Revolución #184, 29 de noviembre de 2009


El Departamento de Policía de Nueva York: ¿Seguridad de la ciudad para quién?

Es indignante y decepcionante que no surgiera ni una palabra de controversia o debate tras la publicación reciente del libro, Securing the City: Inside America’s Best Counterterror Force—the NYPD (Simon and Schuster 2009) [Seguridad para la ciudad: Dentro de la mejor fuerza contraterror de Estados Unidos — el Departamento de Policía de Nueva York (DPNY)], del reportero de Newsweek Christopher Dickey, un libro que revela con claridad el pensamiento y funcionamiento tipo estado policial del DPNY y lo presenta como “modelo ejemplar” para que lo emulen otras agencias policiales.

Resumen básico del libro

En este libro, Christopher Dickey ilustra la estrategia y el enfoque del DPNY de desarrollar una doctrina y operaciones para la represión policial preventiva, juntando inteligencia extensa dentro y fuera del país (con una relación especial a la CIA), supuestamente para proteger la ciudad de Nueva York contra otro ataque al estilo del 11 de septiembre, como parte de la dizque “guerra contra el terror”. Este libro detalla los enfoques operativos que se han desarrollado para burlar las protecciones constitucionales de la Primera Enmienda (relacionada con la expresión y la religión) y la Cuarta Enmienda (relacionada con el cateo, la confiscación y la vigilancia de parte del gobierno). Esboza el modus operandi que el DPNY ha establecido muy calculadamente para socavar el “debido proceso” en general y las normas legales respecto al umbral de “causa probable” (suficientes pruebas fácticas para indicar que se haya cometido un crimen). Detalla los métodos y recursos que el DPNY ha desarrollado para vigilar, infiltrar y reclutar entre miembros de supuestas “células terroristas incipientes” donde no se ha violado ninguna ley, ni se ha establecido que haya “causa probable” clara para hacer semejante investigación; sin embargo el DPNY cree posible que tales grupos o individuos anden en malos pasos de un tipo u otro. Los casos que han llegado a ser procesados se basan en el testimonio de agentes e informantes policiales, quienes, en la mayoría de los casos, planearon e instigaron los mismos “complots” por los cuales arrestaron a los supuestos “terroristas” (más adelante se detallará la historia de uno de esos casos). Además, el DPNY utilizó los mismos métodos de vigilancia, infiltración y trastorno contra disidentes estadounidenses antes de la Convención Republicana Nacional en 2004 y durante ella. Pretextando la “guerra contra el terror”, el DPNY pidió —y recibió— carta blanca para vigilar e investigar a manifestantes y grupos de oposición sin “causa probable”, e incluso mandó agentes secretos por todo el país para espiar e infiltrar en actividades que planeaban las protestas. Durante la convención, el DPNY preventivamente detuvo y encarceló a más de 1.800 manifestantes pacíficos, muchos sin “causa probable”.

Si bien está fuera del alcance de este artículo ahondar en el tema, todas estas medidas representan, entre otras cosas, un salto muy importante en la integración de agencias de policías y de inteligencia nacionales e internacionales, entre ellas la CIA (Agencia Central de Inteligencia), a la cual hasta ahora la ley supuestamente le haya prohibido espiar a ciudadanos estadounidenses dentro de Estados Unidos o colaborar con agencias policiales locales en investigaciones y acciones policíacas.

Este libro revela cómo el gobierno, en relación con su necesidad de librar su guerra por el imperio, está adoptando medidas cada vez más abiertamente fascistas y al estilo del estado policial que burlan de facto (si bien no se han codificado aún en las leyes) los principios básicos de derechos que la constitución supuestamente garantiza. También implica la historia de una población cada vez más acomodaticia que, de varias maneras, se ha tragado el cuento y se hace cada vez más cómplice con la lógica imperialista con que racionalizan su guerra por el imperio y las medidas fascistas de opresión y represión que la acompañan.

