Además, para Jefferson —y esto fue cierto también para James Madison, el principal autor de la Constitución de los Estados Unidos— los derechos como la libertad de expresión y el concepto filosófico fundamental de la libertad de conciencia estaban ligados con la idea de la inviolabilidad de la propiedad privada. Kramnick y Moore señalan algo que también señalé en un corto folleto, “La Constitución de los Estados Unidos: Una visión de libertad según los explotadores”: Madison consideraba que la protección de la propiedad era una de las más esenciales funciones del estado — y es importante subrayar aquí una vez más que para Madison, y en Estados Unidos por casi cien años, una de las más importantes formas de propiedad fueron los seres humanos, los esclavos. El mismo Madison, por supuesto, fue un amo de esclavos y un defensor del sistema esclavista; al mismo tiempo, fue un defensor más general, o “universal”, de los derechos de la propiedad privada. Kramnick y Moore agregan que para Madison así como para Jefferson, “las opiniones y la conciencia son también formas sagradas de la propiedad individual” (The Godless Constitution, p. 103).
Este es un punto sumamente importante, y debemos detenernos y examinarlo brevemente. Esto, por supuesto, está vinculado a la idea que se encierra en la frase que oímos tan a menudo: “el libre mercado de ideas”. Esto tiene la virtud, digamos, de expresarse en términos muy explícitos — es una indicación clara de que esta noción de la conciencia individual y de la expresión de las ideas está vinculada con los conceptos de los principios del mercado, la propiedad privada de las mercancías y, en última instancia, el capitalismo y sus categorías particulares del intercambio de mercancías7.
Vemos que esto se manifiesta de forma muy clara y directa hoy en todas las batallas, no sólo en Estados Unidos (o de otros países en particular), sino a escala internacional, acerca de la “propiedad intelectual”. Y, por supuesto, esto no es simplemente una cuestión de abstracción jurídica, sino algo que impacta radicalmente la vida de un gran número de personas. Esto ocurre, por ejemplo, cuando las grandes compañías agroindustriales con sede en Estados Unidos (o en algún otro país imperialista) desarrollan métodos basados en la ingeniería genética para producir un determinado cultivo, y luego trabajan para imponer esa forma de agricultura a los agricultores, no sólo en Estados Unidos en sí, sino también en otros países, y así trastornar y suplantar las formas tradicionales de producción de alimentos, y de hecho imposibilitan que estos agricultores continúen practicando la agricultura en la forma tradicional, y al contrario los obligan a pagar a la empresa agroindustrial que es dueña de estos “derechos de propiedad intelectual”, con el fin de sembrar de nuevo los cultivos creados con ingeniería genética — para, en efecto, alquilar la capacidad de llevar a cabo dicha reproducción, ya que esto se ha convertido en la “propiedad intelectual” de una gigantesca corporación con sede en un país como Estados Unidos. Así, este proceso ha trastornado y hasta arruinado la vida de millones de personas, y la producción de alimentos en gran escala. De éste y otros ejemplos, podemos ver que no se trata sólo de que un concepto teórico abstracto de las opiniones y la conciencia son formas sagradas de la propiedad individual. Esto tiene enormes consecuencias devastadoras para las masas populares, para millones de personas e incluso cientos de millones de personas —y, al menos indirectamente, miles de millones de personas— en todo el mundo.
Pero abordemos el concepto filosófico del “libre mercado de ideas” y la forma en que contrasta con el punto de vista comunista sobre la búsqueda de la verdad y la contienda entre ideas opuestas como una parte esencial de la búsqueda de la verdad. Aquí examinemos a John Stuart Mill y su concepto de la libertad y en particular la libertad de expresión y el intercambio de ideas8. En cierto sentido, podríamos decir lo siguiente: Mill — sí y no. Desde nuestro punto de vista, desde el punto de vista comunista, es crucial realmente conocer la realidad, y su movimiento y desarrollo, a fin de poder transformarla cada vez más en pro de los intereses de las grandes masas populares y, en última instancia de la humanidad en su conjunto. Además, se necesitan la contienda entre diferentes ideas y diferentes enfoques de conocer la realidad, con el fin de llegar más profundamente a conocer correctamente esa realidad. Y, sí, es muy importante el principio de que las personas deben sentir que tengan la libertad y el aliento para expresar sus ideas y no sentir fuertes presiones cuando sus ideas sean no conformistas o no convencionales, o que vayan contra el statu quo, sea lo que sea ese statu quo. Esto es en realidad un principio importante que hay que entender profundamente y defender y por el que hay que luchar. Al mismo tiempo, sin embargo, desde el punto de vista comunista, todo esto forma parte de un proceso no sólo de unos pocos individuos sino de las masas populares para llegar a la verdad de las cosas, en diferentes esferas particulares y en un sentido más amplio, y para poder actuar de acuerdo con una comprensión científica concreta de la realidad — de la realidad tal como realmente es, por así decirlo (y en su movimiento y cambio). Sin embargo, la noción de que las opiniones y la conciencia individual constituyen propiedad privada o individual en última instancia —y a menudo no tanto en última instancia— se interpone en el camino de ese proceso de buscar la verdad, y plantea un importante obstáculo a dicho proceso.
