Ex combatientes de la guerra del Golfo

Oponerse a la guerra y decir la verdad Primera parte

Michael Slate

Obrero Revolucionario, 23 de marzo, 2003, posted at http://rwor.org

Casi todos mis cuates terminaron en Vietnam. Los autobuses de la conscripción se estacionaban frente a la acería; semana tras semana, año tras año, salieron llenos de reclutas que miraban al vacío, algunos con los ojos húmedos. Nada de sonrisas ni risas.

Muchos no regresaron o regresaron sin piernas o brazos. Algunos deambulaban por las calles atormentados día y noche por terribles pesadillas.

Y otros decidieron oponerse a la guerra de Vietnam y decir la neta para que todo mundo la supiera.

Estados Unidos afirma que sus guerras son justas y nobles, que lucha por la libertad. Algunos todavía se lo tragan, pero muchos no. Los ex combatientes que han luchado en las guerras injustas de las fuerzas armadas imperialistas conocen la verdad y tienen el deber especial de contarla.

Muchos jóvenes se alistan en las fuerzas armadas porque quieren un empleo o una beca, o quieren ver el mundo mientras deciden qué hacer con su vida. No piensan que los van a mandar a la guerra. O si les toca, creen que será como la pintan en los noticieros, según los cuales la guerra del Golfo de 1990-1991 fue muy limpia y ordenada, como un juego de video con bombas inteligentes y misiles de precisión. Pero los ex combatientes, y sobre todo los iraquíes víctimas de esa guerra, saben muy bien que esa es una terrible mentira.

Estados Unidos despachó 700,000 soldados al golfo Pérsico de agosto de 1990 a julio de 1991. Actualmente, 100,000 ex combatientes padecen el síndrome de la guerra del Golfo debido a los gases neurotóxicos, tales como sarin, cyclosarin y gas mostaza. A 8,000 soldados les pusieron la vacuna de botulina y 150,000 fueron conejillos de Indias de la vacuna del ántrax. Unos 436,000 incursionaron (o pasaron varios meses) en zonas contaminadas con más de 315 toneladas de residuos de uranio radioactivo de municiones yanquis. Por lo general no sabían nada de los peligros ni tenían equipo protector ni entrenamiento especial, ni les hicieron examen médico.

Por su parte, Irak perdió 100,000 soldados en la Operación Tormenta del Desierto, y más de un millón de civiles han muerto como consecuencia de los bombardeos y sanciones económicas que impusieron Estados Unidos y sus aliados. Muchos más morirán en una nueva guerra contra Irak.

Los ex combatientes de la guerra del Golfo saben que la historia oficial es una gran mentira. Viven atormentados por lo que vieron y lo que hicieron. Ahora, cuando el imperialismo yanqui se abalanza a otra guerra contra Irak, muchos quieren contar sus experiencias y dar a conocer los crímenes de Estados Unidos. Otros hablan de su lucha contra esa guerra y el deber que sienten de sumarse al movimiento antibélico y de ayudar a los soldados de hoy a escuchar la voz de su conciencia.

Hoy Andrew McGuffin es un hombre tranquilo, pero vivió momentos muy difíciles y le costó mucho sortearlos. Ahora es abogado, pero hace 12 años era un chamaco pobre de Beckley, Virginia Occidental, que se encontraba en la ciudad de San Diego sin un quinto. No terminó la prepa, no tenía trabajo ni nada. Era apenas un chavo cuando entró a la Infantería de Marina con la ilusión de salir adelante. Dice que la pobreza lo hizo alistarse.

"Hice el entrenamiento para el combate y luego fui a la Escuela de Infantería. Unos 12 días antes de que me graduara, las fuerzas iraquíes invadieron Kuwait. A los cuatro días de haberme graduado iba rumbo al golfo Pérsico.

"Apenas nos enteramos en agosto cuando faltaban dos semanas del curso que íbamos a combatir a los iraquíes. Muy pronto nos hicieron saber, con epítetos acerca de sus turbantes, etc., que eran subhumanos. Tenían muchas frases despectivas para los musulmanes y árabes.

"Cuando corríamos nos hacían corear: `¡A violar, matar, saquear y quemar!'. Lo coreábamos casi todo el tiempo. Y también: `La sangre riega la tierra. Gracias a nosotros corre y chorrea'.

