Nueva York, 29 de agosto de 2004: Oí el clamor antes de ver la multitud.
Cuando entré a una calle que da a la avenida donde iba a empezar la marcha, el sonido me recordó enormes olas; la calle se sacudía como si pasara un enorme tren del metro. Por fin los vi... centenares de miles de personas, un río humano que se movía al ritmo de gritos indignados y enérgicos de los que ansían algo más. Más que vivir en una sociedad llena de miedo. Más que vivir en un imperio, la nueva Roma, que solo piensa en sí mismo y que actúa como si todo el mundo le perteneciera. Más que tener que poner las esperanzas en un presidente mentiroso y asesino. Fueron a pesar de todas las medidas represivas: amenazas de la alcaldía, un chingo de policías, tiras hocicones y la propaganda que los tildaba de terroristas. Fueron a sentir una vez más la fuerza del poder colectivo, a gritar al unísono: “¡NO!”.
Les prohibieron reunirse en el parque Central, así que se tomaron las calles. Llenaban más de 40 cuadras y, con el cuerpo, declaraban que no se dejarían acorralar, callar o aislar en ghettos de protesta. Les dijeron una y otra vez que el disentimiento es un delito, que el pensamiento crítico es peligroso, que ser “radical” (o sea, oponerse a Bush) es extremista o peor. Por supuesto, no pusieron atención.
En vez, centenares de miles llenaron las calles de Manhattan, con bebés en cochecitos, abuelas y hasta perros, para pelear contra la dirección en que se abalanza esta sociedad. Tenían letreros que declaraban que no serán cómplices de la campaña de guerra y represión, que no serán “buenos alemanes”, y camisetas que decían “BUllSHit”; llevaban monigotes de Bush, Cheney, Ashcroft y Rumsfeld.
El presidente que más ha inspirado vilipendio, odio y ridículo, y menos ha inspirado confianza, en la historia del país, catalizó la protesta “más enfática desde que los demócratas y los manifestantes chocaron sobre la guerra de Vietnam en Chicago en 1968”, en palabras del New York Times.
Con mucha urgencia e intensidad, declararon que no van a marchar obedientemente o sin oposición hacia el futuro que ha trazado Bush... que otro futuro y otro mundo es posible, y que lo anhelan y necesitan.
Y lo hicieron aunque no figuraban en el plan oficial.
Se suponía que el rey George W. Bush iba a llegar a Nueva York y manipular el dolor por los sucesos del 11 de septiembre de 2001 en aras de sus metas imperialistas. En vez, la alcaldía se vio obligada a construir una fortaleza para protegerlo. Bush esperaba recibir las felicitaciones de la ciudadanía por la guerra y ocupación de Irak, que ha provocado tanto odio internacional. En este momento, cuando la estructura de poder tanto necesita el apoyo popular y la unidad de la patria, esperaba celebrar una orgía patriótica. Pero igual que con la ocupación de Irak (donde esperaban que la población los recibiera con flores y acogida), las esperanzas del rey George de una buena acogida en Nueva York se hicieron añicos el 29 de agosto.
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La alcaldía anunció que la Convención Nacional del Partido Republicano podría ser blanco de un “ataque terrorista” y creó una atmósfera de miedo en torno a las protestas. La represión de la policía federal no tuvo precedente. El secretario del Departamento de Seguridad de la Patria, Tom Ridge, fue a alardear de los preparativos: nuevas armas, 40,000 agentes, más de 30 dependencias policiales, la Guardia Nacional. Declaró que estaban listos a defender la ciudad “por tierra, mar y aire”. Crearon una “zona blanca” de 19 cuadras alrededor del centro de convenciones Madison Square Garden, y embutieron ahí 10,000 agentes. El 29, tenían agentes a pie y caballo, en bicicleta, helicópteros y vehículos blindados.
En vísperas de la convención, el FBI anunció que iba a vigilar a 56 grupos e individuos. Siguió e interrogó a docenas (en Nueva York y otras ciudades) y familiares. Quería intimidarlos y asustar a las amplias fuerzas que pensaban participar en las protestas.
Dos caminos convergían dos caminos y, como polos opuestos, no podían convivir pacíficamente y en pie de igualdad. No; esos dos futuros se oponen diametralmente y entraron en conflicto, y el 29 de agosto un lado salió victorioso: las manifestaciones dominaron las noticias vespertinas en inglés y en español.
La multitud era tan grande que la marcha duró seis horas. La primera fila llegó al final antes de que la última fila empezara. Se veían manifestantes por todas partes. La gran mayoría no eran activistas políticos experimentados, sino gente común y corriente y del Partido Demócrata que no podía cruzarse de brazos ante la campaña de dominación global del gobierno.
