Ex combatientes de la guerra del Golfo

Oponerse a la guerra y decir la verdad

Segunda parte

Michael Slate

Obrero Revolucionario #1193, 30 de marzo, 2003, posted at http://rwor.org

¿Qué significa luchar en una guerra injusta? Preguntemos a los ex combatientes que han tenido que hacerlo. Aprendamos de sus experiencias y las lecciones que han sacado sobre el imperialismo yanqui y sus crímenes contra los pueblos del mundo. Escuchemos a los que se han opuesto a esas guerras injustas y divulgado la verdad. En los últimos meses, muchos ex combatientes, especialmente de la guerra del Golfo, han contado sus experiencias e instado a los soldados a reflexionar y escuchar la voz de la conciencia.

En la primera parte, entrevistamos a varios ex combatientes, entre ellos Jeff Paterson, el primer soldado que desobedeció órdenes de ir a la guerra del Golfo de 1990-91. Jeff señaló: "La experiencia de la última guerra del Golfo enseñó a todo mundo lo que significa `apoyar las tropas'. La neta no sirve como orientación política. Si partimos de `apoyar las tropas', `que regresen pronto' y `queremos la paz', caeremos en una posición de apoyar las tropas mientras prosigan la guerra, lo cual significa de plano apoyar lo que están haciendo... pero si vamos a forjar un movimiento internacional para parar esta y otras guerras, hay que decir la neta: hay que apoyar las tropas que se nieguen a luchar en la guerra. No por eso condenamos a las demás; más bien se nos plantea el reto de divulgarles la verdad sobre esta guerra, pues se les han lavado el coco.

"Y una vez que hagamos eso, nos toca alzar la voz y luchar con todas nuestras fuerzas para que escuchen la voz de la conciencia. Tenemos que ayudarlos a tomar una posición firme y osada: `¡Al carajo la guerra! ¡Es injusta y nosotros no iremos a luchar!', e instar a los demás a tomar una posición justa y correcta".

En esta parte entrevistamos a Dave Wiggins y Alan Gunderson, dos ex combatientes que hoy alzan la voz contra la guerra de Estados Unidos contra Irak. Dave es iniciador del "Llamamiento de conciencia de ex combatientes a los soldados y reservistas", que salió hace poco.

Dave Wiggins es médico. Trabaja en la sala de emergencias de un hospital de Carolina del Norte. Hace años se graduó con honores de la academia militar West Point y decidió ser militar. Estaba muy orgulloso y convencido de haber elegido bien. Al terminar sus estudios, lo asignaron a una unidad de combate de helicópteros Apache en Fort Hood, Texas; posteriormente, lo mandaron a la guerra del Golfo.

"Fui objetor de conciencia durante la Operación Tormenta en el Desierto. Al principio no fue así, pues entré al ejército con el afán de defender a la patria del `Imperio del Mal' (en vez del `Eje del Mal' de hoy). Me decepcioné mucho con la caída del muro [de Berlín]: tenía la ilusión de que iba a traer paz al mundo y a nuestro país, pero invadimos Granada y Panamá, y entonces pedí que me dieran de baja como objetor de conciencia.

"Aprobaron la solicitud y solo faltaban algunos trámites del Ejército, y en eso Irak invadió a Kuwait y mi situación se complicó. No daban de baja a nadie, o sea, nadie podía salir del ejército en ese momento. Y luego me dieron órdenes de embarcarme a Arabia Saudita con mi unidad de combate.

"De acuerdo al reglamento, hay ciertas normas para las solicitudes de objetor de conciencia. En mi caso, hicieron la debida investigación: me entrevistaron a mí, a mis familiares, amigos y compañeros soldados, y concluyeron que mis planteamientos eran `sinceros'. Según el reglamento, no se requería más para darme de baja. Pero los oficiales tenían que dar el visto bueno y ahí empezaron las broncas. O sea, aunque la investigación recomendó aceptar mi solicitud, los oficiales dijeron: `Está bien, pero como no estamos de acuerdo con el concepto de objetor de conciencia, la rechazamos'.

