Bob Avakian sobre la agenda de la derecha:

La verdad sobre la conspiración derechista… y por qué Clinton y los demócratas no son la respuesta

Bob Avakian

12 de noviembre de 2016 | Originalmente publicado el 17 de octubre de 2004 | Periódico Revolución | revcom.us

 

NOTA DE LA REDACCIÓN (actualizado el 8 de marzo de 2017): Dos artículos de Bob Avakian revelan muchísimo acerca de la actual coyuntura política: sus raíces, sus dinámicas y cómo responderle. Se publicó en 1998 “La verdad sobre la conspiración derechista… Y por qué Clinton y los demócratas no son la respuesta”, sobre el juicio político contra Bill Clinton. Se publicó en 2005 “Los fascistas y la destrucción de la ‘República de Weimar’... y qué la va a reemplazar”, poco después de la reelección de George W. Bush.

Cabe señalar que Mike Pence, el vicepresidente de Trump, es la misma clase de fascista lunático si bien "legítimo", y mortalmente serio, que Pat Robertson, cuyo punto de vista y objetivos los analiza Bob Avakian en "La verdad sobre la conspiración derechista...". Por otro lado, de hecho Pence es aún más peligroso en vista de que lo han "legitimado" como el vicepresidente.

Recomendamos fuertemente que nuestros lectores los estudien, distribuyan y discutan. Cabe decir que no ha habido nada parecido a este análisis y su carácter penetrante y previsor (además, Bob Avakian, para hacer este análisis, se basa en una amplia gama de fuentes).

Originalmente, se publicó de manera anónima el artículo “La verdad sobre la conspiración derechista… Y por qué Clinton y los demócratas no son la respuesta”, por lo que se refiere al autor, Bob Avakian, en la tercera persona; además, cabe señalar que se publicó durante la presidencia de Bill Clinton, por lo que, a menos que se indique al contrario, cuando se refiere a “Clinton”, se trata de una referencia a Bill Clinton, y no a Hillary Clinton.

La conspiración derechista es una realidad. La derecha cristiana y sus aliados están llevando a cabo una campaña coordinada para joder y echar a Clinton. Pero lo esencial y más importante es que poderosas fuerzas de esta sociedad están tratando de imponer a la brava un programa político y social reaccionario y represivo. A pesar de que critican al “gran gobierno”, en realidad quieren meter al gobierno en nuestra vida diaria y darle a la policía carta blanca para pisotear presuntos derechos y protecciones constitucionales. La pantalla de todo esto es una cruzada de alto nivel a favor de los valores tradicionales y la rectitud moral de la religión de antaño.

Aunque Clinton ha sido el blanco de los derechistas más abiertos y clamorosos (especialmente la “derecha religiosa”), su gobierno ha implantado muchos aspectos de ese mismo programa y repetido sus explicaciones “morales-religiosas”. Cuando Clinton y los demócratas han tenido desacuerdos y conflictos con la derecha, han cedido ante sus presiones y le han permitido llevar la voz cantante.

Esto no se debe a las “realidades de la política electoral”, como tanto se oye, ni solo al hecho de que los politiqueros deben obedecer poderosos intereses financieros. Al nivel más fundamental, se debe a que los que están en posiciones de poder tienen que ponerse al servicio del sistema económico y social (del que ese poder político es un brazo). En la situación y el “ambiente global” actuales, los requisitos económicos y sociales del sistema capitalista dictan que los señores del capital sean libres de cumplir su primer mandamiento, “adorarás al dios ganancia sobre todas las cosas”, es decir, dominar y explotar, de una manera más desenfrenada y más “móvil” por todo el planeta. También dictan que, en la sociedad estadounidense, se recorten los principales programas sociales, se fortalezca el aparato estatal represivo y se cree una atmósfera social opresiva. Dictan lo que el grupo ¡Rehusar & Resistir! llama la política de la crueldad, o sea, una política de pobreza, castigo y patriarcado.

Todo el aparato político burgués está de acuerdo en eso, aunque a veces tienen desacuerdos y conflictos sobre los términos, el ritmo y las medidas específicas para imponerlo en un momento dado.

Se puede forjar una oposición muy fuerte a esa política... pero únicamente si no nos dejamos limitar por el marco político impuesto por el sistema, en que todos sus representantes piensan y actúan. Se puede si, en vez de atenernos a Clinton y los demócratas, nos apoyamos en la enorme cantidad de personas a quienes les conviene oponerse a todo ese programa, y quienes están empezando a darse cuenta de que tienen que hacerlo, aunque todavía no de una forma definida ni materializada.

Una presidencia bajo fuego desde el principio

Al estallar el “escándalo de Monica Lewinsky”, Hillary Clinton se lanzó a la contraofensiva, declarando a la prensa que detrás de los ataques a su esposo existía “una vasta conspiración de derecha” y que, de hecho, lo tenían en la mira desde el principio. Dicha teoría de una conspiración de derecha ha recibido muchas burlas, sobre todo, como era de esperarse, de los que ella acusó de conspiradores. A medida que se desenvolvían el “escándalo Lewinsky” y la “crisis de la presidencia”, resonaba un coro de sectores poderosos: que Clinton y compañía dejen de lanzar acusaciones; más vale que pida perdón. A la pregunta: ¿existe tal conspiración?, hay que responder: ¡No cabe la menor duda! Sin embargo, ese hecho no borra la necesidad de analizar a fondo las fuerzas políticas que están en contienda en la actual “crisis de la presidencia” ni los intereses fundamentales del pueblo en todo eso.

Para comenzar, vale la pena recordar los comentarios de Jesse Helms, “ilustre” senador de Carolina del Norte (patriarca de linchamientos racistas), poco después de la toma de posesión de Clinton. Helms dejó en claro que Clinton no merecía ser jefe supremo de las fuerzas armadas y le advirtió que era tan despreciado en las bases militares del estado que: “Si nos hace una visita, debe cuidarse. Más vale que traiga guardaespaldas”. Fue un comentario insólito; sin embargo, la prensa grande y la estructura de poder lo tomaron como algo perfectamente normal, lo cual es muy ilustrativo; ni siquiera criticaron a Helms (si un “ciudadano común y corriente” hace tal declaración, ahí mismo le caerían encima por amenazar al presidente) ni perdió poder ni “prestigio”; todo lo contrario.

Desde el principio, fuerzas poderosas allegadas al Partido Republicano han desatado una intensa y encarnizada oposición a su presidencia; están dispuestas a empañar “la dignidad de la presidencia” para atacarlo, a un grado sin precedentes en la historia contemporánea del país. (Ni siquiera en la crisis que tumbó a Richard Nixon se vio tanto desdén del mundo político oficial al presidente y tanto gusto en arrastrarlo por el lodo, con lo que enlodan la presidencia también). Desde el principio de su gobierno, la postura de dichas fuerzas es que Clinton no es apto para ser presidente y que su presidencia es “ilegítima”. Su intención siempre ha sido “darle duro” —desprestigiarlo ante la opinión pública y en el seno de la clase dominante— con el propósito de restarle influencia e iniciativa política y, de ser posible, correrlo.

Durante varios años, sobre todo este año, la investigación de Starr ha sido el arma principal de esas fuerzas, y ha precipitado la actual crisis y la posibilidad de destitución (o renuncia) de Clinton. Además de las relaciones obvias y documentadas entre varias fuerzas “conservadoras” (o “ultraconservadoras”) que abogan por la destitución de Clinton, se ha comprobado que Starr tiene vínculos estrechos con ellas; por ejemplo, con Jesse Helms (y su colega Lauch Faircloth); con los allegados a Linda Tripp y su agente Lucianne Goldberg; y también con los protagonistas de la demanda de Paula Jones. (El artículo de Andrew Sullivan publicado en la Revista del New York Times, abajo citado, describe los vínculos entre varios “conservadores” que han atacado a Clinton. Asimismo, “The Young Person’s Guide to Vast Right-Wing Conspiracy” —Guía para los jóvenes acerca de la vasta conspiración de derecha— que salió en Lumpen Times, una publicación anarquista de Chicago, aborda el tema).

Si bien el informe Starr tiene argumentos jurídicos contra Clinton, está claro que su propósito principal fue ponerlo en ridículo, política y personalmente. Los defensores de Clinton (y no solo ellos) han señalado que el propósito del informe —y su divulgación instantánea a través de los medios— con todo y pormenores “sensacionales y lascivos” fue desprestigiar (o manchar) a Clinton para que no pudiera seguir como presidente. (¿Cómo es que los enemigos de Clinton pudieron hacer eso? ¿Cómo pudieron llegar tan lejos? Eso va mucho más allá del simple hecho de que los republicanos son mayoría en el Congreso; volveremos al tema más adelante).

¿Qué busca la derecha?

En cierto sentido, lanzar esos ataques bajos contra Clinton podría parecer raro, inclusive descabellado. Como señala el artículo de Andrew Sullivan en la Revista del New York Times: “Bill Clinton, muy probablemente el demócrata más conservador desde el presidente Harry Truman, se convierte para sus enemigos conservadores en la máxima expresión del liberalismo de los años 60. No les importa que haya resuelto el problema del déficit presupuestal, que haya aprobado la reforma al welfare y eliminado muchas libertades civiles en la guerra contra el terrorismo, que esté a favor de la pena de muerte, ni que aprobara una ley en defensa del matrimonio tradicional”. (“The Scolds”, Revista del New York Times del 11 de octubre de 1998. En cuanto a la postura del autor, dice sin pelos en la lengua: “Mi opinión sigue siendo que [Clinton] debe renunciar”; además, alaba a Ronald Reagan y contrasta su conservadurismo “bueno” con el conservadurismo “malo” de los enemigos de Clinton).

