Harlem:
Sin pelos en la lengua

Obrero Revolucionario #977, 11 de octubre, 1998

Harlem, Nueva York, es "la capital de los negros de Estados Unidos", y probablemente el barrio negro más famoso del mundo. A principios de siglo era un suburbio blanco. En 1901 construyeron el metro de la avenida Lenox para conectarlo al resto de Manhattan, lo cual subió los precios de los terrenos y produjo un auge de compra y venta de bienes raíces. Como construyeron demasiados edificios, tuvieron que reducir el precio del alquiler. Más o menos al mismo tiempo empezaron a desalojar a los negros de los barrios cerca del distrito comercial de Manhattan. Simultáneamente en el Sur del país empezó una enorme migración hacia el Norte, que llevó a cientos de miles de negros a vivir en Harlem y otras ciudades. En los años 30, Harlem tenía 200.000 habitantes y era el mayor barrio negro del país.

Desde el "Renacimiento de Harlem" de los años 20, este ha sido el centro cultural y político de los afroamericanos. Ahí vivían y trabajaban escritores, artistas, músicos y activistas como Billie Holiday, W.E.B. Dubois, Charlie Parker, Duke Ellington, Richard Wright, Zora Neal Hurston, Langston Hughes y Marcus Garvey. Malcolm X lanzaba discursos en las esquinas de Harlem cerca del teatro Audubon, donde fue asesinado en 1965. Harlem ha visto una larga y fuerte lucha contra la opresión.

Este año, cuando los organizadores de la Marcha de Un Millón de Jóvenes escogieron a Harlem para esa protesta, el alcalde de Nueva York, Rudolph Giuliani, intentó impedirla. Sin embargo, los organizadores dijeron que ahí la celebrarían de todos modos. Como la alcaldía no pudo impedir la Marcha, mandó policías a atacarla, a atacar la plataforma y golpear salvajemente a los participantes.

Yo estuve en la Marcha y vi lo brava que se puso la multitud por la falta de respeto que mostró Giuliani mandando sus sabuesos a atacarlos en su propia comunidad. En esas condiciones era muy difícil conversar. ¡Los periodistas de la prensa grande que se encontraban cerca a la plataforma recibieron olas de mace! Por eso, decidí regresar otro día, acompañada de Shango, un partidario del PCR.

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Empezamos nuestro recorrido en la calle 125, el corazón de distrito comercial. Por todos lados se ve un despliegue de vida cultural y política. Los vendedores ambulantes venden literatura de nacionalistas revolucionarios; diferentes grupos políticos toman la palabra en las esquinas; artistas venden retratos de Malcolm X y Martin Luther King, Jr. En la discoteca Record Shack uno puede conseguir rap, calypso, reggae, blues, jazz, soca y otros ritmos africanos. A la vuelta está el famoso teatro Apollo que abrió en los años 30. Shango me dijo que uno de sus recuerdos de niños es cuando iba al Apollo con toda la familia para escuchar a conjuntos como Smokey Robinson y los Miracles o los Temptations. En el almacén Mart 125 uno puede comprar toda clase de comida caribeña y cosas de Africa. En unas pocas cuadras oímos música de cuatro generaciones. Unos almacenes tocan rap a todo volumen. Un señor interpreta una linda canción de Otis Redding, y al atardecer la gente se pone a conversar en las esquinas.

Harlem en las miras
de la clase dominante

El 90% de los residentes de Harlem son negros: afroamericanos caribeños, africanos. El restante 10% son puertorriqueños y de otras nacionalidades. A diferencia de otros barrios, aquí viven lado a lado diferentes capas sociales: empresarios adinerados y politiqueros conviven a poca distancia de gente muy pobre. Hay muchos profesionales, empleados del hospital Harlem y comerciantes de la clase media. Sin embargo, la mitad de los residentes viven debajo del nivel oficial de pobreza. La mediana del ingreso anual en 1990 era $14.141 o sea, $270 a la semana. El desempleo es muy alto, especialmente para los varones jóvenes. Las estadísticas de 1993 indican que el 48,4% de la población recibía asistencia pública, ayuda para discapacitados o ancianos, o Medicaid. Hay elevados niveles de asma, mortalidad infantil, tuberculosis y SIDA. Es un barrio de extremos. Por un lado se ven edificios modernos, tiendas y apartamentos renovados; pero a la vuelta de la esquina hay edificios abandonados, lotes baldíos y extrema pobreza.

