Revolución #210, 29 de agosto de 2010


Inundaciones en Pakistán: Un desastre tras otro

Una inundación de proporciones descomunales está devastando al país de Pakistán y la población. Las fuertes lluvias, llamadas monzones, siempre son algo esperado en estos meses del año en el sur de Asia. Pero al fin de julio y principios de agosto del presente, más de la mitad de la lluvia anual normal de los monzones cubrió a Pakistán en solamente una semana, aunque por lo común la temporada dura tres meses. El caudal del gran río de Pakistán, el Indo, crece a niveles récord y gigantescas cantidades de agua desbordaron las orillas.

Los monzones afectaron primero y más fuertemente al norte y noroeste del país. Miles de aldeas y pueblos quedaron completamente anegados. En muchos caminos no hay paso y el agua se llevó los puentes. Han muerto innumerables búfalos y otro ganado, de los cuales los moradores del campo dependen. Vastas extensiones de cultivos en el campo y comida en bodegas han resultado arruinadas. Escuelas y hospitales han resultado destruidos.

De los más afectados son los más de 1.5 millones de refugiados que huyeron de la zozobra y las guerras sucesivas en Afganistán, hacinados en los campamentos del noroeste de Pakistán. Algunos llevan hasta 30 años ahí. Cientos de miles de estos afganis han perdido todas sus pertenencias en las inundaciones, incluso sus tarjetas de “prueba de inscripción” que avalan su status de refugiado, de modo que ahora están en una situación muy tenue (semejante a los inmigrantes indocumentados en Estados Unidos que viven bajo la constante amenaza de redadas y deportaciones).

Con el avance de las crecidas de los ríos hacia el sur y la continuación de las lluvias, las inundaciones se han extendido a las provincias más densamente pobladas del Pendjab y Sindh y han afectado a millones de personas en grandes ciudades así como en el campo. Se informa que se espera otra tanda de inundaciones. En estos momentos, se informa que un quinto de la masa terrestre del país está bajo agua y las inundaciones han afectado directamente a 20 millones de personas.

La cifra oficial de muertes es de menos de dos mil en este momento, pero nadie sabe la verdadera cifra, pues todavía no es posible llegar a muchas de las regiones anegadas. No obstante, la catástrofe sólo ha empezado. Existen temores fundados de que la escasez de agua potable y los otros efectos de las inundaciones propiciarán brotes de enfermedades en masa como cólera, malaria, males respiratorios y de la piel y diarrea que podrían dejar a muchos más muertos. Sin duda la escasez de alimentos, durante los próximos días y semanas y a largo plazo, causará nuevos niveles de sufrimiento en un país en que antes del desastre, tres cuartos de la población ya vivían de dos dólares al día. Una mujer de 40 años varada en un camino con cientos de personas más en la provincia de Sindh le dijo a un diario paquistaní: “No tengo utensilios, comida para mis hijos ni dinero. Logramos huir de las aguas pero el hambre podría matarnos”.

Muchas personas dicen que no han recibido ayuda del gobierno ni del ejército. Un activista de derechos humanos de Pakistán que colabora en las labores de socorro en el valle Swat señaló que “no había suficientes helicópteros para rescatar gente ni suficiente botes. En caso de una inundación, ¡hay que tener botes!... No tenemos suficientes botes, ni de la clase que se requiere para salvar vidas”.

Los imperialistas estadounidenses están observando alarmados la situación de Pakistán, pero NO tienen ninguna preocupación genuina por la suerte de la población de este país oprimido. Pakistán es un importante puesto de avanzada militar para Estados Unidos, ubicado en una región muy estratégica del mundo, que linda con Afganistán, donde hoy Estados Unidos intensifica la guerra; con Irán, que Estados Unidos sigue amenazando con acciones militares; y con India, un país con mil millones de habitantes. Para los gobernantes estadounidenses, conservar el control de la situación de Pakistán afecta muchísimo su imperio entero y sus conflictos entre varios rivales y contendientes. Por eso desde el 11 de septiembre de 2001, ha estado vertiendo miles de millones de dólares de ayuda militar en Pakistán, para convertir al ejército ahí en el séptimo del mundo (con armas nucleares en su arsenal), a la vez que la mayoría de la población vive en condiciones de pobreza extrema. A su vez, los imperialistas estadounidenses están asumiendo un papel cada vez más directo en ese país. Desde que entró en funciones, Obama ha intensificado de manera importante su guerra de contrainsurgencia en Pakistán en contra de las fuerzas fundamentalistas islámicas, mediante operativos militares de la CIA y fuerzas especiales y ataques misilísticos lanzados desde aviones no tripulados. Dichos ataques han matado a muchas personas en aldeas del campo, incluso niños, que no son parte de ningún grupo fundamentalista.

La secretaria de Estado de Obama, Hillary Clinton, con mucho bombo y platillos anunció que Estados Unidos enviará 140 millones de dólares de ayuda a Pakistán por la inundación. Pero dicha cantidad es decenas de millones de dólares menos de lo que gasta en un día para la guerra de Afganistán. (Cabe señalar que Estados Unidos prometió 1.2 mil millones de dólares de ayuda poco después del terremoto en Haití en enero, no ha entregado ni un centavo en los últimos siete meses.) Y los 140 millones es una cantidad minúscula en comparación con el paquete de “ayuda” de 7.5 mil millones para Pakistán que el Congreso estadounidense aprobó y Obama ratificó hace diez meses, con el propósito de apuntalar al reaccionario régimen de Pakistán, sobre todo el ejército.

De aún más importancia fundamental, los dólares y helicópteros y personal militar que Estados Unidos están desplegando en el Pakistán anegado NO son parte de un esfuerzo total para salvar a gente. Al contrario, su propósito es proteger y promover los intereses y planes del imperialismo estadounidense en toda esta región.

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