De "Grandes objetivos y gran estrategia"

¿Podrán conservar la cohesión?...
Lecciones de la experiencia histórica

Bob Avakian

Obrero Revolucionario #1136, 27 de enero, 2002, en rwor.org

El OR está publicando esta serie de pasajes de "Grandes objetivos y gran estrategia", una obra inédita de Bob Avakian, presidente del PCR. Aunque se escribió hace más de un año, la obra (y estos pasajes en especial) abordan temas de importancia para la crisis y guerra actual. En esta décima entrega Avakian aborda las contradicciones internas de la clase dominante de Estados Unidos, a lo largo de la historia y actualmente. Dado que se escribió antes del conflicto por las elecciones presidenciales que llevaron a George W. Bush a la Casa Blanca, es muy notable lo que se señala al final de la entrega: "En todo caso, queda por verse de qué manera esas profundas divisiones [en el seno de la clase dominante] estallarán de nuevo, y cuáles serán las consecuencias, tanto para la clase dominante como para la sociedad".

Anteriormente, mencioné algunas lecciones de la experiencia de las batallas de Aníbal contra el antiguo imperio romano. Vale la pena examinar otro aspecto estratégico de esa experiencia: ¿por qué no logró conquistar Roma a pesar de asestarle una derrota devastadora al ejército romano en la ciudad de Cannas (en lo que ahora es Italia) ni pudo, a fin de cuentas, derrotar al imperio romano, y posteriormente fue derrotado por él? De acuerdo al análisis de Theodore Ayrault Dodge, un militar estadounidense quien escribió el libro Hannibal a fines del siglo 19, de especial importancia fue el hecho de que los representantes de la clase dominante romana (concentrados en el Senado) se unieron e inclusive sacrificaron sus intereses individuales por el bien de Roma ante la amenaza de Aníbal, sobre todo tras la derrota devastadora que asestó a las mejores legiones romanas en Cannas. Es decir, en esa situación --bajo una presión extrema y con buena parte del ejército aplastada y desintegrada-- el estado romano se recuperó y no se dividió.

¿Existe algún paralelo con la situación de los imperialistas estadounidenses hoy día? Igual que la clase dominante romana de aquel entonces y sus representantes políticos, habría que decir que hasta ahora la clase dominante de Estados Unidos se ha mostrado fuerte y resistente, con un centro sólido, es decir, ha logrado preservar la unidad incluso en situaciones de prueba muy difíciles. Por ejemplo, respecto a la experiencia de la guerra de Vietnam, Henry Kissinger admitió que se dio un conflicto serio en el seno de la clase dominante que provocó una marcada parálisis política. Pero a fin de cuentas, los imperialistas lo resolvieron sin que se desenvolviera una crisis de legitimidad (ni una crisis constitucional), ni mucho menos una crisis revolucionaria grave. (Sin embargo, hay que reconocer que sí estuvieron al borde de una crisis constitucional bastante grave, y de hecho no podemos descartar que podría haber estallado una crisis revolucionaria en ese momento, sobre todo si el movimiento revolucionario hubiera logrado mayores avances cualitativos y en particular si hubiera contado con una vanguardia proletaria capaz de unir a las masas revolucionarias para plantear un desafío más serio al sistema. Si bien vale la pena analizar estas cuestiones, hasta cierto punto, y contemplar sus lecciones para el futuro, debemos tener muy presente que las debilidades del movimiento revolucionario de ese tiempo --tales como el hecho de que no existía una vanguardia proletaria ni pudo plasmarse durante esos años-- se desprendían en parte de los rasgos de la lucha de clases y de la fuerza relativa de las fuerzas de clase que contendían en ese momento).

A lo largo de la historia, la clase dominante de Estados Unidos ha mostrado la capacidad política (que se desprende de la fuerza de su base material) de mantener unidad y cohesión, y de evitar que los intereses de ciertos sectores se coloquen por encima de los intereses generales. Tendremos que tomar eso muy en cuenta.

