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Revolución #69, 19 de noviembre de 2006

Las elecciones:
Lo que significan… y NO significan

Las elecciones pasadas fueron un giro importante. Por primera vez en 12 años los republicanos perdieron la mayoría en ambas cámaras del Congreso y los demócratas volvieron a dominarlas. En cuanto se dieron a conocer los resultados, el muy odiado secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, tuvo que renunciar.

Sin embargo, hay que preguntar: ¿cuál fue el significado de estas elecciones? ¿Qué cambios podrían, y no podrían, darse? ¿Qué impacto tendrán, y no tendrán, en la agenda de Bush y la guerra de Irak? ¿Qué retos y responsabilidades encaran los que se oponen a todo lo que Bush y su gobierno representan y ven la necesidad de cambiar la trayectoria por la que llevan al mundo entero?

Todo mundo pregunta: ¿qué piensas de la victoria de los demócratas? Todos nuestros lectores tienen que zambullirse en el debate sobre las elecciones.

La guerra: Su plan y el nuestro

Para muchos el resultado fue un referéndum popular de repudio a Bush, su gobierno y la guerra de Irak. Muchos de los que votaron lo hicieron porque estaban airados y hastiados con la guerra. Pero en realidad no se estaba votando en pro o en contra de la guerra, no en el sentido que muchos pensaron.

Las elecciones fueron la culminación de meses de advertencias y críticas, incluso de las fuerzas armadas y de la cúpula de la política exterior imperialista, sobre la pésima situación en Irak.

El equipo de Bush pensó que iba a convertir a Irak fácilmente en uno de sus estados socios, en un trampolín para cometer más agresiones en la región, y que serviría como señal para el resto del mundo de que nadie lo puede desafiar. Todo lo contrario; no ha podido sofocar la creciente insurgencia ni crear una nueva clase dominante con el poder, la cohesión y la legitimidad para estabilizar la situación. Todo eso conlleva el potencial de que Irak sea un punto concentrado de odio hacia Estados Unidos y de inestabilidad, de fortalecer más a Irán, desestabilizar la región, debilitar las fuerzas armadas y abrirles las puertas a sus rivales: precisamente todo lo contrario de lo que Bush y Cía querían.

Todo esto llevó a fuerzas de la clase dominante a presionar para que Bush ajuste su estrategia. Esas fuerzas quieren impedir un fracaso estratégico y rescatar lo que puedan de la situación en Irak a fin de mantener el dominio militar, político y económico en el Medio Oriente. No quieren terminar la guerra inmediatamente, sino más bien un cambio de tácticas en Irak y, tal vez, con respecto a otras fuerzas de la región. No están poniendo en tela de juicio la moral o justicia de la guerra, sino la manera de ejecutarla. Para estas fuerzas, las elecciones fueron un medio para criticar al equipo de Bush y un medio para obligarlo a revalorar la conducción de la guerra y hacer ajustes de estrategia (y darle cobertura política).

Las exhortaciones de los demócratas a una “nueva dirección” y liderato “competente” en Irak, así como sus críticas a la “fracasada política” de Bush, tienen esos objetivos. Las denuncias que hicieron de la guerra fueron vagas. Pocos candidatos dieron detalles de lo que harían y muchos menos pidieron la retirada inmediata de las tropas. Unos dijeron que la guerra fue un “error”, pero ni uno dijo lo que de veras es: reaccionaria, criminal e inmoral.

Esa imprecisión tuvo dos importantes virtudes para la clase dominante. Una, les permitió a los demócratas (que siempre votaron a favor de la guerra de Irak y que siguen apoyando sus objetivos principales) desviar el movimiento contra la guerra hacia cauces que no cuestionan la naturaleza misma de la guerra. Dos, les dio a los demócratas la flexibilidad de ser parte de un “consenso bipartidista” para “ajustar”, en vez de parar, la guerra. De hecho, el “neocon” fascista William Kristol dijo a través del canal FOX News que la derrota de los republicanos le podría dar a Bush la cobertura política que necesita para presionar más al gobierno iraquí y para convocar una conferencia regional (ambas propuestas de los demócratas), y aumentar la cantidad de soldados, lo cual tiene el apoyo de Kristol y otros republicanos como John McCain.