"Me comprometí a cooperar durante el tiempo que duraran los trámites siempre y cuando no se presentara ningún inconveniente, pero les advertí que no combatiría por las mismas razones que planteé en mi solicitud. Cuando me dieron órdenes de embarcarme a Arabia Saudita, inicié un ayuno como resistencia y protesta. También manifesté mi oposición a la guerra por televisión y radio. Sin embargo, fui voluntariamente a Arabia Saudita, pues el Ejército me tildaba de cobarde, lo cual no era cierto.

"Fue muy curioso. Me trataron como si fuera un peligro a la unidad. Varios oficiales dijeron que la ponía en peligro. ¡Hasta despacharon unos guardias especiales que me vigilaron todo el viaje a Arabia Saudita!

"Seguí trabajando... más o menos. O sea, me despacharon a una zona de guerra antes de que comenzaran las hostilidades. Tenía mi botiquín y me empeñaba en ayudar a cualquiera que necesitara mis servicios. Sin embargo, en otras ocasiones no me reporté al trabajo. Escribí cartas e hice carteles, y los pegué en la cafetería. Manifesté mi oposición a la guerra en entrevistas de prensa. Seguí con el ayuno. Me ofrecí de voluntario a la Cruz Roja Internacional, pues el Ejército decía que no me importaban los enfermos y heridos, pero yo consideraba valioso dar atención médica tanto a los soldados iraquíes como a los estadounidenses. No me permitieron trabajar para la Cruz Roja; me internaron en un hospital y me alimentaron a la fuerza.

"Me mandaron a la ciudad militar Rey Khalid en el frente de batalla, a unos ocho kilómetros de la frontera con Irak. Nuestra unidad de helicópteros estaba apostada en un campamento con las unidades de infantería que iban a invadir Irak y la fecha ya estaba más o menos prevista. Era hora de ser consecuente con mis convicciones: decidí renunciar.

"Tenía grabada en la memoria la imagen del señor de la plaza de Tiananmen [de Beijing, China] que alzó la mano contra los tanques. Quería hacer algo parecido. Fui al cruce principal de la ciudad, de donde salían vehículos blindados al frente y me paré, alcé la mano y bloqueé el tráfico. Me quité el uniforme y firmé mi carta de renuncia. Pasaron 15 ó 20 minutos hasta que me arrastraron del cruce, ¡y había un embotellamiento de 30 kilómetros!

"Me tiraron a una ambulancia; lo único que les cabía en la cabeza era que se me había aflojado un tornillo. Pasé la noche en el hospital y al día siguiente cuando cayeron en cuenta de que estaba totalmente cuerdo, me recomendaron que volviera al puesto, que me olvidara de protestar y obedeciera".

Dave no se rajó. No se reportó al trabajo ni volvió a ponerse el uniforme. Se ofreció nuevamente de voluntario a la Cruz Roja y dijo que estaba dispuesto a dar atención médica a cualquier herido --civil o soldado, iraquí o estadounidense-- que la necesitara. El Ejército rechazó nuevamente esa propuesta y un tribunal militar lo declaró culpable de no reportarse al trabajo y de conducta indigna de un oficial y un caballero (porque se quitó el uniforme en la vía pública en señal de protesta). El juez ordenó que lo dieran de baja.

Desde entonces Dave siente una responsabilidad especial de señalar los peligros de acatar ciegamente órdenes injustas.

"Lamentablemente, el gobierno, que supuestamente representa a los soldados, se aprovecha de ellos y les da órdenes injustas. Me da lástima por sus familias porque pierden a sus seres queridos por un tiempo o para siempre, si mueren en la guerra. No estoy de acuerdo con que deben ir a matar simplemente porque les ordenen. En casos como Camboya o la Alemania nazi, no se acepta la justificación de que uno `solo obedecía órdenes' y, a mi ver, tampoco se debe aceptar en el caso de soldados estadounidenses. Si uno va a quitarle la vida a otro, tiene el deber moral de asegurarse de que sea correcto y no hacerlo simplemente por cumplir órdenes.