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Con eso en mente, vale la pena analizar una experiencia que puso a prueba a la clase dominante estadounidense durante la guerra de Corea: el papel de MacArthur como comandante militar y sus conflictos con el presidente Truman, e inclusive con el Comando Conjunto de las Fuerzas Armadas. Se ve claramente que durante un tiempo MacArthur impuso su voluntad --o cuando menos marcó la pauta en las primeras etapas de la guerra-- gracias a la reputación y prestigio que ganó en la II Guerra Mundial, y a su cargo de comandante de las Fuerzas Armadas en el Oriente. Eso no provocó una crisis de inmediato porque los imperialistas yanquis se reorganizaron después del golpe inicial que les asestaron en Corea y luego desembarcaron en Inchón, y lograron darles una serie de golpes contundentes a los norcoreanos y ganar una victoria tras otra.

Antes del desembarco de Inchón, se debatieron los pros y los contras, y a fin de cuentas MacArthur se impuso. El desembarco le dio la ventaja a los imperialistas yanquis y emprendieron una marcha ininterrumpida hacia la frontera de China. Todo eso sirvió para aumentar el poder y prestigio de MacArthur.

Pero luego se dio una división muy fuerte en la clase dominante estadounidense sobre la cuestión de incursionar en China. MacArthur abogó por eso, ansioso de derrotar la revolución china, y planteó movilizar las tropas de Chiang Kai-shek. Pensaba que esa guerra no llegaría a involucrar a la Unión Soviética o que, si eso ocurría, Estados Unidos lucharía hasta la victoria. En esa coyuntura, la clase dominante respaldó al presidente Truman y rechazó la posición de MacArthur. Pero el hecho es que la iniciativa propuesta por MacArthur podría haber llevado a una derrota aplastante del imperialismo y a un gran avance cualitativo de la revolución proletaria mundial, aunque a un enorme costo de quizás decenas, o centenares, de millones de vidas y de gran destrucción.

Es interesante y significativo que la clase dominante no se volteó contra MacArthur sino hasta que quedó claro que iba a provocar una debacle, pues China movilizó su gran poderío militar, y empezó a asestar derrotas contundentes a las fuerzas armadas yanquis y sus aliados. Eso puso a prueba a la clase dominante de Estados Unidos porque MacArthur desafió a Truman: quería escalar la guerra contra China en Corea y extenderla. Ante la insubordinación de MacArthur, Truman tomó cartas en el asunto y lo destituyó. Eso pudiera haber provocado una crisis muy grave de la clase dominante y en toda la sociedad estadounidense, pero los imperialistas lograron resolverlo sin que se desatara tal crisis. De hecho, MacArthur aceptó la destitución en lugar de movilizar a sectores del ejército contra Truman, por ejemplo, o inclusive lanzar un golpe militar.

Eso se debe en parte al hecho de que los imperialistas yanquis no se lo jugaban todo en ese momento, aunque no debemos subestimar la gravedad de la situación, que sí era una crisis seria para la clase dominante; sin embargo, logró preservar la cohesión.

(Al final de la II Guerra Mundial se dio otro ejemplo, aunque menos importante, de un "militar heroico" que discrepó con la política oficial. El general George Patton, quien prendió un gran debate porque quería poner a "ex" nazis en puestos gubernamentales en Europa Oriental, instó a rearmar a los alemanes para combatir a la Unión Soviética. Preveía que la contradicción entre el imperialismo, encabezado por Estados Unidos, y la Unión Soviética [en ese entonces un país socialista] sería la contradicción principal para los imperialistas y, de hecho, en el mundo entero. Pero eso no quería decir que los imperialistas estuvieran dispuestos, a toda costa, a iniciar una guerra contra la Unión Soviética ni que les hubiera beneficiado participar en dicha guerra en ese momento. La cuestión se resolvió sin que se diera una gran lucha y la posición de Patton quedó relegada a una posición disidente).

