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Revolución #129, 18 de mayo de 2008

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Respuesta de la redacción:

Pregúntese: ¿Es dañino dejarse llevar por la lógica de la candidatura de Obama?

Como señalan las cartas de los lectores en este número, nuestro argumento, de que apoyar y dejarse llevar por la lógica de la candidatura de Barack Obama es dañino, ha puesto el dedo en la llaga de algunos. Pero no se trata de “qué derecho tenemos” de decir esto. Para ser directos, y no desilusionarnos, la pregunta que hay que hacer es: ¿es cierto?

Para contestarlo, con seriedad y objetividad, tenemos que analizar lo que Obama dice y hace, y no lo que queremos que diga, ni cómo elegimos interpretar lo que dice, ni esta o aquella promesa de campaña que hizo por ahí. Tenemos que analizar el marco básico de donde parte y en el cual opera, lo que eso representa y a donde lleva.

Los cimientos de la agenda de Obama

Para llegar a la esencia de qué se trata la campaña de Obama, el periódico Revolución se ha dedicado en parte a analizar el “discurso sobre la raza” de Obama del 18 de marzo. Los comentaristas compararon el discurso con el discurso Gettysburg de Abraham Lincoln y el de Martin Luther King, Jr., “Tengo un sueño”, y es obvio que es una declaración que define de lo que se trata Obama.

En ese discurso, Obama, de principio a fin, sostiene que la constitución estadounidense es “donde empezó la perfección” y afirma su propia misión: “Continuar la gran marcha iniciada por quienes vinieron antes de nosotros, una marcha por un Estados Unidos más justo, más igual, más libre, más comprensivo y más próspero”.

Pero si la constitución estadounidense en realidad es un mecanismo perfecto para imponer la explotación y opresión capitalistas; si desde el día en que se firmó hasta hoy ha tenido el propósito de institucionalizar e imponer la subyugación de los afroamericanos; si la historia de los negros en Estados Unidos no es una “gran marcha” por la igualdad y la libertad, sino una progresión de diversas formas de opresión; y si la candidatura de Obama se basa en peligrosas mentiras sobre todo eso y las promueve, pues eso sí importa.

He aquí tres ejemplos:

* Obama dice que cuando se fundó Estados Unidos, “la respuesta al problema de la esclavitud se encuentra dentro de la Constitución, una Constitución que tenía en su esencia la idea de la igualdad de los ciudadanos bajo la ley”. Efectivamente esa constitución consagró la esclavitud. Se eliminó la esclavitud varias generaciones después, con el  fin de la guerra de Secesión. El motivo de esa guerra no fueron los principios constitucionales sino una compleja combinación de factores militares, políticos y económicos surgidos del mayor conflicto entre la clase capitalista en el Norte y el sistema esclavista en el Sur (ver “La esclavitud, el capitalismo y la ‘unión perfecta’”, Revolución 125, 6 de abril de 2008, en revcom.us).

* El “discurso sobre la raza” de Obama pasa por alto o le quita importancia a la época de la aparcería y las leyes racistas Jim Crow y nunca menciona el linchamiento. Eso encubre una época que duró varias generaciones después de la guerra de Secesión. La Suprema Corte avaló todo eso, bajo la Constitución estadounidense, en el fallo de “separado pero (dizque) igual” de 1896, Plessy v. Ferguson.

* El discurso de Obama equipara, por un lado, el “resentimiento” de los blancos a los que se les ha lavado el coco y embaucado de modo que vean a los negros como una amenaza y un enemigo, y por el otro lado, la justa ira de los negros contra el legado y la realidad actual de la subyugación sistémica como pueblo. En nuestro análisis, desenmascaramos que la base de los prejuicios raciales estriba en el funcionamiento del sistema capitalista y los programas gubernamentales conscientes, tal como el Nuevo Trato de Roosevelt, que incluía la institucionalización de la vivienda segregada, y cuán necesario es no halagar sino desafiar la supremacía blanca (ver “‘Separado pero igual’… y el mito de ‘nosotros el pueblo’”, Revolución 128, 1º de mayo de 2008, en revcom.us).