Además de esos “logros” citados por Sullivan, hay que añadir otros a la presidencia de Clinton: la escalada de la guerra contra los inmigrantes y la mayor militarización de la frontera con México; el desmantelamiento en marcha de la vivienda pública; una política “contra el crimen” muy agresiva, que implica brutalidad y asesinato policiales y la criminalización de una generación de chavos negros (y cada vez más chavas), así como latinos y otras nacionalidades en los barrios pobres. Sullivan explica que Clinton “es un presidente cuya política económica complace a los corredores de bolsa; bombardea a Sudán y Afganistán sin advertencia alguna [y, cabe señalar, combina ‘sanciones comerciales’ con ataques militares a Irak (y la amenaza de más agresión), con la consecuencia de miles y miles de muertes, sobre todo de niños, cada año], y declara que la época de la burocracia y el gran gobierno se acabó”. Sin embargo, como dice Sullivan: para sus enemigos “conservadores”, Clinton es “simplemente una pantalla del radicalismo liberal”. Hay que preguntar: ¿por qué? ¿Cuál es la neta? ¿Qué busca la derecha?

Para adentrarnos en esto, volvamos al ataque de Jesse Helms contra Clinton al principio de su presidencia. Eso sucedió cuando Clinton anunció su propuesta de permitir gays abiertamente en las fuerzas armadas por primera vez (aunque Clinton se echó para atrás a toda carrera y adoptó la actual norma de “no preguntar/no decir”). Además, Clinton nombró a muchos negros, “minorías” y mujeres a puestos del gobierno; la poetisa negra Maya Angelou fue invitada de honor a la toma de posesión; nombró a un gay de embajador y a una cantidad nunca vista de gays a puestos en la Casa Blanca; a diferencia de los dos presidentes anteriores, se opuso a las iniciativas para prohibir el aborto, aunque cedió política y moralmente ante los que quieren que el aborto sea considerado un pecado y un delito (más adelante volveremos al tema). Del mismo modo, aunque en la campaña electoral de 1992 apoyó el genocidio contra el pueblo de Irak por la administración de Bush, no repudió su propia oposición a la guerra de Vietnam y se ha identificado con expresiones culturales que se consideran parte del legado de los años 60 (lo que se vio en la ceremonia de toma de posesión y, con mucho simbolismo, cuando tocó el saxofón en el programa de televisión de Arsenio Hall durante la campaña).

Por eso, Clinton es un símbolo y un blanco de los políticos que declaran que la “moral tradicional” del patriarcado y el patriotismo ciego —encarnada en el cristianismo fundamentalista— es la piedra angular que mantendrá la estabilidad y cohesión de la sociedad capitalista y la dominación del imperio yanqui. Para ellos, América hoy —no solo el gobierno sino la sociedad en general— está en declive cultural y moral. Es más, corre el peligro de desintegración y destrucción. Robert Bork resume todo eso en el título de su nuevo libro: Desliz hacia Gomorra.

Andrew Sullivan dice que el punto de vista de Bork —cuyo nombramiento a la Suprema Corte suscitó un debate tan fuerte en el Congreso que terminaron por rechazarlo— ha evolucionado: de ser “profeta de la moderación jurídica” ha llegado a tal punto que “La única esperanza que Bork ofrece es que surja un conservadurismo religioso vigoroso, optimista y experimentado políticamente”. Bork, y otros de la misma laya, son como profetas del Antiguo Testamento que advierten a la nación favorecida de dios que está encendiendo su ira y se acerca un tremendo cataclismo por sus pecados. Sostienen que se necesita un “renacimiento moral” —guiado por una interpretación textual y absolutista de la Biblia, y una política regida por tales “verdades”— para contrarrestar el declive, salvar a América del infierno y proteger su posición de potencia superior del mundo.

Esa gente va muy en serio y es muy poderosa. Durante la actual “crisis de la presidencia”, han llevado la batuta entre los conservadores y el Partido Republicano, que es el partido oficial de dicha tendencia. Como explica Andrew Sullivan: “Los conservadores que todavía abogan por reducir la burocracia y los impuestos [conservadores fiscales] han tenido que unirse al coro de reavivar la moral para ganar a sus colegas [conservadores morales]”. Aunque la tendencia del momento es decir que a lo mejor eso ha cambiado —que tras los comicios, el “conservadurismo fiscal” ha triunfado sobre el conservadurismo social y la “moralidad”— un análisis cabal, más allá de las interpretaciones pragmáticas de los sucesos, demuestra que los defensores del “renacimiento moral” han avanzado mucho durante los últimos 20 años; que en gran medida lograron moldear la “crisis presidencial”; y que siguen siendo una fuerza formidable, bien conectada y con una sólida base financiera.

Contradicciones más profundas y decisivas

¿A qué se debe la mayor influencia e iniciativa de esas fuerzas —y el conservadurismo en general— en las estructuras e instituciones de la política oficial? Bob Avakian, el presidente de nuestro partido, abordó el tema recientemente en un ensayo sobre la moral:1

“No extraña entonces que ante cambios que tienden a minar o trastornar el sistema (por no decir nada de desafíos directos), la clase dominante se aferre más a la autoridad de la ‘moral tradicional’, a la vez que afila y esgrime con más agresividad su espada represiva. Por eso es que no solo William Bennett y otros ‘conservadores’ libran una cruzada sagrada a favor de ‘la familia’ y los ‘valores familiares’: a ellos se unen en coro los demócratas y ‘liberales’ de la clase dominante.

“Sin embargo, la verdad es que en esta cruzada y en general, hoy por hoy, los ‘conservadores’, y no los ‘liberales’, tienen la iniciativa. ¿Por qué? Hay varias razones fundamentales: importantes cambios geopolíticos, en particular la desintegración del bloque soviético y la Unión Soviética; cambios en la economía mundial (como la mayor internacionalización de la producción y de la especulación y otras actividades parasíticas del capital) ligados a cambios en la economía estadounidense, como reajustes en la composición de la fuerza de trabajo, con menos trabajos manuales; y una enorme deuda asociada con los gastos militares sin precedente de la década pasada (el costo de ‘ganar la guerra fría’).

“Hay que ver la decadencia del liberalismo en ese amplio contexto. Por un lado, cambios económicos y sociales (como la contracción de la industria y el descenso de los sindicatos, el crecimiento de los suburbios y la fracturación de las viejas coaliciones políticas urbanas) han debilitado los tradicionales pilares sociales del pacto liberal conocido como el Nuevo Trato (New Deal). Por otro lado, intensas presiones económicas mundiales e inminentes crisis presupuestarias están causando una drástica restructuración de los gastos gubernamentales y los programas sociales, tras años de restructuración en el sector privado. Esta es una época de un capitalismo de menos concesiones, más golpes y más movilidad. Necesita abaratar la producción, rebajar los salarios y beneficios, y crear una fuerza de trabajo más flexible y ‘desechable’. Necesita recortar los programas sociales del Nuevo Trato y de la Gran Sociedad, que hoy, dicen, son una carga ‘improductiva’. (¿No fue el demócrata Clinton quien sacó la frase: ‘Eliminar el welfare tal como ha sido’?) Esos y otros factores relacionados han minado el terreno del Nuevo Trato y los programas de concesiones (la ‘guerra contra la pobreza’, etc.), que han sido la base de las administraciones demócratas de la sociedad capitalista en Estados Unidos.

“A la vez, muchos de esos mismos factores, junto con la lucha que ha librado el movimiento de la mujer, han llevado a una situación en la que gran cantidad de mujeres no solo tienen la necesidad sino la posibilidad de trabajar fuera de la casa. A todo eso le ha acompañado una gran cantidad de trastorno y conmoción; y una de sus más importantes consecuencias es una erosión significativa, desde muchos ángulos y entre diversos sectores de la población, de la base de la familia tradicional patriarcal y los ‘valores familiares tradicionales’ con ella asociados. Sin embargo, todos esos cambios se están dando dentro de los límites del mismo sistema, sobre las bases de relaciones económicas capitalistas.

“Esa contradicción podría ser muy explosiva, y en muchos aspectos ya está estallando....

“Una expresión concentrada de eso es la polarización y dura lucha en torno al derecho al aborto. Es claro que la esencia del ‘movimiento’ contra el aborto —que desde el inicio ha sido manejado desde ‘arriba’ (y me refiero a individuos de la clase dominante y no a la inspiración de dios que le imputan)— ha sido reforzar el control patriarcal de la mujer y el papel de la mujer como incubadora” (de Predicando desde un púlpito de huesos, o necesitamos moral, pero no la moral tradicional).

Con la presidencia de Clinton se buscaba manejar dichas agudas y explosivas contradicciones ofreciendo cierto “espacio político” a la “diversidad” y al “multiculturalismo”, a la vez que se fortalecían las relaciones de supremacía blanca y el machismo, que son imprescindibles en la estructura del capitalismo-imperialismo estadounidense. Por eso, Clinton ha planteado una versión menos absolutista de los “valores tradicionales” y la “tradición judeocristiana” que ha servido para justificar y reforzar las relaciones de explotación y opresión en que se cimienta el sistema.

