Obrero Revolucionario #1000, 28 de marzo, 1999
En el siglo 18, la colonia más rica del mundo era Haití (llamada Santo Domingo). Francia se cebaba de su azúcar, índigo, algodón, cacao y tabaco; Inglaterra y España la codiciaban. Toda esa riqueza provenía de la brutal explotación de medio millón de esclavos africanos en más de dos mil haciendas.
Pero en agosto de 1791, los esclavos de Santo Domingo se alzaron y derrotaron a sus opresores con simples herramientas agrícolas. Encabezados por el gran general Toussaint L'Ouverture, vencieron a sus amos y, durante 12 años de guerra, derrotaron las fuerzas armadas de las grandes potencias coloniales de la época: una invasión española, una expedición inglesa de 60 mil soldados y una enorme expedición francesa que mandó Napoleón Bonaparte. Formaron un estado independiente de esclavos emancipados. Con la gran valentía de los que no tienen nada que perder, se hicieron dueños de la sociedad. A continuación se relata la historia de esa gran guerra revolucionaria.
"Para los esclavos, era más seguro y más rutinario recibir latigazos que comida".
C.L.R. James, autor de Black Jacobins,
una historia de la revolución
de los esclavos de Haití
En los campamentos de trabajos forzados, los africanos vivían peor que bestias. Dormían en cuarteles que parecían establos. Los guardias armados los obligaban a trabajar tan duro bajo el sol tropical que de noche se comían cruda su mísera comida y caían rendidos.
Al otro extremo de la sociedad, 20.000 hacendados, hijos de la aristocracia francesa, vivían como parásitos en una extrema decadencia e indolencia. Hasta para vestirse o rasurarse necesitaban esclavos, y encargaban las haciendas a sus capataces.
Violaban a las esclavas constantemente. Con el transcurso de los años, surgió una pequeña capa de mulatos, que alcanzó el mismo tamaño que los blancos. Algunos llegaron a ser dueños de esclavos; sin embargo, los blancos los sometían sin piedad. Por otra parte, hacia 1750 por lo menos tres mil esclavos fugitivos, llamados cimarrones, vivían en comunidades agrícolas armada en el monte.
A los esclavos les daban latigazos por las más insignificantes infracciones. Si uno comía caña, le ponían una máscara de hojalata cuando trabajaba en los infernales cañaverales. Si una mujer abortaba a propósito, cuando volvía a quedar embarazada le ponían un collar de metal que medio la estrangulaba hasta que daba a luz. Era común mocharles las orejas, las extremidades o los genitales. Un invitado a cenar contó que la señora de la casa mandó aventar a la cocinera al horno, como si nada, ¡por no cocinar al gusto!
Los hacendados calculaban que les salía más barato comprar un nuevo esclavo de los buques negreros que criarlos. Los mataban de trabajo y bromeaban: "La Costa de Marfil es una madre muy fértil". Todavía en 1790, más de dos tercios de los esclavos venían de Africa, y tanta violencia de los dueños no los había quebrado.
"La dialéctica materialista considera que las causas externas constituyen la condición del cambio y las causas internas, su base, y que aquéllas actúan a través de éstas".
Mao Tsetung
El 14 de julio de 1789, al otro lado del mar, las masas de París, Francia, se tomaron la prisión de la Bastilla y dieron comienzo a la revolución francesa, que acabaría con el feudalismo. El gobierno francés exprimía a Haití con impuestos y controlaba el comercio. Los hacendados franceses de la isla soñaban con la independencia (igual que los colonos de Norteamérica) y por ende abrazaron la revolución francesa. Por su parte, los mulatos dueños de esclavos soñaban con la igualdad con los blancos y simpatizaban la revolución de la madre patria porque pregonaba libertad e igualdad.
Ninguna de esas capas sociales se imaginaba que "los derechos humanos" dictaban abolir la esclavitud. La clase mercantil capitalista de Francia sacaba gran riqueza del tráfico de esclavos. La revolución francesa respetaba el derecho a la propiedad, y a los esclavos los consideraban propiedad. En Haití, surgieron complejas riñas intestinas. Durante dos años se pelearon los monarquistas y los "patriotas", los blancos y los mulatos; los esclavos observaban la situación.