En el discurso, Obama sostiene que superar el racismo es el “verdadero genio de esta nación”. Pero el verdadero “genio” que motiva la charada de “nosotros el pueblo” ha sido conseguir que muchos blancos se identifiquen con los intereses del sistema, sobre la base de la sistemática exclusión de los negros, amerindios y otra gente. Esta exclusión ha asumido diversas formas: la esclavitud, la aparcería y la superexplotación en los ghettos urbanos y en el encarcelamiento en masa. En la historia de este país, el mito de “nosotros el pueblo” ha justificado de manera nociva la subyugación de pueblos enteros y promovido ilusiones tóxicas en la población en general sobre la sociedad y su verdadera naturaleza.

Recomendamos enérgicamente a los lectores a que aborden con seriedad nuestro análisis del “discurso sobre la raza” de Obama y que lo discutan y debatan.

¿Un candidato sigiloso?

Algunos dicen o esperan que Obama esté en una misión “sigilosa” con el propósito de entrar a la Casa Blanca haciendo lo que sea que tenga que hacer para lograrlo, y que una vez adentro, efectué cambios fundamentales en la vida de la población. No hemos visto evidencia de ello, pero digamos que así lo fuera. No funcionaría y no podría funcionar.

Veamos un ejemplo marcado: En 2000, un informe de Human Rights Watch documentó que los negros y los latinos constituyen el 62.6% de los presos estatales y federales aunque solo representan el 24% de los habitantes del país y que casi el 10% de los hombres negros de 25 a 29 años de edad estaban en la cárcel, en comparación con el 1.1% de los blancos de las mismas edades. Qué pasaría si Obama fuera elegido y declarara de inmediato (y tratara de hacerse cumplir) un fin a la criminalización sistémica de los jóvenes negros; un fin inmediato al encarcelamiento de grandes cantidades de ellos; y un fin inmediato de las condiciones de estado policial en que viven en las comunidades y escuelas.

Llevar a cabo un cambio fundamental de esta situación no es posible bajo este sistema porque las causas de la criminalización en masa de los negros se hallan en las profundidades de la naturaleza estructural y funcionamiento del capitalismo. Hoy, el sistema no ofrece chamba ni futuro para millones de negros. Antes y durante la Primera y la Segunda Guerra Mundial, la pobreza y el terror racista obligaron a millones de afroamericanos a huir del Sur a las ciudades del Norte. Durante generaciones, trabajaban en los empleos fabriles más peligrosos e inestables de baja paga. Pero después de la Segunda Guerra Mundial, la desindustrialización de los centros urbanos dejó a grandes cantidades de negros sin chamba.

Con el desarrollo de las poderosas luchas de liberación negra de los años 1960, el gobierno empezó a ver con mayor frecuencia en los afroamericanos una amenaza política peligrosa. En 1969, el máximo asesor del presidente Nixon escribió lo siguiente en su diario: “[Nixon] subrayó que hay que reconocer el hecho de que de verdad el problema general son los negros. La respuesta es inventar un sistema que reconoce eso sin dar la apariencia de hacerlo”.

Lo que vino después fueron décadas de leyes de mayor represión y medidas para dictar sentencias racistas y draconianas, por ejemplo, sentencias dramáticamente más punitivas por cargos de poseer cocaína sintética (crack) que prevalecía en los ghettos urbanos en comparación con sentencias mucho más leves por poseer cocaína en polvo que es más prevaleciente entre los blancos. Impusieron estas leyes al mismo tiempo que una combinación de desempleo generalizado y programas gubernamentales inundó las comunidades negras de Estados Unidos con cocaína sintética.

Hoy, los barrios y ghettos de los centros urbanos están diezmados: desprovistos de empleos dignos con suficientes ingresos para vivir, servicios sociales y oportunidades de una vida digna. Un resultado de estos factores, del funcionamiento del capitalismo y de los programas gubernamentales conscientes a su servicio, es que hoy millones de jóvenes negros y latinos no tienen futuro salvo la cárcel, ser baleados por la policía o balearse entre sí, o tal vez inscribirse en las fuerzas armadas para matar y morir por el mismo sistema que engendró todo eso.