La caída de Rumsfeld y el ascenso —y mayor amansamiento— de Nancy Pelosi

Hay que ver la caída de Rumsfeld en ese contexto. Rumsfeld propuso el plan de conquistar y ocupar a Irak con la menor cantidad posible de fuerzas. Su salida es, en buena medida, la señal de que esa estrategia se va a “reevaluar”. Tumbar a alguien de una posición tan alta también tiene el propósito de demostrar que Bush reconoce que encaran graves problemas y peligros, que es necesario hacer ajustes importantes y que va a tener que forjar un consenso más amplio de la clase dominante para abordar todo eso.

También hay que ver en este contexto la promesa de líderes del Partido Demócrata como Nancy Pelosi de “cortesía y cooperación”. Promete no hacer nada que ponga en peligro la estabilidad y contener a “su base”, a aquellos que ven en el Partido Demócrata un medio para el cambio. Los votantes podrán haber votado a favor de terminar la guerra y cambiar la trayectoria repugnante del gobierno, pero Pelosi y los demás ya están interpretando a su manera ese sentir y usando el poder que tienen para ponerlo al servicio de otros objetivos.

Por tanto, las elecciones por sí mismas no significan un cambio de rumbo con respecto a la guerra de Irak, y mucho menos un rechazo a la lógica que llevó a la invasión. Todo lo contrario, en la ausencia de un movimiento de resuelta oposición, serán un vehículo para hacer ajustes, mantener y rehabilitar la guerra que tantos odian.

Los demócratas y la agenda de Bush

Pero Irak es solo parte de la agenda de Bush. ¿Y los demás horrores?

Por ejemplo, ¿qué demócratas se opusieron a la legalización de la tortura y al atropello del hábeas corpus que se aprobaron en septiembre? ¿Por qué no hubo anuncios publicitarios que atacaban a los republicanos por apoyar esas leyes indignantes?

¿Qué demócratas se lanzaron a la ofensiva contra las maniobras para imponer una teocracia, o sea, el gobierno de fundamentalistas cristianos fascistas? ¿Por qué no hubo anuncios publicitarios contra los republicanos por incidentes como el de “Terri Schiavo”?

¿Qué demócratas dieron la alarma por el plan de Bush de atacar a Irán… criticaron el apoyo a la brutal invasión israelí de Líbano en el verano… o defendieron los derechos de los gays a casarse y apoyaron la moral del derecho de la mujer al aborto?

En realidad los demócratas, tácita y en algunos casos abiertamente, aceptaron el programa de Bush sobre estos y otros temas y adoptaron la “guerra contra el terror”, a pesar de que es el puntal lógico de gran parte de ese programa. (Ver el artículo de este número sobre la “guerra contra el terror”). Ante las abundantes demandas de acusar a Bush por sus horribles crímenes, Nancy Pelosi rechazó en el programa “60 Minutes” la idea de un juicio de destitución. Esto significa que los crímenes e infamias del gobierno de Bush (la doctrina de guerra preventiva, la tortura, las detenciones ilegales, etc.) pasarán a ser legítimos y “normales”.

Muchos comentaristas han dicho que estas elecciones no se parecen a las de 1994, cuando los republicanos se apoderaron del Congreso con un claro programa de cambios radicales. Esto se debe a que las fuerzas que apoyan a Bush (y que apoyaron la toma del poder republicano en 1994) tienen todo un “paquete” que responde a la dinámica económica y política mundial subyacente… y los demócratas no tienen su propia versión. Ese paquete abarca una agresiva proyección internacional del poderío militar, una enorme intensificación de la represión en el país, grandes recortes a los programas de asistencia social y el fortalecimiento de un movimiento fascista en la política y la cultura (y, para unas de sus principales fuerzas, una teocracia fascista).

Los demócratas se han esmerado pero no han logrado forjar un programa ni las fuerzas políticas y sociales organizadas para contrarrestarlo… y no están dispuestos ni son capaces, en este momento, de ofrecer más que lo que Lenin llamaba “pequeñas enmiendas y dudas”. La prioridad de los demócratas de peso es preservar el sistema, no importa los horrores (y acuerdos horrorosos) que se requieran… y en este momento lo dicen francamente. En los últimos años han trabajado para suprimir la indignación popular y desviarla a canales que apuntalan al sistema y hasta al gobierno de Bush. Las elecciones no cambiaron fundamentalmente esa dinámica.