La División de Inteligencia del DPNY: Aparato de represión del estado policial

En noviembre del 2001, el Comisionado de Policía del DPNY Ray Kelley reclutó a David Cohen para encabezar la División de Inteligencia del DPNY. Cohen era un exagente de la CIA al cual en los años ochenta lo escogió Robert Gates (entonces subdirector de la CIA que después fuera director de la CIA and actualmente es secretario de Defensa) para manejar el programa nacional de recabación de datos dentro de Estados Unidos (un programa que incluía sacar información a ciudadanos estadounidenses que viajaron a otros países y reclutar a gente de otros países que se encontraban dentro de Estados Unidos para que fueran a espiar en sus propios países). En los años noventa era jefe de la Oficina de Asuntos Globales de la CIA y luego de la Directiva de Operaciones (que incluye operaciones clandestinas). Esa era la misma “Directiva” que en los anos ochenta se encargó de organizar y financiar (con dinero que la CIA sacó del narcotráfico) a los escuadrones de la muerte de los “Contras”, una fuerza que Estados Unidos empleó para derrocar a los rebeldes nicaragüenses y que infligió el terror generalizado y cometió atrocidades horrorosas contra el pueblo de Nicaragua. Durante el período en que Cohen encabezó esa “Directiva”, estaba encargado de los esfuerzos para derrotar encubiertamente a Saddam Hussein (véase los capítulos “The Spy” (El espía) y “The Dark Side” (El lado oscuro) del libro de Dickey.)

Bajo Cohen, el DPNY estableció una relación con la CIA en la cual ésta nombraba a un agente para trabajar con Cohen en el DPNY. No se trataba de un exagente sino un empleado actual de la CIA. Dicho agente proveía a la División de Inteligencia del DPNY informes de inteligencia de la CIA desde todas partes del mundo, especialmente las interrogaciones de los miles de prisioneros agarrados por las fuerzas armadas y de inteligencia estadounidenses por todo el mundo y encerrados en mazmorras estadounidenses por todo el mundo — incluidas las interrogaciones con prisioneros torturados (Dickey, páginas 73-74). Además, como parte de esta dimensión internacional de la inteligencia del DPNY, Cohen mandó a agentes de inteligencia del DPNY a ciudades por todo el mundo para trabajar al nivel de la calle con otros policías y agencias de inteligencia que investigaban el terrorismo en diferentes países (Dickey, páginas 15-17).

Cohen y el DPNY (y su departamento contraterror) se propusieron construir una red sofisticada de espías con tentáculos que abarcaban toda la ciudad de Nueva York (y más allá). Esa máquina masiva consiste de cientos de policías y analistas de civil en la División de Inteligencia y el departamento contraterror. Solo la División de Inteligencia cuenta con 600 personas, entre ellas las que reclutaron del mundo académico. Sus analistas formulan análises de peligros y trabajan estrechamente con los policías en la calle que utilizan varias técnicas para espiar a las masas de todas las nacionalidades. El DPNY cuenta con más linguistas que ni la CIA ni el FBI. Por ejemplo, según Dickey, en 2006 el FBI contaba con 33 linguistas con “alguna competencia” en árabe, pero el DPNY contaba con el doble de ese número de agentes que hablaban árabe “con fluidez” (Dickey, páginas 141-150).

El DPNY ha sido notorio durante mucho tiempo por golpear y aterrorizar rutinariamente a las masas, especialmente los jóvenes negros y latinos; por torturar a los detenidos como Abner Louima; y por su historia sangrienta de asesinatos policiales, como de Amadou Diallo y Sean Bell. Es siniestro que ahora se esté coordinando con la CIA, que tiene su propia historia bien documentada de cometer atrocidades de lesa humanidad. Esa situación plantea agudamente la cuestión en que hay que reflexionar: ¿Cuál es la relación entre agencias como la CIA, el DPNY y agencias de policías en general por un lado, y la necesidad y los requisitos del capitalismo/imperialismo estadounidense en la guerra por el imperio, y relacionado con eso, la necesidad de controlar cada vez más implacablemente a su propia población?

