Día Internacional de la Mujer

Las mujeres del incendio de la fábrica Triangle

Obrero Revolucionario #1047, 19 de marzo, 2000
25 de marzo de 1911: Las costureras de la fábrica Triangle Shirtwaist llevaban todo el largo día trabajando duro. Estaban apiñadas, 500 de ellas, en los tres pisos superiores del edificio Asch, a la vista del parque Washington Square, Manhattan.
Cientos de costureras, acurrucadas sobre máquinas de coser de pedal, confeccionaban blusas para mujer, una tras otra. La luz de unas pocas lámparas de gas arrojaba largas sombras por el galerón y había que esforzarse para ver en la semioscuridad. Montones de retazos de tela cubrían el piso y en el aire muerto flotaban nubes de fibras de algodón.
Las costureras recibían pago por pieza; la más rápida y más capacitada a duras penas ganaba 4 dólares por una semana de seis o siete días. Apenas daba para el alquiler de cuartitos en las destartaladas vecindades y no quedaba casi para la comida.
Muchos niños tenían que dejar la escuela y seguir a sus padres al taller. En el "rincón de niños" de la fábrica, trabajaban de "limpiadores": cortaban los hilitos de las blusas amontonadas a centenas a su alrededor.
Los capataces andaban al acecho, vigilando todo movimiento de las trabajadoras y cronometrando sus idas al baño. Una trabajadora señaló que muchos capataces compraban los recién inventados zapatos de suela de hule, y así podían acercarse a hurtadillas para espiar las conversaciones de las costureras en italiano, yidish y media docena de idiomas más.
Había despidos por infracciones leves y en especial por señales de conexión con la fuerte organización socialista de los ghettos. Un letrero decía: "Si no vienes el domingo, ni piense en regresar el lunes".
Sin advertencia, sin protección
Nadie sabe cómo se inició el incendio en la fábrica Triangle. Un año antes, durante la gran huelga llamada el "Levantamiento de las veinte mil", se advirtió que existía serio peligro de incendio. A las 4:50 p.m. del 25 de marzo, largas llamas amarillas se extendieron rápidamente por el octavo piso, alimentadas por retazos de tela.
Se oyó el grito de "¡FUEGO!". Por los angostos pasillos entre las hileras de mesas corrían trabajadoras en busca de una salida por las escaleras o pequeños ascensores. No había nada a la mano para combatir el incendio. Lo único que se podía hacer era advertir a las demás y tratar de huir.
Jamás se había llevado a cabo un ejercicio de respuesta a incendios. Muy pocas trabajadoras sabían que existía una escalera de escape que bajaba por un angosto pozo vertical en el centro del edificio. Algunas lograron bajar apuradas por la escalera principal, antes de que las llamas la bloquearan. Otras subieron al ascensor, llenándolo al tope encima de las cabezas de las que estaban paradas, sin dejar espacio ni aire. Descendió a la planta baja y dejó de funcionar.
Arriba, el octavo piso se volvió una masa de llamas. Alguien telefoneó una advertencia a las oficinistas del décimo piso. La mayoría tuvo tiempo para subir a la azotea. Los dos dueños del taller, Harris y Blanck, escaparon con ellas.
En el noveno piso, no hubo advertencia: las llamas irrumpieron por debajo de las mesas de trabajo; el humo llenó el galerón rápidamente. Luego, se descubrieron esqueletos calcinados agachados sobre las máquinas; o, cuando las llamas les alcanzaron las ropas, se subieron a las mesas y ahí murieron.
Hallaron montones de cadáveres acurrucados cerca de las puertas de salida. En el noveno piso, los capataces tenían cerrada con llave la salida a una escalera para que las trabajadoras no salieran a descansar. Otras salidas no estaban con llave pero abrían hacia adentro y no se podían abrir con el peso de tanta gente desesperada.
Algunas mujeres lograron bajar por la escalera de escape. Las primeras que bajaron por el pozo encontraron que las escaleras metálicas no llegaban al suelo. Era una trampa sin salida, pero imposible dar marcha atrás. Por la implacable presión y peso de las mujeres a su espalda, simplemente caían desde el último peldaño. Después, encontraron muchos cadáveres, lanceados por las varillas de hierro de una cerca.
Bajo el peso de las trabajadoras, la escalera desvencijada se derrumbó.
Desde los salientes
Muchas trabajadoras no pudieron alcanzar ninguna salida y las llamas las obligaron a huir de los galerones. Brincaron y cayeron por el pozo del ascensor; se hallaron al menos 20 cadáveres al fondo.
