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Revolución #49, 4 de junio 2006

Del Servicio Noticioso Un Mundo que Ganar

Reseña de película:
La pesadilla de Darwin, segunda parte

Esta es la segunda parte de una reseña de la película La pesadilla de Darwin, que recibimos del Servicio Noticioso Un Mundo que Ganar (19 de diciembre de 2005). Publicamos la primera parte la semana pasada. La reseña está en línea en revcom.us.

Tiempos tristes para el lago Victoria

Volvemos a la oficina de Diamond. “Son tiempos difíciles”, dice. Hoy el negocio está flojo. En el mercado europeo hay sobreoferta y superabundancia. Hace poco, dice, solía despachar 500 toneladas de perca al día. ¿A cuántas personas alimentan 500 toneladas? No tiene ni idea... “Dos millones”, dice el subtítulo.

Un periódico de África oriental, en la mesa de la oficina de Diamond, advierte de hambruna. Éste cuestiona la precisión de la noticia, pero acepta que hay sequía y que el cultivo de arroz requiere muchísima lluvia. Habrá una escasez de arroz en el país y al año siguiente se disparará el precio, admite. Cuando se le pregunta qué resultará, se encoge los hombros y dice que el gobierno importaría alimentos y otros productos.

Las sequías y otros desastres naturales provocan crisis alimentarias, pero la importación de cereales baratos y alimentos procesados (sobre todo de los países imperialistas) destruye el sector de producción agrícola de subsistencia y ha llevado a muchas comunidades campesinas a abandonar el cultivo de alimentos. El Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial obligan a los países del tercer mundo a aceptar tales medidas económicas con el pretexto del libre comercio, el liberalismo económico y reformas estructurales. Esas medidas han provocado la ruina generalizada y el destierro de las comunidades campesinas, y han causado una escasez alimentaria crónica en el campo. Esta es la causa fundamental del aumento de la miseria y de la escasez de alimentos en muchos países africanos. Para colmo, por órdenes del FMI se suspenden los subsidios alimentarios, pero los alimentos de importación están fuera del alcance de los pobres.

Como muchos países subsaharianos, Tanzania solía cultivar suficiente comida para su población. Hoy la economía es rehén del mercado mundial, impulsado implacablemente por el sistema y el funcionamiento del imperialismo, con su estructura mundial en constante expansión, que aprieta a diario el dogal que asfixia al pueblo, y por el gobierno. Hoy Tanzania depende de la importación de alimentos porque las comunidades campesinas han abandonado sus tierras en busca de ingresos en la industria del pescado y en las plantaciones que cultivan para el mercado mundial. Cuando fallan los cultivos, tal como ocurre hoy en Níger y Malaui, sobreviene la muerte. En la producción de riqueza para el capital imperialista, el pueblo es presa de un sistema cuyo otro producto es el hambre.

Cada día, los enormes y vetustos aviones de carga soviéticos aterrizan en el aeropuerto de Mwanza para recoger los filetes de perca para Europa. Aquí, las tripulaciones rusas (piloto, copiloto, navegador e ingeniero) dan mantenimiento a los aviones, descansan y se reponen... y pasan el rato esclavizando a las mujeres del pueblo.

Obsequios de navidad: fusiles para los niños de África, uvas para los niños de Europa

Un piloto ruso dice que antes llevaba equipo militar a Afganistán. Al principio, rehuye a la pregunta sobre la entrega de armamento a los países africanos; lo niega. Cuando se le plantea la pregunta desde otro ángulo, cambia de tema. “Éste es mi copiloto”, bromea, sonriendo a la foto de un gatito. Por fin admite que una vez entregó armas modernas a África: unos tanques para Angola durante la guerra civil. Tras la entrega, fue a Sudáfrica para cargar uvas y volvió a Europa. “Los niños de África reciben fusiles de navidad, y los de Europa uvas. Les obsequio esta pequeña historia”. Tras reflexionar un rato, dice, serio, que quiere que tengan felicidad todos los niños del mundo.

En un cerro que domina el pueblo, con nubes oscuras en el cielo, Richard Mgamba, un periodista investigativo, explica que los Ilyushin no llegan vacíos a Mwanza. Traen armas modernas y equipo militar para la República Democrática del Congo (donde cuatro millones de personas han muerto en cinco años de guerra civil) y otros conflictos de Liberia, el Sudán y otros países. El aeropuerto de Mwanza es el conducto para el suministro de armas de Europa, dice Mgamba, con que las empresas de transporte propietarias de los aviones perciben ganancias adicionales. Todos los países europeos tienen aparatos de seguridad y servicios de espionaje, pero ¿no pueden detener el contrabando de armamento?, dice indignado. Mucha gente concluirá que no quieren hacerlo, pues los imperialistas suministran armas con la finalidad de provocar y azuzar conflictos locales en pos de sus propios intereses.

Condones, pecados y evangelismo

En una escena desgarradora, vemos a las mujeres enfermas de SIDA; una de ellas no puede ponerse de pie. Demacrada, hosca, con enorme tristeza y culpa grabada en el rostro, los vecinos y familiares la ayudan a ponerse de pie ante la cámara. Otras mujeres miran fijamente la cámara, desanimadas, desamparadas y tristes.

El entierro de un muerto de SIDA de la aldea. Un acercamiento de los rostros. Facciones jóvenes y mejillas definidas con la muerte al acecho. Sin emoción, los aldeanos cantan un cántico fúnebre, que no obstante encierra mucha belleza. Belleza con profundo dolor. Entierran a sus muertos cubriendo de tierra el ataúd.