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Si analizamos la "época de Vietnam", veremos que por un lado surgieron contradicciones y conflictos muy agudos en la clase dominante que provocaron una parálisis bastante marcada. Sin embargo, en el curso de la guerra, así como en el escándalo de Watergate --que ocurrió inmediatamente después de la derrota de Estados Unidos en Vietnam-- la clase dominante mantuvo la cohesión. Aparentemente, Alexander Haig no estaba conforme --se dice que murmuró entre dientes que iba a rodear la Casa Blanca con el ejército para "proteger a Nixon"-- pero Nixon cedió... y dimitió. Si bien se mostró muy terco hasta cierto punto, al fin y al cabo dimitió. A mi juicio, eso representó una especie de "abnegación imperialista": Nixon lo hizo en aras de los intereses generales del sistema y la clase dominante. Es decir, dimitió en lugar de provocar una profunda crisis --mínimamente una crisis constitucional-- que habría ocurrido, por ejemplo, si se hubiera negado a dimitir o no hubiera aceptado la destitución, o si se hubiera unido a otras fuerzas (quiza del ejército, como Haig planteaba). En todo caso, nuevamente la clase dominante logró preservar la cohesión.

A pesar de la grave crisis que Vietnam provocó para el sistema y la clase dominante, en esa situación tampoco tenían que jugárselo todo, es decir, tenían otras opciones y no se vieron obligados a seguir la guerra a toda costa ni hasta el final. Tenían la necesidad pero también la libertad, en esas circunstancias, de retirarse y reorganizarse en la esfera internacional, aunque sufrieron ciertas pérdidas a corto plazo. De igual modo, tenían la posibilidad de maniobrar y manejar la situación de conflicto interior sin que estallara una profunda crisis.

Sin embargo, no es mi intención decir que en la situación de MacArthur en Corea o de Nixon y Vietnam (y Watergate) no existió la posibilidad de que se desenvolviera una crisis más grave. Al contrario, era muy posible que el centro de la clase dominante se deshilachara más y que no aguantara. Y la verdad es que esas situaciones llegaron al borde de una crisis mayor aunque no se dio una situación de crisis extrema. Sin embargo, debemos reconocer, dado que es parte de la realidad objetiva con la cual tenemos que lidiar, que en esas circunstancias la clase dominante estadounidense conservó, como en otras situaciones, la capacidad histórica (que se desprende de la fuerza de su base material) de mantener la cohesión en una situación de grandes tensiones y crisis.

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Por otra parte, no debemos olvidar que Estados Unidos pasó por la experiencia histórica de la guerra de Secesión, una profunda crisis en que la clase dominante (o las clases contendientes esclavista y capitalista representadas en las estructuras e instituciones del poder) se fracturó en dos campos antagónicos. En esa situación, la guerra de Secesión plasmó la aguda contradicción entre dos modos de producción --el capitalismo que se desenvolvía en el Norte y el sistema esclavista del Sur--, representados hasta ese momento por las mismas estructuras e instituciones. Los dos modos de producción llegaron a un punto de antagonismo, que provocó la guerra de Secesión para resolver dicho antagonismo. Si bien los rasgos particulares de la situación son importantes, una crisis que socave cualitativamente la cohesión de la clase dominante y coadyuve una crisis de legitimidad, y quizá una crisis revolucionaria, puede estallar sin que exista dicha situación de antagonismo entre fuerzas que representan distintos modos de producción.

Con la mira en nuestros objetivos revolucionarios estratégicos, es importante notar que en ciertos aspectos la unidad de la clase dominante empieza a deshilarse sin que se deshilache por completo. Hace poco vimos un ejemplo muy claro en el juicio de destitución de Clinton. Al parecer, buscan "fortalecer" el "centro de cohesión" y por eso los contendientes principales a la presidencia son políticos identificados con el "centro" y la "moderación" (es decir, George W. Bush y Al Gore, ¡lo cual ilustra el pronunciado desplazamiento del "centro" de la política burguesa hacia la derecha!). Sin embargo, los conflictos de la clase dominante que estallaron en la enconada batalla política sobre la destitución de Clinton no han desaparecido ni se han aliviado de modo fundamental, aunque esa confrontación (o sea, la batalla sobre la destitución) se resolvió sin provocar una crisis constitucional ni mucho menos una crisis revolucionaria.

En todo caso, queda por verse de qué manera esas profundas divisiones estallarán de nuevo, y cuáles serán las consecuencias, tanto para la clase dominante como para la sociedad. Y aun si en la próxima ocasión no desembocan en una verdadera crisis de legitimidad o constitucional (sin hablar de una crisis revolucionaria), brindarán oportunidades muy importantes para el avance del movimiento proletario revolucionario con la mira en el futuro estallido de una crisis revolucionaria.


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