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Revolución #71, 3 de diciembre de 2006

Matadero de Smithfield en Carolina del Norte

Paro de trabajadores contra despidos de migrantes

La planta procesadora de carne de puerco Tar Heel de la compañía Smithfield es el matadero más grande del mundo, con 350 hectáreas en el sureste de Carolina del Norte.

El 16 de noviembre mil trabajadores iniciaron un paro para protestar contra los despidos de migrantes que, según la compañía, tienen documentos falsos.

Infierno en la zona procesadora de puercos

El matadero está cerca de las granjas de puercos pero lejos de todo lo demás. El pueblo más cercano queda a 30 km, pero la mayoría de los trabajadores vienen de mucho más lejos. Más del 60% de los 5,000 empleados son latinoamericanos, la mayoría de México, Honduras y Guatemala. Un 30% son afroamericanos de las zonas rurales cerca de la planta, donde es difícil encontrar otro trabajo. Como en la época de la esclavitud, los capataces se llaman “boss man” (jefe) y tratan a los trabajadores como si fueran basura.

En la planta matan y procesan unos 32,000 puercos al día, o sea, pasa uno por la línea de procesamiento cada 3.5 segundos. “La línea es super rápida”, nos dijo un trabajador. “Trabajamos hombro a hombro y la línea se mueve horas sin parar. Estamos tan cerca que a veces uno corta a su vecino por accidente. Uno hace el mismo movimiento vez tras vez. Varios trabajadores han muerto. Uno, al que no capacitaron bien, cayó en un tanque lleno de sangre de puerco y sustancias químicas y murió asfixiado por los vapores. Por la muerte de este hombre de 26 años solo multaron a la compañía $4,323”.

Un trabajador negro nos dijo que además de los peligros, los tratan mal. Su trabajo es empujar los puercos (que pesan 250 libras) al matadero. “Trabajamos salpicados de orina y excrementos de los puercos porque no funcionan los sumideros, y nos hostigan si uno va al baño a lavarse la cara”.

Otro trabajador nos dijo: “A veces los puercos caen de los ganchos y tiran a un trabajador al suelo y, con él inconsciente, el capataz grita: ‘¡Agarren el puerco y sigan trabajando!’”.

Smithfield Foods es una corporación transnacional con ventas de 11 mil millones de dólares al año; la revista Fortune la bautizó “Una de las compañías más admiradas del 2006”.

Ataques a los migrantes

Tras años de explotar a los migrantes, este año Smithfield entregó su nómina al gobierno federal, supuestamente bajo presión del Departamento de Seguridad de la Patria. El Buró de Inmigración y Aduanas (U.S. Immigration and Customs Enforcement, ICE) dijo que 600 números de seguro social no corresponden al nombre de los empleados de la planta. En octubre, Smithfield les dio a esos trabajadores dos semanas para explicar por qué y les dijo que ICE amenazaba con hacer una redada si no los despedían. (Ya ha hecho redadas en otras plantas de Carolina del Norte).

Muchos se preocupaban por el trabajo, la familia y hasta la vida. Y con razón: poco después, los guardias de seguridad sacaron a 50 trabajadores de la línea y la compañía los despidió.

Hubo mucha polémica sobre cómo responder. A muchos trabajadores los influenció la explicación de la compañía de que solo estaba cumpliendo las leyes. Otros tenían miedo de oponerse a la compañía: en los últimos 14 años han tratado repetidas veces de organizar un sindicato y la compañía ha respondido severamente, despidiendo a los organizadores y amenazando con llamar a la Migra. Además, existen divisiones entre los negros y los latinos, y un sector cree que los migrantes “nos quitan los trabajos” que deben “pertenecer” a los que nacen aquí.

Eduardo Peña es uno de los organizadores del Sindicato de Trabajadores de Alimentos y Comerciales (UFCW), que lleva cuatro años tratando de sindicalizar la planta. Nos dijo que los métodos de contratación de Smithfield alientan esas divisiones. Primero parecía “favorecer” a los negros, luego empezó a contratar latinos y últimamente a los negros de nuevo. Eso ha fomentado una atmósfera de competencia. Luego dividen a los trabajadores en equipos por el idioma que hablan.