Estudio de un caso: Frustrar el supuesto “complot terrorista”

El libro trata el período a partir del 11 de septiembre de 2001, pero no habla de ningún complot terrorista importante al cual lo haya descubierto o frustrado la unidad de inteligencia del DPNY durante todo ese tiempo. Un caso que sí cita es el de dos musulmanes jóvenes en el vecindario Bay Ridge en Brooklyn. Lo que pasó en ese caso es muy revelador.

La División de Inteligencia sacó de la academia de entrenamiento a un policía nacido en Bangladesh y lo mandó a Bay Ridge para espiar a la gente y buscar terroristas en potencia. Más tarde mandó allí también un informante a sueldo (al cual le pagaron $100 mil dólares), nacido en Egipto. Estos espías del DPNY cultivaron una amistad con dos musulmanes jóvenes que expresaron coraje contra los crímenes estadounidenses en Irak, especialmente tras la revelación de la tortura y el trato inhumano en Abu Ghraib. El informante a sueldo en realidad era el provocador, instigando y alentando a esos dos jóvenes en un plan para colocar una bomba en la estación del metro Herald Square. El informante a sueldo les dijo que tenía conexiones con un grupo inexistente (“The Brotherhood” — La hermandad) en el norte del estado de Nueva York que podría proporcionarles materiales y pericia (de los cuales los jóvenes carecían por completo). En otras palabras, antes del contacto con ese policía provocador, no hubo ninguna causa probable por la investigación, infiltración o vigilancia de esos jóvenes, mucho menos su arresto. Igual a mucha gente en este país y a través del mundo, les dio un coraje justificado los crímenes cometidos por Estados Unidos, los condenaban a voz en cuello y expresaban su deseo de venganza por dichos crímenes. Es decir, según cuenta el libro, su comportamiento, anterior a la intervención policíaca y la conspiración orquestada por la policía, se trataba de los tipos de expresión supuestamente protegidos por la Primera Enmienda.

Estos jóvenes no solo carecían de experiencia sino que era claro (en las conversaciones grabadas secretamente por el provocador) que no querían matar a nadie y en cierto punto incluso trataron de abandonar toda forma de participación en el complot —uno de los jóvenes hasta habló de tener que sacarle permiso a su mamá— pero el provocador los retó a que continuaran. Se valió de la manipulación sicológica y la coacción para hacerles continuar con ese “plan” y “conspiración” y, al final, dos días antes de la Convención Republicana Nacional en agosto de 2004, el DPNY arrestó a los dos.

Lo que no era más que un “complot terrorista” fabricado y patrocinado por el gobierno (siendo el agente policíaco la fuerza motriz de la dizque conspiración) lo aprovecharon no solamente para proclamar las supuestas proezas de las unidades antiterror del DPNY sino tambíen reafirmar el discurso propagandístico que el DPNY (y otros) fomentan sobre el supuesto peligro del “terrorismo interno”.

De nuevo, hay que reflexionar: Si se tratara de países como Rusia, China o Irán, la mayoría de la gente estaría de acuerdo inmediatamente que un aparato que espia y atrapa a ciudadanos de esa manera representa alguna forma de estado policial — pero cuando la mismísima represión ocurre en Estados Unidos, demasiada gente no quiere reconocerla como tal.