Sin embargo, para sus contrincantes conservadores, sobre todo los fundamentalistas, tal programa no conviene. Opinan que minará los cimientos tradicionales del sistema, tanto de la base económica como de la superestructura política, cultural e ideológica; que llevará al deterioro del “consenso” social y de la “cohesión” social que prestan legitimidad al sistema y son necesarios para mantenerlo. Efectivamente, a raíz de los movimientos de los 60, amplios sectores del pueblo se sienten comprometidos con la justicia e igualdad social y no aceptan que Estados Unidos tenga el presunto deber moral ni el derecho de cabalgar sobre los demás e imponer un orden mundial. Por otra parte, la “recuperación” de la economía durante la administración Clinton —y la producción altamente “globalizada” y “flexible” que la caracteriza— ha coadyuvado al “deterioro de la familia tradicional”. Asimismo, ha fomentado una cosmovisión de “gozar la vida”, particularmente (pero no exclusivamente) de los profesionales acomodados, lo que conlleva el deterioro de ciertos “valores tradicionales”, tales como el patriotismo y la voluntad de sacrificarse por los “intereses nacionales” proclamados por la política oficial.

Lo que Marx escribió hace 150 años en el Manifiesto Comunista acerca de las relaciones de producción burguesas desenfrenadas viene muy al grano, sobre todo en lo que se refiere a ciertos sectores de la población estadounidense en el mundo del capitalismo “post-guerra fría”. El siguiente pasaje del Manifiesto es muy contundente: “Dondequiera que ha conquistado el poder, la burguesía... ha desgarrado sin piedad [las relaciones feudales] para no dejar subsistir otro vínculo entre los hombres que el frío interés, el cruel ‘pago al contado’. Ha ahogado el sagrado éxtasis del fervor religioso, el entusiasmo caballeresco y el sentimentalismo del pequeño burgués en las aguas heladas del cálculo egoísta. Ha hecho de la dignidad personal un simple valor de cambio... En una palabra, en lugar de la explotación velada por ilusiones religiosas y políticas, ha establecido una explotación abierta, descarada, directa y brutal”. Aquí se encierra una gran ironía: el “triunfo” y el “triunfalismo” del capitalismo hoy por hoy han producido ciertos efectos y sentimientos que tienden a socavar la voluntad de sacrificarse por “dios y la patria”, es decir, por los intereses y exigencias del imperio yanqui, dentro del país y a nivel internacional. Por eso, los “conservadores”, principalmente la derecha cristiana, buscan reavivar e imponer precisamente “el sagrado éxtasis del fervor religioso, el entusiasmo caballeresco y el sentimentalismo del pequeño burgués”; es decir, resucitar una situación en la cual impere una explotación mundial más brutal que nunca, pero “velada por ilusiones religiosas y políticas”.

Al respecto, cabe señalar un artículo sumamente interesante que invita a la reflexión: “The Erosion of American National Interests” (Erosión de los intereses nacionales de Estados Unidos) de la revista Foreign Affairs (septiembre/octubre de 1997). El autor, Samuel P. Huntington, un “conservador”, critica a Clinton por fomentar el “multiculturalismo” y la “diversidad”. Advierte que las “tendencias hacia la desintegración” desatadas por el fin de la guerra fría (en particular la “pérdida” de la Unión Soviética como enemigo formidable y rival poderoso en la contienda por la dominación mundial), agravadas por el multiculturalismo y la situación de las etnias a nivel interno, podrían minar la unidad en torno a los “intereses nacionales”, así como la necesaria proyección del poderío imperial yanqui a otros países. Hasta plantea que: “De triunfar el multiculturalismo y de desintegrarse el consenso de la democracia liberal, Estados Unidos podría acabar en el basurero de la historia al lado de la Unión Soviética”. La presidencia de Clinton ha contribuido a tal eventualidad, según el autor, dado que “cabe muy poca duda de que es el primer presidente que fomenta diversidad, en lugar de la unidad del país”.

Andrew Sullivan señala que según Robert Bork y otros “conservadores” de la misma laya, para unificar la sociedad y prevenir su desintegración o destrucción se necesita “un renacimiento del fundamentalismo religioso o una gran depresión que haga reflexionar sobriamente”. (Al parecer, a Bork le agradan ambas posibilidades). Asimismo, dice que otro escritor “conservador” importante, David Frum, aboga por disminuir la influencia del gobierno, “no con la finalidad de expandir la libertad personal sino para minar la seguridad económica de la clase media a tal grado que no tenga más remedio que volver a la moralidad de los años 50”.

Un fascismo descabellado pero “legítimo” y muy peligroso

Es obvio que las posiciones políticas e ideológicas de esos sujetos son reaccionarias; hasta expresan ideas y posturas que podrían clasificarse como demencia, según criterios modernos de racionalidad. (Véase, por ejemplo, cualquier escrito de Pat Robertson). En su libro Answers to 200 of Life’s Most Probing Questions (Respuestas a 200 de los interrogantes más difíciles de la vida), Robertson afirma que Satanás tiene la culpa por la mayor parte del dolor del mundo y que la mayoría de las enfermedades son consecuencia del pecado. Sostiene que Carlos Marx fue un “sacerdote satánico” poseído por “demonios”. Asimismo, escribe: “Es posible que un príncipe demoníaco esté al mando de Nueva York, Detroit, St. Louis o cualquier ciudad”. Dice que “adivinos, espiritistas, brujas, hechiceros”, al igual que los “satanistas”, son “controlados por Satanás”; que las sesiones y tablas de espiritismo, así como la meditación transcendental (y decir los “nombres de dioses hindúes”) y hasta el juego de “Mazmorras y Dragones” son “potenciales fuentes de posesión demoníaca”. Robertson menciona que en un viaje a Seattle-Tacoma “caí en una terrible depresión” y “me di cuenta de que fue un ataque demoníaco”; cuenta que logró superar el ataque declarando: “Satanás, en nombre de Jesús, apártate de mí”. Aunque parezca contradictorio, Robertson dice: “Al examinar los libros sagrados de otras religiones, uno encuentra fantasías y extraños sucesos sobrenaturales que la gente razonable no puede aceptar. En cambio, la Biblia es fiel a la historia”. Para colmo, ataca el hecho científico bien comprobado de la evolución, que hasta el papa ha tenido que aceptar, aunque siempre trata de “conciliarla” con las “verdades de la Biblia”.

Sin embargo, Pat Robertson y otros personajes con la misma cosmovisión y programa no están marginados de la vida social y política del país, ni mucho menos: son participantes legítimos del proceso político y serios rivales en la contienda para dominar la estructura de poder y dirigir la sociedad. El propio Robertson se postuló a candidato presidencial del Partido Republicano en 1988.

¿Qué conclusiones se pueden sacar acerca de la influencia creciente de fuerzas como Robertson? Cuando menos habría que decir que indica que los meros meros del mundo financiero y del poder no tienen en este momento un consenso bien definido y de buena aceptación acerca de las formas y medios específicos de control que emplearán en este período, un período que nuestro partido ha caracterizado como “de transición con potencial para grandes trastornos”. Sin embargo, existe un consenso bastante amplio en el seno de la clase dominante de que el programa social y político de los reaccionarios fundamentalistas es un elemento importante de la “mezcla política” del momento. Además de las propias fuerzas fundamentalistas, hay otras agrupaciones poderosas que opinan que podría surgir una situación que dictaría poner en práctica el programa fundamentalista a una escala mucho mayor.

Además, cabe señalar que desde hace cierto tiempo se ha cultivado una situación en las fuerzas armadas en la cual la política de los reaccionarios fundamentalistas ocupa una posición importante, particularmente en el alto mando. En su libro Making the Corps (que, como indica el título, se enfoca en la Infantería de Marina, además de abordar otras ramas castrenses) el autor, Thomas E. Ricks, comenta: “Al parecer las fuerzas armadas están optando por un conservadurismo partidista”. A manera de ejemplo, cita a varios militares y las siguientes frases de una condena típica de “radicales culturales, individuos que odian nuestra cultura judeocristiana... [cuyo] proyecto se está plasmando paulatinamente en una nueva ideología conocida como ‘multiculturalismo’ o ‘ser políticamente correcto’; fundamentalmente, es la traducción del marxismo de la economía a la esfera social y cultural”. Ricks señala que ese comentario “suena como un discurso derechista típico de los 90”, tal como lo plantearía Robertson o Pat Buchanan, pero lo llamativo es que los autores son dos reservistas de la Infantería de Marina y William S. Lind, “un analista militar quien ha influido en el desarrollo de la doctrina castrense de la Infantería de Marina”; además, su “asombrosa conclusión” (palabras de Ricks) es que “es probable que la próxima guerra que combatamos sea aquí mismo en Estados Unidos”.

También hay que reconocer que el proyecto general represivo social y político de dichas fuerzas encierra un elemento abiertamente genocida en lo que se refiere a las masas de los ghettos, a pesar de sus esfuerzos por “limpiar su imagen”. Han “pedido disculpas” por acciones racistas cometidas a lo largo de muchos años y han declarado su oposición a la opresión racista del pasado; por ejemplo, Jerry Falwell dijo que su reacia oposición al movimiento de Derechos Civiles durante los años 50 y 60 estuvo mal. Pero plantean muy agresivamente un programa sumamente opresivo y, valga la redundancia, que tiene implicaciones genocidas. Eso se demuestra claramente, por ejemplo, cuando Pat Robertson aborda el tema de crimen y castigo, particularmente la cuestión de la pena de muerte, en su libro Answers to 200 of Life’s Most Probing Questions. En una parte del libro titulado (significativamente) “Cristianos y el gobierno”, Robertson propone que se descarte el sistema penal actual y que se siga “el modelo de la Biblia” de la época del antiguo Israel, donde “no había prisiones” y “castigaban públicamente a los delincuentes a latigazos”. Será instructivo citar unos párrafos del libro de Robertson:

“Hoy los delincuentes son recluidos en penales, donde se supone que se arrepientan o que pidan perdón por sus pecados [nótese: no simplemente por sus delitos sino por sus ‘pecados’]. En realidad, esos lugares fomentan la delincuencia: inclusive las mejores prisiones tienen una reincidencia del 85%.