Peña nos dijo: “Gran parte de lo que ha hecho el sindicato es responder a lo que hace la compañía para enemistar a los negros y los latinos”. El núcleo de 50 ó 60 trabajadores que van a las reuniones comparte sus experiencias por medio de intérpretes. Peña continuó: “Muchos latinos no saben cómo trajeron a los afroamericanos a este país. Ven que los negros son parte del país pero no saben nada de las grandes luchas que han tenido que librar para conseguir los derechos más básicos. Por su parte, muchos latinos hablan de cómo es la vida en su país, cómo es atravesar el desierto y lo difícil que es tomar la decisión de venir tan lejos. Que uno no despierta un día y piensa: ‘Bueno, voy a trabajar en un matadero de Carolina del Norte’”.

Una señal de esa división es que cuando despidieron a los migrantes, unos trabajadores estaban de acuerdo y gritaron: “¡Son ilegales, váyanse!”.

Pero otros no.

Un trabajador blanco, que luchó en la guerra del golfo Pérsico de 1991 y es partidario de formar un sindicato, nos dijo: “Hoy les hacen lo mismo a los latinos que antes a los irlandeses y los chinos. Respeto mucho a los que vienen de países devastados para ganarse la vida aquí… Hay que tener compasión con los demás. Siempre he pensado así”.

Otro trabajador dijo: “Siendo afroamericano, entiendo lo que es tener que luchar. Los latinoamericanos vienen a trabajar; se entregan en cuerpo y alma al trabajo para tener una vida digna, como seres humanos. Cuando nos cortamos, sale la misma sangre… Si sabes lo que es que te pisoteen, ¿por qué vas a atacar a los que están viviendo lo mismo?”.

“¡Queremos justicia!”

Tras varios días de crecientes tensiones, centenares de trabajadores pararon la línea la mañana del 16 de noviembre. Dejaron a los puercos colgados, salieron de la planta y se reunieron en el estacionamiento; gritaban: “¡Queremos justicia!” y “¡Sí se puede!”.

Corrió la voz del paro: “¡Los latinos están en huelga!”.

En el estacionamiento aumentó la agitación y muchos más se sumaron al paro; docenas de negros y blancos salieron individualmente y en pequeños grupos a oponerse a la injusticia.

Los capataces corrían frenéticamente y los mandaban regresar al trabajo. Un trabajador se rió contándonos cómo trataron de callarlo cuando les gritaba a sus compañeros de trabajo: “¡Vámonos! ¡Así se hace!”.

Unos 600 ó 700 trabajadores salieron de la planta y, cuando llegó el siguiente turno, centenares más se sumaron al paro. Mil trabajadores montaron un piquete frente a las puertas. Ahí mismo eligieron un comité de trabajadores multinacionales para dirigir el paro y trazar las reivindicaciones.

La mayoría de los trabajadores siguieron trabajando por miedo o porque no estaban dispuestos a apoyar a los migrantes. Pero se unieron suficientes al paro para suspender la producción. Dejaron pasmados a los gerentes.

Esa noche el paro salió en los noticieros. El reaccionario locutor de CNN Lou Dobbs echó espuma por la boca condenando a los trabajadores que apoyaban a los indocumentados. Por otro lado, recibieron declaraciones de apoyo de iglesias, artistas y grupos de derechos civiles.

Los huelguistas arriesgaron mucho: que los despidieran, y posiblemente que los arrestaran y deportaran. Salieron victoriosos: Smithfield hizo importantes concesiones: prometió restituir a los cesados y negociar con un comité de trabajadores.

Pero después de que regresaron al trabajo, la compañía anunció que los trabajadores de todas sus plantas tendrían que arreglar sus documentos antes de 60 días. No cabe duda de que planea despedir a los que no pueden comprobar su documentación.

La audaz acción de los trabajadores puso en primer plano la horrible situación en las plantas procesadoras como Tar Heel y los ataques injustos contra los migrantes.

Mil trabajadores exigieron justicia, a pesar de la histeria antimigrante en Carolina del Norte, las amenazas del gobierno federal de despedirlos y deportarlos, y las fuertes divisiones de los trabajadores. Su lucha para obligar a Smithfield a abandonar el plan de despedir a los migrantes que lleva tanto tiempo explotando merece amplio apoyo.

Esa lucha tiene una importancia potencial que va más allá de una planta o de la región. Estos trabajadores son un ejemplo inspirador de la resistencia al clima político represivo y son un reto a todo el mundo a defender a los indocumentados contra las injusticias criminales de este sistema.

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