Pasaje publicado el 4 de octubre de 2017 | Periódico Revolución | revcom.us

 

Un pasaje de

Nuevo discurso de Bob Avakian:
El problema, la solución y los retos ante nosotros

De la Primera parte: El rompimiento con el chovinismo estadounidense y con los mortíferos confines del capitalismo

A diferencia de toda la mitología perpetrada constantemente y perpetuada por medio de las instituciones dominantes de esta sociedad y de todos sus voceros, la riqueza de Estados Unidos y la situación de la población aquí no se deben a algunas grandes libertades propias de Estados Unidos y al gran carácter de innovación que esta libertad facilita y fomenta. Para llegar a la realidad de la verdadera base de esto, podemos volver a Marx, cuando hablaba de la acumulación primitiva del capitalismo sobre la base del saqueo horroroso y la explotación indecible de las masas populares en las regiones más dispersas del mundo. Esto sentó las bases sobre las que se inició la acumulación del capitalismo, que salía de la sociedad feudal, y la base sobre la cual descansaba cualquier innovación que se realizó en última instancia. Marx también habló con mucha ironía de los “albores” del capitalismo. En el libro Preaching From a Pulpit of Bones (Predicando desde un púlpito de huesos), cité a Jack Weatherford, que escribió El legado indígena: De cómo los indígenas americanos transformaron el mundo. Comienza con la siguiente afirmación: “Los capitalistas [se refiere a Estados Unidos en particular, pero también a los capitalistas en Europa y en otros lugares] construyeron la nueva estructura sobre los puntales gemelos de la trata de esclavos de África a América y el tráfico en plata americana”. Y luego cita a Marx sobre los albores: “El descubrimiento de los yacimientos de oro y plata de América, la cruzada de exterminio, esclavización y sepultamiento en las minas de la población aborigen, el comienzo de la conquista y el saqueo de las Indias Orientales, la conversión del continente africano en cazadero de esclavos negros: son todos hechos que señalan los albores de la era de producción capitalista”. Lo que es una verdad básica e irrefutable.

Escuchamos en relación con todas estas nociones de la gran libertad y del carácter innovador de la gente en Estados Unidos y la manera en que la libertad permite esta innovación — escuchamos mucho sobre la expresión “excepcionalismo americano”. Bien, al escuchar esta expresión por primera vez, uno podría pensar... quizá no reconozca que en realidad esto encierra cierto sentido irónico. Podría pensar: “Sí, bueno, eso tiene sentido, el ‘excepcionalismo americano’, tenemos aquí a esta buena democracia y la gente tiene mucha libertad, pero como se sabe, hay algunas cosas que realmente contradecían eso en la historia de Estados Unidos, como el genocidio contra los indígenas, toda la esclavitud y lo demás. Sí, eso tiene sentido, es una excepción, es una democracia, pero es una especie de excepción porque tiene todas estas características negativas asociadas con ella”. Y luego, vaya, vaya, uno descubre que eso no es lo que significa — que el “excepcionalismo americano” significa que Estados Unidos es excepcionalmente bueno, que incluso en comparación con las demás “democracias capitalistas” del mundo, hay algo especial, la ciudad luminosa en la colina, tal como, por ejemplo, la invocó Reagan. Ya me entienden, esta imagen de que hay algo particular y especialmente bueno en Estados Unidos y su gente. Y cabe pensar: qué ironía. Esto va totalmente en contra de la realidad. Si alguien quiere hablar de excepción, debería hablar sobre ella de la manera a la que me refería — que esto encierra algunas cosas negativas reales que están en conflicto agudo con “nuestra democracia” que todavía no hemos superado. Pero no, significa lo contrario — somos excepcionalmente buenos.

Y piense en el nivel de chovinismo estadounidense que uno tiene que asimilar para que no vomite al oír eso. Examinemos un poco más las verdaderas piedras angulares fundadoras y la larga sombra de la esclavitud en Estados Unidos, junto con el destierro genocida y el encierro mediante redadas a la población indígena, o sea, la población autóctona, en los campos de concentración llamados reservas.