“La sociedad paga por la angustia de las víctimas de la delincuencia y paga año tras año los costos de recluir al delincuente, un gasto anual equivalente a la colegiatura de las mejores universidades. La Biblia nos ofrece un modelo muy superior. Los que cometían delitos menores regresaban a la sociedad y restituían a la víctima; a los delincuentes recalcitrantes los eliminaban de una vez por todas con la pena de muerte. La sociedad no era víctima ni tenía que pagar dos veces, como hoy”.

Cabe subrayar que Robertson no limita la aplicación de la pena de muerte a los condenados por delitos graves como homicidio premeditado: dice que es “un castigo muy necesario para delitos violentos” y emplea la frase “delincuentes recalcitrantes”. Al abordar el tema de la pena de muerte, Robertson alaba el “modelo de la Biblia”:

“En el antiguo Israel se creía que la sangre derramada en un homicidio manchaba la tierra y para restituirla había que derramar la sangre del asesino.

“Había un solo remedio para los que consideraban recalcitrantes, los que cometían actos indebidos que perjudicaban la relación entre Dios e Israel o destruían la trama de la sociedad: la pena de muerte. Por medio de ella, se eliminaba la ofensa y se purificaba la tierra”.

Al principio del pasaje, Robertson menciona homicidio; de hecho, no menciona otro delito. Sin embargo, en el antiguo Israel —y Robertson obviamente lo sabe— muchos actos conllevaban la pena de muerte. El propio Robertson señala: “La misma ley de los diez mandamientos especificaba la pena de muerte para ciertas ofensas”; pero, muy a propósito, evita nombrar dichas ofensas precisamente porque abarcaban no solo el homicidio sino los presuntos delitos de homosexualidad, brujería y magia, venerar a ídolos o a dioses que no fueran el dios de Israel, adulterio y fornicación —que para la mujer significaba todas las relaciones sexuales fuera del matrimonio— y rebeldía o inclusive falta de respeto de los hijos hacia sus padres. Como demuestran esos ejemplos (y muchos más que se podrían mencionar), en el antiguo Israel se imponía la pena de muerte por muchas cosas que, según las normas de la sociedad burguesa, ni siquiera se consideran delitos, y mucho menos que merecen la pena de muerte.

En su forma de plantear la cuestión —por lo que dice y lo que no dice— Robertson implica que la pena de muerte podría aplicarse no solo a los que cometen delitos como homicidio premeditado sino muchos otros delitos; es decir, a una categoría muy amplia y “flexible” que merece la muerte porque, según el criterio de teócratas reaccionarios como Robertson, “mancharon la tierra” con “actos indebidos” y provocaron la ira de dios contra su nación favorecida o “destruyen la trama de la sociedad”. Es preciso ubicar esos planteamientos en el contexto de la sociedad estadounidense hoy, donde la política oficial y la “dinámica normal” de las leyes de acumulación y competencia capitalista consignan grandes sectores del pueblo al “desempleo permanente”; para ellos la única alternativa real que el sistema ofrece podría ser la economía informal. Visto así, es innegable que la lógica del planteamiento de Robertson de aplicar “el modelo de la Biblia” al sistema penal implica una “solución final” para las masas de los ghettos, así como preparativos para una represión muy dura, hasta la ejecución, como castigo por una amplia gama de actividades que hoy son consideradas delitos menores o ni siquiera delitos.

Si bien se habla de la “delincuencia”, dada la realidad de que la mayoría de los presos son negros y latinos (y dada la supremacía blanca y todas las atrocidades que ha generado a lo largo de la historia de este país), ¿a poco vamos a creer que el exterminio masivo —a través de ejecuciones oficiales y/o de otras formas— se limitará a los sectores del pueblo negro y otras minorías que han cometido lo que hoy se consideran delitos graves? La declaración de un orador ante un “congreso del conservadurismo” en 1997 viene al caso: según Andrew Sullivan, repudió el aborto y el control de la natalidad, además de “lamentar el hecho de que la falta de procreación de los europeos blancos está llevando a la ‘muerte de la raza’“. Dicha supremacía blanca descarada —y la idea de que las mujeres europeas blancas son reproductoras de la “raza blanca”— encaja con la lógica de guerra racial de las fuerzas cristianas paramilitares y los rapados nazis. Y, empleando una frase de Richard Pryor, “la conclusión lógica de tal lógica” de guerra racial es el genocidio. Al reflexionar sobre todo eso, conviene recordar que entre los fascistas “legítimos” (y prominentes) del país figuran, además de los teócratas como Pat Robertson, los recalcitrantes supremacistas blancos del Sur, como Jesse Helms.

Los teócratas y los demócratas tienen mucho en común

Además de examinar la postura de los teócratas fundamentalistas como Robertson acerca de la delincuencia y el sistema judicial, nuestro partido ha sometido a un análisis riguroso su política e ideología, y ha llegado a la conclusión de que son fascistas cristianos. Es decir, afirmamos (sin temor a exageraciones) que estamos ante un nazismo contemporáneo disfrazado con un manto religioso y ajustado a la sociedad estadounidense, dentro del marco de la actual situación mundial. En este momento, dichos fascistas cristianos tienen fuertes discrepancias con Clinton y con algunos aspectos de su programa.

Es importante captar lo terriblemente siniestras que son tales fuerzas y los horrores que quieren imponer a la sociedad y al mundo; sin embargo, sería muy lamentable ignorar o subestimar el hecho de que Clinton y los demócratas están de acuerdo con aspectos importantes de su programa y, lo que es más, lo han puesto en práctica, aunque en algunas instancias no toman la delantera sino que simplemente siguen o ceden ante la iniciativa de la derecha. Eso es muy evidente al examinar medidas que han impactado directamente al proletariado, sobre todo a las grandes concentraciones de los ghettos. Volvamos a los ensayos de Bob Avakian sobre la moral:

“...los cambios económicos y geopolíticos de Estados Unidos y el mundo han llevado a que millones de personas que están en el fondo de la sociedad en Estados Unidos, en particular los que viven en los ghettos y barrios pobres, queden excluidas más o menos permanentemente de un trabajo significativo, remunerativo, salvo en la ‘economía subterránea’ (que se basa en gran medida en el narcotráfico y ha pasado a ser un importante factor económico e importante empleador en todas las grandes zonas urbanas, así como en ciudades más pequeñas, pueblos e incluso zonas rurales).

“Aquí también, la clase dominante se ve ante la necesidad de contener y mantener el control fundamental de la situación, y de los de abajo, así como de levantar y fortificar barreras entre ellos y otros sectores sociales (‘la clase media’). Eso explica, por un lado, el constante incremento de fondos y fuerzas asignadas al crimen y castigo, o sea, la policía, las prisiones, las guerras contra las masas con el pretexto de la ‘guerra contra la droga’ y la ‘guerra contra el crimen’ y, por otro lado, el hecho de que esas ‘guerras’ nunca se ‘ganan’ sino que continúan interminablemente.

“Todo eso establece el marco y el ‘tono’ de la política de la clase dominante en Estados Unidos. Exige que la ‘punta de lanza’ de sus medidas sea un ataque agresivo contra los de abajo y eliminar concesiones (o sea, una guerra contra los pobres en vez de una supuesta guerra contra la pobreza), junto con una cruzada igualmente agresiva para promover e imponer los ‘valores antiguos’ del patriarcado, el patriotismo y el chovinismo blanco (racismo).

“Una tras otra, la prensa grande difunde y legitima toda clase de ‘teorías’ e ‘investigaciones’ que dizque demuestran que existen diferencias innatas e inmutables entre las razas, los géneros y otros grupos sociales, y que explican por qué unos se merecen posiciones de privilegio y otros no. Luego afirman que eso es ‘prueba científica’ de que los programas que se proponen nivelar esas desigualdades están condenados al fracaso y hay que eliminarlos. Pero la verdad es que lo único que prueban esas ‘teorías’ y esas ‘investigaciones’ es el innegable descrédito de un sistema y una clase dominante que están abandonando hasta la apariencia de poder superar enormes desigualdades, y más bien tienen que inventarse ‘profundas razones’ por las que no pueden superarlas. Y en todo eso, aunque los ‘liberales’ tienen un papel que desempeñar, los ‘conservadores’ tienen la iniciativa”.

El hecho es que la administración Clinton ha puesto en marcha muchos aspectos del programa de pobreza, castigo y patriarcado, como por ejemplo la eliminación de programas sociales ganados a través de lucha. Y cuando Clinton y los demócratas han discrepado con los “conservadores”, han ofrecido una defensa muy floja y se han echado para atrás en un dos por tres, como hicieron con la acción afirmativa. En cuanto al derecho al aborto, repetimos, sus posiciones ceden la iniciativa moral y política a la derecha (dicen que el aborto debe ser “legal pero poco usual”, lo cual implica que es un mal necesario). En realidad, la administración Clinton no ha hecho nada para cambiar la situación de que más y más mujeres—sobre todo pobres, jóvenes y de zonas rurales— prácticamente no tienen servicios de aborto (aunque el aborto todavía es legal).

