Revolución #169, 28 de junio de 2009


Obama en Cairo: Parte 1

Un discurso lleno de mentiras para imponer un SISTEMA de opresión

Lo siguiente es un pasaje de un artículo más extenso que saldrá próximamente en línea en revcom.us. Otras partes del artículo saldrán en futuros números de Revolución.

Mientras lees esto, Estados Unidos está librando guerra, financiando una o amenazando con una por todo el Medio Oriente y el sur de Asia. Cientos de millones de personas de los países árabes y sudasiáticos se oponen fuertemente a tales guerras, pues asocian estas guerras encabezadas por Estados Unidos con una red general de dominación política, económica y cultural de los imperialistas. Y con razón.

El 5 de junio, Barack Obama, principal representante del sistema imperialista estadounidense y comandante-en-jefe de las fuerzas armadas que protagonizan dichas guerras, dio un discurso en la Universidad de Cairo, Egipto. La misión de Obama, como veremos, NO fue cambiar esas relaciones básicas. Ni siquiera anunció el fin de ninguna guerra.

Al contrario, el propósito de Obama fue transformar la óptica desde la cual se viera todo eso, y explotó su ascendencia y su aptitud para presentarla para ofrecer una “narrativa diferente”. Se trata de un intento importante de cambiar la manera en que la gente ve la historia, el mundo actual, y las posibilidades y los caminos para el cambio.

Es importante captar las políticas concretas que planteó en ese discurso y exploraremos unas de ellas. Sin embargo, es de igual importancia, como mínimo, analizar profundamente el marco histórico y analítico en que Obama presentó esas políticas, y eso será nuestro enfoque principal.


“El mundo musulmán”

Desde un principio, Obama llamó su discurso un intento de “buscar un nuevo comienzo entre Estados Unidos y los musulmanes de todo el mundo: un comienzo basado en el interés mutuo y el respeto mutuo...”. Citó continuamente el Corán, y también la Biblia, y se refirió a varios mitos, por ejemplo una supuesta reunión entre Moisés, Jesús y Mahoma, como si fueran hechos reales. A diferencia de muchos altos funcionarios del régimen de Bush que utilizaron imágenes abiertamente evocativas de las cruzadas cristianas contra el mundo árabe, Obama demostró su dominio de las imágenes islámicas e hizo alarde de su supuesto respeto para la religión islámica.

Es cierto que muchos de los conflictos más agudos de hoy toman la forma de conflictos entre fuerzas que defienden un fundamentalismo islámico, con su base entre las empobrecidas masas desplazadas tanto del Medio Oriente como del sur de Asia y otros lugares, y Estados Unidos en particular. Obama, al “demostrar su respeto al islam”, espera arrebatarle a esos movimientos un sector de masas que, si no, pudiera aumentar esa base.

Sin embargo, la noción de un “mundo musulmán” en realidad oculta una importante verdad fundamental: la existencia de factores y contradicciones materiales, más profundas que la religión, que impulsan el desarrollo de las sociedades. Lo que está pasando en el Medio Oriente no es en lo fundamental un conflicto religioso ni un “choque de civilizaciones”. Lo fundamental es que miles de millones de personas —naciones, pueblos y regiones enteros del mundo— están subordinados al sistema imperialista, obligados a vivir bajo su yugo, y se ha ocultado la naturaleza fundamental de ese sistema debajo de toda clase de nociones fantásticas y mitos. Estados Unidos no subyuga a esos países a causa de su religión; los domina para asegurar que el capitalismo estadounidense siga funcionando y, estrechamente relacionado a eso, para que Estados Unidos siga dominando geopolíticamente el mundo. Atrapa a esos países en una red de relaciones económicas que reproduce continuamente esa posición económica subordinada. Por lo tanto, la liberación nunca se ganará mediante una “revolución islámica”; tal revolución, entre otras cosas, no romperá ni puede romper con dicha posición oprimida y subordinada al orden imperialista, ni tampoco cambiará las fundamentales relaciones de explotación dentro de esas sociedades.

Las sociedades del Medio Oriente y el sur de Asia, así como en cualquier parte del planeta, están divididas en clases. Hay en esas sociedades grupos gobernantes de “capitalistas compradores” que representan fundamentalmente los intereses de Estados Unidos, o de otras potencias imperialistas, y que llevan a cabo o defienden la brutal superexplotación de las masas al servicio de esos intereses. Esa superexplotación y saqueo ha resultado en una miseria extrema y en enormes dislocaciones sociales. En muchos casos, esos grupos usan el islam como una manera de legitimar su gobierno. Veamos un ejemplo notable pero de ningún modo único: los gobernantes de Arabia Saudita son unos de los conductos principales de la dominación económica y política de Estados Unidos en la región. El marco para su sistema jurídico y forma de gobierno, y lo que le da legitimidad, es una ideología que es una versión extrema del islam represivo. Pero eso nunca ha sido un problema para el gobierno estadounidense. Al contrario, por años Estados Unidos ha apoyado y reforzado ese tipo de fuerzas en oposición a los comunistas revolucionarios y los nacionalistas (más o menos) laicos.