La demagogia, el instrumentalismo y el engaño... aprovechar la “guerra contra el terror” para acrecentar los instrumentos de la represión — estudio de un caso: la Convención Republicana Nacional del 2004

En los principios del 2003, la unidad de Inteligencia del DPNY estableció una unidad especial para la Convención Nacional Republicana (CNR). Esa unidad mandó a agentes policiales secretos a otros estados (además de Nueva York) para infiltrar y espiar a varios grupos que planeaban acudir a la ciudad de Nueva York durante la CNR del 2004 para protestar contra los crímenes del gobierno de Bush. Sin embargo, para poder hacerlo el DPNY tenía que lidiar con restricciones jurídicas que se le había impuesto debido al espionaje indignante e ilegal que cometieron los “escuadrones anticomunistas” del DPNY durante los años sesenta. En septiembre de 2002 el DPNY pidió a la corte anular esas restricciones, conocidas como las directrices Handschu. David Cohen, jefe de la División de Inteligencia del DPNY, entabló en una declaración jurada: “... dada la variedad de actividades en las cuales los miembros de una célula inactiva puedan estar involucrados durante el largo período de preparación para un acto de terrorismo, el DPNY debe tener disponibles todos los recursos para investigar asuntos de actividad política y otros relacionados a la inteligencia” (Dickey, p. 186). El tribunal estaba de acuerdo y revocó las normas Handschu; dijo que el DPNY podía hacer “investigaciones” basadas en las normas federales instituidas tras el 11 de septiembre (en la Ley Patriota), que habían suavizado significativamente los elementos de causa probable necesarios para iniciar una investigación, o sea, para espiar a los que denuncian, oponen resistencia y protestan contra los crímenes del gobierno.

De esa manera el tribunal minó seriamente una garantía constitucional básica: la necesidad de tener “causa probable” es una doctrina importantísima del derecho estadounidense, pues estipula que 1) tal intrusión en los derechos de un ciudadano tiene que basarse en hechos o evidencias concretos, específicos y verificables que indiquen que se ha cometido un delito (al contrario de tener un “presentimiento” de que es posible que se haya cometido un delito); y 2) las agencias del orden necesitan llevar tal evidencia ante el juez y obtener alguna forma de permiso para llevar a cabo la investigación, sea mediante el espionaje, el registro de la persona o de su propiedad, o el arresto. En este caso, el DPNY pidió permiso y el tribunal lo autorizó para llevar a cabo amplio espionaje contra los ciudadanos, sin basarse en ninguna evidencia concreta ni específica de que alguno de los varios grupos en los 14 estados pudiera estar preparándose para cometer un delito, sino solamente en las opiniones y tendencias políticas de dichos grupos y personas. Cabe mencionar que estos derechos constitucionales son violados cada día, en particular en los centros urbanos del país donde por el simple capricho de cualquier policía local son detenidos y registrados regularmente los jóvenes de las nacionalidades que el gobierno oprime, y regularmente son golpeados sin razón alguna (excepto la de “sembrar terror y mantenerlos en su lugar”) y, además, los policías han asesinado sin justificación a centenares de ellos (pero siempre salen impunes y a veces les dan un ascenso por esos homicidios). A pesar de todo eso, minar el concepto de “causa probable” de esta manera es romper más generalizada y abiertamente con ciertas normas legales, y es significativo en el sentido de que representa un paso importante en la dirección de criminalizar a los que cuestionan los fundamentos del rumbo y la legitimidad del imperio capitalista-imperialista y su estructura estatal, y que les oponen resistencia.

Con esta decisión de la corte, la División de Inteligencia del DPNY envió a sus espías a al menos 13 estados más (sin incluir a Nueva York) y también a Montreal, Canadá. Usando una decisión de la corte basada en un argumento para prevenir “actos de terror”, los espías del DPNY infiltraron grupos de protesta pacíficos por todo el país1 . Esta es una confusión de tipo Orwell de las protecciones de formas de expresión con el terrorismo. No se puede dejar que llegue a ser una nueva norma en la cual la protección de formas de expresión o las auténticas luchas de liberación del pueblo sean calumniadas como “terroristas”.

Además, el DPNY llevó a cabo arrestos en masa preventivos; detuvo a más de 1.800 personas en la Convención Nacional Republicana y tuvieron a muchas de ellas presas uno o dos días (para impedir que regresaran a la manifestación) en una estructura destartalada y no higiénica en el Embarcadero 57 que algunos en los medios establecidos burgueses llegaron a llamar “el Guantánamo en el río Hudson”. Nótese que el 90% de los casos fueron anulados por las cortes o desestimados por el fiscal del distrito.

