En Turquía: Conectarse con el potencial latente de la resistencia
Cientos se convierten en cientos de miles, al ponerse contra el brutal régimen represor
19 de julio de 2017 | Periódico Revolución | revcom.us
El 9 de julio, frente a una represión extrema, hasta un millón de personas inundaron las calles de Estambul, la ciudad más grande de Turquía, para exigir que el régimen fascista del presidente Recep Tayyip Erdoğan pusiera fin al estado de emergencia impuesto tras un fallido golpe de estado militar en julio de 2016. Al hacerlo, abrieron brecha en el ambiente sofocante de miedo, intimidación y acomodación que ha azotado al país durante el último año.
Antecedentes
Desde 2003, Erdoğan ha sido primero, el primer ministro, y luego el presidente de Turquía. Combinó el nacionalismo turco extremo (conocido como el “kemalismo” por el fundador de la Turquía moderna) y el islamismo (la organización de la sociedad sobre principios religiosos patriarcales, misóginos y anticientíficos), con un programa de concentración de más y más poder en el poder ejecutivo del gobierno y en sus propias manos.
Esto era profundamente polarizador. Erdoğan había sido objeto de protestas masivas por parte de las fuerzas progresistas de las grandes ciudades, así como de la resistencia basada en los 15 millones de kurdos (una minoría nacional oprimida) que vivían principalmente en el sudeste montañoso de Turquía. Pero Erdoğan tenía un fuerte apoyo entre los fundamentalistas religiosos, y en las vastas zonas rurales, pueblos y ciudades pequeñas.
En julio de 2016, un sector de las fuerzas armadas intentó lanzar un golpe de estado. Erdoğan logró movilizar a sus propios partidarios en las calles para oponérsele, y ante la amenaza de una toma de poder militar, la mayoría de los oponentes burgueses liberales de Erdoğan, así como de los opositores más progresistas tomaron partido con él contra el golpe de estado, el que fue aplastado.
Más de 200 personas murieron en la intentona, pero Erdoğan se le refirió como un “regalo de Dios” porque creó una situación política temporal donde tenía amplio apoyo tanto en la clase dominante como entre las masas. Erdoğan se aprovechó de esto para dar un enorme salto en la aplicación de un dominio fascista.
Bajo el pretexto de erradicar a los partidarios del golpe de estado, Erdoğan rápidamente extendió su ataque equiparando la justa lucha del pueblo kurdo con el golpe de estado militar. Las regiones kurdas se enfrentaron a una fuerte represión militar y al menos una docena de dirigentes de partidos políticos kurdos fueron arrestados. Y Erdoğan lo extendió aún más, contra sus opositores militares y de la clase dominante, periodistas, artistas e intelectuales. 150.000 maestros, profesores, periodistas, jueces, funcionarios públicos y otros fueron despedidos; 50.000 personas fueron arrestadas y lanzadas en prisiones brutales con una tortura generalizada; más de 100 medios de comunicación fueron allanados o cerrados.
Todos los principales partidos burgueses liberales, nacionalistas e islamistas o apoyaron esto o lo aceptaron calladamente, pero hubo una resistencia importante. En octubre de 2016, el gobierno extendió el estado de emergencia otros 90 días; 500 personas protestaron esto en Ankara y en Estambul, en respuesta al llamado de los sindicatos y partidos de izquierda más pequeños. En la región kurda hubo choques entre el ejército y las fuerzas armadas de los partidos políticos kurdos, y entre la policía y la juventud kurda. Hasta los partidos de fútbol se convirtieron en escenarios de potencial protesta, por lo que el gobierno turco prohibió la venta de camisetas con la palabra “Kurdistán” inscrita.
Aunque estos brotes de resistencia desafiaron de manera extremadamente importante al estado fascista, y además retaron por igual a las masas más amplias a que lucharan contra el estado fascista, todavía eran relativamente pequeños, esporádicos, y se limitaron a algunas grandes ciudades y a la región kurda.