"Pasamos de Arabia Saudita a Kuwait de noche, esquivando campos minados, alambre de púas y otros obstáculos. Al llegar, vimos que los pozos de petróleo ardían con llamas de 15, 25 y 35 metros y grandes plumas de humo, y mucha gente moría. Moría por las minas, el fuego de armas automáticas y los bombardeos. Matábamos con ametralladoras, morteros y artillería.

"Fue horripilante. Una serie de barbaridades incalificables. Los noticieros estadounidenses no lo presentaron porque al gobierno no le convenía que se supiera lo que hacíamos ni la verdadera situación de las tropas.

"Como soldado de infantería sabía que las municiones de uranio de nuestros tanques penetran fácilmente los tanques iraquíes, pero no sabía que el polvo que echan al aire causa enfermedades que duran toda la vida. Tampoco sabía que las bombas que soltaron los aviones y la artillería también estaban cubiertas de uranio. No sabía que miles y miles de niños iraquíes morirían de esas enfermedades.

"Me consternó mucho la destrucción masiva de la tierra y el ambiente. Pero más que nada me impresionó la gente calcinada en las carreteras alrededor de la ciudad de Kuwait y la infame `carretera de la muerte', donde las tropas estadounidenses aniquilaron a tanta gente. A cualquiera que vea las fotos no le cabrá duda alguna de que fue un crimen contra la humanidad, un crimen de guerra.

"Todavía me afecta hoy. El olor a carne quemada se parece al del cabello que se está quemando pero, claro, por lo general el que llegue a oler cabello quemándose solo lo huele tantito, digo, por un tiempito. El olor a carne quemada da una impresión muy fuerte. No creo que a nadie se le olvide. Hace un tiempo tuve cirugía oral y me cauterizaron, y el olor me trajo inmediatamente el recuerdo de Kuwait. Es un olor horripilante y uno lo reconoce luego luego.

"No se borran los olores ni tampoco las imágenes de vehículos bombardeados y machucados que quedaron como grandes cráteres, o incinerados juntos con toda la gente a su alrededor, los muertos con el cuerpo destrozado por las balas. Las ametralladoras hacen añicos al cuerpo y da asco, es repugnante.

"Uno cambia de parecer y carga con el peso de vergüenza y culpabilidad por toda la vida. Esa gran tristeza me va a pesar siempre y no creo que nada me la quitará de encima.

"Con nuestra unidad matamos a muchos soldados en las trincheras y tomamos muchos presos. Pero muchas veces simplemente los matamos. Por ejemplo, una vez capturamos a un oficial iraquí y lo entregamos a nuestro oficial de inteligencia. El oficial iraquí quería arreglar las cosas para que sus tropas se rindieran. Pero como íbamos de afán para llegar a la ciudad de Kuwait y estábamos a la ofensiva, aparentemente ordenaron a la artillería bombardearlas y las aniquiló completitas.

"Vimos muchos prisioneros de guerra árabes, hambrientos, que habían aguantado un mes de bombardeos, casi locos. Eran pobres, sin estudios igual que yo. No entraron a las fuerzas armadas por convicción propia sino porque se tragaron los cuentos del gobierno de que hacían lo justo. O quizá los obligó la conscripción o su situación económica o personal.

"Para mí el concepto de `apoyar a las tropas' es una mentira muy burda. Cuando regresé e hicieron desfiles y me trataron como un dios de la guerra, más que nada me confundió mucho porque sabía que lo que hice no fue necesariamente justo ni correcto".

Glen Motil dice que es un ex combatiente de la guerra del Golfo en pro de la paz y justicia social. Es de un pequeño pueblo de Pensilvania y a los 17 años se alistó en la Infantería de Marina con la gran ilusión de prestar servicio al país y defender la democracia. En su familia todos hicieron el servicio militar y se esperaba que él también lo hiciera. Entró a las fuerzas armadas en 1987 y salió a fines de 1991. En esos años Glen empezó a cambiar de opinión y cuando lo mandaron a la guerra del Golfo ya no pensaba igual que antes.