Muchas tuvieron que salir por las ventanas: se formaron en fila india en los angostos salientes, mirando hacia las multitudes en la calle abajo.
Los primeros bomberos con escaleras, la Compañía 20, llegaron corriendo por la calle Mercer. La multitud gritaba, con una sola voz: "¡Suban la escalera!". Pero había subido al máximo y solo alcanzaba hasta el sexto piso. Desde el reborde del noveno piso una muchacha agitaba un pañuelo. Una llama le quemaba el borde de la falda. Saltó y trató de agarrarse del tope de la escalera, que quedaba como a 10 metros, pero fue inútil y cayó como un cometa en llamas.
Los bomberos usaban las mangueras para proteger a la gente atrapada en los salientes, pero fue inútil. Ante la multitud horrorizada, las llamas forzaron a más y más trabajadoras hacia los salientes. No cabían más y las llamas alcanzaron a quienes estaban más cerca a las ventanas.
Una organizadora obrera escribió: "Iba por la Quinta Avenida el sábado por la tarde cuando un enorme remolino de humo salió de Washington Square y... dos muchachas que había visto trabajando en el distrito se me acercaron corriendo, llorando a raudales. Pálidas y temblorosas, me tomaron del brazo. `Ay'-chilló una de ellas-. `Están saltando'".
Muchas costureras, compañeras de vida y de trabajo, se abrazaron fuertemente y saltaron juntas. No sirvieron las redes de los bomberos, pues el peso de los cuerpos en picada las desgarró e incluso cuarteó la acera.
El New York World escribió: "Hombres y mujeres, muchachos y muchachas, amontonados en los salientes, gritaban y saltaban al espacio, a la calle abajo, con la ropa en llamas. Cuando unas muchachas saltaron, su cabello flotaba en llamas. El impacto en el pavimento producía un ruido sordo".
El olor a sangre y el horroroso ruido sordo espantaron a los caballos de los bomberos. Se encabritaron en las patas traseras con los ojos desorbitados. Algunos se zafaron y se desbocaron por las calles congestionadas. Los bomberos amontonaban los cadáveres en la calle Greene.
Sin atención a la vida ni a la seguridad
El horror pareció congelar la bulliciosa ciudad. Murieron 147 costureras. Rápidamente el nombre de la fábrica Triangle Shirtwaist recorrió el planeta.
25 de marzo de 1911: fue uno de esos días de la historia cuando los ojos del mundo se enfocan en un solo suceso determinante, cuando las mentiras se deshilachan bajo el peso de los hechos, cuando de repente es imposible ocultar las injusticias.
Desde hacía un siglo, Estados Unidos pregonaba ser la "tierra prometida", un refugio para los pobres de Europa en busca de un futuro holgado. Pero en esa tarde horrorosa, todo mundo atestiguó la vil explotación de los trabajadores inmigrantes de Nueva York.
Las potencias coloniales de Europa y Estados Unidos decían que su "civilización cristiana" tenía una superioridad moral que les daba el derecho de gobernar a los "pueblos bárbaros". Pero cuando las muchachas cayeron en llamas a las calles de la ciudad de Nueva York, quedaron al desnudo esos presumidos autoelogios. De repente, se puso en tela de juicio la vida y el trato a las ocho millones de "trabajadoras fabriles" del país.
La nueva maquinaria, los métodos y las eficiencias de la producción industrial moderna se pintaban el futuro de la humanidad. Pero ese día horroroso, el 25 de marzo, sobresalió la pura verdad: que esa tecnología capitalista era para obtener ganancias, sin atención a la seguridad ni a la vida de las costureras. En esos galerones hacinados no había sistema de rociadores, mangueras, hachas, extintores químicos ni alumbrado de emergencia, ninguna medida contra incendios en absoluto. La mitad de la clase obrera neoyorquina trabajaba en los pisos superiores al séptimo, pero ni una compañía de bomberos estaba equipada para rescatarlos.
Dolor y determinación
"Vi ese montón de cadáveres y recordé que esas muchachas confeccionaban blusas y que en su huelga del año anterior reclamaron condiciones de trabajo más higiénicas y mayores medidas de seguridad en los talleres. Esos cadáveres dieron la respuesta".