"El mundo es cada vez más chico. Podemos viajar a cualquier punto del globo en menos de un día. Tenemos armas nucleares y biológicas muy potentes con la capacidad de extinguir al género humano. Lo que hace un país no solo afecta a sus propios ciudadanos sino al mundo entero. Debemos ser consecuentes con nuestros intereses de ciudadanos estadounidenses y nuestros intereses fundamentales más elevados de ciudadanos del mundo, por los cuales a lo mejor tenemos que ir en contra de nuestro propio gobierno, que no siempre representa los intereses fundamentales de los ciudadanos".

Alan Gunderson es un hombre tranquilo, un maestro que da clases en el Sur Centro de Los Ángeles. En 1989 se alistó en la Infantería de Marina por cuatro años. Le prometieron una carrera, una beca y la oportunidad de viajar, pero terminó de ingeniero de combate de la Primera División en la guerra del Golfo. Le tocó desactivar minas, o sea, despejar los campos y abrir paso para la invasión yanqui, y sus experiencias le enseñaron mucho sobre el papel de Estados Unidos en el mundo.

"Ya es un poco más fácil hablar de todo esto, pues vengo contando mis experiencias a mucha gente desde que empezaron a hablar de una nueva guerra contra Irak.

"Algo me impactó mucho incluso antes de llegar al golfo Pérsico. Demoramos unos 45 días en llegar por barco, y paramos en Hawai y Filipinas. La experiencia de conocer Filipinas me hizo pensar mucho. Pasamos cinco días allí: dos días de entrenamiento y otros días más de descanso, en que saboreamos por última vez una pizca de libertad antes de lanzarnos a la guerra. Hicimos varias prácticas: disparamos armas y detonamos explosivos, e hicimos una larga caminata alrededor de la base con todo y equipo.

"Pasamos por una aldea muy pobre, del tipo que se ve en las películas de Vietnam. La gente vivía en la miseria en casas de cartón con piso de barro y los niños vestían puros andrajos. Me impresionó muchísimo porque no era una película, era real; lo veíamos con los propios ojos. Tiré unas galletas a los niños y se pusieron a pelear por ellas. No podía creerlo. Andábamos con un chingo de equipo militar muy caro, municiones, barcos que cuestan miles de millones de dólares, la base... ocupábamos sus tierras. Y justo al lado de la base vivían en la miseria total. No tenía sentido, no lo terminaba de asimilar. En ese momento se sembraron en mí las primeras dudas sobre el verdadero propósito de nuestra misión.

"Nos dijeron que íbamos a lanzar un ataque a la playa y entrar por Kuwait. Pero en realidad nos tenían apostados en la costa para despistar al enemigo. En el barco no había mucho que hacer y la pasábamos con mucho nerviosismo contando los días hasta que empezara el bombardeo aéreo, como si fueran los últimos días que nos quedaban de vida. Finalmente nos dijeron que no íbamos a atacar la playa sino a desembarcar en Arabia Saudita y seguir a los demás regimientos que incursionaban en Kuwait.

"Nos tocó ir a la carretera de la muerte, una experiencia que jamás se borrará de mi memoria. Demoramos casi cinco horas en llegar desde la base. Era algo parecido a las películas de Mad Max y de ciencia ficción. A lo largo de la carretera había vehículos destrozados y calcinados. Vimos un camión machucado con las ruedas en el aire como si lo hubiera pisado un gigante. Hasta donde alcanzaba la vista todo estaba calcinado.

"Después llegamos a un campo con búnkers y unos tanques. A la distancia vi algo que jamás olvidaré: un bulto negro. Al acercarme me di cuenta de que era un cadáver, mejor dicho dos cadáveres, dos soldados iraquíes que murieron hacía un par de semanas. Estaban hechos pedazos. Los estaba mirando y los demás compañeros vinieron a ver. La muerte calla a todo mundo. Miramos a los cadáveres y nos miramos, y nadie dijo ni una sola palabra.