En otros casos, dichas fuerzas gobernantes adoptan una postura más “moderna” (mientras siguen aprovechándose del islam). Al mismo tiempo, hay otras clases explotadoras, como terratenientes que explotan a los campesinos o capitalistas que explotan a los proletarios, que por alguna razón están “excluidas” de una participación satisfactoria en el sistema de saqueo imperialista. Hoy en día, muchas veces las fuerzas de esas clases también adoptan la ideología del islam y describen la opresión de las masas y el saqueo y la dominación de sus países en general como un caso de opresión religiosa; acusan a los títeres que gobiernan el país de traicionar al islam y de capitular a los infieles. Hay también fuerzas en esos países que adoptan formas de pensar más modernas asociadas con la “Ilustración”; esas fuerzas quieren romper hasta cierta medida con las relaciones sociales tradicionales, por ejemplo dando un “mayor espacio” a la ciencia, la literatura no religiosa, etc. y más libertades para la mujer. En la ausencia de un fuerte polo comunista revolucionario, generalmente esas fuerzas, por un lado, no rompen fundamentalmente con el islam ni lo desafían y, por el otro, expresan su oposición dentro de los confines de la democracia burguesa, o sea, una democracia “de la imagen de” la clase capitalista (y orientada hacia el fortalecimiento de su dominación).

Mientras tanto, al fondo de esas sociedades están los cientos de millones de campesinos y proletarios, sometidos a una explotación dura y pulverizadora, con la vida segada por el hambre, la guerra, las enfermedades, la ignorancia y la opresión, pero quienes producen la gran riqueza que el imperialismo y los explotadores nacionales exprimen a esos países. Es un gran problema en el mundo hoy que, a pesar del trabajo valiente y hasta heroico de los comunistas en unos de esos países, las masas de esas regiones han caído casi totalmente bajo la influencia política e ideológica de uno de esos polos, y que muchos de los más explotados, juntos con sectores descontentos de las capas medias que no tienen ningún lugar en la sociedad ni manera de contribuir o florecer, se han acercado al fundamentalismo islámico. Se trata de una influencia venenosa. El fundamentalismo islámico oculta la naturaleza básica del problema; es decir: a) la dominación de esos países por el imperialismo, b) la existencia generalizada y persistente de la opresión feudal y semifeudal dentro de esas sociedades y c) el entrelazamiento y fortalecimiento mutuos de esas dos fuerzas opresivas. Además, el fundamentalismo islámico orienta a la gente en una dirección contraria a la solución, la cual es una revolución verdaderamente emancipadora que libere esas sociedades del imperialismo y que avance hacia el socialismo y finalmente al comunismo. En lugar de eso, cuando el fundamentalismo islámico ha llegado al poder, ha producido sociedades igual de represivas y explotadoras que las sociedades que reemplaza.

Visto desde el punto de vista de los verdaderos intereses de las masas, el planteamiento de ese antagonismo fundamental en términos religiosos lleva a resultados desastrosos. Refleja un aspecto de la realidad superficial, pero en los hechos oculta, distorsiona e impide el conocimiento de las fuerzas y la dinámica subyacentes esenciales que han llevado a tal situación horrible. Para los revolucionarios no hay otra opción salvo dedicar un trabajo importante al convencer a las masas a romper con esa perspectiva; eso no se puede hacer con sutilezas y nadie debe querer hacerlo así. De manera perversa, se realza la importancia de hacer eso porque el discurso de Obama, de principio a fin, se formuló en esos términos y en el marco de esa interpretación de la realidad, haciendo referencia a ellos y así reforzándolos.

¿Burdo estereotipo o caracterización acertada?

Después de rendir homenajes a la “civilización islámica”, Obama pasó a un tema central de su discurso, diciendo: “Estados Unidos no es el burdo estereotipo que se tiene del imperio motivado por interés. Estados Unidos ha sido una de las mayores fuentes de progreso que el mundo haya visto. Nacimos de una revolución contra el imperio. Nos fundamos en el ideal de que todos somos iguales, y hemos derramado sangre y luchado por siglos para dar significado a esas palabras, dentro de nuestras fronteras y por todo el mundo”.

Aunque no fuera una mentira muy original, fue una mentira muy desfachatada, y una exagerada cantidad de comentaristas ni la cuestionaron.

Para empezar, Obama no esclareció exactamente cuál sangre derramada en sus muchísimas guerras NO se derramó al servicio de un imperio “motivado por interés”.