Bill Shepherd, corresponsal
"Si hablara en tónica de paz, traicionaría a esos pobres cadáveres calcinados. Hemos exhortado al público y no ha respondido. La antigua Inquisición tuvo su potro de tormento, empulgueras y instrumentos de tortura con dientes de hierro. Sabemos lo que son estas cosas hoy: los dientes de hierro son nuestras necesidades; las empulgueras, la veloz maquinaria de alta potencia con la cual tenemos que trabajar de cerca; y el potro de tormento son las estructuras `a prueba de incendios' que nos destrozarán en cuanto se prenda el fuego".
Rose Schneiderman, líder obrera en el mitin/entierro
Si bien muchos sectores se sacudieron con el horror del incendio, la gente trabajadora de Nueva York ya conocía los peligros y el sufrimiento que vivía, y sabía que era posible evitar esas muertes.
Dos años antes, en noviembre de 1909, las mujeres de la fábrica Triangle Shirtwaist se unieron al "Levantamiento de las veinte mil", una huelga general de costureras de 500 talleres de Nueva York. Libraron la huelga con heroísmo y determinación. Las trabajadoras, en particular muchas jóvenes, salieron de las sombras y se tomaron las calles con demandas de dignidad, mejores salarios, jornadas más cortas y el reconocimiento de su sindicato. En muchos talleres, entre ellos la fábrica Triangle, pidieron escaleras de escape y puertas sin candado.
Después de muchas semanas de dura huelga, en algunos talleres ganaron, pero en otros perdieron. Muchos capitalistas rechazaron las negociaciones. Los dueños de Triangle, la mayor fabricante de blusas para mujer, contrataron a esquiroles a fin de hambrear a los huelguistas. Volvieron a trabajar con un arreglo parcial, sin ganar sus demandas de seguridad.
Cuando 147 mujeres murieron en el incendio, las masas respondieron con dolor y mayor conciencia de clase. El 2 de abril, se celebró un enorme mitin/entierro en el Teatro Metropolitano de la Opera. Morris Rosenfeld, "el poeta laureado del taller y del barrio", recitó el siguiente poema:
Ni batalla ni vil pogromo
llena de dolor esta gran ciudad;
ni tiembla el suelo ni rasgan el cielo los truenos,
las nubes no se oscurecen y los cañones no rompen el silencio.
solamente el infernal incendio engulle estas jaulas de esclavo
y Mammon devora a nuestros hijos e hijas.
Envueltos en llamas rojas, caen desde sus garras hasta su muerte
y la muerte los recibe a todos...
en este día de descanso
cuando una avalancha de sangre roja y fuego
chorrea del máximo dios del oro
al igual que mis lágrimas chorrean a raudales.
¡Al diablo los ricos!
¡Al diablo el sistema!
¡Al diablo el mundo!
Los aguaceros empaparon a las multitudes de cientos de miles el día del entierro. Gente trabajadora, vestida de negro, marchó por las calles, con señoras acomodadas y luchadoras por el derecho de la mujer al voto, con montones de transeúntes y dolientes en la acera.
El periódico America comentó: "Cuando la manifestación llegó a Washington Square, a la vista del edificio Asch, las mujeres rompieron en llanto. Un largo y doloroso llanto, la unión de miles de voces, una especie de trueno humano en una tormenta primordial, un lamento que era la expresión más impresionante de dolor humano que jamás se haya oído en la ciudad".
Los capitanes de la policía movilizaron sus fuerzas, temerosos de perder el control de Washington Square o de toda la ciudad.
El legado de Triangle
"Es un hecho inconfundible que millones de hombres y mujeres de Estados Unidos trabajan hoy en lugares que cada año cobran vidas y salud, tan inevitable y tan implacablemente como cambian las estaciones".
revista Solidarity, 1904
"Aceptamos con gusto el hecho de que la concentración de negocios, industrias y comercios en las manos de unas pocas personas es benéfica y esencial para el futuro de la raza, y que es necesario acomodar grandes desigualdades de riqueza y ambiente".
Andrew Carnegie, dueño de U.S. Steel
El incendio provocó gran debate y lucha en la clase dominante. Muchos dueños de fábricas afirmaban que la "reglamentación gubernamental" era antiamericana y anticonstitucional.
Poderosas fuerzas de la clase dominante corrieron a protegerse a sí mismas y al sistema del enorme peligro que se gestaba en los ghettos neoyorquinos. Las costureras inmigrantes de Nueva York forjaban una poderosa fuerza consciente de clase en contra de la brutalidad del sistema, con su experiencia en otros países y el vigoroso trabajo de organización de los revolucionarios y los socialistas. Comenzaban a impulsar una nueva corriente revolucionaria dentro de la clase obrera estadounidense.