(Las leyes represivas de tipo estado policial aprobadas después del 11-S, las que usan el pretexto del peligro del terrorismo para reprimir y perseguir injusta y severamente a aquellos que disientan y protesten, también fueron usadas contra los organizadores de protestas durante la Convención Nacional Republicana en 2008 en Minneapolis y St. Paul2 .)

En sus propias palabras…

Lo que sobresale en este libro es qué tan calculadora es la División de Inteligencia del DPNY (y Ray Kelley, inspector del DPNY) al diseñar este aparato de tipo estado policial precisamente para minar normas básicas establecidas en este país en cuanto al debido proceso legal. “El debido proceso legal” se refiere al requisito legal en Estados Unidos que a nadie “se le privará de la vida, la libertad o la propiedad sin el debido proceso legal”. Esta es una doctrina formal e integral de la ley de este país consagrada en las Quinta y Decimocuarta Enmiendas de la Constitución de los Estados Unidos. Un hilo básico que recorre todo el libro es cómo el DPNY ha forjado un “nuevo modelo para la recabación de información en el territorio nacional”. El argumento básico que sustenta este “nuevo modelo” es que la policía, el FBI, etcétera no deberían tener que seguir ningún debido proceso legal y que deberían tener la libertad para recolectar información de entre el pueblo y hacer su propio análisis de lo que puede ser y no puede ser una amenaza potencial y luego actuar en consecuencia.

Este argumento básico se concentra en el testimonio en el Congreso de 2007 de Larry Sánchez, el ex enlace de la CIA al DPNY y asistente inspector del DPNY. Esto se cuenta en el libro de Dickey (pp. 236-239). En testimonio que explica cómo el DPNY se justifica su falta de respeto hacia el “debido proceso”, Sánchez habla acerca de patrones de conducta “que la mayoría de las personas diría que no eran criminales, que eran inofensivos”, que se puede considerar que cuentan con “la protección en los derechos estipulados en las Primera y Cuarta Enmiendas”—pero que a los ojos del DPNY podrían ser en realidad “precursores potenciales del terrorismo”… “La Ciudad de Nueva York de hecho ha creado sus propios métodos para conocerlos mejor, para poder identificarlos y para poder juzgar si deberíamos preocuparnos por estas cosas. Yo… en un foro más cerrado podría entrar en mucho más detalle, Senadores…”. Sánchez también habla de la práctica del DPNY de arrestar a personas por cargos falsos con el propósito de hacer que bajo coacción se conviertan en informantes. Respecto a las restricciones constitucionales sobre el FBI Sánchez dice: “Al FBI le va a costar muchísimo más trabajo… [cuando es posible que las acciones observadas no alcancen] una norma de criminalidad que se necesitara si su objetivo principal es encarcelarlos”. Dickey resume las implicaciones del testimonio de Sánchez: “Si es necesario, es posible arrestar a un tipo por haber ocupado dos lugares [en el metro]. Primero identificar a un/a informante en potencia y luego decirle que tiene que elegir entre ser encarcelado/a o cooperar, y hay una buena posibilidad que escoja la segunda opción”.

Dickey le entrevista a un agente del FBI que se queja de los métodos del DPNY: “Hacen cosas que serían motivo para arrestarnos por haberlas hecho”. Este agente se queja de que la unidad de inteligencia del DPNY opera fuera de las reglas y leyes impuestas sobre los agentes federales. Según este agente del FBI: “La constitución se aplica a todos. La Primera Enmienda que garantiza la libertad de expresión y religión y la Cuarta Enmienda que nos protege contra las pesquisas y aprehensiones arbitrarias todavía se aplican a cualquier persona que lleva una placa de policía”. Además, el agente se queja de que el DPNY se ha infiltrado en grupos en todas partes del país y hasta ha colocado localizadores en los carros de ciertos individuos y los han seguido por helicóptero sin orden judicial (Dickey, pp. 157-159). [Una nota: el libro pone en claro que hay tensiones entre el DPNY y el FBI que al parecer principalmente tienen relación a las batallas “territoriales” y que es posible que debido a estas tensiones, este agente del FBI estaba alegando estas cosas. Pero debe quedar en claro que el FBI mismo tiene una triste historia hasta el presente de hacer exactamente las mismas cosas que hace el DPNY de las que se queja el agente.]