Si de alguna manera, por alguna razón, Obama lograra entrar a la Casa Blanca y tratara de arrancar de raíz los factores que crearon e impusieron la criminalización de los jóvenes negros, tendría que desenmarañar la cadena de relaciones políticas y económicas subyacentes que generó esas atrocidades, y el sistema tomaría medidas para impedir eso mucho antes de que llegara a las salas de planeación.

Audición para ser mentiroso en jefe

Antes de descartar nuestro argumento (o reemplazarlo con parodias tontas), de que el problema es el sistema y que la supremacía blanca es un elemento fundamental del sistema, tienes la responsabilidad de presentar un argumento de que eso no es cierto. En nuestra respuesta al “discurso sobre la raza” de Barack Obama, y de muchas otras maneras, como en cada número de este periódico, argumentamos de manera convincente que en los hechos la subyugación de los negros está arraigada en los cimientos de este sistema.

Pero dejamos de lado eso por un momento. No se trata de que no puedes decir verdades fundamentales acerca de la naturaleza de este sistema y a la vez ser un candidato presidencial. Ni siquiera puedes decir ni tener una asociación con un individuo que diga hechos básicos sobre la historia de este país.

Por ejemplo, respecto a la situación de los afroamericanos, el reverendo Jeremiah Wright dijo: “El gobierno les da estupefacientes, construye cárceles más grandes, aprueba una ley de tres golpes y fuera y quiere que cantemos Que Dios bendiga a América”. Sobre la historia de Estados Unidos, dijo: “Bombardeamos a Hiroshima, y a Nagasaki, matando con esas bombas nucleares a mucha más gente que los miles de muertos en Nueva York y el Pentágono, sin jamás inmutarnos”.

Obama criticó esas declaraciones en el “discurso sobre la raza” del 18 de marzo y ahora lo ha repudiado de plano.

Recuerda lo que pasó cuando el propio Obama, al hablar sobre la gente blanca de la clase obrera que ha visto su empleo y estilo de vida venirse abajo, dijo que ellos se aferran a otras cosas, a la “religión o a la antipatía hacia las personas que no son como ellos”. Los medios grandes se apresuraron para declarar eso fuera de los límites de lo que puedes decir si eres candidato a la presidencia. Un columnista del New York Times le recordó a Obama que una cosa es estudiar las palabras de Marx de “que ‘la religión es el suspiro de la criatura oprimida’, pero el que un candidato presidencial estadounidense diga que ‘nos aferramos… a la religión’ debido a frustraciones económicas”, es algo muy diferente.

En otras palabras, sobre casi todo tema o asunto de peso, no se trata solo de que no puedes desenmascarar al sistema desde una perspectiva revolucionaria si te postulas para la presidencia, sino de que ¡ni siquiera puedes reconocer ni discutir verdades básicas y evidentes acerca de las cosas más fundamentales de esta sociedad!

¿Qué clase de sistema tiene un proceso para seleccionar a un presidente, en que un requisito básico para ser un candidato “creíble” es que él o ella tenga la capacidad de mentir de manera sistemática con cara de palo sobre verdades y hechos básicos? No se trata solamente de “corrupción” o “intereses especiales”. Ni se trata, en lo fundamental, de rendir pleitesía al atraso y al prejuicio para ser elegido. Para ser un candidato presidencial creíble en Estados Unidos, tienes que ser un mentiroso sistemático y consumado, porque estás dando una audición para supervisar a un sistema basado en la opresión y explotación que no concuerda con los intereses de la abrumadora mayoría de la población de este país, o del mundo.

Una mejor cara para el imperio…

El que Barack Obama, un afroamericano, haya avanzado tanto en las audiciones para la presidencia no refleja “hasta qué punto hemos llegado” como nación en la eliminación de los prejuicios raciales ni refleja el poder de un movimiento desde abajo. Ningún candidato avanza tanto sin someterse a un proceso de selección y aceptación de parte de la clase dominante estadounidense.

La candidatura de Obama indica que los gobernantes del país están ante una fuerte polarización de la sociedad y fuertes retos a su posición como superpotencia dominante del planeta. Ante eso, un comentarista de la clase dominante dijo que la cara de Obama sería “la reconceptualización más eficaz de Estados Unidos desde Reagan. Esta reconceptualización no es nada trivial; es la clave para a una estrategia bélica eficaz” (“Adiós a todo eso: Por qué importa Obama”, de Andrew Sullivan, The Atlantic, diciembre de 2007).