Bueno, sí hay un renglón en que Clinton no se ha dejado ganar por la oposición “conservadora”: la represión y las medidas fascistas. Ninguno de los politiqueros más importantes de hoy —ni siquiera Rudolph Giuliani, el alcalde republicano de Nueva York, cuyas medidas draconianas y fascistas han provocado ira popular y condena de prestigiosas organizaciones de derechos humanos, así como aplausos de la estructura de poder y la prensa grande— ha rebasado a Clinton en eso. Ha fomentado la aplicación más generalizada de la pena de muerte; ha destripado las libertades civiles con el pretexto de “la guerra contra el terrorismo”; ha intensificado la guerra contra los inmigrantes y la militarización de la frontera con México; ha seguido (y ampliado) la política de criminalización de grandes sectores del pueblo, sobre todo de los chavos de los ghettos, lo cual implica gastar en prisiones en vez de escuelas, y que para más y más chavos esas son las instituciones formativas, son su “futuro” si siquiera tienen futuro.

En palabras de un jefe de policía: “En Washington, la voz de las fuerzas del orden es más fuerte que nunca”. ¿Qué implica eso “en la calle”, en los barrios donde vive la gente que es el blanco de dichas fuerzas del orden? Más hostigamiento, atropello, brutalidad y muerte a manos de la policía. El Proyecto Vidas Robadas (un proyecto de la Fundación Anthony Báez, el Gremio Nacional de Abogados y la Coalición 22 de Octubre para Parar la Brutalidad Policial, la Represión y la Criminalización de una Generación) ha desenterrado más de mil casos, desde 1990 no más, de víctimas de la policía, los guardias de prisión y la Patrulla Fronteriza. La mayoría de esas mil personas estaban desarmadas y fueron asesinadas a sangre fría o en circunstancias muy sospechosas; por lo general, no se ha acusado a los homicidas de delito alguno2. Esta situación es tan patente que Amnistía Internacional ha iniciado, por primera vez, una campaña general acerca de un país occidental: Estados Unidos donde, en sus palabras, existe “un patrón persistente y sistemático de violaciones de derechos humanos” por parte de las fuerzas policiales y el sistema judicial/penal”.

Además, Clinton ha planteado un nuevo criterio político para justificar el trato que se les da a grandes sectores del pueblo de ciudadanos de segunda clase (es decir, sin los derechos que supuestamente tienen los demás); se plasma en una frase que repite constantemente en sus discursos, ruedas de prensa, etc.: “siempre y cuando uno se apegue a la ley”.

Esa frase hace ver que la “diversidad” tan sonada de Clinton en realidad es cuento. Es decir, uno tiene el derecho a buscar un lugar en el luminoso mundo virtual, cruzando el “puente al siglo 21” (otra frase trillada de Clinton), siempre y cuando se apegue a la ley. De esa forma insidiosa y sutil Clinton establece un nuevo criterio que revoca el supuesto principio de “presunción de inocencia”; es decir, será necesario probar que uno es “inocente” para gozar de ciertos derechos elementales, como el proceso legal establecido. En la práctica, eso implica que “se presume culpable” a amplios sectores del pueblo — particularmente los jóvenes y las masas de los ghettos— que no gozan de derechos judiciales ni “garantías constitucionales”. Eso se ve claramente con las medidas “preventivas” que prohíben que los chavos se junten en una esquina porque las fuerzas del orden dicen que son “pandilleros”. A lo largo y ancho del país, la policía tiene “bases de datos” con las cuales justifica darles trato de criminales a chavos por el simple hecho de ser negros o latinos, o porque andan con “conocidos pandilleros”, inclusive porque se dice que “tienen el potencial de ser pandilleros”. (Se encuentra más información al respecto —por ejemplo, el hecho de que la policía de algunas ciudades admite que la mayoría de los chavos negros de cierta edad figuran en tal “base de datos”— en una serie de artículos del OR: “La juventud negra y la criminalización de una generación”, Nos. 971 a 974, 30 de agosto y 6, 13, y 20 de septiembre de 1998).

Otro ejemplo muy ilustrativo es que Clinton ha ido más allá de las “leyes de tres strikes” y ha establecido la regla de “un strike y fuera” para los residentes de vivienda pública: o sea, pueden expulsar a una familia de su casa si cualquier miembro o inclusive una visita es acusado —acusado, no condenado— de un delito “violento o de droga”. Esto es parte del plan general de desmantelar la vivienda pública; pero además, es parte del plan de clasificar a grandes sectores del pueblo (sobre todo proletarios, pues según la “dinámica normal” del capitalismo en este período de la historia ni siquiera es rentable explotarlos) como “delincuentes a menos que prueben lo contrario”... sin derecho al proceso legal establecido... cuyo destino es vivir en campos de concentración, es decir, prisiones donde sea rentable explotarlos y/o sea posible ejecutarlos. En vista de la historia y los rasgos fundamentales de la sociedad capitalista, que ha institucionalizado la supremacía blanca y no puede prescindir de ella, es de esperarse que la gente de color ocupe cada vez más dicha categoría de “delincuentes”.

Para justificar todo eso, Clinton ha sumado su voz a la cantaleta de los conservadores acerca de la “responsabilidad personal”, la cual es un arma ideológica con la cual se culpa al pueblo por la disparidad entre la realidad de la sociedad burguesa y las promesas y los principios que pregona; en particular culpa a las masas del ghetto por la situación de pobreza y opresión en que las tienen. Le echa la culpa de dicha situación —y de las acciones de la gente obligada a vivir así— a una supuesta “falla moral” de los oprimidos, y así niega y oculta la verdadera causa: la dinámica del sistema y la política de la estructura de poder. (¿A poco las masas de los ghettos y barrios sacaron la industria de las ciudades o impusieron la segregación de la vivienda? ¿A poco la gente de las zonas rurales es responsable de que el capital bancario y corporativo domine el sector agropecuario?) Hablar de “responsabilidad personal” es poner sal en la llaga; es el “sermón moral” que acompaña la política de castigo, las palabras mojigatas de los verdugos.

Falsos amigos y trampas siniestras

En palabras del escritor William Finnegan, quien se describe como “viejo amigo del sector público”: “Es difícil entusiasmarse por un gobierno cuya actividad principal parece ser hostigar y encarcelar a los ciudadanos. Los que esperaban que la administración de Clinton podía frenar o revertir tales tendencias se encuentran sumamente decepcionados”. (William Finnegan, Cold New World, Growing Up in a Harder Country; Un nuevo mundo frío, crecer en un país desalmado) Sin embargo, muchos de ellos están defendiendo a Clinton y los demócratas ante la creciente embestida de la derecha (en general, y específicamente en la actual “crisis de la presidencia”). Al llegar los comicios, eso se plasmó en la esfera electoral. En vísperas de las elecciones, Clinton se concentró en la movilización de votantes negros. Exhortó así a un grupo de clérigos negros: “A los que se sienten comprometidos conmigo les ruego fijarse muy bien en la importancia de estos comicios”. De hecho, destacados personajes del campo artístico y otras esferas han opinado que a los negros les interesa defender a Clinton y su presidencia.

Desde luego, Clinton no es el primer presidente que supuestamente “tiene un gran compromiso con el pueblo negro y sus problemas”. (Se dijo lo mismo de los presidentes John F. Kennedy y Franklin Roosevelt, e inclusive de Lyndon Johnson). Pero además, se afirma que Clinton tiene un conocimiento profundo de la cultura negra y se siente a gusto con los negros. Hasta se ha dicho que Clinton es “el primer presidente negro”, “más negro que cualquiera que podría triunfar en las urnas durante la próxima generación”, porque “Clinton comparte la experiencia negra: es del estado de Arkansas, lo crió su mamá sola, nació pobre, es de clase obrera, toca el saxofón y le encanta la comida de McDonald’s”, y precisamente por eso lo hostigan y “humillan” (de un artículo de Toni Morrison en la revista The New Yorker). Clinton es un político burgués muy astuto y cuando le conviene es perfectamente capaz de aparentar cierta afinidad con aspectos de la cultura negra; en otras ocasiones, ha desplegado un simbolismo abierta o solapadamente racista por conveniencia personal o motivos políticos de mayor alcance. Para mencionar algunos ejemplos: distanciarse de Jesse Jackson; su ataque gratuito a Sista Souljah durante la campaña electoral de 1992; el trato que ha dado a funcionarios del gobierno y candidatos que él mismo ha nombrado, como Lani Guinier y Joycelyn Elders; y, muy importante, su afán de sacarse la foto en las prisiones del Sur cuando resucitaron la espantosa costumbre de encadenar a las cuadrillas de presos cuando hacen trabajos forzados.

Pero aun si Clinton fuera negro —”culturalmente” o en realidad— eso no alteraría nada en lo fundamental: al examinar los hechos fríamente, es innegable que el programa de Clinton es una embestida salvaje y multifacética contra las masas negras y demás oprimidos, los jóvenes, las mujeres pobres y los del fondo de la sociedad. Como dice el refrán, guárdese del amigo y del traidor. Clinton ha sido un enemigo más peligroso —ha jugado un papel más eficaz para la clase dominante y sus ataques contra el pueblo— precisamente porque finge ser amigo. Mucha gente ha señalado, por ejemplo, que si un presidente republicano hubiera aprobado la “reforma al welfare”, habría provocado mayor resistencia. Pero la lucha se frenó porque, en cuanto a partidos que mueven las palancas del poder político, la única alternativa a Clinton y los demócratas es el Partido Republicano, que tiene merecida fama de ser enemigo agresivo y descarado del progreso del pueblo negro, de la mujer y de los oprimidos. La lógica de la política burguesa no permite salir de esa siniestra trampa... y una buena cantidad de feministas ha caído en ella también.