El referéndum fascista y los brotes de resistencia
Para consolidar y legitimar su poder, Erdoğan celebró un referéndum nacional en abril de 2017 sobre las enmiendas constitucionales que le dieron un control directo bajo la ley tanto sobre los tribunales como sobre la legislatura. Con el apoyo de otro partido de derecha, Erdoğan puso todas sus cartas en juego, usando su control sobre los medios de comunicación para llenar las ondas radiales con propaganda del “Sí” y además organizando mucho fraude en la votación. Sin embargo, su victoria (con un 51 por ciento de los votos) sí reflejó el apoyo de un sector de la sociedad de Turquía.
La victoria del referéndum le dio al gobierno un poder y legitimidad mucho más inmensos, pero también suscitó una creciente indignación y protesta. Poco después del referéndum, se dieron dos noches de intensas protestas en Estambul, en las que miles corearon: “Estamos hombro a hombro contra el fascismo” a pesar de la fuerte presencia de la policía militarizada. Se dieron acciones menores en ciudades de todo el país, algunas de las cuales fueron atacadas por la policía.
En Ankara, dos profesores que habían sido despedidos en la represión hicieron una huelga de hambre de protesta. 75 días después, mientras su huelga continuaba y llegaba a ser un punto focal y la policía irrumpió en sus casas para arrestarlos, uno de ellos tuiteó: “La policía del departamento político está tratando de entrar en la casa. Ahora están tumbando la puerta. ¡Maldito fascismo! ¡Viva nuestra resistencia de la huelga de hambre! ¡Queremos recuperar nuestro trabajo! ¡No nos hemos rendido y no nos rendiremos!”
La represión se extendió para afectar a los partidos tradicionales que habían apoyado tanto la represión al golpe de estado como la represión contra los kurdos, pero que se oponían (levemente) a las enmiendas constitucionales que casi eliminaron cualquier apariencia de democracia. En mayo de 2017, el régimen detuvo a un miembro del parlamento del CHP (Partido Popular Republicano) y lo condenó a 25 años de cárcel.1
En ese momento, el CHP, el partido de oposición más grande, sí decidió expresar su oposición: lanzó un ambicioso llamamiento para una marcha de 450 km de la capital, Ankara, a Estambul, el acto más audaz de desafío de masas desde el golpe de estado.
El 15 de junio, cientos de personas se reunieron en Ankara para marchar contra el aparentemente abrumador poder del estado. Esto requirió un auténtico valor, ya que Erdoğan comparó abiertamente esta protesta no violenta con la intentona armada a la que había ahogado en sangre, diciendo: “Los soldados golpistas tenían sus F-16 y tanques; Kılıçdaroğlu [el dirigente del CHP] tiene su marcha”. Erdoğan dijo que la marcha era “ilegal” y que sólo la permitía como “un favor”.
No obstante, la marcha emprendió su arduo viaje, viajando 25 km al día por carreteras, acechadas por la policía (que decía estar “protegiéndolos”), por el campo abierto y sobre las montañas al calor del verano. Durante la marcha, al menos un activista murió de un ataque al corazón.
Pero este valor y determinación comenzaron a conectarse con la inmensa reserva de odio previamente suprimida por el régimen. Pronto la marcha creció a más de mil personas, con algunos artistas y actores prominentes. Después de dos semanas en la carretera, habían llegado a ser 10.000 personas y luego crecieron a 15.000.
Una vez que salió de Ankara, la marcha pasó por el corazón rural del apoyo a Erdoğan, los “Estados Rojos” de Turquía, sobre los cuales un manifestante comentó: “Nunca en un millón de años hubiera pensado que iba a pasar por ellos”. Además, la marcha sí se topó con una fuerte oposición, ya que en algunos lugares, los partidarios de Erdoğan se formaron a la orilla del camino para proferir injurias, mientras que otros arrojaron estiércol sobre la ruta de la marcha.
Pero en estas zonas la marcha también envalentonó a cientos de personas, quienes dieron señales de victoria desde sus coches o aplaudieron desde sus balcones. No hay duda de que dejó en su estela una efervescencia política y debate mucho mayor, lo que le favorece al proceso de ganarse a aquellos que ahora están embriagados con Erdoğan.