El tratamiento a los negros en Estados Unidos, la horrenda opresión a los negros desde la época de la esclavitud hasta hoy —si se quiere hablar de una característica especial de Estados Unidos— pues eso es una de las características más determinantes. Y esa esclavitud ha estado integrada en los propios cimientos: es una piedra angular de toda la sociedad, y su sombra continúa extendiéndose sobre toda la sociedad, todo el país y todo lo que lo rodea, hasta el día de hoy. Si nos fijamos en los documentos fundacionales de Estados Unidos —por ejemplo, si nos fijamos en la Declaración de Independencia—, ¿cuáles son las acusaciones que se plantean contra el rey de Inglaterra al declarar la independencia? Entre ellas está la siguiente: “Ha alentado Insurrecciones internas en nuestra contra, y ha tratado de inducir a los Habitantes de nuestras Fronteras, los despiadados Indios Salvajes”. Ahora, piense en esto. He aquí a unas personas que repetidamente rompieron tratados con estos indígenas americanos, con los pueblos originarios, que nunca de hecho respetaron ni un solo tratado que se suscribieron con los indígenas, que los expulsaron repetidamente de sus tierras — que les otorgaban tierras pero, “Ah, espéreme un minuto, hay oro allí”. Así que tienen que volver a desterrarlos y ponerlos una y otra y otra vez en marchas forzadas por el Sendero de las Lágrimas en las que miles murieron. Y luego, a su vez, oímos que describen a estas personas como “los despiadados indios salvajes” a quienes el rey de Inglaterra inducía contra estos colonos. Este es uno de los grandes crímenes del rey de Inglaterra según la Declaración de Independencia. Una vez más, ponen la realidad completamente de cabeza.

Y luego, desde luego, sigue hablando de la manera en que el rey de Inglaterra ha obligado a los colonos europeos de este territorio a practicar la trata de esclavos, como si de alguna manera ninguno de ellos, incluido Thomas Jefferson, quisiera tener esclavos. No importa el hecho de que él fraguó la compra de Luisiana a fin de expandir enormemente el territorio que iba a basarse en la esclavitud. De alguna manera supuestamente el rey de Inglaterra es responsable de obligar a personas como Jefferson y estos otros fundadores a practicar la esclavitud.

O veamos la Constitución de Estados Unidos. No solamente la tristemente célebre cláusula de los tres quintos que declaraba que los esclavos constituían tres quintas partes de un ser humano, que los contaban como tres quintos con fines de tributación y representación; pero, para colmo, en realidad así diseñaron algunas cosas tales como el colegio electoral que se establecieron, y se establecieron sus formas particulares, como concesiones a los estados esclavistas. Hace poco en un suplemento especial sobre la Constitución del New York Times del 2 de julio de 2017, Gary Wills examinó cómo la Segunda Enmienda en sí no se refería al derecho de los individuos a portar armas — de eso no se trataba... no trataba esa cuestión. Se trataba, en particular, del derecho de los estados esclavos a tener milicias para cazar a los esclavos y reprimir las insurrecciones de esclavos. Así que ahí mismo, de nuevo, en los propios fundamentos de los documentos básicos de Estados Unidos y en la manera en que ha extendido su sombra hasta hoy, la horrenda opresión de los pueblos originarios, y luego de los negros —o de los negros junto con la opresión de los pueblos originarios— está justo en el centro de lo que Estados Unidos es, desde el principio hasta hoy. El hecho es que la supremacía blanca y su continuación en formas diferentes, pero siempre terribles, se han integrado en los mismos cimientos y estructuras, relaciones sociales y cultura de este sistema en Estados Unidos y es una parte indispensable de su cohesión y funcionamiento continuos.

Ahora, a la luz de todo esto, se podría pensar que es un poco ridículo cuando la gente dice algo así: “El fascismo realmente no podía darse en Estados Unidos. Tenemos todas estas protecciones institucionales en contra del fascismo y, una vez más, somos este pueblo excepcional. Así que, ¿cómo podría darse el fascismo en Estados Unidos? No podría darse aquí”. Ah no, no podría darse aquí. No podría darse en un país fundado sobre la esclavitud y el genocidio y empapado de supremacía blanca, así como de supremacía masculina, el destino manifiesto y la carga del hombre blanco. Ah no, no podría darse en un país como Estados Unidos. Y cabe señalar todas estas cosas —la supremacía blanca, la supremacía masculina, el chovinismo estadounidense, el destino manifiesto, la carga del hombre blanco— todas estas cosas se han entretejido y reforzado mutuamente y siguen en lo mismo.