Seguridad de la ciudad con qué propósito y para quiénes...

Al informar sobre todo eso, Dickey se basa en la perspectiva de que hay que ver la guerra estadounidense de imperio como una “guerra contra el terror”, y que esa guerra supone para el gobierno el reto de cómo proteger a la población contra el terrorismo; y, por lo tanto, plantea la tesis de que para proteger a la población contra el terrorismo, es necesario minar ciertas normas constitucionales básicas e instituir más leyes y aplicar más métodos de “mantenimiento del orden” propios de un estado policial fascista. Sostiene eso al mismo tiempo que ofrece unas críticas a la forma en que el régimen de Bush libró la “guerra mundial contra el terror”, porque “ayudó a suscitar en todo el mundo un odio violento hacia los estadounidenses”.

Para desentrañar la maraña de engaños e ilusiones que dicha perspectiva implica, empecemos por identificar y desmentir unos de sus aspectos fundamentales. En primer lugar, la “guerra contra el terror” es en verdad una guerra de imperio. Aunque se bautizó así bajo Bush y Cheney, Obama sigue adelante con el concepto, a pesar de no pregonarlo con las mismas formas. Vemos muchísima demagogia (manipulación de la opinión pública por medio de infundir temor) e instrumentalismo en torno a eso; es decir, se utiliza la amenaza de ataques terroristas para justificar cada nueva acción militar, cada paso hacia la intensificación de la represión en el territorio nacional o la continuación de los crímenes del gobierno de Bush, como la detención indefinida, la tortura, Guantánamo, los programas de espionaje en el territorio nacional, etc. Al mismo tiempo es importante captar que el fenómeno del fundamentalismo islámico de hecho pone obstáculos reales para los objetivos estratégicos de Estados Unidos3 . Sin embargo, “esencialmente la ‘guerra contra el terror’ es un programa imperialista que, entre otras cosas, busca borrar y desviar la atención (incluso de gente que no se debería dejar engatusar) para que no se examinen las profundas disparidades y las relaciones opresivas que existen en distintas sociedades y, especialmente, a nivel mundial, bajo la dominación del sistema imperialista y en particular el imperialismo estadounidense, que se jacta de ser ‘la única superpotencia mundial’ y está resuelto a defender esa posición” (Bob Avakian, Forjar otro camino, RCP Publications, 2007, pp. 25-26).

Segundo, no debemos tener ninguna ilusión de que alguna de esas medidas de estado policial tenga su raíz en una preocupación por la seguridad de la población de Nueva York. El grado en que el gobierno se preocupe un tanto por la muerte de sus ciudadanos o un ataque a las ciudades debido al terrorismo se relaciona fundamentalmente a la posibilidad de perder la lealtad de la población y lo de no querer trastornar el funcionamiento básico del sistema. La Ciudad de Nueva York desempeña un papel crucial como sede financiera, política, cultural y mediática dentro del imperio estadounidense, y tiene una enorme importancia estratégica para el funcionamiento y la imagen que se tiene del imperialismo estadounidense. Eso es lo que el DPNY (y el aparato de seguridad en general) está protegiendo, y no a los habitantes de la ciudad.