Para cuando la marcha llegó a las afueras más alejadas de Estambul, había crecido a 30.000 personas, pero no obstante había fuertes dudas y temores por lo que iba a suceder cuando entraran a la ciudad: ¿Los atacarían y dispersarían? ¿La gente se les uniría?
Erdoğan hizo un llamado a no atacar a la marcha, y por esta nueva brecha irrumpieron cientos de miles de personas, muchas de las cuales sin duda sólo decidieron qué hacer en las últimas horas. El mitin, en frente de la cárcel donde estaba detenido el miembro del CHP, estaba jubiloso. Un orador declaró: “Este es un renacimiento para nosotros, para nuestro país, para nuestros hijos. Nos rebelaremos contra la injusticia”.
Un avance logrado mediante lucha dura, los retos y la importancia de contar
con un liderazgo
Con razón la gente estaba jubilosa, y este fue un avance logrado mediante lucha dura. Pero también es importante verlo de manera seria y científica. En primer lugar, la marcha de Ankara a Estambul fue una idea audaz en el momento oportuno y logró reunir a sectores muy amplios de la población, de las fuerzas radicales decididas a expulsar a este régimen a los partidos tradicionales que vacilan entre ir y conciliar con los fascistas, y organizar alguna resistencia en su contra. Pero ahora que ha surgido un amplio movimiento de oposición, también surgirán las diferencias, y las diferentes fuerzas tendrán que contender tanto sobre el rumbo como las metas que el movimiento debe adoptar.
De aún más importancia, el régimen fascista de Erdoğan todavía está en el poder, y maneja tremendas fuerzas armadas y una importante base de masas; no va a rendirse o desaparecer. De hecho, pocos días después del mitin en Estambul, el gobierno despidió a otros 7.348 trabajadores del sector público como parte de la purga en curso. Y el 15 de julio, el primer aniversario de la intentona, Erdoğan movilizó a cientos de miles, quizás hasta millones de personas, en todo el país para celebrar su victoria, y aprovechó la ocasión para amarrar más fuertemente a las masas ahí a su ideología reaccionaria, y para amenazar ominosamente a sus oponentes. En referencia a aquellos que lucharon por su régimen, Erdoğan dijo que “Dios les ha prometido... a aquellos que luchan en el camino de Dios o en el camino de su nación... el paraíso”. Y advirtió que las purgas y los juicios estaban lejos de concluirse y que “decapitaría a los traidores” y que “ninguno de ellos quedará en este país sin recibir su castigo”.
Así que este probablemente será un período de gran efervescencia política y debate en la población, y un intenso estire y afloje con las fuerzas reaccionarias. La marcha de Ankara a Estambul destapó no sólo la gran amplitud de la oposición, sino también la disposición de decenas de miles de personas para arriesgar mucho para luchar en su contra. Y toda esta situación suscita la pregunta de qué tipo de sociedad es que la gente sí quiere para Turquía.
Pero en este contexto, es crucial la cuestión de contar con un liderazgo. Si la gente más decidida a ver una Turquía nueva y liberada, y un mundo nuevo y liberado, trabaja para resumir científicamente lo que ha cambiado y cómo transformar más las cosas, y trabaja para llevar eso al torbellino de lucha y debate, habrá una buena base, por medio de los giros, curvas y vaivenes, para forjar y dirigir una lucha decidida para expulsar al régimen fascista y abrir nuevas cuestiones y nuevas posibilidades sobre la creación de una sociedad verdaderamente emancipadora, en lugar de conformarse con volver a las condiciones profundamente opresivas que caracterizaron a Turquía antes de que Erdoğan siquiera apareciera en escena.
1.De hecho, el CHP había apoyado la detención anterior de los parlamentarios kurdos, lo que ilustra de nuevo la profunda verdad que Martín Niemöller resumió a partir de su experiencia en la Alemania nazi: “Primero vinieron por los comunistas, y no dije nada porque yo no era comunista.... Luego vinieron por los judíos y yo no dije nada porque yo no era judío... Y luego vinieron por mí, y para ese entonces ya no quedaba nadie para hablar por mí”) [regresa].
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