La emigración de las aldeas a las regiones o ciudades que prometen empleo ha vaciado el campo. Quienes emigran a Mwanza y los lagos y no hallan trabajo en la pesca o fábricas, acaban pepenando comida y lo mínimo para vivir.

En la región lagunera se han generalizado la prostitución, el VIH y la muerte por SIDA. En la aldea de Ito, M’Kono, un ex maestro y líder de la aldea, cuenta: “Se dice que las mujeres de por aquí son rameras, pero no es su culpa, no se les puede echar la culpa. La situación las obliga a prostituirse”. Muchas mujeres, que han perdido esposos y padres (a causa del SIDA y los cocodrilos de los lagos), van a Mwanza y otros pueblos de la región para prostituirse por una miseria. La pobreza azota al país y para muchas viudas y huérfanas la única opción es la prostitución. Acerca de la pobreza, prostitución, enfermedades y muerte, dice: “Es un círculo vicioso”.

Agrega: “Antes las grandes potencias europeas peleaban por las tierras de África... Hoy, pelean por los recursos naturales de África”. Se trata de la “supervivencia del más fuerte”. Antes como hoy, los europeos son los más fuertes y salen ganando. Observa: “Los europeos tienen dinero, son dueños del FMI, del Banco Mundial, del comercio mundial”. Ellos traen los productos, les sacan provecho y hasta se benefician de la ayuda humanitaria. “Es la ley de la selva”, termina.

El fundamentalismo cristiano y las penurias se alimentan mutuamente en las aldeas remotas. En una vecina aldea, un joven muy acelerado, bien comido y bien vestido, arenga micrófono en mano y hace gesticulaciones de energía ilimitada con la otra mano. Chilla alabanzas a su dios y a Jesús Cristo, denuncia al “diablo” y exhorta al rebaño a abstenerse de la tentación de Satanás. Con rostro amenazante y feroz termina con un gran ¡Aleluya! En medio de extrema penuria y miseria se ve que solamente la iglesia tiene equipo eléctrico. Pasan una película de Jesús a bordo de un barco pesquero recogiendo harto pescado.

El reverendo Cleopa Kaijaga, de la aldea, dice que cada mes mueren de SIDA de 45 a 50 y hasta 60 personas en la región. En su aldea de 10 a 12 personas mueren cada mes. Dice con pesar que recomienda que los pescadores se alejen de las prostitutas y que las mujeres se alejen “del negocio de la prostitución”. Las prostitutas acuden en busca de los pescadores al final del día. El reverendo reflexiona, con desaliento, sobre una situación verdaderamente desgarradora y desconcertante. Cuando se le pregunta si recomendaría el condón, dice que no, porque los condones (el único método de prevención del SIDA y otras enfermedades de transmisión sexual) son peligrosos y un “pecado contra la ley de Dios”, y que las mujeres deberían abstenerse de las relaciones sexuales extramaritales. Este cristianismo protestante evangélico es una importante exportación de la clase dominante estadounidense a estas regiones.

“La gente de acá espera una guerra”

La inmensa tristeza de las escenas de los niños y jóvenes de la calle que pierden a tan temprana edad la niñez y la inocencia, la profundiza el cinismo de Rafael, un soldado licenciado, hoy pescador de día y vigilante de noche en el Instituto Nacional de Pesca. Cuenta que al anterior vigilante lo rebanaron a hachazos unos ladrones. Sonriente, recibe un dólar por noche por vigilar el Instituto y dice con tranquilidad que estaría dispuesto a disparar a matar (con arco y flechas envenenadas) a cualquier ladrón que se atreva a entrar al complejo que vigila. Reflexiona en voz alta sobre su falta de educación y sus bajos ingresos, pero dice que no puede volver al ejército por la edad y que su situación mejoraría si estallara de nuevo una guerra.

Rafael cuenta que no hay hospitales ni clínicas cerca de su lugar de trabajo ni de su barrio. Quien necesita servicios médicos tiene que viajar largas distancias (a las grandes ciudades). Las medidas dictadas por los imperialistas han destruido los servicios sociales del país. Para exprimir los pagos de la deuda, de los años 1980 hasta hoy el FMI dictó que Tanzania recortara el presupuesto de servicios sociales y de salud. Por eso, la población es más vulnerable a enfermedades crónicas. El informe de 2005 del FMI alaba el crecimiento económico del país como un “éxito”... a costa del mayor empobrecimiento de los pobres, una mayor brecha de ingresos y analfabetismo, enfermedades y la muerte de muchos jóvenes.

Rafael afirma que la guerra es buena para la gente de la región, que el ejército paga buen salario y cuida de los soldados. Agrega: “Mucha gente de acá espera una guerra”. Sauper le pregunta: “¿Le teme a la guerra?”. “No le tengo miedo”, responde Rafael con confianza.

No es posible hacerle justicia a esta película en esta reseña. Termina con una escena triste y cruda: dos chicos muy jóvenes se turnan inhalando pegamento y fumando un cigarrillo antes de acostarse en un callejón oscuro al paso de un carro. La escena, como las demás, jamás se olvidará. Mediante una cinematografía cañona, Sauper da vistazos de las nefastas consecuencias para un país del tercer mundo que han provocado la Unión Europea, el FMI, el Banco Mundial y el capital financiero imperialista.

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