Comprender la importancia de la “batalla entre las ideas”, y de no suprimir las ideas impopulares o no convencionales, a fin de tener el proceso más rico en la búsqueda de una comprensión de la realidad, y para que la gente en la sociedad sienta que tiene aire para respirar y espacio para ser “diferente” y expresar ideas diferentes: esta es una dimensión crucial de una sociedad del tipo en la cual queremos vivir y en la que las masas populares realmente florecerían; y es también crucial a fin de llegar a la verdad en términos fundamentales. Pero hay una enorme diferencia, una diferencia crucial, entre eso y la noción de que las ideas de cualquier individuo son su propiedad privada y que en efecto, deberían operar en competencia con otras personas y sus ideas — que todo esto debería competir en un “mercado de ideas” para ver quiénes pueden, para decirlo escuetamente, exigir el más alto valor de intercambio. Esto no es lo mismo que determinar cuál en realidad contribuye más a llegar a la verdad, y no es simplemente un reconocimiento de la forma en que la contienda entre ideas ayudará a crear el ambiente adecuado para una sociedad del tipo que queremos, sino que da expresión a la noción de las ideas como mercancías, la competencia para exigir una mayor remuneración, en una u otra forma (aunque esto no siempre sea directamente monetaria). Así que, además, los conceptos y la práctica de los “derechos de propiedad intelectual” son una extensión de la idea de “el libre mercado de ideas”, o están vinculados con dicha idea.
Todo esto se deriva de la noción filosófica de las opiniones y la conciencia como propiedad privada. Y cuando algunas personas guarden sus ideas como propiedad privada, eso perjudicará e impedirá el mayor bien social, al igual que ocurre por lo general en la producción y el intercambio de mercancías. Las personas no expresarán sus ideas si creen que les beneficiará no plantearlas en un momento dado. Todo aquel que está familiarizado, por ejemplo, con los derechos de autor (y las patentes) conoce las formas en que las personas que desarrollan ideas innovadoras las guardan celosamente, por temor a que alguien más se las robe — o, por otro lado, se apresuran a institucionalizarlas como propiedad privada protegida, antes de que otra persona haga lo mismo. Y hay muchas historias en que los individuos han desarrollada ideas creativas, pero que las agarran fuerzas más poderosas, como las empresas, que terminan con los “derechos” sobre dichas ideas. Todo esto es una expresión de una situación donde las personas están en competencia entre sí — y, en últimas instancias, una expresión de una sociedad que tiende a convertir todo, incluidas las ideas, en mercancías y en capital.
Aunque esto no asuma una expresión monetaria ordinaria, el concepto filosófico de que ésta sea mi idea —en contraposición a una idea que es importante en un contexto más amplio y en última instancia para la humanidad— puede causar daño real, y, en un atmósfera de este tipo, en este marco general de las relaciones capitalistas de mercancías, puede haber y, con frecuencia hay, un conflicto real entre el individuo que se beneficia de sus propias ideas, y que la sociedad y la humanidad en su conjunto se beneficien de estas ideas.
Esta perspectiva y el enfoque de las ideas como posesiones personales, o como propiedad privada —como mercancías— tiene influencias y consecuencias negativas no sólo en términos de la manera en que las personas tratan la ideas que desarrollan, sino también en términos de la manera en que ven el intercambio con otras personas en el ámbito de trabajar con las ideas y de bregar con las ideas. Una vez más, aun dejando de lado las consideraciones monetarias directas y más ordinarias, para decirlo en términos un tanto psicológicos, pesa en esto el ego del individuo. ¿Es lo que tiene más importancia lo que en realidad es cierto y si sus ideas contribuyen a que las personas conozcan las cosas, y que sobre esa base, puedan actuar en pro de los intereses fundamentales de la humanidad — o es lo que tiene más importancia el hecho, o la noción, de que algo es su idea? No hay casi nadie, si hay alguien, que no haya experimentado estas presiones o sentimientos estrechos y más egocéntricos — y, sí, es triste decirlo, pero no es de sorprender, esto es así incluso en las filas de los comunistas. Pero, una vez más, todo esto sí hace mucho daño concreto, y obra en contra de los intereses más amplios de la sociedad y la humanidad.