Harlem no queda lejos del centro de Manhattan y de Wall Street. Importantes vías del metro y del tren que va a Connecticut conectan a Harlem con muchos puntos de la región. En una palabra, desde un punto de vista capitalista, es un terreno muy, pero muy valioso. Por eso la clase dominante quiere cambiar su carácter y el gobierno federal lo ha declarado "empowerment zone" (zona de desarrollo económico). Los gobiernos municipal, estatal y federal han empezado a inyectar cientos de millones de dólares. Van a mejorar las vías del metro y a construir un complejo llamado "Harlem USA", con grandes almacenes y teatros de la cadena de Magic Johnson. Las corporaciones a cargo del "desarrollo" ya han recibido un préstamo de $11,2 millones. La tienda Pathmark recibió uno de $15 millones y una hipoteca de 25 años a 1% de interés los primeros 10 años.

La alcaldía dice que las nuevas tiendas generarán cientos de empleos y mayor "variedad de compras". Ciertos burgueses y gente de la clase media piensan que se está abriendo una nueva "época dorada" de Harlem. Pero las masas no pueden vivir con el salario mínimo, ni mucho menos aprovechar la "variedad de compras". Ni un centavo de ese dinero es para ayudar a los pobres. No hay empleos y están recortando el welfare y otras clases de asistencia pública. Han despedido a cientos de profesionales del hospital Harlem debido a recortes de presupuesto.

Entonces, ¿para quién van a "mejorar" a Harlem? El sueño del mercado libre se transformará pronto en una pesadilla para la gran mayoría, pues el costo de la vida y los precios subirán. Muchos tendrán que mudarse y vender sus negocios. El cuento de la recuperación de Harlem también ha servido de pretexto para justificar la brutalidad policial. Giuliani dice que la ley contra crímenes de "calidad de la vida" ha reducido el crimen 30% y que eso alegra a los inversionistas.

Una epidemia
de brutalidad policial

Conversamos con casi 100 personas y casi todas, jóvenes o viejas, de clase media o del proletariado, hablaron de la brutalidad policial.

En los últimos años ha habido varios asesinatos policiales en Harlem, y hace un par de años desenmascararon a un grupo de agentes de la delegación 30 que vendía droga, robaba y maltrataba para encubrir sus fechorías.

Un joven de 18 años nos dijo: "No me gusta la policía porque no lo tratan bien a uno. No respetan, no tienen el mínimo de respeto. Mandan y hacen lo que les da la gana porque tienen la pistola y la placa...". Otro joven dijo: "Un día iba caminando cuando un policía detuvo a un dominicano y le preguntó: `¿De dónde eres?'. Eso me pareció racista, porque lo hizo solo porque era de la República Dominicana. Así de plano se desembarcó del coche celular y le preguntó de dónde era y lo empezó a registrar.... El señor no estaba molestando a nadie, estaba tranquilo parado en la esquina. Así que para ellos, estar en la esquina quiere decir que uno está vendiendo droga, ¿me entiendes? Siempre que ven a un grupo en la esquina piensan que está vendiendo droga. No digo que no hay gente que vende droga, porque sí hay, pero eso se debe a que no hay empleos".

Platicamos un rato con una señora de unos 50 años. Cuando mencionamos lo de la brutalidad policial, se disparó. Nos dijo que los policías deben ser los narcotraficantes porque "pasan aquí todo el día, observando a los muchachos y demás". Nos dijo que la hostigan constantemente. "Una vez me pararon en el coche y me dijeron que me bajara. Yo pregunté: ¿Por qué? ¿Qué había hecho? No había hecho nada malo, ¿para qué iba a bajarme? En eso el agente abrió la puerta del carro y la atrancó con el pie. Yo le dije, qué te crees, ¿acaso vas a ponerme droga? ¡Ya vete de aquí! ¡No hice nada malo así que me voy! Y me fui".