Además, hay que dar un paso atrás y examinar el sistema que Bush y los demócratas dicen que es “el mejor del mundo”. ¿Qué es lo que defienden las fuerzas armadas yanquis en los más de 100 países donde tienen bases? Fundamentalmente es el “derecho” del capital estadounidense a ir donde quiera y hacer lo que quiera, por monstruoso que sea, en busca de las mayores ganancias; a dominar y despojar a países y regiones enteros, a veces solo para impedir que sus rivales hagan lo mismo; a expulsar a millones de personas de sus tierras para sacar provecho y luego utilizarlas como “mano de obra barata” en sus países de origen o en las ciudadelas imperialistas; a fortificar el orden y las costumbres sociales represivos al servicio de la expansión imperialista; a aplastar a quienquiera que le bloquee el paso, incluso socios y gángsteres reaccionarios; y a reprimir violentamente a cualquier movimiento revolucionario o radical que surja cuando el pueblo se quita de encima las cadenas o se lance a la resistencia.

Esta es una verdad básica que hay que repetir y explicar de mil maneras al discutir lo que significa —y no significa— la victoria de los demócratas.

El gobierno de Bush: Sigue siendo intolerable, sigue siendo necesario sacarlo

Regresemos a la pregunta del comienzo de este editorial. Tenemos que preguntarles a todos nuestros contactos y todos los que conocemos: ¿qué piensan de estas elecciones? ¿Qué van a hacer?

Las elecciones han terminado pero todavía confrontamos un gobierno criminal y la urgente necesidad de sacarlo y de repudiar todo su programa. ¡Todo lo que hace SIGUE SIENDO intolerable!

No es hora de batirnos en retirada política o de esperar a ver qué pasa. La contradicción entre los profundos deseos de los millones de personas que votaron en contra de Bush y la guerra y, por otro lado, lo que Bush y los demócratas harán, podría llevar a muchos más a oponerse con resolución. Pero eso depende de nosotros… y de ustedes. Por sí sola, esa contradicción será una fuente de desesperación a favor de la pasividad y la parálisis. Nosotros, y ustedes que leen estas líneas, tenemos que encontrar los medios para montar una resistencia y para transformar el ámbito político en esta situación.

Tenemos que insistir en que lo que era inaceptable ayer sigue siendo inaceptable hoy… y mañana. Tenemos que trabajar con El Mundo no Puede Esperar y movilizar a muchos a asumir las acusaciones básicas, la posición política y la certeza moral de su muy poderosa Convocatoria para sacar al gobierno de Bush. La orden del día es realizar foros de alerta, distribuir la Convocatoria, distribuir los materiales de la Comisión sobre los Crímenes de Guerra de Bush y participar y apoyar a la resistencia.

Además de eso, urge introducir las obras de Bob Avakian en esta situación: en clases y en universidades en general; en las comunidades de los oprimidos; por la radio; en las librerías y bibliotecas; entre los intelectuales y revistas de intelectuales y de mil otras maneras. Sus obras no solo analizan la dinámica subyacente de la situación y abordan directamente las enormes cuestiones políticas del momento; también proponen una solución: cómo se podría hacer una revolución; cómo debe ser el carácter emancipador de tal revolución; cómo construirla sobre los cimientos de las revoluciones del pasado pero ir mucho más allá. Junto con eso, urge hacer llegar este periódico cada semana a mucha más gente para dar a conocer la verdad y construir el entramado del movimiento revolucionario.

La dinámica subyacente del sistema —la pobreza y el horror que significa para miles de millones de personas todos los días— no han cambiado. El hecho de que ha engendrado el perverso gobierno de Bush, así como la manera en que este alimenta las “necesidades” del sistema, sean cuales sean los “ajustes correctivos” necesarios, nada de eso ha cambiado. Los grandes peligros, y posibles aperturas, que plantea este rumbo que ha tomado el imperialismo no han cambiado. Persiste la gran necesidad de hacer la revolución.

Tenemos que obrar en consecuencia.

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