Revolución #181, 1 de noviembre de 2009


El matadero que es
el condado de Los Ángeles

“Crecer bajo los sheriffs, pues hombre, está duro. Te paran una vez, te paran dos veces, y se acabó para ti. Ya conocen tu nombre, jamás olvidarán tu cara. Te van a joder hasta que te tienen fichado. Así es...

“Fue un pleito vengativo lo que le tenía. El policía lo odiaba. Tito se le escapó de las manos dos veces en dos semanas consecutivas. Huyó del policía porque estaba en libertad condicional, sí estaba en libertad condicional... pero eso no es razón para matarlo. Estaba en libertad condicional por una cuestión de drogas. ¿Pues quién no está en libertad condicional por drogas? Lo mató porque lo odiaba, mató a Tito porque iba a escaparle una vez más. Iba a correr, pues hay un atajo ahí por atrás e iba a escaparle de nuevo, y como [el agente] no quería que eso pasara, lo mató”.

— Un amigo de Ezequiel “Tito” Jacobo, de 33 años de edad, asesinado por los sheriffs en Carson el 8 de agosto de 2009

Scottsdale Estates es un multifamiliar público enclavado a la vuelta del bulevar Avalon, en Carson, al sur de Los Ángeles. Le asesinaron a Tito en la tarde cálida de un sábado. La gente había colocado sus parillas y se la estaba pasando en el parque que está en el complejo habitacional. Los sheriffs del condado de Los Ángeles habían pasado ya una vez ese día, jodiendo a los que estaban en el parque y dando multas a los que preparaban el asado por “merodear con fines delictivos”. Tito estaba sentado con unos amigos en un garaje cuando llegaron los agentes. Como estaba en libertad condicional, se puso a correr. Un sheriff lo baleó en la espalda mientras Tito corría, y siguió disparándole aunque Tito ya estaba en el suelo; lo ejecutó frente a sus amigos y los niños del barrio.

Unos días más tarde, 50 personas marcharon desde el lugar de la ejecución de Tito hasta el ayuntamiento de Carson. Iban a entrar a la reunión ahí, pero cuando de repente se canceló la reunión, se quedaron fuera en el césped opinando y relatando sus duras experiencias. Unos agentes armados y en equipo antimotín vigilaban la comisaría al lado, mientras otros iban en patrullero a toda velocidad en la calle y detenían a cualquier conductor que tocara la bocina en apoyo a la marcha. Cuando casi arrestaron a un testigo del asesinato, los manifestantes se detuvieron e hicieron frente a los agentes hasta que lo soltaran.

El asesinato de Tito no fue ninguna anomalía. En los últimos tres meses, los sheriffs y la policía de Los Ángeles (LAPD) por sí solos han asesinado a cuando menos diez personas negras y latinas.

Racha de asesinatos por los sheriffs y el LAPD

En julio, agosto y septiembre de este año, los sheriffs de Los Ángeles y la LAPD cometieron una racha de asesinatos:

5 de julio: los sheriffs mataron a balazos a Avery Cody, Jr., de 16 años de edad, en Compton.

10 de julio: los sheriffs asesinaron a balazos por la espalda a Woodrow Player III, de 22 años, en Athens.

6 de agosto: la LAPD mató a balazos a Jessie Long, de 19 años, en el sur centro.

7 de agosto: los sheriffs mataron a balazos de Guillermo Saucedo, de 23 años, en Lynwood.

8 de agosto: los sheriffs mataron a balazos a Ezequiel “Tito” Jacobo, de 33 años, en Carson.

9 de agosto: la LAPD mató a balazos a Oran Eugene Douglas, de 37 años, en el sur centro.