Según una declaración de la Mayoría Feminista, consideran a Clinton como “un aliado en la Casa Blanca” y “el primer presidente elegido por la mujer”, aunque ha tenido ciertas fallas en cuanto a “los derechos de la mujer”. Asimismo, es común oír que su oposición a que se prohíba el aborto es primordial. Desde luego, se trata de una cuestión de suma importancia: el derecho al aborto concentra la batalla contra la opresión patriarcal y las cadenas de la tradición, y es evidente que los fascistas cristianos y sus aliados lo reconocen, como demuestran los comentarios de William Kristol, un líder “conservador” (quien tiene una presencia habitual en los medios de comunicación y es director de The Weekly Standard, revista de Rupert Murdoch, monopolista de la prensa grande). Sullivan cita a Kristol: “Roe y el aborto son la prueba, pues si los republicanos no logran conquistar este reto moral y político, si no ganan el apoyo nacional a su proyecto de revocar Roe y avanzar hacia una América post-aborto, en verdad, ya no habrá futuro conservador”.

Sullivan también menciona los comentarios de un “conservador” que dio una ponencia con Kristol en un simposio en Washington, D.C., en 1997. Según Sullivan, dijo que tanto el aborto como el control de la natalidad sirven para “homosexualizar las relaciones heterosexuales”. Esa frase es muy reveladora; sintetiza varias cuestiones clave: la conexión entre la oposición al aborto y el repudio a la homosexualidad; por qué la oposición al aborto es tan fundamental en la cosmovisión y programa de los reaccionarios; y por qué la lógica de dichas fuerzas las lleva a oponerse al control de la natalidad y a la libertad reproductiva de la mujer. Además revela los fundamentos de todo eso: la familia patriarcal es más que nada una relación de propiedad —un elemento imprescindible de las relaciones de propiedad burguesas— en la cual la mujer es propiedad del esposo y su papel primordial es parir, sobre todo varones, para continuar su linaje y heredar su propiedad; por eso el propósito singular y esencial de las relaciones sexuales “en la cama matrimonial” es la procreación. (Cabe subrayar que el mismo ponente que afirmó que el aborto y el control de la natalidad sirven para “homosexualizar las relaciones heterosexuales” “lamentó el hecho de que la falta de procreación de los europeos blancos esté llevando a la ‘muerte de la raza’“).

¿Cuál ha sido el curso de la lucha sobre el aborto, particularmente durante la época de Clinton? Las fuerzas que quieren construir una “América post-aborto” han avanzado bastante; han empleado distintas tácticas, como el hostigamiento permanente de clínicas y proveedores de aborto, ataques incendiarios, agresión y asesinato; la consecuencia es que en la práctica se niega el aborto a muchas mujeres y se sabotea la preparación de nuevas generaciones de proveedores de aborto. Por otra parte, han logrado ganar en buena medida la iniciativa moral y política, y delimitar la lucha y debate. Francamente, han logrado confundir y desorientar a mucha gente, especialmente a muchas jóvenes. (Con su afirmación siniestra de que los abortos son un “holocausto”, inclusive han logrado —hasta cierto punto— que la etiqueta de nazis no se les ponga a ellos sino a los proveedores de aborto).

Como Bob Avakian señala en sus ensayos sobre la moral: “Una de las más indignantes ironías de la batalla en torno al aborto es el hecho de que los reaccionarios que se oponen al aborto conjuran el espectro del holocausto para caracterizar el aborto de fetos, cuando en realidad su agenda, para la mujer y en general para la sociedad, es muy paralela a la de los fascistas hitlerianos, que atacaron el aborto (y lo restringieron y penalizaron) por ir contra el papel esencial de la mujer: la ‘maternidad’“. Como consecuencia de tener un presidente (y un vicepresidente) “pro derecho a escoger” —mejor dicho, de caer en la trampa de depender de Clinton (y Gore) para defender el derecho al aborto— muchas fuerzas del movimiento de la mujer han tomado una postura pasiva y defensiva; en gran medida están paralizadas; no movilizan a las masas en defensa del derecho al aborto y en oposición a los ataques de las tropas de asalto anti-aborto; y no toman la ofensiva política y moral.

Una oposición y una alternativa de a de veras

Urge oponerse enérgicamente al programa y acciones de los fascistas cristianos y sus aliados, tanto en el marco general como en esta coyuntura de la “crisis de la presidencia”. Desde luego, repudiamos la explotación sexual donjuanesca que le ha traído tan mala fama a Clinton, pero la neta: eso no es nada nuevo para politiqueros y presidentes, inclusive virtuales iconos burgueses (como Kennedy). Lo único nuevo en esto es que ahora poderosos enemigos de Clinton lo han usado —con bastante éxito— para crear un enorme escándalo y crisis política. Como se señaló en un artículo del OR del 27 de septiembre de 1998: “Decir que han enfangado los sacrosantos aposentos de la Casa Blanca con toqueteos sexuales es ridículo; toda la historia de la estructura de poder lo desmiente. Es más, los que hoy más condenan a Clinton por mentir bajo juramento son los mismos que apoyaron a Oliver North y toda la administración Reagan, que le mintieron al Congreso y atropellaron las leyes durante el escándalo Irán/contra”. (“Escándalo de Washington, lucha intestina de la clase dominante: El informe Starr”, por Ala Roja).

Al parecer, el éxito de tales fuerzas y haber podido crear y moldear la actual crisis no se debe simplemente a sus propios esfuerzos sino a otros factores. Uno es la molestia de ciertos sectores de la clase dominante (como los que hablan a través del New York Times) con Clinton porque creen que ha actuado con imprudencia; que no ha cumplido su responsabilidad hacia la clase dominante, sus estructuras y normas; y que ha perjudicado los intereses del sistema, del imperio, que el presidente debe defender. Otro factor es que parece que en estos momentos no hay “patricios” capaces de “superar las disputas sectarias y partidistas” de la clase dominante y servir de “centro de cohesión” para defender los intereses generales, como lamentó un artículo de USA Today: “Falta de estadistas reconocidos perjudica la nación” (15 de octubre de 1998). Si bien algunos personajes prominentes han intentado jugar el papel de “estadistas reconocidos” en esta crisis, ninguno ha tenido suficiente influencia para imponer una solución que todos estén dispuestos a aceptar. Al cierre de esta edición, la situación todavía no se define.

Después de los comicios —que supuestamente representaron una gran derrota para los republicanos pues no recibieron la “orden popular” de destituir a Clinton (y, a su vez, eso provocó “la caída” de Newt Gingrich)— parece probable que Clinton podrá terminar la presidencia, es decir, que se llegará a una solución que le permita seguir como primer mandatario. Pero, aun así, eso no borraría el hecho de que existen muy profundas contradicciones entre los que se disputan el poder, las cuales dieron lugar a una confrontación muy aguda y fuerte; ni cambiaría en nada el sentir de los que consideran que Clinton no es —ni jamás ha sido— apto para ser presidente. La supuesta victoria del “centro” y la “moderación” en los comicios tampoco borra el hecho de que la derecha — particularmente los fascistas cristianos y sus aliados— ha tomado la iniciativa y logrado bastante influencia para moldear la actual “crisis de la presidencia”, tanto como la política burguesa en general. (El simple hecho de que presenten a los hermanos Bush como representantes de “la moderación” es un indicio del pronunciado desplazamiento del “centro” de la política oficial hacia la derecha; es decir, es muy revelador que agrupen a Clinton con republicanos de esa laya como paladines de “la moderación”).

A raíz de la “crisis de la presidencia”, fuerzas abiertamente “ultraderechistas” han podido (durante un buen rato) llevar la batuta de una inquisición que busca, entre otras cosas establecer como norma política una reaccionaria moral fundamentalista; y poderosos políticos, como Trent Lott (el líder de la mayoría en el Senado), se han ofrecido como paladines de tal moral. Dicha inquisición ha utilizado —y ha tratado de legitimar— normas y precedentes, jurídicos y de otra índole, para justificar espionaje y entrometimiento en la vida privada con el fin de hostigar y entablar acusaciones, pisoteando las supuestas garantías constitucionales; y, como nosotros (y otra gente) hemos señalado: si eso se lo hacen al presidente del país, ¡ni hablar de la gente común y corriente!

Esa inquisición, y la política e ideología que encierra, es totalmente antagónica a los intereses del pueblo; por eso, es preciso repudiarla y librar una firme lucha contra ella. Pero incluso cuando lucha contra la destitución, Clinton acepta los planteamientos de sus opositores. Hace una declaración pública: “He pecado”, la cual no hace más que fortalecer la noción de usar principios del cristianismo fundamentalista para juzgar a líderes y programas políticos, y tomar decisiones políticas. Por otra parte, como nosotros (y otros) hemos señalado, es muy irónico que los enemigos de Clinton hayan aprovechado muchas leyes y precedentes contra libertades civiles que él mismo propuso y aprobó. Limitar la oposición a la inquisición al marco establecido, o aceptado, por Clinton —y canalizarla o limitarla a la esfera electoral, de votar por los demócratas (o contra los republicanos, que da lo mismo)— perjudicará la resistencia contra el programa represivo y reaccionario que Clinton y los demócratas, además de los fascistas cristianos y otros “conservadores”, han fomentado y puesto en práctica.

