Revolución #137, 27 de julio de 2008


El año de las Olimpíadas de 1968: Un mundo de lucha y tumulto

El año de la 17ª celebración de Juegos Olímpicos, 1968, fue un año cuando el sueño de alcanzar una sociedad emancipatoria a través de un cambio revolucionario retumbaba alrededor del mundo. Fue un año cuando millones de personas en todo el planeta dieron un salto a la rebelión en masa contra el viejo orden.

Las luchas de liberación nacional ardían en África, Asia y América Latina. La Gran Revolución Cultural Proletaria estaba en su momento más álgido en la China socialista, un vivo testimonio de que la gente oprimida podía arrancar el poder de las manos de los capitalistas y luchar para continuar sobre el camino revolucionario hacia el comunismo.

En Vietnam, después de meses de intenso bombardeo de saturación por parte de los EE.UU., los soldados del ejército de liberación nacional vietnamita emergieron de los túneles y dieron una pequeña muestra de la futura derrota de la más poderosa máquina militar en el mundo a manos de un ejército de campesinos. Y en todo el mundo, como en las mismas entrañas de la bestia norteamericana, había un auge de protestas de masas contra la guerra.

En los EE.UU.; en respuesta al asesinato de líder del movimiento por los derechos civiles Martin Luther King, Jr., un levantamiento sin precedente de la gente negra afroamericana remeció el sistema hasta sus cimientos y le daba un gran aliento a la gente del mundo. Batallas campales sacudieron las calles de 168 ciudades y 21 estados al mismo tiempo. Por primera vez desde la guerra de Secesión, tropas del ejército fueron enviadas a los centros de poder; ametralladoras fueron colocadas en el balcón del Capitolio y el jardín de la Casa Blanca ya que la rebelión en Washington, D.C., se libraba a solo 10 cuadras de ahí.

El Primero de Mayo en París presenció un masivo levantamiento de jóvenes. Los estudiantes se tomaban universidades y colegios secundarios en toda Francia. Estos manifestantes levantaban barricadas en las calles y se enfrentaban a la policía. Mucha gente alrededor del mundo seguía de cerca estos sucesos, los cuales duraron muchos días. Las protestas se propagaban hacia los trabajadores que llevaban a cabo una serie de huelgas; más de 10 millones de trabajadores se tomaban fábricas, minas, puertos y oficinas del gobierno, en un paro general de un mes. La ciudad capital de París fue paralizada y la gente del país entero entró en zozobra. Hacía seis meses atrás que el presidente de Francia, el general Charles de Gaulle, había declarado que “era imposible ver cómo Francia llegara a paralizarse por una crisis…”.

México había sido elegido por el Comité Olímpico Internacional, encabezado por los EE.UU., para ser el primer país tercermundista en albergar los Juegos Olímpicos. Pero al fin de julio, apenas dos meses antes del inicio de las Olimpiadas, una rebelión estudiantil estalló con una rapidez que sacudió al gobierno y encendió una gran cantidad de masas. (para más detalles, ver “El 2 de octubre no se olvida: Lucha y masacre en México, 1968”, Obrero Revolucionario (ahora Revolución), #975-977, 27 septiembre-11 octubre 1998). Un nuevo centro deportivo había sido construido para los juegos Olímpicos en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) pero súbitamente los estudiantes se habían rebelado y tomado la universidad, gritando “No queremos Juegos Olímpicos, queremos revolución”. Trece mil soldados del ejército de México fueron enviados a ocupar ciudad universitaria. Las brigadas de estudiantes animaban a las masas por toda la ciudad con creativas formas de teatro callejero; unos estudiantes de ingeniería diseñaron globos que explotaban a cierta altura y provocaban una lluvia de volantes sobre la gente abajo. “Cada día traían noticias de enfrentamientos entre los granaderos (policía anti-motines) y los estudiantes en diferentes partes de la ciudad; o de reuniones relámpago en las puertas de las fábricas o en la calle sobre los manifiestos publicados en El Día…. En esos días, todo mundo leía los diarios con mucha avidez; el movimiento estudiantil logró contagiar a los más indiferentes…” (Elena Poniatowska, “La noche de Tlatelolco”). La unidad se forjó con las comunidades campesinas, los trabajadores ferroviarios y los obreros de la estratégica industria del petróleo, y aun los burócratas del gobierno a que se movilizaban para oponerse a la rebelión estudiantil, se volvieron contra el PRI, el partido gobernante. La revuelta amenazaba con expandirse más profundamente entre los trabajadores y las masas oprimidas en un momento estratégico para el imperialismo yanqui que necesitaba de estos juegos para mostrar el “milagro económico” de sus inversiones en México, en contraste con las luchas de liberación nacional que sacudían sus intereses en África, Asia y América Latina.

