Revolución #274, 8 de julio de 2012


Las elecciones presidenciales de Egipto: La emancipación no estaba en la papeleta

Dieciséis meses después de la sublevación del pueblo egipcio que echó del poder al odiado títere de Estados Unidos, Hosni Mubarak, el país ha elegido a un nuevo presidente. El domingo 24 de junio de 2012, una semana después de las elecciones preliminares del 16 y 17 de junio, el Comité Constitucional designó al general Mohammed Morsi, del grupo islamista Hermanos Musulmanes (Sociedad de los Hermanos Musulmanes), el ganador sobre el ex general Ahmed Shafik. El ejército egipcio, que lleva los últimos 52 años manejando al país, apoyaba la candidatura de Shafik.

El gobierno y medios informativos de Estados Unidos llamaron la votación "las primeras elecciones libres y justas" de Egipto. Los Hermanos Musulmanes, el ejército egipcio y el gobierno estadounidense, el que había estado involucrado de cerca en los sucesos, alabaron el resultado como una victoria para "la democracia", la transición del gobierno militar al control civil y un gran paso para satisfacer las aspiraciones de los 90 millones de egipcios y para completar su revolución.

Quizá estas elecciones sirvieran a la agenda de los defensores del orden social intolerable de Egipto, incluido Estados Unidos, al menos por ahora. Pero para el pueblo egipcio, no ofrecerá ni abrirá posibilidades para ningún cambio de importancia. Al contrario, no representa sino otra maniobra para mantenerles las cadenas de la opresión fuertemente sujetas alrededor del cuello.

Esta votación, y los previos 16 meses de transición, incluido el ejercicio del control decisivo sobre el aparato del estado del 13 al 17 de junio de parte del ejército egipcio justo antes de estas recientes elecciones, demostraron con claridad de qué se tratan y no tratan las elecciones bajo el dominio de los opresores y la democracia avalada por Estados Unidos. Demuestran que las elecciones no deciden el poder del estado, pues éste decide los términos y resultados globales de las elecciones. Las clases dominantes nunca ponen a voto la naturaleza fundamental de la sociedad y la forma de gobierno.

Al contrario, los gobernantes egipcios se dedicaron a utilizar las elecciones para encausar las esperanzas, sueños y activismo del pueblo hacia callejones políticos sin salida y para legitimar, o legitimar de nuevo, el mismo sistema que lo abusaba y atormentaba. Estas elecciones eran un ejemplo perfecto: le ofrecieron al pueblo la "opción" entre dos opresores reaccionarios y anticuados: el uno un opresor islámico fundamentalista y el otro un representante del ejército egipcio pro-estadounidense empapado de sangre, siendo ambos parte del actual estatus quo horroroso. La emancipación no estaba en la papeleta.

Si estos últimos 16 meses les enseñaran algo a los oprimidos, seguro la lección sería que éstos jamás obtendrán su liberación mediante las elecciones. Para obtener dicha liberación, se necesita una auténtica revolución, una revolución comunista con el objetivo de la emancipación de toda la humanidad para obtener dicha liberación. Una revolución que Egipto no ha tenido pero que le urge mucho. Para que eso suceda, la tarea más crucial es la formación de una dirigencia y organización capaces de aprovechar las tormentas por venir y liderar tal revolución. (Vea la declaración de Bob Avakian, "Egipto 2011: Millones se han puesto de pie con heroísmo… el futuro está por escribirse", Revolución en línea, 12 de febrero de 2011.)

Febrero 2011: Un odiado dictador forzado a dimitir

La vida durante los 30 años del reino de Mubarak con el aval de Estados Unidos fue un horror, para los egipcios y para los millones de personas a lo largo del Medio Oriente que sufría por la complicidad de su régimen en los crímenes, intervenciones y dominación política y económica de Estados Unidos e Israel. El Egipto de Mubarak era una sociedad de clases altamente estratificada, patriarcal y socialmente opresiva y un engranaje clave en el imperio estadounidense. Fue un agente armado de los intereses estadounidenses en la región, en particular por su apoyo y protección a Israel.