El año pasado, la policía de Inglewood mató a balazos a cuatro hombres negros y latinos en un período de cuatro meses: Michael Byoune, un joven de 19 años de edad que estaba en un restaurante de hamburguesas con sus amigos y no traía arma; Rubén Walton Ortega, un joven de 23 años a quien le pegó cinco balas en un callejón aunque no traía arma; Kevin Wicks, un trabajador del correo muy respetado a quien le baleó porque en respuesta a una llamada, la policía fue por error a su casa y, al golpear la puerta de madrugada, Wicks la abrió con una pistola en la mano; y Eddie Felix Franco, un hombre sin techo a quien le pegó 47 balas en una esquina a plena luz del día, aunque tampoco traía arma.

Luego en mayo de este año, la policía de Inglewood acudió a una fiesta familiar en respuesta a una llamada por una pelea y ahí asesinó a balazos a Marcus Smith, de 31 años. Los agentes dicen que Marcus les disparó y que lo balearon en defensa propia. Los testigos dicen que Marcus ni traía arma en la mano y que la bala que le pegó en la pierna a un agente vino de los disparos de los otros policías. A los amigos y familiares indignados, que presenciaron el tiroteo en la fiesta, la policía los golpeó y esposó. La autopsia independiente demuestra que le balearon a Marcus 17 veces en la espalda.

Tras los cuatro asesinatos del año pasado, hubo protestas y marchas y demandas de una investigación. Se iniciaron cuatro investigaciones, incluida una a cargo del Departamento de Justicia que iba a examinar las políticas y los procedimientos del Departamento de Policía de Inglewood. Pero no se removió de sus tareas de patrulla a ningún policía asesino. Uno de los policías que había baleado a Michael Byoune asesinó al mes siguiente a Kevin Wicks. Otro policía de Inglewood, Zerai Massey, asesinó a un joven desarmado de 17 años en 2007, le tiró a Eddie Felix el año pasado y luego asesinó a Marcus Smith en mayo de este año. La Oficina de Revisión Independiente ahora ha sacado un informe sobre su investigación, pero el gobierno municipal de Inglewood se niega a hacerlo público, afirmando que el “secreto profesional” de los abogados protege la confidencialidad del informe sobre los policías.

El 14 de septiembre, Darrick Collins, de 36 años, iba caminando con un amigo por la entrada al garaje cuando un patrullero de los sheriffs dio la vuelta de la esquina, en busca de dos sospechosos de robo. Darrick volvió para regresar a la casa. Los agentes se metieron en la entrada y cuando Darrick no se detuvo, empezaron a dispararle. Le pegaron una bala en la nuca y dos en el costado. Más tarde, el Departamento de Sheriffs reconoció que Darrick no traía arma y tampoco fue el buscado. Tras el asesinato de Darrick Collins, los familiares y activistas fueron a colmar el ayuntamiento, demandando que se diga la verdad acerca de su asesinato y que se haga justicia.

El 19 de septiembre, los sheriffs mataron a balazos a Travion Richard, de 17 años, en Lynwood. La familia de Travion organizó una marcha que fue desde su iglesia, por el bulevar Alameda y hasta la infame comisaría de los sheriffs en Lynwood (que antes albergaba a una pandilla de sheriffs para la supremacía blanca, que se llamaron los “vikingos”). Unas personas levantaron con desafío unas pancartas caseras en que se veía una diana superpuesta sobre una figura humana, con pintura roja que salía de la cabeza y el pecho, y las palabras “Nuevo Blanco, Tire Mate”: las víctimas del asesinato policial. Mientras marchaban, los amigos y familiares de Travion, todos negros, pedían el apoyo de los latinos que iban a pie o en carro, diciéndoles que la policía mata a sus hijos también... y muchas familias latinas respondieron con simpatía, y unas relataron sus propias experiencias con la policía.

El 20 de septiembre, un día después del asesinato de Travion, los sheriffs mataron a balazos a Felipe Valdovinos, de 27 años, en Compton y a Leopoldo Huizar, de 24 años, en Norwalk.