"Llegué al campo de entrenamiento de reclutas y luego luego empecé a tener dudas. Experimenté una especie de choque cultural porque básicamente enseñan a matar. No hay otra forma de decirlo. Inculcan racismo y muchas cosas que chocaban con los valores que aprendí de niño. O sea, me enseñaron a respetar las fuerzas armadas, pero también me inculcaron valores religiosos y morales. Y la experiencia del campo de entrenamiento chocaba con esos valores. Sentí esa contradicción de inmediato y durante todo el tiempo que estuve en las fuerzas armadas.

"Cuando terminé el entrenamiento, empecé a leer sobre la historia de Estados Unidos, ver películas de la época de la guerra de Vietnam y estudiar el movimiento antibélico de ese tiempo. Nunca vimos esa parte de la historia en la prepa; el curso siempre terminaba con la II Guerra Mundial, como que jamás había tiempo al final de año de ver lo que pasó después de esa guerra. Además, el tema de la II Guerra Mundial y la historia en general siempre se trataba desde el punto de vista de que Estados Unidos era `la luz del mundo'.

"Cuando estalló la guerra del Golfo, e incluso antes, como en 1990, ya tenía una posición antibélica. Estaba estudiando la guerra de Vietnam y pensaba que jamás volvería a ocurrir algo así porque el país aprendió de esa experiencia.

"En agosto, Irak invadió Kuwait y Estados Unidos se alistó para la guerra. Me desconcertó mucho, pues me pareció increíble que eso volviera a pasar. Tenía la idea de que algo iba a frenar la marcha a la guerra. No tenía la misma posición que tengo hoy. O sea, no tenía una posición pacifista. Creía que valía la pena luchar y morir por la democracia, los derechos humanos, etc., en defensa de la familia y nuestro modo de vivir. Pero en los últimos 15 años, digamos, mis ideas políticas han ido evolucionando.

"En las fuerzas armadas, hay opiniones muy diversas. Tenía afinidad con los compañeros de las capas socioeconómicas inferiores y las minorías, pues teníamos opiniones parecidas. O sea, de plano tenían un punto de vista más crítico y tenía afinidad con ellos. Algunos de los compañeros tenían estudios universitarios y la pasaba mucho con ellos porque sentía libertad de expresar mis opiniones. Incluso platicaba de ellas con mis supervisores. Afortunadamente, mi unidad era más o menos liberal y no despreciaban esas opiniones.

"Era operador de radio en una unidad de comunicaciones, el Batallón 9 de Pendleton, y en Arabia Saudita estuvimos en el Campamento 5. Ocupamos los dormitorios de los inmigrantes pobres de Filipinas y otros países que van a trabajar a Arabia Saudita. O sea, ya tenían esos dormitorios y los acondicionamos como cuarteles. Yo manejaba el radio con el cual se comunicaba al frente de batalla. Quizá has visto películas de guerra en que un cuate con radio anda con el pelotón y pide un bombardeo o algo a los del comando central. Bueno yo era él que recibía esa comunicación.

"Por eso, gracias a Dios, no me tocó ver personalmente la devastación, pero mi unidad participó en el cuerpo expedicionario. Muchos cuates vieron cadáveres y cuerpos calcinados por el bombardeo. Todos los iraquíes se estaban rindiendo. No sé si lo vieron mis compañeros, pero he leído que acribillaron a muchos iraquíes desarmados. Las balas les partieron el cuerpo en dos. Recuerdo las miradas cuando regresaron al Campamento 5. Eran muchachos tranquilos y siempre andábamos de parranda, pero al regresar parecía que hubieran visto un fantasma. Y después me enteré que fue más o menos cierto. No querían platicar de eso; quedaron muy impresionados.

"No sé qué pensarán ahora, pero desde entonces andan rodando en mi mente muchísimas dudas. O sea, como que eso no se puede justificar de ninguna forma: ¿cómo es que el país que amaba, al cual presté servicio, causó esa tremenda devastación?"

Charles Sheehan-Miles también es de una familia con una larga tradición de servicio militar y se daba por sentado que entrara a las fuerzas armadas. Se alistó en el ejército en abril de 1990, un año después de graduarse de la prepa. Terminó el entrenamiento básico una semana después de la invasión iraquí de Kuwait y lo mandaron directo a Arabia Saudita. Sus experiencias en el golfo Pérsico lo cambiaron para siempre y desde entonces ha luchado incansablemente contra la guerra, y especialmente contra la inminente guerra contra Irak.