Mientras que una minúscula elite agrupada en torno al ejército y vinculada al capital extranjero cobraba poder y enormes riquezas, cuatro de cada diez egipcios vivían cerca del umbral de la pobreza o debajo del mismo; muchas familias se esforzaban para subsistir con dos dólares al día. Tres de cada cuatro egipcios no tenían trabajo y la mitad de los 18 millones de habitantes de El Cairo vivían en tugurios o pueblos jóvenes sin servicios básicos. Para colmo, parecía que no era posible sacudir el control de Mubarak, una pesadilla sin fin. (Vea más al respecto en: "Entrevista a Raymond Lotta sobre los sucesos en Egipto: La geopolítica, la economía política y ‘No existe ninguna necesidad permanente’", Revolución #225, 27 de febrero de 2011.)

Luego, vino el enero de 2011. De repente, como si de la nada, millones de egipcios se sublevaron con valor. Hartos de la vida bajo Mubarak e inspirados por el levantamiento en el vecino Túnez en enero, los egipcios se tomaron las calles en una racha de enormes manifestaciones, paros laborales y choques con el ejército que obligaron a Mubarak a dimir el 11 de febrero. Esa poderosa sublevación en el líder y el mayor país (con 90 millones de habitantes) del mundo árabe sacudió al Medio Oriente, despejó el imperante sentimiento de desesperanza de que las autocracias del mundo son todopoderosas y es imposible desafiarlas y propagó la chispa de la rebelión por todas partes, y hasta contribuyó a inspirar al movimiento Ocupar en Estados Unidos.

Pero no se dio ninguna revolución egipcia. Cuando ante el levantamiento en ascenso y las presiones de Estados Unidos Mubarak fue obligado a dimitir, con todas las formalidades entregó el poder al Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas (SCAF), el mismo organismo del cual él había salido, que formó el núcleo del estado egipcio y su régimen y que tiene profundos lazos con Estados Unidos. Al mando del mariscal de campo Hussein Tantawi (con adiestramiento en Estados Unidos), los generales juramentaron su lealtad al pueblo y a la "revolución", y a una transición pacífica a la democracia y al gobierno civil. Sus amos estadounidenses alabaron a los generales egipcios y su juramento como un modelo para la transición al gobierno democrático en toda la región. La mayoría de la gente común se dejó llevar por la esperanza de que la salida de Mubarak lo cambiara todo, que el ejército cumpliera sus promesas y que la libertad estuviera a la mano. Las multitudes corearon: "El Ejército y el pueblo son una mano".

Un complejo choque de fuerzas anticuadas

Mubarak se fue, pero el núcleo represor del viejo estado reaccionario —el ejército, las cortes y el poder judicial— nunca fue derrotado y desmantelado. Al contrario, permaneció en el poder e intacto. No obstante, los generales y sus amos estadounidenses entendían que el régimen no pudiera continuar como antes de que el país resultara estremecido por las rebeliones de masas y los millones de personas empezaran a despertar a la vida política. Se necesitaba cambiar su cara e incorporar a otras fuerzas sociales a fin de conservar su legitimidad, estabilidad y capacidad de seguir funcionando como aliado regional crucial de Estados Unidos. Ahora los gobernantes militares tuvieron que ver cómo conservar su control de las palancas esenciales del poder y a la vez legitimar de nuevo al estado y amarrar las esperanzas y energías del pueblo egipcio en pos de ese fin.

Por eso, era necesario abrir un poco unos espacios políticos en el país, lo que incluyó la despenalización de los Hermanos Musulmanes y otras fuerzas políticas. (El estado egipcio promovía al islam y se apoyaba en éste como herramienta de legitimación y fomentó el crecimiento de las fuerzas islamistas a fin de socavar a la izquierda laica en ciertos momentos y en otros, le apretó las clavijas. (Vea Samuel Albert, "Egypt: Will god and the ballot box keep the people enslaved?", A World to Win News Service, 25 de junio de 2012.)