En cuanto a participar en el proceso electoral burgués, nuestro partido ha dicho claramente que ese proceso es un instrumento del estado capitalista, de la dictadura burguesa. Las cuestiones centrales (como cuáles candidatos serán los “principales contrincantes”, qué cubrirá el debate y la contienda, cuáles serán las “opciones políticas” legítimas y “realistas”, etc.) se deciden en el seno de la clase dominante. En los comicios, el pueblo tiene la oportunidad de escoger entre tales opciones, y el propósito primordial del proceso es dar la apariencia de que la “voluntad popular” autoriza las medidas reaccionarias que la clase dominante implanta a través de las estructuras del gobierno.

Al captar eso, podemos entender la verdadera dinámica de la política burguesa y desmentir la idea —que se divulga mucho al acercarse las elecciones y que se planteó fuertemente en los comicios de noviembre (hasta por gente que no debe caer en esa trampa)— de que si uno no vota, no tiene derecho a quejarse, ni siquiera a opinar, acerca de la política nacional. En realidad, eso quiere decir que si uno capta que el proceso electoral burgués es parte del aparato de opresión y que su propósito central es desviar y disipar al pueblo con el fin de aumentar la opresión, ¡pues no tiene derecho a oponerse! ¿Cuál es la lógica de eso y a quién le sirve?

Por otra parte, es preciso refutar la idea tan sonada de que lo que determina las decisiones políticas es el hecho de que a los políticos los motiva el afán de ser elegidos (o reelegidos) y que por lo tanto responden al “sentir de los votantes”. Eso pone todo patas arriba y culpa al pueblo por las medidas reaccionarias que el gobierno adopta.

En realidad, las decisiones políticas en un país como Estados Unidos las domina una clase, la clase capitalista, cuya posición económica le da el monopolio del poder político, de los medios de comunicación y de otras formas de divulgar ideas y cultura. Desde luego, los politiqueros del sistema burgués tienen grandes ambiciones personales y buscan satisfacerlas a través de las estructuras y procesos del sistema. Sin embargo, inclusive a ese nivel, triunfar en las urnas y tener una carrera exitosa como político burgués depende más que nada del apoyo financiero de los ricachones y de un buen trato en la prensa grande, controlada, repetimos, por los mismos ricachones.

Las decisiones políticas y medidas del gobierno son el producto de un proceso de contienda y colaboración entre los representantes de la clase dominante. Así se llega a un consenso general (y cuando sea necesario se altera a través del mismo proceso) sobre asuntos y sucesos clave en la sociedad y el mundo (lo que incluye guerras revolucionarias y otras luchas contra el sistema). De hecho, no poder llegar a tal consenso a través del proceso “normal” del sistema es un indicio de una crisis grave. Conforme a tal proceso y al consenso logrado, se orquestan campañas de propaganda muy complejas en los medios masivos de comunicación para moldear la opinión pública acerca de todas las cuestiones clave. (Eso se hace tanto en programas de televisión, películas, etc., como en los noticieros. Por ejemplo, nótese cómo hoy se repiten temas como la importancia de “combatir la delincuencia” y de “derrotar a los terroristas”; y cómo “los valores de la familia” resuenan no solo en programas de televisión sino también en las películas de Hollywood, esa “Sodoma de la decadencia liberal”).

Esta dinámica de dominio y lucha de clases, que se desprende de las fuerzas económicas y relaciones sociales del sistema, determina las medidas del gobierno. Explica por qué el gobierno adoptó el Nuevo Trato en el contexto de la Gran Depresión de los años 30. A través de esa dinámica, se decidió emprender “la guerra contra la pobreza” tras los levantamientos populares de los años 60. Y ahora ha llevado a abandonar el Nuevo Trato y “la guerra contra la pobreza”, como vimos arriba. Asimismo, explica por qué el gobierno hizo concesiones ante la lucha del pueblo negro en los 60 y por qué ahora se ha echado para atrás. También explica por qué entró a la guerra de Vietnam, y por qué se retiró de ella. A través de esa dinámica, cambiaron leyes (o interpretaron la Constitución) de forma que afectaron profundamente a la mujer, particularmente en cuanto al aborto; y ahora esa misma dinámica ha producido una situación en que el derecho al aborto está bajo ataque por poderosas fuerzas, dentro y fuera del gobierno, y en la cual los miembros del gobierno que supuestamente defienden tal derecho toman una postura muy defensiva y negativa (por ejemplo, la frase tan sonada: “legal pero poco usual”). En ninguno de esos ejemplos —ni un sinnúmero más que se podrían mencionar— el proceso electoral burgués ha sido lo determinante.

Mucho se ha dicho sobre el papel “determinante” de “las minorías, la mujer y los sindicatos” en las elecciones recientes. Puede ser que le hayan dado al Partido Demócrata unas cuantas curules más en el Congreso, pero no “determinaron” ni pueden determinar qué medidas tomará el gobierno, ni tampoco podrá descarrilar el programa de pobreza, castigo y patriarcado que une de manera fundamental a los demócratas y republicanos. Eso, repetimos, se debe a que los programas y las medidas políticas que todos los politiqueros tienen que acatar, si quieren seguir en su puesto, los determina la clase dominante y no el electorado. Para empezar, la clase dominante selecciona a los candidatos entre los cuales pueden “escoger” los votantes; además, sea cual sea el resultado de una elección, los de arriba decidirán entre sí qué medidas tomarán y aplicarán con respecto a los asuntos cardinales. Eso explica por qué los politiqueros siempre mienten y traicionan las promesas hechas en las campañas electorales. También explica por qué en la realidad no se cumple la idea de que si los oprimidos votan en masa a favor de uno de los partidos burgueses, ese partido debe “cumplirles”. Por ejemplo, cuántas veces han votado los negros por un demócrata que luego los traicionó; y, dentro del marco de la política electorera burguesa, qué pueden hacer para “castigar” a esos traidores: ¿¡votar por los republicanos!?3

Eso no quiere decir que las masas no pueden tener un impacto en el terreno político. Pueden tener un gran impacto, incluso cuando la sociedad sigue gobernada por la clase capitalista. Y pueden tener un impacto mucho más profundo si tumban al sistema capitalista y transforman radicalmente la sociedad de pe a pa. Pero para tener el mayor impacto, tendrán que rebasar los límites impuestos por el proceso electoral y librar luchas políticas que rompan esas barreras.

Esa realidad y esos principios se pueden ilustrar con dos ejemplos de elecciones presidenciales durante la guerra de Vietnam: la primera a principios de la guerra y la segunda cuando ya terminaba. En 1964, uno de los principales temas de la campaña de Lyndon Johnson era que había que reelegirlo porque, si no, el candidato republicano Barry Goldwater iba a escalar la guerra. Lyndon Johnson ganó con una “victoria arrolladora” y, acto seguido, ordenó una de las mayores escaladas de la guerra. Por su parte, el pueblo vietnamita, del norte y del sur, siguió librando su guerra revolucionaria de resistencia contra la agresión yanqui y, en Estados Unidos (y otros países), la oposición a la guerra cobró más fuerza. En 1972, después de más de una década de guerra de agresión contra Vietnam, se presentó una contienda electoral entre el “halcón” Richard Nixon y la “paloma” George McGovern. Se decía que para terminar la guerra habría que elegir al demócrata McGovern. Nixon ganó con una enorme mayoría, pero al poco tiempo Estados Unidos se vio obligado a reconocer la derrota en Vietnam. Obviamente, el factor decisivo no fueron las elecciones sino la heroica lucha del pueblo vietnamita y el poderoso movimiento contra la guerra en las entrañas de Estados Unidos, en el contexto de importantes acontecimientos en el país y el mundo, como poderosos movimientos, luchas y guerras revolucionarias. Queda demostrado, pues, que si los que se oponían a la agresión estadounidense en Vietnam se hubieran dejado guiar por las “alternativas” que les ofrecía el sistema electoral, su impacto no hubiera sido tan fuerte en Vietnam, Estados Unidos y el resto del mundo.

Sabemos que en las circunstancias actuales muchos —incluso muchos que repudian la política de pobreza, castigo y patriarcado— votan en las elecciones burguesas. Es importante recalcar que lo decisivo hoy para confrontar la ofensiva reaccionaria no es si uno vota o no, sino más bien si acepta o no los límites impuestos por los partidos políticos de la clase dominante.

Es imprescindible distanciarse de la situación inmediata y las interpretaciones que nos dan de ella para preguntar: ¿cómo llegamos a tal situación, donde las opciones que nos quieren imponer son o fascistas descarados en un polo, o en el otro polo alguien que hasta un periodista de la prensa grande describe como el demócrata más conservador desde el presidente Harry Truman, cuya administración ha sido un instrumento eficaz de una ofensiva reaccionaria multifacética contra las masas básicas y sectores más amplios del pueblo? ¿Adónde vamos a parar dentro de poco y cómo será el futuro si el pueblo, sobre todo los que captan la importancia de oponerse a esta ofensiva reaccionaria, se deja convencer de que debe limitar sus objetivos y actividad políticos a la mismísima lógica y dinámica que nos han llevado a esta situación? Y, lo que es más importante, ¿cómo salimos de ella? La única solución es movilizar al pueblo, unir a muchas capas sociales y distintos sectores, para forjar nuestra resuelta resistencia al proyecto reaccionario y transformar la contienda y lucha política, es decir, todo el “terreno político”; dicha resistencia no puede basarse en las mismas estructuras, instituciones y procesos políticos a través de los cuales imponen y “legitiman” la ofensiva reaccionaria ni limitarse a ellos.