Así que, volviendo a John Stuart Mill, hay una gran diferencia entre el lado positivo de John Stuart Mill, representado en sus argumentos de que las ideas no deben suprimirse por ser impopulares —de que es muy importante que las personas escuchen las ideas expresadas no solamente por aquellos que se les oponen, por tan equilibradamente que nos esforcemos de presentarlas, sino por aquellos que son apasionados defensores de esas ideas— hay una profunda diferencia entre ese principio, que tiene una importante aplicación y es algo que tiene que ser parte del proceso general de la revolución, de transformar radicalmente la sociedad y de avanzar hacia un mundo comunista, y por otro lado la noción del “libre mercado de ideas”. Los conceptos y las realidades de los mercados, de la competencia y relaciones de mercancías, y del capital no deben trabar la contienda entre las ideas, y el desarrollo general de las ideas. Tal como he señalado antes9 , sí tenemos que hablar acerca de las limitaciones, los problemas y los errores en las obras culturales que se produjeron durante la Gran Revolución Cultural Proletaria de China; pero, además de la muy alta calidad artística y del contenido revolucionario de muchas de dichas obras, una de las cosas verdaderamente grandes en la creación de estas obras es que explícitamente —y con mucho entusiasmo de al menos muchos de los participantes— fue un proceso que conscientemente se esforzó por superar las nociones de la propiedad individual de las ideas, inclusive la creación artística. No se trataba de que las personas y su creatividad carecieran de importancia y que no hicieran ninguna contribución en la creación de estas obras, sino que sí tuvieron importancia y lo hicieron como parte de un proceso más amplio, y no lo hicieron en conformidad a la noción de las ideas como propiedad privada — sino en oposición directa a dicha noción.
Ahora, para que quede claro, hay muchas formas en que, con el fin de tener un mejor ambiente y circunstancias para que la creatividad florezca y se exprese —y con el fin de tener una sociedad del tipo en la que las personas puedan florecer cada vez más, de manera individual así como en sus interacciones mutuas—, no sólo es necesario reconocer en un sentido general la iniciativa y la creatividad del individuo, sino ofrecerles el necesario espacio. Tiene que haber una dimensión importante según la cual las personas puede salir en la sociedad y “hacer sus propias cosas”. Le pregunté a un poeta y artista de la palabra hablada, en el curso de una conversación con él: “Si a cada paso te supervisara un cuadro del partido, si estuviera ahí siempre examinando lo que escribes, ¿podrías escribir tus poemas?”. Respondió categórico: “¡De ninguna manera!”. Bueno, hay una clara realidad en eso, y la sociedad y el mundo del tipo que queremos no es uno en que existiera esa forma de “supervisión política” errónea (“vamos a verificar para asegurarnos de que todo esté de acuerdo con la ‘línea del partido’ o con lo que la dirección piense en cada momento determinado”... ¡NO!). Debe haber espacio, tiene que haber espacio, un espacio que se vaya expandiendo para mucha creatividad y, desde luego, para la creatividad no convencional y no conformista, incluida la que va en contra de cualquiera que sean las ideas y “normas” prevalecientes en una sociedad socialista en un momento dado. Pero eso se puede desarrollar a una escala mucho más amplia y de una manera mucho más rica entre más se le destrabe cada vez más del “libre mercado de ideas”, del intercambio de mercancías en el ámbito de las ideas, y de la noción según la cual, en última instancia, las opiniones y la conciencia son formas sagradas de propiedad privada individual.