Cango, ¡bafio té!
Canga, ¡mouné de lé!
Canga, ¡do ki la! ¡Canga li!
[traducción: Juramos destruir a los blancos y todo lo que poseen. ¡A cumplir este juramento o morir!]
Canción de esclavos haitianos
"Para decirlo con toda franqueza, en todas las aldeas se necesita un breve período de terror. De lo contrario, resulta absolutamente imposible aplastar las actividades de los contrarrevolucionarios en el campo y derrocar el poder de los shensi (hacendados). Para corregir un error, hay que sobrepasar los límites justos; de otra manera, el error no será corregido".
Informe de Mao Tsetung
sobre un levantamiento armado
de campesinos en China, 1927
El Llano Norte de Haití, centro de las haciendas de esclavos, mide 80 km de largo y 25 km del mar a la montaña. El puerto principal, Le Cap, solo tenía unos muelles, bodegas y corrales para esclavos, pero las haciendas eran grandes y una tras otra.
En 1791 los esclavos tramaron una vasta conspiración, encabezada por el gran sacerdote Boukman, que corría de boca en boca durante las ceremonias de vudú. El plan era muy sencillo: al recibir la señal, los esclavos cerca de Le Cap prenderían fuego a los campos; al ver las llamas en el cielo, los demás se alzarían hasta eliminar a todos los blancos y tomarse la isla.
El 22 de agosto los dirigentes se reunieron en el bosque de Mome Rouge y dieron la señal. En hacienda tras hacienda, los esclavos se alzaron, mataron a los amos y redujeron todo a cenizas. Se armaban con lo que encontraban a la mano: herramientas de labranza, palos afilados, una que otra espada, pistolas y fuego. Se aventaban contra el enemigo en muchedumbre; aunque morían muchísimos, abrumaban a los blancos.
Destruían todo lo que se les atravesaba; no querían dejar ningún rastro de las odiadas haciendas ni de sus amos. Durante tres semanas, la noche parecía día. Todo ardía sin cesar, caían cenizas como nieve y los barcos se alejaban a alta mar por temor a las brasas.
Los esclavos recibían la más extrema violencia, violación, asesinato y tortura, y ahora respondían con una severa justicia. Al principio, mataron a todos los blancos, salvo muy pocos, como médicos respetados.
Desde el principio hacía falta un liderazgo central. Además, Boukman murió en el combate. A las pocas semanas se empezaron a formar bandas y a pelearse. Posiblemente, la rebelión hubiera terminado allí, igual que tantas sublevaciones de esclavos en la historia.
Los hacendados se estaban reorganizando. Exhibieron la cabeza de Boukman en Le Cap y todos los días torturaban a muerte a docenas de rebeldes en la plaza. Sectores de la clase dominante ofrecieron igualdad, algún día, a los mulatos si ayudaban a reprimir a los esclavos. Organizaron una formidable fuerza armada para recuperar las haciendas y vengarse. Arrogantes, estaban seguros de que su victoria era inevitable.
Pero la rebelión contaba con varios factores positivos. La potencia colonial estaba absorta en su propia revolución; una intensa riña sobre igualdad para los mulatos dividía la clase dominante haitiana; en la isla aislada, los esclavos eran la abrumadora mayoría. Otro factor, quizá el más importante, es que surgió una dirigencia disciplinada de la revolución de esclavos con un plan concreto para llegar a la victoria.
Toussaint L'Ouverture nació esclavo, de padres capturados en Africa. Trabajaba de cochero y así conoció las afueras de la hacienda. También era encargado del ganado de la hacienda, una posición insólita para un esclavo. Era un hombre muy disciplinado en el trabajo físico y el estudio. Aunque hablaba solamente francés criollo, se enseñó solo a leer en francés y latín, y estudiaba los escritos castrenses de César y literatura prohibida de la revolución francesa.
Cuando estalló la rebelión, tenía 45 años, una edad avanzada para un esclavo en Haití. Se tomó la hacienda de sus amos y aguardó unas semanas a ver qué pasaría. Entonces, mandó a su familia a la colonia española de la otra parte de la isla y emprendió la tarea de construir una fuerza armada disciplinada.