El régimen del PRI de México era un “modelo de estabilidad” controlado por los EE.UU. La ciudad de México alojaba la más grande base de operaciones de la CIA en el hemisferio la cual participaba activamente en la organización de las Olimpiadas y trabajaba de cerca con el gobierno mexicano para darle crucial información de inteligencia sobre el movimiento estudiantil. Luis Echeverría, quien era la cabeza de Gobernación y se convertiría después en el siguiente presidente de México, era un informante de la CIA y organizador directo de la masacre. Dos días antes de la trágica noche del 2 de octubre, altos agentes de la CIA volaron hacia la ciudad de México desde los EE.UU. para reunirse con el jefe de la base de operaciones de la CIA y fue aquí donde muy posiblemente, a solo 10 días del inicio de los juegos Olímpicos, se tomó la sangrienta decisión final para desencadenar muerte y terror contra el movimiento de protesta y los 70.000 habitantes del gigantesco complejo habitacional de Tlatelolco.

Al atardecer del 2 de octubre, los estudiantes mantuvieron una protesta de 10.000 personas en la Plaza de las Tres Culturas en el centro del enorme complejo habitacional. La plaza fue rodeada por 5.000 policías, soldados y tanques. A las 6:10 pm cuando los manifestantes estaban a punto de dispersarse, una bengala iluminó el cielo y los helicópteros de la policía comenzaron a abrir fuego. Los agentes de elite vestidos de civil pertenecientes a la seguridad olímpica llamados el “Batallón Olimpia” se habían infiltrado entre los estudiantes y los edificios que rodeaban la plaza. Cada miembro de este batallón llevaba puesto un guante blanco para identificarse con otros agentes. Las ametralladoras rociaron a la multitud por 20 minutos o más desde ambos lados de la plaza. No había escape. Muchos se apiñaron en las puertas de la iglesia pero se les negó el ingreso. Los tanques abrieron fuego sobre el complejo habitacional. Las noticias informaban que al menos 325 personas habían sido masacradas y otros 1500 tomados prisioneros. Otros reportes afirmaban que al menos un millar de personas habían sido asesinadas y arrojadas al mar, y los estudiantes encerrados en el Campo Militar #1 reportaban que el olor de cuerpos incinerados penetraba dentro sus celdas.

Diez días después mientras los estudiantes en el Campo Militar #1 eran golpeados y torturados, las ceremonias de apertura de los juegos Olímpicos se llenaban de palomas blancas liberadas de sus jaulas como un nauseabundo símbolo de paz. Los familiares de los desparecidos tenazmente buscaban en las prisiones y las morgues sus seres queridos mientras que los tanques rodaban por letreros que rezaban “Todo se puede con la paz”.

Todo eso, un mundo de lucha y tumulto, y millones de personas por todo el mundo con sueños de un mundo mejor, ponían el escenario para la dramática actuación de Tommie Smith y John Carlos en el podio de la victoria en las Olimpiadas de 1968. (Ver “Dar un golpe para la libertad: La historia valiente de Tommie Smith y John Carlos”, Revolución, #137, 27 julio 2008).

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