Las autoridades justificaron los asesinatos y los noticieros repitieron las justificaciones, siendo la más común que el agente temía que lo iba a matar porque supuestamente la víctima le encañonó una pistola en algún momento de la persecución, o trató de arrebatarle el arma, o el típico pretexto cuando no hay justificación: la víctima “metió la mano en la cintura” para sacar algo. Luego la policía justifica el asesinato señalando los antecedentes criminales de la víctima  y el hecho de que estaba en libertad condicional.

De acuerdo a las leyes del propio sistema, actos como huir de la policía y la mayoría de las violaciones de la ley supuestamente no se castigan con la pena de muerte, y ni hablar de una ejecución ahí en el lugar, sin ningún proceso. Aún así, a ningún policía se le ha acusado de un delito, ni despedido ni castigado de ninguna forma. Al contrario, todo sucede al revés. Durante el mismo período que esta racha de asesinatos, el tribunal desestimó una demanda contra los policías que mataron a Suzi Peña, de dos años, y a su padre, y el equipo élite SWAT de la LAPD recibió premios por su “heroísmo” en ese incidente. El hecho de que en esencia se le da rienda suelta a la policía para hacer todo eso pone al descubierto el verdadero papel de la maquinaria del estado y su policía.

Baleado en la espalda…

La gente está indignada por esos asesinatos y en unos casos ha respondido con una resistencia importante. Pero todavía hay confusión acerca del por qué todo esto está pasando y qué es lo que demuestra en el fondo.

He aquí unos hechos. Les dispararon a Darrick Collins, Tito Jacobo y Woodrow Player III en la espalda, varias veces, mientras estaban huyendo y aunque no traían armas. Los testigos del asesinato de Tito Jacobo y Woodrow Player III afirman eso y los medios de comunicación respaldan esa versión en los tres casos. Está claro que las víctimas no estaban acercándose a la policía ni estaban amenazándola de ninguna manera.

De acuerdo a las leyes del propio sistema, la policía no debe ejecutar a una persona, disparándole, pegándola varias veces en la espalda, cuando esa persona no representa ninguna amenaza. Entonces, ¿cómo ha respondido el sistema a esta racha de asesinatos ilegales? No hubo ningún arresto de ningún policía asesino ni ningún despido de ningún policía asesino. No hubo ninguna declaración de que ciertos policías renegados se descontrolaron. Y no hubo disculpas. El jefe del sherifato Lee Baca dijo que iba a convocar una comisión especial de sus “mejores expertos en cuestiones de tiro” para examinar los tiroteos que hicieron los sheriffs y las tácticas usadas. Agregó que iba a acelerar las investigaciones de balaceras que involucraban a los sheriffs.

En los tiempos de Jim Crow en el Sur, fue ilegal —hablando estrictamente— que el Ku Klux  Klan linchara a los negros. Sin embargo, las autoridades, sea la policía local racista (blanca) o el FBI o el Departamento de Justicia, se hacían de la vista gorda ante los linchamientos, aun cuando fueran anunciados de antemano en las noticias. Sea ilegal o no, el terror sembrado por las chusmas linchadoras mantenía todo y a todos en lo que el sistema consideraba “su lugar” en la sociedad. Cada persona negra era un blanco posible y cada persona negra crecía con el temor de no saber nunca si iba a ser la próxima persona sacada de la calle o de la casa.

Hoy tenemos a la policía que patrulla los barrios, acosando a los jóvenes negros y latinos desde que empiezan a caminar. Y aunque supuestamente es ilegal que la policía asesine a la gente sin razón, lo hace una y otra vez con impunidad.

Al menos diez asesinatos policiales en el espacio de tres meses, y a nadie se le acusa de un delito. Esa no es una anomalía; no se trata de unos “policías malos” ni de unos perros racistas y sádicos. Se trata de las acciones de una fuerza armada del estado, que tiene el papel de servir y proteger a un sistema, el sistema del capitalismo-imperialismo, y sembrar una atmósfera de terror entre los oprimidos, en particular los jóvenes.

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