Una señora nos contó lo que le sucedió a su esposo en un relato que demuestra lo común que es la brutalidad policial. "El estaba sacando la basura del edificio cuando le cayeron encima. Le hicieron subir las manos, le pidieron identificación y como no la traía, amenazaron con meterlo a la cárcel. En eso oí sus gritos, me pedía que le bajara la identificación. El trataba de hacerse entender, les decía que su papá es el dueño del edificio y que él se encarga de los quehaceres. ¿O sea que lo van a joder cada vez que hace sus oficios? Y como no tenían razón... salen con: `Discúlpenos, no sabíamos, es que se parece...'.

"Sin exagerar, les digo que lo detienen por lo menos dos veces a la semana, cuando viene en taxi. Lo detienen porque se viste bien, tiene un teléfono y un pager... por eso piensan que es narcotraficante. El teléfono y el pager son para el trabajo... no anda vendiendo droga. Así y todo lo detienen. Le pregunta: `¿Dónde conseguiste eso, qué hiciste para merecerte eso, cuánto dinero tienes?'. El les dice: `¿Por qué me detienen para preguntarme cuánto dinero tengo, me vieron vender droga, me vieron beber en público o cometer algún delito que merezca que me detengan? No. Lo hacen para hostigar y nada más'".

Un joven de 20 años nos dijo: "A los tiras uno no los ve hasta que le caen encima, por lo general cuando está a punto de entrar a la casa. Siempre piden que uno coopere con ellos. Lo registran y eso, creo, es una violación de la Constitución. Por lo general nos tratan así. Piensan que todos los jóvenes tienen droga, armas o andan destruyendo. Pero no es cierto".

Todos y cada uno de los jóvenes con quienes hablamos nos dijeron que la policía los detiene y registra todo el tiempo y sin razón.

Un señor caribeño con una camiseta que decía "Nunca más nos someterán" dijo que vino a este país para salir adelante, pero que su situación se ha empeorado. "Yo siempre dijo que Estados Unidos es una selva de concreto. Aquí la vida es muy dura, nada es fácil. Todos los días nos tratan como animales. Es como si no tuvieran más que hacer.... Lo ven a uno en la esquina y lo corren, como si fuéramos criminales. ¿Entienden?".

Unos chavos que estaban esperando el bus nos escucharon, pero no querían platicar, hasta que les dijimos que era importante que otros supieran la realidad de la brutalidad policial, que era importante para construir un movimiento para pararla. Entonces todos se pusieron a hablar al mismo tiempo. "Es como si cada agente se metió a policía para tener poder. Les encanta amedrentar". "Piensan que somos inmaduros porque somos jóvenes. Mejor dicho, sabemos más sobre esto porque somos de aquí. Queremos decir que no es cierto, como dice la policía, que nos pasamos vendiendo droga. Solo nos estamos ganando la vida".

Conocimos a Andre en la esquina de Adam Clayton Powell Boulevard y 125. Es un africano de 25 años, para quien la vida en Estados Unidos ha sido un infierno. Dice que en Africa muchos piensan que en Estados Unidos se vive de maravilla; dejan atrás la familia, unos hasta dejan un negocio y se vienen a vivir en la pobreza. Después tienen vergüenza de decirles la verdad a los parientes.

"No lo digo porque sea criminal, pero la verdad es que no me gusta la policía. Lo que digo es que desde que Giuliani es el alcalde, parece que los agentes piensan que pueden tratar a los negros y a los pobres como les da la gana. ¿Ven? Y la verdad es que si uno no tiene dinero, propiedad o poder político, la palabra de uno no vale nada. Esa es la verdad... La brutalidad policial no es solo física, también ataca a la mente, es psicológica. Miren cómo tratan a los muchachos negros, cómo los detienen, los acusan de vender droga, solo por estar en la calle. Eso es brutalidad. Se supone que uno tiene el derecho de ir a donde quiera; si alguien está vendiendo droga en esa cuadra, eso es cuestión de ellos, no se metan conmigo. ¿Entienden? Sí, yo he visto mucha brutalidad policial contra los negros, y las negras también".

Un joven de 20 años, que acababa de comprar el almuerzo a un vendedor ambulante, nos dijo que se sentía afortunado de estar trabajando y de no tener que vender droga, por lo cual no se topa mucho con la policía. "Hay demasiados policías. Un día estaba frente al apartamento fumando un cigarrillo cuando se me acercan dos policías a preguntarme dónde está la marihuana. Les dije que no era marihuana lo que estaba fumando, como podían ver claramente. Sin embargo, me cachetearon y me robaron una cadena del cuello".

