semana, el tema de las protestas estudiantiles fue central en el discurso que dio el vicepresidente Mike Pence en la ceremonia de graduación de la Universidad de Notre Dame.
Los fascistas se han centrado en las universidades precisamente porque ellos se basan en los mitos reaccionarios —MENTIRAS— que no quieren que sean cuestionados. Temen el pensamiento crítico. Y temen el papel que los estudiantes con frecuencia han jugado desafiando las injusticias y la opresión, ya sean los Viajes de Libertad [en el Sur durante el Movimiento de Derechos Civiles] o la lucha contra la guerra de Vietnam o las oleadas de protestas tras la elección de Trump, hasta las justas protestas que callaron a Charles Murray, Milo Yiannopoulos y otros en los últimos meses. Para estos fascistas, la pacificación de las universidades es clave para consolidar el fascismo en Estados Unidos.
Todo lo anterior recalca aún más la justicia de lo que hicieron los estudiantes de Middlebury, y que su castigo fue ilegítimo y un precedente peligroso. Hay que saludar y defender a los manifestantes de Middlebury, y hay que divulgar su espíritu justo. A medida que la supremacía blanca sube y el régimen fascista de Trump y Pence se apura por rehacer las leyes, atacar a la prensa, y apabullar a quienquiera que se le oponga, mucha pero mucha gente más, de todo sector de la sociedad, tiene que unirse a los que están alzando la voz, arriesgándose el cuerpo, la carrera y la reputación para expulsar a los fascistas de sus planteles, de sus ciudades, y de la Casa Blanca.
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