¿Fue quizás la sangre derramada por los indígenas de este país, asesinados sin piedad en guerras estadounidenses que diezmaron, desterraron y muchas veces borraron todo rastro de un pueblo tras otro? Muchas veces esas guerras genocidas les dieron una reputación de “héroe” y hasta llevaron a sus comandantes a la presidencia; incluso hoy, está en la lista de libros de mayores ventas una biografía que elogia a Andrew Jackson, uno de los generales/presidentes más brutales, sanguinarios y genocidas.

¿Estará hablando de la sangre que derramaron los mexicanos, cuando Estados Unidos libró guerra contra México y robó gran parte de su territorio, con el principal objetivo de extender la esclavitud?

¿Quizás se trata de la sangre derramada en la guerra para convertir en colonia al pueblo de las Filipinas a finales del siglo 19, una guerra en que Estados Unidos masacró de 200.000 a 1.4 millones (¡!) de habitantes de un país que en ese tiempo tenía una población de 7 millones?

¿Será la sangre que regó los arrozales de Vietnam, donde Estados Unidos mató de 2 a 3 millones de personas? ¿O la sangre que ha corrido por los desiertos y las ciudades de Irak durante las últimas dos décadas, cuando el poderío militar estadounidense ha causado la muerte de más de un millón de personas, y la mutilación, la tortura, la miseria y el sufrimiento de otros millones más? ¿O serán las veintenas de invasiones y acciones militares de Estados Unidos en América Central y del Sur a lo largo de muchas décadas, que han dejado un saldo de cientos y cientos de miles de muertos, con la finalidad de apuntalar la brutal y despiadada dominación estadounidense de esos países?

¿Tal vez está hablando de Afganistán, donde al principio Estados Unidos financió y armó a los fundamentalistas islámicos que combatían contra la Unión Soviética, el rival de Estados Unidos, y donde hoy 40.000 soldados se especializan en asesinar en masa y desde el cielo a gente civil?1

Incluso la muy alardeada “guerra buena”, la Segunda Guerra Mundial —fíjense que Obama salió de Cairo inmediatamente para celebrar y llamar la atención a esa guerra, haciendo una cínica visita para tomarse la foto de propaganda al campo de concentración Buchenwald y  participando en las ceremonias para el aniversario del día del desembarco aliado en Normandia— esa guerra no fue sino una movida estratégica de parte de Estados Unidos para extender su dominación a todo el planeta, al haber vencido el desafío de sus rivales alemanes y japoneses (después de dejar que Alemania desangrara a la Unión Soviética, en ese tiempo un país socialista) y al haber incorporado a los otrora imperios de sus aliados Francia y Gran Bretaña a un nuevo orden neo-colonial dominado por Estados Unidos. En los ríos de sangre derramada con armas estadounidenses durante los últimos dos siglos y más, ¿dónde está la sangre que NO se derramó al servicio del imperio?

¿Es un “burdo estereotipo” llamar a Estados Unidos un “imperio motivado por interés”? No. Como esta lista deja en claro (y no es exhaustiva en absoluto), es simplemente una verdad básica e indisputable, la cual es esencial para conocer el mundo en que vivimos, saber lo que hay que transformar en él y cómo hacerlo. Estados Unidos ES un imperio o, para decirlo en términos más científicos, es un sistema imperialista que para su existencia requiere la superexplotación y la dominación de grandes extensiones del mundo. Desafortunadamente, aun cuando muchas personas ven o saben de esos crímenes, o al menos algunos de esos crímenes, no ven o se niegan a ver el mecanismo que está al centro de la máquina, no ven la dinámica motriz que reproduce esos crímenes generación tras generación. Y esa falla en su conocimiento es algo del que Obama, con su imagen fresca y su nueva cara, trata de sacar provecho.

Obama insertó su profunda mentira sobre Estados Unidos en un momento decisivo de su discurso, justo antes de explayarse sobre los fundamentales “temas específicos que... al final tenemos que confrontar juntos”. Según sea su manera de entender lo que es Estados Unidos en esencia —la finalidad que Estados Unidos ha buscado en todas sus guerras y por toda su historia y lo que le da impulso— usted verá esos “temas específicos” de una manera muy diferente y los “confrontará” de un modo diferente también.

1. Los voceros del imperialismo estadounidense condenan rutinariamente el fundamentalismo islámico; lo que no mencionan es el papel central de Estados Unidos de financiar y respaldar desde un principio a esos movimientos, con el fin de aplastar a los movimientos comunistas y de nacionalistas laicos en esos países. Así fue el caso también, aunque se lo guarda en secreto, durante el ascenso al poder de Jomeiní en Irán (Ver “30 Years After the Iranian Revolution” de la edición en inglés del Servicio Noticioso Un Mundo Que Ganar, 23 de febrero de 2009). Además, durante los años 80, Estados Unidos usó a esas fuerzas como títeres en su rivalidad con la Unión Soviética, que en ese tiempo ya no fue un país socialista. [regresa]

 

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