Cuando Obama asume posiciones que parecen estar en contra de las de Bush, McCain o Clinton, hay que tener en cuenta tres cosas: sus diferencias se compaginan bien con la lógica del imperio estadounidense; figuran de manera abrumadora en el marco de cómo hacer aceptar la dominación estadounidense del mundo; y en toda circunstancia ha dejado en claro muchas veces que cumpliría las decisiones del consenso de la clase dominante estadounidense. Por ejemplo, examinemos el “debate” entre Obama y Hillary Clinton sobre la bárbara amenaza de esta de “borrar del mapa a Irán”: Obama respondió que ese “no es el lenguaje que necesitamos hoy”. Pero, léase, agregó: “A mi parecer, los iraníes pueden estar seguros de que yo responderé con energía, y no será nada aceptable si atacan a Israel o a cualquier aliado nuestro de la región, con armas convencionales o nucleares”.

A través de este “debate”, están estableciendo los términos según los cuales se daría por sentado el derecho de que Estados Unidos lance un ataque militar contra Irán. Obama deja en claro que estaría tan dispuesto a atacar a Irán que Clinton. Desarrolla un análisis falso de quién es el agresor en el Medio Oriente y del papel de Israel como perro de presa estadounidense en la región.

¿Paralizarse y esperar migajas?
¿O gestar otro camino?

Al bregar con nuestro análisis, algunos han dicho que no es realista construir un movimiento revolucionario y que, al contrario, lo mejor que podemos esperar o en lo que deberíamos centrar nuestras energías, es trabajar por la elección de Obama para que haya al menos una posibilidad de alivio para el pueblo. En algo que escribió anteriormente en la campaña, el comentarista Andrew Sullivan presentó un argumentó a la clase dominante y a aquellos que se identifican con ella, de que ante posibles retos desestabilizadores, Obama podría desempeñar un papel singular canalizando el descontento de la gente hacia actividades dentro de los cauces que acepta el sistema: “Si como yo, se da cuenta de que el mayor peligro viene, y que la combinación de nuestras divisiones e historia reciente ha hecho más vulnerable nuestro sistema y nuestro orden constitucional, pues el cálculo del riesgo cambia. Específicamente en esta campaña electoral, es improbable que gane Obama. En el panorama general, él es necesario. En un momento en que el riesgo de que el distanciamiento de Estados Unidos ante el mundo se incline hacia un desequilibrio peligroso, en que un país en guerra con enemigos letales se halla con más frecuencia en guerra consigo mismo, en que las añoranzas espirituales de la humanidad rebotan entre un exceso de certidumbre y una incapacidad de creer en nada en absoluto, y en que las divisiones sectarias y raciales parecen tan intransigentes que nunca, un hombre que es un puente entre estos mundos podría ser indispensable” (“Adiós a todo eso: Por qué importa Obama”, de Andrew Sullivan, The Atlantic, diciembre de 2007).

Al dejar intactas las trayectorias actuales, la polarización que señala Sullivan no llevará a nada bueno. Pero estas grandes divisiones que señala Sullivan presentan retos y oportunidades fundamentales para quienes sueñan con un mundo mejor y lo exigen.

El sistema no lo tiene todo en sus manos. Debajo de la superficie hay contradicciones latentes que amenazan con salir a la superficie. Los gobernantes del país están sentados sobre una situación volátil en potencia y una buena parte del papel de Obama es enganchar a la gente, incluyendo a quienes están muy descontentos con el rumbo de las cosas, para que trabajen dentro del marco de la situación actual, para que se pongan debajo del ala de los gobernantes.

En lugar de encadenarnos dentro del marco de esta elección, lo que se necesita es un poderoso movimiento de oposición a la dirección general en que el país está encaminado, defendiendo los intereses de la humanidad y partiendo de los mismos, y la necesidad de la revolución. Eso requiere que se rompa con la lógica y agenda generales de la candidatura de Obama.

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Revolución: por qué es necesaria, por qué es posible, qué es
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