"Por mi cabeza pasaban muchas preguntas: ¿qué estamos haciendo?; ¿por qué esta guerra?; ¿es por el petróleo? A nuestro alrededor había un chingo de vehículos y cadáveres calcinados en medio de grandes campos petroleros. Los grandes incendios echaban mucho humo, un humo tan espeso que en un momento dado prácticamente tapaba el cielo. Parecía neblina, pero era humo y tapaba el cielo. Mientras estábamos allí en compañía de los muertos el sol cambió de amarillo a anaranjado y anocheció. Me pregunté: `¿Esto es real o estoy soñando? ¿Estoy en el infierno?'. Fue surreal.

"Cuando se inició la invasión, no teníamos ni idea. No nos dieron ninguna información. Mi trabajo era desactivar minas y debían informarme por lo menos qué clase de minas eran para tomarlo en cuenta. Pero no nos dijeron absolutamente nada. Como el sargento conocía a alguien de inteligencia, consiguió unos esquemas secretos y ¡resultó que eran nuestras propias minas! Dije: ¿qué chingados hacen con minas estadounidenses? Y en ese momento se sembró otra duda más".

La experiencia en la Infantería de Marina le enseñó a Alan algo muy importante: Estados Unidos es una sociedad de clases y si a la clase dominante no le importan un comino los pobres y oprimidos del mundo, tampoco le importan los oprimidos de este país. Alan dice que un incidente fue decisivo para él. En abril de 1992, despacharon su unidad a Los Ángeles para responder a la rebelión que estalló cuando declararon que los policías que golpearon a Rodney King no eran culpables.

"El día que desembarcamos en Arabia Saudita nos dieron diez cartuchos, nada más. Dos semanas más tarde nos dieron 50, pero ya no tenía caso porque todo había terminado. Pero lo que realmente me dio asco fue que un año después cuando nos despacharon contra los motines de Los Ángeles nos dieron 20 cartuchos, o sea, nos dieron diez para invadir Irak y 20 para ir a Los Ángeles y matar a nuestra gente. Sentí que invadíamos esa ciudad y me dio mucha vergüenza, la verdad.

"Un montón de cosas se fueron acumulando: la carretera de la muerte fue una y se dieron otras más, una tras otra. Comprobé que son puros ricachones los que toman las decisiones mientras que mis cuates y yo éramos casi todos de familias humildes, y muchos éramos negros y latinos. El hijo del politiquero no estaba sentado a nuestro lado. Era muy evidente que no valoran a la gente pobre, ¡sobre todo cuando nos despacharon a Los Ángeles con el doble de cartuchos que para la guerra!".

Alan tiene una respuesta contundente a los que, una vez que empezó la guerra del Golfo de 1991, dijeron que todo mundo debía "apoyar nuestras tropas". Platicó de sus experiencias y de lo que realmente necesitan los soldados que están despachando al golfo Pérsico hoy.

"Recibí muchas cartas de mi madre con fotos de listones amarillos por todos lados, lo cual daba la impresión de que hacíamos lo correcto. Pero si de repente uno empieza a oír noticias sobre gente que protesta contra la guerra, cae en cuenta de que a lo mejor no es justa. No creo que desmoraliza; más bien ayuda a captar que no es justa. Y con todo lo que vi en el golfo Pérsico, empecé a dudar de las cartas y listones amarillos y todo el rollo, porque venía de gente que apoyaba algo que no entendía y para mí era una especie de hipocresía.

"Creo que mostrar las protestas y explicar sus razones ayuda más a los soldados que agitar banderas y listones amarillos, pues muchos que combaten en el golfo Pérsico están viendo o han visto algo totalmente diferente y ya no se tragan la versión oficial sino que se preguntan qué pasa. Si les mostramos qué pasa si protestamos y les decimos la verdad, para mí esa es la mejor ayuda que podemos darles".


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