Por ejemplo, el libro Rebirth of a Nation (El renacimiento de una nación) de Jackson Lears —que se centra en la época en que Estados Unidos en efecto se promovió en el mundo como una potencia colonial, engullendo a Las Filipinas, Puerto Rico, Guam y Cuba y subiendo al escenario mundial a un nivel de maldad nunca antes visto— dice que todo esto estaba ligado a cierto sentido de identidad masculina y asertividad masculina, así como supremacía blanca, en formas muy grotescas, sin tapujos, la forma en que lo estamos viendo ahora, sin tapujos, bajo el régimen fascista de Trump y Pence. Por ejemplo, cita a la mujer, Rebecca Latimer Felton, la esposa y directora de campaña de un congresista estadounidense y no de un perrero, quien dijo que uno de los grandes problemas en la sociedad estadounidense era que los hombres no le prestaban suficiente atención a la “vulnerabilidad de las mujeres blancas ante los violadores negros” que supuestamente vagaban por el sur rural. “La culpa, declaró, estaba con los blancos del sur. No habían podido poner un ‘brazo protector alrededor de la inocencia y la virtud’”. Concluyó que “si se requiere el linchamiento ‘para proteger la posesión más preciada de las mujeres contra las voraces bestias humanas — pues, yo digo, línchenlos, de ser necesario mil veces a la semana’”. Ello de la esposa y la directora de campaña de un congresista estadounidense.

O veamos otra declaración que muestra las dimensiones horrendas de esto y la forma en que todo esto está entrelazado. En particular, se tienen el chovinismo masculino, el patriarcado, la misoginia. Lears escribe: “Detrás de todos los cálculos económicos y de toda la excelsa retórica sobre la civilización y el progreso estaba una emoción primitiva — un anhelo de reafirmar el control, una voluntad masculina de ejercer el poder”. En particular, esto se refería al sentido en que la élite, los hombres ricos, se habían ablandecido como resultado de sus riquezas. ¿Y qué se decía que era necesario para hacer frente a eso? La guerra — ésta ejercerá un efecto masculinizante sobre estos hombres ricos decadentes ricos feminizados. Esta era la forma en que podían experimentar una regeneración.

O veamos el siguiente comentario, hablando del culto al valor y un impulso de ir a la guerra: “Aquí —escribe Lears— era el germen del culto a la fuerza, la religión secular que subyacía a la regeneración de la voluntad masculina”.

Y he aquí algo muy interesante a la luz de las tácticas y del enfoque estratégico del imperialismo estadounidense al invadir y ocupar a países en estos días. Si pensamos, por ejemplo, en la primera invasión de Irak en 1991, Colin Powell dijo: “No somos imperialistas, no invadimos a países a fin de ocuparlos, no nos dedicamos a ocupaciones permanentes. Simplemente los democratizamos y luego los dejamos para que la gente los maneje por su cuenta”. Bien, este es un enfoque gastado y trillado de los imperialistas, que se viene aplicando desde finales del siglo 19 y principios del siglo 20. Lears habla de esto. Habla de la orientación según la que el imperio estadounidense dependería sólo en parte de la adquisición formal de colonias en el exterior, las que sí ocupó, por ejemplo una vez más, Las Filipinas. “Más comúnmente implicaría una intervención militar periódica (en lugar de una ocupación permanente) y un apoyo a los gobiernos amigos de las políticas estadounidenses. Esta orientación indirecta [respecto al colonialismo, agrego] haría que fuera más fácil que los imperialistas estadounidenses se rodearan de una retórica sobre el excepcionalismo y dijeran que tuvieran una superioridad moral respecto a sus contrapartes europeas”. Aquí de nuevo se tiene el “excepcionalismo americano”, ultrajando y saqueando mediante el colonialismo con un rasgo particular que les deja decir: “Ah no, no somos colonialistas como esos europeos”.

Y al final, Lears habla de la manera en que los estadounidenses, entre ellos los soldados del imperio estadounidense, respondieron a la resistencia del pueblo filipino a su ocupación: como una afrenta a la identidad blanca y a lo de ser blanco.

Así se puede ver la forma en que todo esto está entrelazado y se refuerza mutuamente. Y además hay algo que también hay que reconocer, sobre todo a la luz de la situación actual. Existe una línea directa y una profunda conexión entre todo esto, y la forma en que todo esto está entrelazado y se refuerza mutuamente — una línea directa y una conexión directa entre todo esto y el odio virulento y las acciones represivas hoy contra la lucha por el reconocimiento de la humanidad y de los derechos de las personas LGBT.

 

 

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