Filipinas 1901

Las campanas de Balangiga

Obrero Revolucionario #940, 18 de enero, 1998

Hace 100 años, iluminó la oscuridad
un pueblito olvidado.

Del programa de
Las campanas de Balangiga

Las campanas de Balangiga, una obra musical del Grupo Cultural Pintig, se estrenó hace poco en Chicago. Cuenta la historia de la resistencia heroica de Balangiga, un pequeño pueblo de Filipinas, que en 1901 logró emboscar a las tropas estadounidenses que lo habían ocupado.

Rodolfo Carlos Vera, el autor de la obra, la montó por primera vez hace dos años con un grupo de teatro de provincia y la presentaron por todo Samar, la isla donde está Balangiga. Ahora el Grupo Cultural Pintig la presentará en Estados Unidos.

Angela Mascareñas, miembro fundador de Pintig y directora de escena de la obra, escribió en las notas del programa: "Las campanas de Balangiga es más que una obra musical. Examina el colonialismo y la historia de las relaciones entre Filipinas y Estados Unidos, y da a conocer la historia de la agresión yanqui a finales del siglo 19, una historia que no aparece en los libros de historia ni en los documentales. Y lo que es más importante, es un esfuerzo consciente de hacer escuchar las voces marginadas de los filipinos colonizados y de los que siguen sufriendo la opresión neocolonial bajo el yugo del imperialismo yanqui.... Dedicamos esta obra a todos los filipinos que han muerto por justicia y libertad, y a los que siguen luchando por ellas allá y en el mundo entero; ofrecemos las canciones, la historia y las lecciones de Balangiga a los que las han olvidado y a los que todavía no las conocen".

La resistencia de Balangiga es un momento más de la historia de los pueblos que demuestra lo que dijo Mao Tsetung: "Donde hay opresión, hay resistencia".

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En 1896, después de 300 años de colonialismo español, estalló la revolución filipina, una continuación de la historia de lucha de ese pueblo valiente contra la opresión extranjera. Asimismo, cuando se inició la guerra entre Estados Unidos y España en 1898, la guerra de guerrillas contra el dominio colonial se intensificó. El poder español se derrumbó en la mayoría de las islas de Filipinas y los imperialistas yanquis maniobraron para ser los nuevos amos coloniales. Realizaron negociaciones secretas con España y el 13 de agosto de 1898 organizaron una batalla con el objetivo de justificar la entrega de Filipinas; España se rindió después de unos cuantos disparos y el 18 de diciembre de 1898 Estados Unidos le "compró" Filipinas por 20 millones de dólares.

En cuestión de dos meses Estados Unidos atacó sorpresivamente a las fuerzas revolucionarias filipinas cerca de la capital de Manila, con un saldo de 3000 filipinos muertos. Las masas filipinas se opusieron al imperialismo yanqui y estalló la guerra. Estados Unidos mandó 126.000 soldados y ganó la guerra en 1902. Persiguieron y encarcelaron a los filipinos que no juraron fidelidad a la bandera estadounidense; torturaron a los rebeldes y prohibieron las organizaciones obreras y campesinas. Por cada soldado estadounidense muerto, murieron 50 filipinos. Se calcula que más de 250.000 filipinos murieron como resultado de la guerra. Un general estadounidense calculó que en Luzón, la mayor isla del país, murieron 600.000 personas (la sexta parte de la población).

En Balangiga, la población estaba decidida a combatir la ocupación yanqui. Acordaron invitar (con el fin de atrapar) a los soldados yanquis al pueblo con el pretexto de pedir "protección".

El 11 de agosto de 1901, llegó la Compañía C del IX Batallón de infantería: 74 soldados experimentados que habían "defendido los intereses" de Estados Unidos en China y Cuba; acto seguido, comenzaron a portarse como bestias; le decían "gugu" (una palabra racista) a la gente, metían a los hombres en cuadrillas de trabajo, y violaban a las mujeres.

Los del pueblo dieron la impresión de cooperar con los invasores mientras hacían planes secretos. Un historiador relata que el alcalde recomendó aumentar la fuerza laboral con hombres de las colinas (donde estaba la guerrilla): "A los estadounidenses les parecieron trabajadores muy diligentes; resulta que en realidad eran los mejores macheteros de la guerrilla".

Después de aguantar unas semanas de ocupación yanqui, el pueblo de Balangiga decidió que había llegado la hora de implementar su plan. Esa noche se reunieron en la selva, muy lejos de los soldados estadounidenses. Las mujeres vistieron a los hombres en ropa femenina y todos regresaron juntos al pueblo. En la mañana, el 28 de septiembre de 1901, los hombres disfrazados realizaron una procesión fúnebre de niños muertos por el cólera. Los ataúdes no solo contenían los muertos; ¡también contenían machetes!

Los soldados yanquis estaban totalmente desprevenidos, desayunando en tiendas de campaña; unos ni siquiera portaban armas. El comandante, el capitán Thomas Connell, estaba en su oficina escribiendo una conmemoración para el presidente de Estados Unidos William McKinley, asesinado tres semanas antes.

Dicen que el jefe de policía de Balangiga, Pedro Sánchez, se le acercó a un centinela yanqui y de repente le agarró el rifle y le dio un culatazo en la cabeza. En seguida sonaron las campanas de la iglesia: la señal para comenzar el ataque. Primero atacaron a los soldados que desayunaban en las tiendas. Se defendieron con sillas y utensilios de cocina, pero los rebeldes decapitaron a varios, esgrimiendo los machetes con gran resolución. Otros cortaron las cuerdas de las tiendas y los soldados quedaron atrapados adentro.

El saldo fue de 47 muertos y 22 heridos (de un total de 74 soldados en la compañía). Los sobrevivientes huyeron a una guarnición estadounidense.

Estados Unidos se vengó con rapidez y saña. Sus tropas quemaron el pueblo, se desmandaron y terminaron por quemar toda la isla de Samar. El jefe del operativo genocida fue el general Jacob W. Smith, quien diez años antes participó en la masacre de centenares de amerindios en Wounded Knee. En Filipinas dio esta orden: "Quisiera que maten y quemen; entre más lo hagan, más gusto me dará". Mandó dejar a Samar como un "desierto inhabitable" y dio la orden de fusilar a todos los mayores de 10 años. Un comandante informó que en el lapso de 11 días su batallón incendió 255 viviendas, mató a 13 bueyes y asesinó a 39 personas. Otros batallones realizaron ataques de la misma magnitud. La población de la isla disminuyó de 300.000 habitantes a unos 257.000.

Los yanquis se robaron las campanas de la iglesia que señalaron el inicio del ataque a la Compañía C. Dos de ellas se encuentran actualmente en Cheyenne, Wyoming, en un puesto militar donde el ejército realizó una matanza de amerindios. La tercera campana está en Corea del Sur, donde está la Compañía C hoy día.

Actualmente, una campaña exige el regreso de las campanas; deben de estar en Filipinas para recordar al pueblo los crímenes del imperialismo yanqui y el heroísmo de los que lucharon contra él.


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