"Operaba un tanque Abrams y mi unidad, la división 24 de Infantería, invadió Irak desde Arabia Saudita y llegó hasta el valle del río Éufrates en el norte. Trabó combate con tropas iraquíes en varias ocasiones.

"Al regresar a Estados Unidos y ver los reportajes, me sentí como en Marte, porque la guerra no era como la mostraban: toda bonita, limpia y con mucha precisión.

"La primera batalla fue caótica, una locura. Salimos de una tormenta de arena directo a enfrentarnos contra una brigada de infantería iraquí bien atrincherada. Estábamos cerca, a apenas 50 metros, y vimos muy claramente a los soldados iraquíes que nos dispararon y contra quienes disparamos. Sufrimos varias bajas, hubo varios heridos. Y no tengo ni idea de cuántos iraquíes matamos. Lucharon valientemente, pero teníamos armamento muy superior. Sus balas no nos alcanzaron. O sea, no tenían la capacidad de defenderse. Fue una batalla muy desigual, y creo que así lo planearon los estrategas militares. Teníamos una fuerza abrumadora y los aplastamos.

"Al día siguiente, muy tempranito, estábamos al otro lado de la carretera cerca del río. Por allí los iraquíes tenían una base logística o algo por el estilo. La verdad, no la distinguí muy bien; todavía no amanecía y desde el tanque nada más veía unos 100 metros adelante. Esperábamos para que nos alcanzaran camiones de municiones y combustible. De repente me desperté (nos turnamos para dormir porque todos llevábamos unos dos o tres días despiertos) cuando el radio gritó que unos camiones [enemigos] avanzaban hacia nuestra posición. El sargento y yo nos subimos encima del tanque y vimos dos camiones. Un tanque disparó contra uno de ellos, un camión de comestible, que botó diesel ardiente al otro que cargaba soldados. Le prendió fuego y los soldados salieron corriendo. Estaban quemándose. No sé cuántos eran. E hicimos lo que nos habían enseñado: los matamos a balazos.

"¿Acaso esa es una respuesta humana? Cuando alguien se está quemando, la respuesta humana es ayudarlo, agarrar una cobija y apagar el fuego. Para mí todo cambió en ese instante porque mi forma de ver la guerra cambió de una manera muy, muy personal. Pasaron muchos años antes de tener el valor de platicar de lo que pasó ese día... de poder perdonarme a mí mismo.

"Pero la guerra siguió sin respiro. Antes del amanecer salimos rumbo a Basora. Poco después trabamos combate. Y luego se dio una gran batalla dos días después del cese del fuego. Me pareció totalmente sin sentido. Mi división, la 24 de Infantería, atacó y diezmó una división iraquí que se batía en retirada desde Kuwait. Estábamos en los campos de petróleo y teníamos órdenes de destruir todos los tanques y camiones, y dispararle a cualquiera que tuviera arma. Había una devastación y un caos total. Íbamos por una pequeña carretera de solo dos vías que atravesaba un pantano y estaba colmada de centenares de vehículos en llamas. Era una locura, un caos total, y matamos a mucha gente, de eso no cabe la menor duda.

"Lo menciono porque los noticieros hablaban de bombas inteligentes que apuntaban contra edificios vacíos a medianoche. ¡Una ficción, puro cuento!".

Jeff Paterson es del valle Central de California, una gran región agrícola que le pareció una cárcel a un joven de 18 años quien se preguntaba qué hacer en la vida.

Se alistó en la Infantería de Marina porque quería ser "un guerrero chingón". Pasó cuatro años viajando por el mundo como técnico de artillería y sus opiniones acerca de los pueblos del mundo se transformaron. Cuando le dieron órdenes de embarque para la guerra del Golfo, ya no era el mismo que antes. Fue el primer soldado que desobedeció órdenes de ir al golfo Pérsico.

"Presté mis cuatro años de servicio militar y apenas me quedaban unas semanas cuando estalló la guerra de Irak. Estaba ilusionado con continuar los estudios. En cuatro años había aprendido mucho acerca de la relación entre las fuerzas armadas y los pueblos del mundo, y los cuates que venían llegando de Centroamérica me contaron de la ayuda que Estados Unidos daba a la contra. Sabía lo que pasaba en Beirut. En fin, con la ayuda de algunos amigos saqué la conclusión de que los intereses fundamentales de los pueblos del mundo dictaban que no participara en la guerra del Golfo.