Recuperar las cumbres de la política y la moral

Un aspecto importante de todo eso es enfrentar, directa e intransigentemente, a los teócratas fascistas cristianos y sus aliados... y ser un poderoso polo de atracción alternativo a su programa político y a su razonamiento ideológico-religioso. Estos personajes asumen una superioridad política y moral presentándose como defensores de la moral tradicional, opuestos al relativismo moral y a la degeneración individualista. Dicen que son partidarios de una interpretación textual y absolutista de la “verdad bíblica”, de sus mandamientos y leyes. Pero la verdad es que los principios morales e ideológicos que defienden chocan incluso con lo que es aceptable en la sociedad democrático burguesa; y son completamente antagónicos a los principios de la sociedad comunista, en donde se habrán eliminado y arrancado de raíz todas las relaciones de explotación y opresión. Por eso, sus cabecillas, que son agentes políticos conscientes, no demandan que se apliquen al pie de la letra las leyes y los mandamientos bíblicos; hacerlo socavaría sus propios objetivos políticos. Así que escogen de entre esos mandamientos y leyes cuáles hacer cumplir y cuáles “ignorar”, según las circunstancias.

Citaremos uno de muchos ejemplos. En el número del 26 de agosto de 1998 del periódico USA Today, un grupo de fundamentalistas cristianos sacó un desplegado de una plana para alabar a los bautistas sureños por su posición sobre el matrimonio: “¡Bautistas sureños... tienen la razón!”. “Tienen la razón” porque dicen que las esposas “deben someterse de buena gana a la dirección de sacrificio del esposo” (¡!) y porque reconocen que “la idea de la familia fue idea de Dios y no del hombre, y que el matrimonio es un convenio de por vida entre un hombre y una mujer... ¡Sobre todo, tienen la razón porque se basan en la verdad bíblica!”. Pero la “verdad bíblica”, lo que la Biblia dice textualmente, es que muchos de los grandes patriarcas del antiguo Israel tenían más de una esposa (y que se acostaban con las esclavas de la esposa para procrear hijos, especialmente varones); que los grandes monarcas de esa nación, como David y Salomón, tenían legiones de esposas y concubinas; que la “ley mosaica” permite que el esposo tenga más de una esposa y le da el derecho a divorciarse si ya no la quiere, pero le niega a la esposa ese derecho. Así que queda claro que los fundamentalistas cristianos no han aplicado al pie de la letra lo que dice la Biblia. Han “interpretado” esas “verdades bíblicas” a su gusto para promover los lazos monógamos de la familia patriarcal que corresponden a la sociedad capitalista de hoy, y no a las relaciones sociales de los tiempos de la Biblia.

De igual manera, hoy Pat Robertson o los cabecillas de la Coalición Cristiana no proclaman (como dicta la Biblia) que hay que ejecutar a los homosexuales, adúlteros, fornicadores, hijos rebeldes, adivinos, brujas, etc., etc. No proclaman que si un hombre acusa a la esposa de no ser virgen, los padres de ella tienen que dar a los líderes del pueblo pruebas de su virginidad (o sea, la sábana manchada de sangre), ni que a falta de pruebas los hombres del pueblo tendrán que matarla a pedradas. No dicen que si un hombre viola a una mujer soltera el violador deberá pagar una multa a su padre y casarse con ella. No dicen que hay que matar a quien adora a otro dios salvo el dios de Israel (o que conspira para adorar “dioses falsos”). No declaran abiertamente que la Biblia autoriza al pueblo escogido a aniquilar pueblos enteros, violar mujeres, llevarse vírgenes como trofeos de guerra y romper el cráneo de recién nacidos (aunque tipos como Pat Robertson y Jerry Falwell siempre han apoyado los crímenes de las fuerzas armadas de Estados Unidos y sus aliados). Sin embargo, todo eso es parte de la “ley y los mandamientos mosaicos”; además (como dicen Deuteronomio y otras partes del Antiguo Testamento), son leyes y mandamientos que se deben cumplir al pie de la letra, y es impermisible desviarse en lo más mínimo de ellos.

Para reiterar, los cabecillas de los fascistas cristianos no aplican esas y muchas otras leyes y mandamientos bíblicos porque, en las circunstancias actuales, no les convendría políticamente: la gran mayoría de la población, aun en la sociedad burguesa, las consideraría barbaridades y eso socavaría sus metas políticas. (Sin embargo, si llegara el momento en que les pareciera conveniente, políticamente, recomendar esas barbaridades, lo harían sin vacilación. No olvidemos que hace unos años William Bennett recomendó decapitar a los narcotraficantes)4. Lo que hacen es presentarse como autoridades, “intérpretes” y “árbitros” de la “verdad bíblica”, que pueden y deben decidir, en nombre de toda la sociedad, cuáles “leyes y mandamientos de dios” o “principios morales absolutos” se pueden y deben aplicar en un momento dado, y cuáles ignorar. Por eso es correcto y necesario caracterizarlos como teócratas: quieren imponer una forma de gobierno que obedezca a la autoridad religiosa, en concreto a la autoridad cristiana encarnada por ellos, al servicio del sistema capitalista imperialista de Estados Unidos. Uno no tiene que ser ateo, como somos los comunistas revolucionarios, para reconocer la naturaleza atroz y reaccionaria de ese programa político, y lo necesario que es atacarlo enérgicamente.

Pero la oposición a esos teócratas fascistas cristianos no puede limitarse a decir que no tienen el derecho de imponer su interpretación de la “verdad bíblica” a otros o a la sociedad. Tampoco es realista o correcto sentar como principio que uno debe conservar en privado sus creencias “particulares” o “personales” y no sacarlas en público ni mucho menos a la arena política. Inevitablemente, las ideas políticas son producto de la ideología. Lo importante con respecto a los programas, medidas y acciones políticas (así como a todas las creencias e ideologías) es su contenido, los intereses que defienden y promueven, y el efecto que tienen en la sociedad. Hay que oponerse a la cosmovisión y política de los fascistas cristianos porque defienden y refuerzan una horrorosa opresión, explotación y saqueo: de la mujer, de pueblos y naciones enteros, y de las masas trabajadoras del mundo. Y hay que oponerse de igual manera a las políticas y medidas de Clinton y otros que compiten con los fascistas cristianos por las riendas de la estructura política del imperialismo estadounidense.

Así como desenmascaramos y atacamos esa ofensiva política reaccionaria y sus razonamientos ideológicos, es necesario promover principios políticos, valores y una cultura que representen una verdadera alternativa.

Por lo que se refiere a nuestro partido, nuestra meta es transformar radicalmente la sociedad y el mundo, eliminar todas las relaciones de opresión y explotación, y abolir todas las diferencias de clase y antagonismos y barreras nacionales, para llegar a la meta final de una comunidad de seres humanos en libre asociación por todo el mundo. La moral e ideología que defendemos y que procuramos aplicar están de acuerdo con ese objetivo; son la expresión de la unidad entre la lucha del momento y la meta final. Por tanto, nuestra cosmovisión y nuestros principios, así como nuestro programa político y las medidas que tomamos, están en completa oposición a los fascistas cristianos, y a todas las formas y manifestaciones del gobierno burgués y de la ideología burguesa. Pero también reconocemos, conforme a nuestra cosmovisión y principios, que existen tanto la necesidad como las bases para construir una amplia unidad y lucha contra la política de pobreza, castigo y patriarcado y, en un sentido general, contra todas las formas de sometimiento, explotación, opresión y saqueo a las masas populares aquí y en el resto del mundo.

Pensamos que, además de construir esa unidad política por medio de la lucha, también es necesario y posible forjar una amplia unidad con diversas fuerzas en torno a valores y expresiones culturales que promueven y celebran la igualdad entre hombres y mujeres, y entre los pueblos y las naciones; que se oponen a la opresión y a la violencia con que se impone esa opresión; que se oponen al dominio imperialista de las naciones y a la agresión militar para imponerlo; que nutren relaciones humanas a partir de una apreciación de la diversidad así como de la comunidad; que nutren valores y una cultura que refuerzan la cooperación y no la competencia voraz, que dan prioridad al ser humano y no las ganancias; y que promueven los intereses mundiales de la humanidad, no los antagonismos nacionales y el dominio de las grandes potencias.

Forjar unidad en torno a esos valores y esas expresiones culturales será, al igual que la unidad política forjada en la lucha, un proceso. Forjar esa unidad es un desafío para quienes se dan cuenta del horror que representan los reaccionarios fundamentalistas y de lo que eso implica para las masas populares; para quienes no aceptan que la única “alternativa” son otros que comparten las ideas esenciales; para quienes ven que es necesario confrontar con una alternativa positiva a la política de pobreza, castigo y patriarcado y todo su razonamiento ideológico. Es un desafío que debemos arrostrar con audacia y urgencia.


1. Estos escritos sobre la moral se publicaron en el libro Predicando desde un púlpito de huesos, o necesitamos moral, pero no la moral tradicional (Nueva York: Banner Press, 1999). [regresa]

2. El Proyecto Vidas Robadas ha documentado la muerte de más de 2.000 personas a manos de la policía en los años 1990. También informa que la tasa de asesinatos policiales ha aumentado marcadamente desde el 11 de septiembre de 2001. [regresa]

3. Sobre las elecciones y su papel en la sociedad capitalista, véase Bob Avakian, Democracia: ¿Es lo mejor que podemos lograr? (Chicago: Banner Press, 1986). [regresa]

4. Durante la ocupación de Irak, la administración Bush (que tiene como firme partidario a William Bennett) ha calificado de “bárbara” la decapitación de varios rehenes por fuerzas islámicas. [regresa]

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