Cerca de donde antes estaban las oficinas del Partido Pantera Negra, un grupo de chavos de no más de 12 años, en bicicleta, vino a averiguar qué hacíamos. Uno nos dijo, con voz pausada: "Yo compré esta bicicleta, pero un día un montón de policías me detuvo con el cuento de que era robada. Un montón de policías me tenían rodeado. Mi mamá tuvo que ir con el recibo para comprobar que la habíamos comprado. Creo que pensaron que porque soy negro y chamaco no tenía para comprarla".

No hay empleo, no hay futuro
en este sistema

Una de las cosas que más angustia causa aquí es la falta de empleos que paguen la comida y el alquiler. Es algo que inquieta hasta a los adolescentes. La industria ha desaparecido; y si uno no tiene estudios universitarios, los únicos empleos que se pueden conseguir son de salario mínimo. La única alternativa para muchos jóvenes es trabajar por el salario mínimo, hacer de vendedor ambulante o vender droga. Las dos últimas son las preferidas porque dejan más que el salario mínimo.

Por el Malcolm X Boulevard conocimos a Mark, quien tiene unos 20 años y lleva puesto un botón de la Marcha de Un Millón de Jóvenes. Anda vendiendo libretas de direcciones, y pensando mucho, pues las nuevas tiendas "auguran" tiempos malos. Explica: "Nadie quiere trabajar por el salario mínimo, por $5,65 la hora.... Por eso muchos andamos de vendedores ambulantes. Es cierto que unos venden droga, porque se gana más dinero. Pero también están los de azul [la policía] que nos viene a hostigar, a pedir permisos y licencias, cuando lo único que estamos haciendo es ganándonos la vida para mantener la familia. Así la veo... necesito comer. Pude haber invertido el dinero en cocaína o alguna otra cosa perjudicial para la comunidad. Pero, aunque lo he invertido en algo bueno, en mi propio negocio para salir adelante y no tener que vender droga, me vienen a meter en la cara una placa y a pedirme papeles oficiales, una licencia para vender, qué sé yo... Mira, nos estamos partiendo el lomo, somos honrados y así y todo no tenemos lo que necesitamos".

Más tarde cuando Shango y yo estábamos revisando un borrador de este artículo, recordamos lo que nos contó Mark, que les caen encima para pedirles papeles, una licencia para vender, etc., y Shango dijo: "A la gente le exigen una licencia para ganarse la vida, pero a los policías les dan una licencia para hostigar, golpear y matar a la gente".

Algunos jóvenes están procurando sacar su diploma de secundaria (GED) y entrar a la universidad para aprender algún oficio y conseguir un empleo digno. Pero eso está cada vez más difícil porque el sistema está recortando el presupuesto y la ayuda escolar, los programas de acción afirmativa y cursos remediales. Angela está en la CUNY buscando un mejor futuro para ella y su hijo. Tiene 21 años y recibe asistencia pública. Se puso muy brava cuando nos contaba de los obstáculos que le pone el sistema a cada rato.

"Ni siquiera me quieren dar ayuda para la matrícula; tengo que hacer préstamos. Pero, ¿quién quiere sacar prestados $10,000 con ese altísimo interés. La verdad es que no tengo $10.000, ¿de dónde los voy a sacar? Ya casi no dan becas, ¿qué va a hacer uno sin educación? No queremos trabajar en un McDonald's o un Burger King toda la vida. Yo quiero seguir estudiando pero no es fácil.... Conseguí una beca Pell pero apenas paga la mitad de la matrícula, que es de $5000 por semestre. La vida es muy difícil; es muy difícil mantener a la familia, vivir a medias, mandar a los hijos a la escuela medianamente vestidos y darles lo que necesitan y por lo menos algunas de las cosas que quieren. Es difícil. Nadie debería tener que vivir así. ¿Me entienden?".