"Cualquier castigo que me pudieran dar era poco en comparación con lo que le iban a hacer al pueblo iraquí. O sea, conocía todo eso de primera mano porque era técnico de misiles nucleares de nuestra unidad de artillería y nos dijeron que si había bronca íbamos a tirarles misiles a `esos pinches árabes hijos de puta'. El oficial quería que nos despreocupáramos y por eso prometió que si se presentaba un problema me mandaría a armar un misil nuclear para `madrear a esos pinches árabes y prenderlos como focos fosforescentes'. Así nos tranquilizaba.

"Convoqué una rueda de prensa porque sabía que mi manera de pensar no les iba a caer nada bien a las autoridades y a lo mejor me iban a `desaparecer' al Medio Oriente cuanto antes.

"Lo organicé muy a la carrera, pero básicamente procuré expresar mi posición de que no iba a ser un peón de las intrigas de poder, ganancias y petróleo de Estados Unidos en el Medio Oriente. Porque para mí era cuestión de mandar a miles y miles de peones a esa región, inyectarles la vacuna del ántrax y darles dosis tóxicas de pastillas, y una serie de cosas que supuestamente los protegían, pero evidentemente aumentaron el saldo de enfermos (100,000) y muertos (10,000) a causa del síndrome de la guerra del Golfo.

"Pedí que me dieran de baja como objetor de conciencia. Los trámites a veces duran mucho tiempo, pero en mi caso cuestionaron mi `sinceridad', rechazaron la solicitud y me dieron órdenes de embarcar de inmediato para Arabia Saudita.

"Entonces me senté en la pista y me negué a subir al avión. Si no fuera por la publicidad que tenía, seguro me habrían puesto grilletes y tirado al avión; eso le hicieron a otros que más tarde no quisieron ir a la guerra.

"Pasé dos meses en el calabozo de la base de Pearl Harbor. Me juzgaron en un tribunal militar porque, según, representaba una `amenaza' a la seguridad nacional. Hoy, a lo mejor, me mandarían directito a Guantánamo. Finalmente, decidieron darme de baja en vez de sentenciarme a cinco años en la prisión militar Leavenworth. Todo eso sucedió antes de que estallara la guerra, y me pusieron en libertad básicamente gracias a las protestas que los compañeros organizaron frente a la base.

"Mucha gente me ha preguntado cómo llegué a ser el primer soldado que se opuso públicamente a la guerra del Golfo. Básicamente fue gracias a un amigo que me pidió escuchar la voz de la conciencia. No me dijo que debía ir al golfo Pérsico o no; me pidió escuchar la voz de la conciencia, pues llevaba cuatro años haciéndole oídos sordos y obedeciendo órdenes.

"No me he arrepentido de esa decisión ni un solo segundo . Para mí la peor pesadilla hubiera sido participar en la carnicería que desembocó en 12 años de sanciones y ha causado 1.5 millones de muertos iraquíes. Esa es la pesadilla que me atormenta incluso hoy.

"Creo que la experiencia de la última guerra del Golfo enseñó a todo mundo lo que significa `apoyar a las tropas'. No sirve como orientación política. Si partimos de `apoyar a las tropas', `que regresen pronto' y `queremos la paz', caeremos en una posición de apoyar a las tropas mientras prosigan la guerra, lo cual significa apoyar lo que están haciendo.

"Comprendo por qué muchos querrán apoyar a las tropas, pero para forjar un movimiento internacional para parar esta y otras guerras, hay que decir la neta: hay que apoyar a las tropas que se nieguen a luchar en la guerra. No por eso condenamos a las demás; se nos plantea el reto de divulgarles la verdad sobre esta guerra, pues se les han lavado el coco.

"Y una vez que hagamos eso, nos toca luchar con todas nuestras fuerzas para que escuchen la voz de la conciencia. Tenemos que ayudarlos a tomar una posición firme y osada: `¡Al carajo la guerra! ¡Es injusta y nosotros no iremos a luchar!', e instar a los demás a tomar una posición justa y correcta".

Continuará.


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