Con gran resolución y pasión le decían NO a la tortura en los penales de Afganistán, Irak y otros países, y a las redadas de inmigrantes aquí. Con el puño en alto, condenaban la mojigatería oficial y la prohibición de matrimonios gays. Tenían camisetas de “NO”, banderas de la Tierra y letreros de No en Nuestro Nombre. Saltando al ritmo de tambores, trompetas y otros instrumentos musicales, declaraban que la protesta es libertadora y la guerra es criminal. Llegaron de Hawai, Ohio, Montana, Wisconsin, Maine, Carolina del Norte, California, Texas, Arizona, Chile, Canadá, Alemania y muchos más lugares.
Estaban hartos de las mentiras, la manipulación y el engaño, de no poder confiar en el gobierno ni los politiqueros. Un contingente tenía mil ataúdes cubiertos de banderas, uno por cada soldado estadounidense muerto en Irak y Afganistán.
Muchos estaban furiosos porque el Partido Demócrata no organizó protestas contra la guerra y porque ellos tenían que tomarse las calles por su cuenta.
También participaron chavos rebeldes con máscaras y revolucionarios de la Brigada de la Juventud Comunista Revolucionaria; decían que no hay que aceptar lo de “cualquier candidato menos Bush”, que se puede luchar por un futuro radicalmente diferente y libertador. Por todas partes se veían banderas rojas o ejemplares del periódico Obrero Revolucionario/Revolutionary Worker y se oía el grito: “¡El mundo se está tambaleando/ Sigue a Bob Avakian / El imperio se está tambaleando/ Sigue a Bob Avakian!”.
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El 29 de agosto, en Nueva York se dio un potente y visible “NO”. Pero este “NO” tiene que hacerse oír por todas partes: en letreros y símbolos, en la calle, en la internet, en camisetas, en ventanas y en la resistencia. Millones de personas tienen que decirle NO a Bush y a todo lo que representa sin pelos en la lengua, y decir que pase lo que pase en las elecciones, la lucha por una dirección diferente, en este país y por todo el mundo, continuará.
Al anochecer, fui al parque Central y miré los edificios que lo rodean y las luces de la ciudad. Resulta que la alcaldía no dio permiso para un mitin en el parque. Pero la batalla por el derecho de reunirnos en el parque y por no dejarlos acorralarnos en el sitio oficial de protestas, en la carretera West Side Highway, causó un gran furor. Al terminar la marcha, miles de personas se filtraron desafiantemente al parque. Se tendieron en el césped; jugaron béisbol; dibujaron lemas contra Bush en el polvo; escucharon a los músicos; y bailaron con un ritmo rebelde y jubiloso. Fue una celebración, una reunión, un momento para reflexionar sobre lo que estamos creando.
Ocurre algo especial cuando uno está en un gran parque rodeado de miles de personas que representan el mundo diferente que hay que forjar para celebrar un día de lucha por el futuro. Así serán los parques futuros.
Tendida en el césped, busco las estrellas entre el brillo de las luces de la ciudad. Pienso en las palabras del poeta Walt Whitman, que escribió que el pasto es “el hermoso cabello sin cortar de las tumbas”, y en la gente por todo el mundo que ansiaba un día así, un día en que se ve que aquí hay gente que está de su lado y no del de Bush... que lucha por hacer oír la verdad a pesar de las muchas mentiras que dicen que Estados Unidos está unido. A los millones de personas en Irak y Afganistán que se despiertan cada mañana a ver la ruina de su país, y que ansían oír que el imperio yanqui se está viniendo abajo, este día les encantó.
Es por ellos, y por el futuro del mundo, que lo del 29 de agosto tiene que ser apenas un comienzo. Una chispa. El amanecer de un nuevo movimiento de resistencia que tiene en las miras poner fin a las guerras de rapiña e imperio, el miedo, la represión y el odio, y que sueña con un mundo donde la idea de que una nación domina a otra o que una persona asciende a expensas de los demás solo se vea en los libros de historia. Tiene que haber un ritmo de deseo intrépido que nos llene de fuerza y espíritu; una visión que nos enriquezca y que muestre que somos las semillas de un futuro tanto necesario como posible.
Me fui del parque con el dulce olor del pasto en la nariz y el clamor de la multitud en la cabeza.
Osage Bell es corresponsal del Obrero Revolucionario y miembro del equipo de Escritores y Artistas Revolucionarios que fue a Nueva York para informar sobre las protestas contra la Convención Nacional del Partido Republicano.