Fuertes presiones empujaron a los gobiernos municipales, estatales y federales a hacer reformas. Comisiones oficiales hicieron investigaciones sobre las minas y los talleres del país, y la muerte de miles de trabajadores cada año en la producción capitalista. El consejo municipal de Nueva York y las legislaturas de algunos estados aprobaron leyes de protección y códigos de seguridad, contrataron a inspectores e idearon nuevas técnicas para combatir los incendios.
Pero la verdad es que, después del incendio de Triangle, la maquinaria del capitalismo siguió moliendo y exprimiendo despiadadamente a los trabajadores, a pesar de las reformas y las nuevas leyes. En tres días, Harris y Blanck, los dueños de Triangle, empezaron de nuevo operaciones en un edificio de University Place. Rápidamente bloquearon la única escalera de escape con dos hileras de máquinas de coser. Ocho meses después, los tribunales los absolvieron de toda culpa en el incendio. Los medios de comunicación capitalistas le echaron la culpa a una trabajadora que fumaba sin presentar ni una prueba.
Desde 1911, el capitalismo siguió expandiéndose como un cáncer fuera de control, penetrando y reestructurando la vida humana del planeta, con una plaga de muertes industriales, envenenamiento, explosiones, males pulmonares y condiciones dantescas para los trabajadores.
En los últimos diez años, el galopante crecimiento de los nuevos enclaves de talleres ha generado nuevas "masacres industriales" similares a la de Triangle. En 1991, 25 empacadores de pollo murieron calcinados tras puertas selladas en Hamlet, Carolina del Norte, en una fábrica "moderna" sin rociadoras ni alarmas de incendios. En 1993, murieron 188 trabajadores calcinados, atrapados tras puertas con candado en la fábrica de juguetes Kadar en Tailandia. El 31 de enero del presente, murió el costurero Bienvenido Hernández y quedaron heridos varios compañeros en un incendio en un edificio de ocho talleres en la calle 36 de Manhattan.
Hoy, el incendio de la fábrica Triangle sigue siendo un ejemplo contundente de la desalmada naturaleza del capitalismo, que no ha cambiado ni un ápice en el último siglo.
Después de ver el documental de PBS sobre el incendio de Triangle, Sandra, una costurera de Los Angeles, le dijo al OR: "Esto que estamos viendo ocurrió en 1911, ahora estamos en el 2000, ¡y nada en absoluto ha cambiado! ¡De hecho, estamos más fregados! Hoy hay maquinaria y tecnología avanzada, y se supone que el trabajador debería tener mejores condiciones de trabajo. Después del incendio, se luchó por mejores reglamentos y se supone que uno debería trabajar en mejores condiciones, ocho horas y recibir el salario mínimo. Si esas leyes existen, ¿dónde están?" (OR, No. 1045).
*****
Las costureras de Triangle y sus compañeras de Nueva York dejaron un poderoso legado de lucha que se celebra cada año. En 1910, las delegadas de la Segunda Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas en Copenhague proclamaron el 8 de marzo Día Internacional de la Mujer, en honor del "Levantamiento de las veinte mil" y las trabajadoras en lucha de Nueva York.
El 8 de marzo de 1911, pocos días después del incendio de la fábrica Triangle, se celebró por primera vez el Día Internacional de la Mujer en las calles de Alemania, Austria, Dinamarca y otros países.
Al recordar a las mujeres que se tomaron las calles en el Levantamiento y a aquellas que murieron en la fábrica Triangle, Sandra dice: "Mira, es muy pesada la cadena que tenemos hoy. La mujer siempre piensa en sacar adelante a la familia y sabe lo que es luchar por otros. Ella vive bajo la opresión de generaciones y sabe que su hija seguirá el mismo camino, ya está hecho. Cuando la mujer lucha, por lo general lucha con una visión más amplia, con más empuje, con una fuerte motivación de que si unimos nuestras luchas puede cambiar nuestra situación. Eso es lo que vimos en el Levantamiento de las veinte mil. Esa lucha prendió otra lucha por mayores cambios. No luchaban por ellas mismas, sino por todos los pobres".
En honor de las luchadoras de nuestra clase, en memoria de nuestros muertos en el incendio de Triangle, las mantas del Día Internacional de la Mujer 2000 proclaman: <B><em>¡Romper las cadenas! ¡Desencadenar la furia de la mujer como una fuerza poderosa para la revolución!</em></B>
"Nos reímos de alegría cuando oímos esas palabras", dice Sandra.


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