Llegó a los campamentos rebeldes en el momento más difícil. Sufrían hambre y no tenían un plan para enfrentarse con las tropas contrarrevolucionarias, que ya empezaban a ahuyentarlos del llano a la montaña. Varios comandantes se desmoralizaron y pidieron amnistía a cambio de entregar a los soldados rasos, pero los amos los rechazaron con desdén, ansiosos de vengarse a sangre y fuego.
Al observar esas negociaciones, Toussaint entendió que los esclavos solo se liberarían cuando derrotaran por las armas el sistema y la clase esclavista. Era la contradicción clave de esa lucha, y Toussaint jamás la perdió de vista en las muchas alianzas que formó y las opciones complejas que escogió.
Reclutó a unos centenares de rebeldes--prefiriendo empezar con pocos--y formó un núcleo disciplinado para contraatacar las tropas contrarrevolucionarias.
En 1793 los monarquistas atacaron la revolución en Francia y las tropas que estaban en Haití regresaron a defenderla. Los esclavos bajaron de nuevo al Llano Norte, entre ellos la nueva unidad de Toussaint. Cuando Francia mandó un nuevo gobernador, los blancos de la isla se pusieron a disputar de nuevo. Aprovechando la confusión, 10.000 esclavos bajaron a Le Cap, empujaron a las tropas francesas y a los hacendados al mar, y acabaron con el control central francés. Ahora diferentes grupos armados de distintos programas políticos dominaban diferentes partes de la isla.
Toussaint trazó una línea militar y política única. En lugar de aventarse en tropel contra las tropas, esperaban en los matorrales y emboscaban pequeños destacamentos bajo un mando central. Con esta estrategia, ganaban victorias, arrebataban armas y atraían a nuevos combatientes de otros grupos rebeldes.
Toussaint sorprendió a todos con la política de "Represalias, no". Mataba a la oposición armada, pero perdonaba a los que se rindieran. Así los contrincantes arrinconados se rendían y Toussaint podía ganar victorias sin sufrir tantas bajas.
Toussaint vivía con los soldados rasos, los dirigía personalmente en las batallas importantes y fue herido 17 veces durante los años de guerra constante.
Luchaba duramente contra la pasividad entre sus comandantes. Los animaba a tomar la ofensiva y los criticaba duro si se conformaban con poco o dejaban de perseguir al enemigo. Era un hombre riguroso, analítico, controlado y crítico mordaz, sin rastros de liberalismo. Su gente le tenía completa confianza.
Inició una serie de alianzas con varias fuentes de armas, como los colonos españoles, pero les hacía reconocer la libertad de los esclavos. A la vez, captaba que las clases dominantes, fueran españolas, francesas o inglesas, solo buscaban arrebatar la riqueza de Haití y reprimir a los esclavos. Nunca negoció la independencia de sus tropas.
Apoyados por los españoles, sus soldados conquistaron los fuertes franceses en la costa norte. En 1794 Inglaterra mandó una expedición invasora de 7000 soldados, quienes se tomaron el puerto de Puerto Príncipe con la ayuda de los hacendados blancos.
El nuevo gobierno revolucionario francés, con el afán de recuperar el control de Haití, anunció la abolición de la esclavitud, cosa que los esclavos ya habían logrado en la práctica. Aunque Francia no le podía dar armas ni ayuda, Toussaint hizo una nueva alianza con ella, ya no la antigua Francia monarquista sino la nueva república de la guillotina popular.
Con su núcleo disciplinado en la vanguardia, ahuyentó a los españoles del norte y aisló a los comandantes rebeldes aliados con ellos. Luego confrontó a las tropas inglesas en el sur.
En apariencia, aún era un comandante de segundo mando, pero en realidad, su unidad de 4000 rebeldes era la más disciplina, y tenía fama por sus victorias, su flexibilidad y su dedicación inquebrantable a la emancipación.
"Hacer la revolución, promover la producción".