Tercero, para los que se devanan los sesos queriendo saber si estos son los tiempos que requieren limitar las garantías constitucionales y los derechos civiles para salvaguardar la seguridad civil, es importante captar que cuando el DPNY usa la Ley Patriota para eliminar las restricciones que la necesidad de tener “causa probable” impone a su espionaje e infiltración de la resistencia en este país; cuando tilda de “terroristas” a los que se oponen al gobierno y lo desobedecen y luego, valiéndose de esa acusación, ataca las protestas y las rebeliones; cuando acusa y condena injustamente a jóvenes musulmanes que alzan la voz contra los crímenes de Estados Unidos, y hace lo mismo contra los manifestantes y los que oponen resistencia aquí en el país; cuando arresta preventivamente a casi dos mil manifestantes opuestos al rumbo y a las políticas del gobierno de Bush: lo hace con el fin de proteger el sistema contra varias formas de resistencia y rebelión en el territorio nacional. Tenemos que estar claros en esto: no está quitando esos derechos en beneficio de la seguridad de la población; los está quitando como parte de fortalecer el aparato represivo del estado a fin de debilitar nuestra capacidad de oponernos, de un modo significativo, a los crímenes que este gobierno comete (en este país y por todo el mundo); y para minar nuestra capacidad de luchar contra tal represión. En realidad, esos derechos son ilusorios, en el sentido de que un estado que existe para beneficiar y reforzar el capitalismo-imperialismo, en últimas instancias abolirá esos derechos, de una manera u otra, sea formalmente o de facto, o criminalizará las formas de resistencia que se han apoyado en esos derechos como elementos fundamentales para poder luchar contra el sistema4 . Esta verdad básica ya se ha ilustrado muchísimas veces en la historia del país.

Aunque el autor parte del punto de vista de los intereses del sistema, vale la pena estudiar el libro Securing the City: Inside America’s Best Counterterror Force — the NYPD como una viva denuncia de cómo funciona el sistema en realidad,y también para captar más profunda y científicamente los retos que enfrentan las personas que (con varios puntos de vista y programas) tienen las ganas y la determinación de oponer resistencia a los crímenes de este sistema y a la falta de esperanza alguna que este sistema representa para las masas humanas.

La parte 2 saldrá en Revolución #185.

Notas

1. Estos estados citados en la página 186 del libro de Dickey, son California, Connecticut, Florida, Georgia, Illinois, Massachussets, Michigan, New Hampshire, Nuevo México, Oregón, Tennessee y Texas, además de Washington, D.C. [regresa]

2. “Lucha contra la criminalización de la protesta: La persecución política de los 8 de la CNR”, parte 1, Revolución #159, 22 de marzo de 2009; parte 2, Revolución #161, 12 de abril de 2009. [regresa]

3. Esas fuerzas fundamentalistas islámicas sí usan métodos y tácticas terroristas y sí atacan adrede a personas civiles. Además, hay que reconocer que las formaciones sociales que esas fuerzas representan encarnan fuerzas de clase y programas ideológicos que son anticuados y reaccionarios y que no benefician los intereses de la humanidad, y que al grado en que controlan una sociedad, ese control representa una gran pesadilla para la humanidad. Al mismo tiempo, hay que reconocer que Estados Unidos, históricamente así como en la “guerra contra el terror”, ha cometido crímenes en una escala muchísima mayor que las fuerzas fundamentalistas teócratas del mundo y es, con mucho, el mayor peligro para la humanidad... pero, para ser claro, los dos —Estados Unidos y las fuerzas fundamentalistas teocráticas— son enormes pesadillas para la humanidad. Para ver una discusión más a fondo de esas cuestiones, es necesario e importante estudiar Forjar otro camino de Bob Avakian. Léalo en su totalidad, pero unas secciones que vienen particularmente al caso son: “La ‘guerra contra el terror’: Lo que está pasando de veras… y por qué”, y “Rechazar y zafarse del marco de la ‘guerra contra el terror’”. [regresa]

4. Vea Forjar otro camino de Bob Avakian, “Ataques contra aspectos fundamentales de la historia de Estados Unidos”. [regresa]

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