Nueva York está reemplazando el welfare con workfare. Eso quiere decir que uno tiene que hacer trabajos que pagan menos que el salario mínimo para recibir la miserable asistencia pública. También quiere decir que han desplazado a los que antes hacían esos oficios. Así y todo, la alcaldía se atreve a decir que está "adiestrando" cuando pone a la gente a barrer el metro y recoger basura en los parques. Angela tiene una invalidez que la debería eximir del programa workfare, pero no es así. "Con tal que no sea ciega o que tenga SIDA, se supone que tengo que trabajar. ¿Entienden? Pero yo tengo que tomar medicinas cada cuatro horas; ir a la escuela tres horas al día y después cuidar a mi hijo. ¿Cómo voy a tener tiempo para trabajar? Apenas me alcanza el tiempo con el trabajo que tengo y la escuela.... Me pregunto, ¿cómo es posible que quieran que los inválidos trabajemos por el cheque del workfare? Los $68,50 por persona y $109 para dos personas cada dos semanas. Háganme el favor". Muchas madres de familia solteras se han visto obligadas a abandonar los estudios para trabajar en programas de workfare.

También nos contaron de la discriminación que hay cuando uno busca empleo. Una señora dijo que a su hija que tiene tez clara le dieron empleo, pero no a su hijo que es más oscuro. Angela nos dijo: "Dicen que no discriminan para dar empleos, pero yo ya llevo año y medio esperando un trabajo. Cuando se fijan que tengo una invalidez me dicen que no puedo trabajar, aunque la invalidez que tengo no me impide trabajar. No es justo... nadie quiere vivir del welfare, ¿pero qué más le queda a uno? Es eso o chiripear, la prostitución, pero esa no es manera de vivir, especialmente cuando uno tiene hijos. Lo que digo es que la gente hace lo que tiene que hacer para dar de comer a la familia, pero no debe ser así".

Deterioro de las condiciones de vida

Por el Malcolm X Boulevard sorprende la cantidad de edificios vacíos que hay; edificios viejos y bellos, de cantera, llenos de detalles. Tienen más de 50 años, y los dueños los han dejado deteriorar, como en muchos otros barrios negros y latinos de Nueva York. En los años 70 empezaron a recortar los fondos para la vivienda pública, y desde ese entonces, los dueños (entre la alcaldía y los gobiernos estatal y federal) los han dejado desmoronarse porque arreglarlos no deja ganancia. La alcaldía se apodera de los edificios que no pagan impuestos, aunque por lo general no para arreglarlos. En 1991, había 1026 edificios vacantes y miles de personas sin techo. Entre 1970 y 1990, la población de Harlem disminuyó en un 35%; muchos que nacieron y se criaron ahí tuvieron que irse porque no había donde vivir.

Cuando conocimos a Angela, estaba en la ventana de su apartamento del segundo piso. Nos oyó hablar con sus amigas primero y luego bajó para decirnos lo que pensaba. "En la mayoría de los apartamentos hay ratas... debieran clausurarlos. Para colmo, cobran $700 de alquiler por un dormitorio. ¡Estamos en Harlem, en Harlem! ¿De dónde va a sacar uno $700 al mes? Se quejan de la cantidad de gente que hay sin techo, de que los albergues están repletos, y me pregunto, ¿por qué se sorprenden, no saben cuánto cobran de alquiler?

"Aquí pago $600 por un dormitorio; eso es ridículo. Y si vieran las condiciones en que está, con las baldosas rotas... mi hijo ya se cortó el pie en un pedazo levantado. El plomero ha venido porque la tubería está tapada y las aguas residuales, mejor dicho la mierda, se están metiendo en el apartamento. La mierda de todo el edificio se está metiendo en mi apartamento. Nadie debería vivir en condiciones así".

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Cuando estaba escribiendo este artículo pensaba en el futuro que este sistema le ofrece a la gente de Harlem, especialmente a la juventud. Recordé a un grupo de muchachos que conocí en la Marcha de Un Millón de Jóvenes. Tenían entre 14 años en iban hacia la plataforma cuando me puse a hablar con ellos. Se llevaron un montón de volantes del PCR con la declaración a la Marcha: "La revolución es la esperanza de los desesperados". Me contaron que la policía los hostiga a diario, que los detiene y los registra. Uno dijo que fue a la Marcha: "Para representar a mi gente y luchar por lo que es justo. Para tomar una posición contra la brutalidad policial y el maltrato al que nos tienen sometidos desde hace años". En un abrir y cerrar de ojos, los vi abriéndose paso hacia la plataforma y repartiendo el volante del PCR, mostrando a todos el dibujo de dos muchachos en una cancha de baloncesto que acaban de clavar en el aro al "sistema porcino".


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