Mao Tsetung, durante la
Gran Revolución Cultural Proletaria
Lo primero que hicieron los rebeldes fue arrasar las haciendas; sin embargo, se morirían de hambre si no regresaban a los campos. Donde el ejército de Toussaint tomaba el control, imponía un nuevo modo de producción. Se prohibían y castigaban severamente los trabajos forzados, el látigo o el trabajo de noche. Los rebeldes no se repartieron las tierras de las haciendas, pero recibían pago por su trabajo, por lo general en forma de comida, vivienda y una cuarta parte de la producción.
Además de luchar contra las tropas contrarrevolucionarias, también libraban una lucha interna contra la restauración de la esclavitud en las bases de liberación. A veces el nuevo orden se parecía al antiguo. Antiguos amos e incluso dirigentes rebeldes trataban a la gente como esclavos. Algunos comandantes castigaban a latigazos a sus soldados. Los ex-esclavos hicieron muchos paros para protestar contra las condiciones de trabajo o exigir el pago prometido.
A los pocos hacendados que sobrevivieron los dejaron en paz, pues los esclavos tenían muy poca experiencia en la organización de la producción y el comercio, pero les prohibían estrictamente poseer a un ser humano. La revolución transformó radicalmente la vida de los esclavos y ofreció un lugar en la nueva sociedad a todo el que aceptara la abolición de la esclavitud.
Durante los años de guerra Toussaint tenía una red de caballos y casas para trasladarse sin demoras por el campo: investigaba casos, promovía la producción, aprendía de las masas, imponía los cambios revolucionarios y desenmascaraba las actividades de provocadores ingleses. Sus declaraciones se convertían en dichos populares: "Toussaint dice que si los esclavos no sembramos, la esclavitud volverá". En los mítines alzaba un rifle y gritaba: "¡Aquí está su libertad!"
"Hemos sabido correr riesgos para ganar la libertad; sabremos enfrentarnos con la muerte para defenderla".
T. L'Ouverture, al Directorio
(gobierno de Francia), 1797
Los invasores ingleses pensaban que iban a derrotar rápidamente a unas tropas francesas desmoralizadas, pero se encontraron frente a un ejército de esclavos rebeldes que combatían con un heroísmo exaltado. Cuando se les acababa la comida, luchaban con hambre. Cuando se les acababan las balas, aventaban piedras. Cuando las tropas inglesas cubrieron el campo de batalla con vidrio, avanzaron con los pies cortados y sangrientos. En enero de 1798 los esclavos vencieron a los ingleses en siete batallas durante siete días y los corrieron de la isla.
En 1800, derrotaron al ejército español en el este de la isla. Toussaint ya comandaba un ejército de 55.000 combatientes. (George Washington nunca tuvo más de 20.000.) En 1801, Haití declaró su independencia, como república de esclavos emancipados.
En Francia, Napoleón Bonaparte tomó el poder, anuló muchas leyes revolucionarias y trató de construir un imperio por la guerra. Restauró la esclavitud en las colonias. Mandó a Haití, bajo el mando de su cuñado, el general Leclerc, un enorme ejército que acababa de vencer a Italia.
Leclerc invitó a Toussaint a negociar a bordo de un barco francés y lo capturó. Murió lejos de su tierra en una celda fría en los alpes franceses, pero vive en la historia como uno de los más grandes líderes revolucionarios. La revolución continuó bajo el mando de sus lugartenientes, Jean-Jacques Dessalines y Henri Christophe. En 1804 le asestaron a Napoleón su primera derrota militar y lo obligaron a reconocer la independencia de Haití.
Uno por uno, los ejércitos de los opresores trataron de ponerle las cadenas de nuevo al pueblo de Haití; y uno por uno los derrotó el ejército de esclavos forjado por un cochero, Toussaint L'Ouverture.
Esta revolución sacudió las colonias de esclavos por todo el continente. En Estados Unidos se prohibió divulgar toda noticia de Haití, pero de todos modos inspiró la conspiración de Denmark Vesey en 1822, la rebelión de Nat Turner en 1831 y a abolicionistas militantes como John Brown. La victoriosa y brillante revolución de Haití, y su independencia, alentaron a los esclavos de todo el mundo y dieron a los esclavistas un vislumbre de su final.