Sin caer en las teorías posmodernistas de la literatura, etc. —según las cuales, en líneas generales, el texto no tiene ningún significado intrínseco y al contrario, únicamente significa lo que alguien interprete en ella, y que por lo tanto hay multitudes de sentidos, todos los cuales son igualmente legítimos—, es un hecho que con respecto a las obras de arte, con la excepción de las que el artista, de hecho en el sentido literal, crea solamente para sí mismo (las que definitivamente representan una pequeña minoría de dichas obras), el propósito de la mayoría de ellas es de salir al mundo para hacer uno u otro tipo de declaración — como quiera que el artista lo entienda. En general, el objetivo de las obras de arte es de interactuar con las personas y afectar a la gente de diversas maneras. Y eso se puede hacer de manera mucho más plena y rica, a medida que, por un lado, haya mucho espacio para la iniciativa y creatividad del individuo, pero que al mismo tiempo todo esto rompa con estas nociones y prácticas que encarnan el “libre mercado de ideas”, la producción e intercambio de mercancías, y la competencia que acompaña eso — y las ideas que están vinculadas a eso.
Así que, sí, en una sociedad socialista —y en una sociedad comunista— debe haber un reconocimiento de la importancia de la conciencia individual, y del derecho, y fundamentalmente de la necesidad, de que las personas pueden crear varias obras de literatura y arte que encarnan y expresan vivamente diferentes formas particulares de “abordar” la realidad (o una parte de la realidad), los diferentes modos de “la expresión individual”. Hay un papel importante para ello, y debe haber un amplio margen para ello — como algo que es importante en sí y también, en un sentido más profundo, como parte del proceso general de llegar a conocer el mundo de manera cada vez más rica y a seguir transformándolo de acuerdo con los mayores intereses de la humanidad. Todo esto es parte del objetivo de avanzar hacia la época radicalmente nueva del comunismo — y luego seguir avanzando en dicha época. Pero esto es muy distinto a las nociones de la conciencia del individuo y de la creatividad del individuo como propiedad privada —lo que inevitablemente implica estar en conflicto y en competencia con otras expresiones de la propiedad privada— y se expresará mucho más plenamente entre más se mueva más allá de dichas nociones.
Al igual que, en un sentido general y fundamental, el avance hacia el comunismo significa, y debe significar, ir más allá del estrecho horizonte del derecho burgués —más allá de la esfera de la producción e intercambio de mercancías y todas las cosas vinculadas con eso, inclusive en la esfera de las ideas—, debe significar ir más allá del derecho burgués en relación con la individualidad, la conciencia del individuo, las ideas del individuo y la creatividad del individuo. Esto no implica asfixiar o arbitrariamente restringir esto, sino por el contrario, darle mucho mayor expresión, a la vez que se aborda todo esto sobre una base radicalmente nueva y cualitativamente diferente, de romper con los mezquinos principios del “libre mercado de ideas” y de la noción —que sostuvieron Madison y Jefferson— de que las opiniones y la conciencia son formas sagradas de la propiedad individual, y de ir mucho más allá de dichos principios históricamente limitados y, en comparación con lo que ahora se ha hecho posible.
7. Como se señaló anteriormente, la producción e intercambio de mercancías en el capitalismo —y esto es un rasgo determinante del capitalismo, lo que la diferencia a las otras formas de la producción e intercambio de mercancías— incluye el intercambio de fuerza de trabajo (la capacidad de trabajo) por salarios, una relación que implica el derecho de los capitalistas de emplear la fuerza de trabajo de los trabajadores asalariados en la producción, y de apropiarse los productos producidos en este proceso. Durante este proceso de producción, por medio del empleo y el uso de la fuerza de trabajo, los trabajadores crean más valor del que se les paga en los salarios: tal es una cualidad única de esta mercancía particular, o sea la fuerza de trabajo, que le permite crear un valor adicional por medio de su uso, y esta plusvalía (lo que los trabajadores producen en el curso de trabajar, más allá del valor igual a sus salarios) es la fuente de las ganancias de los capitalistas y de la capacidad de los capitalistas de invertir a una escala ampliada. [regresa]
8. Se refiere a John Stuart Mill, Sobre la libertad. Una discusión del concepto de la libertad de Mill —y específicamente de sus ideas sobre la contienda entre ideas— se encuentra en mi libro Democracy: Can’t We Do Better Than That? (La democracia: ¿es lo mejor que podemos lograr?) (Banner Press, Nueva York, 1986); véase, en particular, el capítulo 7, “La democracia y la revolución comunista”. [regresa]
9. Véase, por ejemplo, “El arte y la creación artística — el núcleo sólido con mucha elasticidad”, en Bob Avakian, Observations on Art and Culture, Science and Philosophy (Observaciones sobre el arte y la cultura, la ciencia y la filosofía), Insight Press, Chicago, 2005, pp. 103-106. (Hay pasajes del libro en español en revcom.us.) [regresa]