Tras la caída de Mubarak, los Hermanos Musulmanes y otros grupos islamistas han surgido como el componente más fuerte y más organizado de la oposición anti-Mubarak. No son más representativos del pueblo y la liberación que el ejército egipcio. Los Hermanos Musulmanes promueven el capitalismo de mercado y no tienen ningún programa (ni intención) de romper con el sistema capitalista global y el mercado mundial. Aunque en la actualidad no piden un gobierno islamista abierto, desde su formación hace 84 años ha pedido que la retrógrada ley sharia islámica fuera la base de las costumbres sociales y legitimidad, entre ellas sus brutales restricciones patriarcales contra las mujeres. Aunque quizá los Hermanos Musulmanes atraigan a unos defensores desde diferentes capas sociales, su programa representa los intereses de los grandes capitalistas y terratenientes del país, entre ellos, las fuerzas que se sentían marginadas por la camarilla del ejército y Mubarak y temían el rápido proceso de cambios laicos que socavaba el tradicional orden social del país. Sus intereses generales corresponden a la integración y subordinación de Egipto al orden global dominado por Estados Unidos.

Durante los últimos 16 meses, los Hermanos Musulmanes han colaborado con el SCAF, el que ha seguido brutalizando a sus oponentes y ha matado a unos 150 manifestantes, y que se informa ha fraguado un "acuerdo provisional para compartir el poder", según el cual los Hermanos Musulmanes aceptaran trabajar con el ejército en materia de asuntos de seguridad nacional y aceptaran no someter a proceso a los oficiales militares ni interferir en los privilegios presupuestarios y comerciales del ejército. Como elemento clave de estas negociaciones, los Hermanos Musulmanes aceptaron defender los Acuerdos del Campo David de 1979 con Israel, los que en esencia convirtieron a Egipto en un aliado y baluarte militar para Estados Unidos e Israel y que es una piedra angular de los intereses del imperialismo estadounidense en la región. Para conseguir la aceptación de Estados Unidos, acatar este tratado reaccionario es una prueba decisiva para cualquiera que aspirara al puesto de mando, y los Hermanos Musulmanes han pasado la prueba. (Vea "Declaration of Winner Is Said to Be Near in Egypt", New York Times, 23 de junio de 2012.)

Por ende, en Egipto el choque regional entre el imperialismo y el fundamentalismo islámico se manifiesta en la compleja confabulación y contienda entre el ejército y los Hermanos Musulmanes por ejercer el poder estatal reaccionario, lo que ilustra la manera en que estas fuerzas anticuadas se refuerzan mutuamente a la vez que se enfrentan las unas contra las otras.

Del 13 al 17 de junio… "Una crisis de legitimidad a cada paso"

Desde febrero de 2011, se han celebrado cuatro votaciones nacionales distintas. En marzo de 2011, los egipcios votaron en un referendo nacional sobre una "hoja de ruta de transición hacia un gobierno democrático y civil", en las palabras del ejército, en el que el 77 por ciento votaron a favor. En noviembre de 2011, Egipto celebró sus primeras elecciones parlamentarias post-levantamiento, en que los partidos islamistas obtuvieron tres cuartos de los escaños. Del 23 al 24 de mayo del presente, Egipto celebró sus primeras elecciones presidenciales post-Mubarak. Y el 17 de junio, se celebró la segunda vuelta de las elecciones presidenciales entre Mohammed Morsi de los Hermanos Musulmanes y Ahmed Shafik, el último primer ministro bajo Mubarak.

A lo largo de este proceso, el ejército y la comisión electoral designada por Mubarak habían fijado los términos, como el de decidir quiénes podrían postularse a los cargos y quiénes no. Pero el dominio de los Hermanos Musulmanes en el parlamento y la redacción de una nueva constitución, su decisión de postular un candidato presidencial y luego el gran porcentaje de votos por Morsi en la primera vuelta de las elecciones presidenciales el 23 y 24 de mayo aumentaron las tensiones con el ejército. "Claramente, el ejército debió haber adivinado que se movía velozmente el tapete del equilibrio de poder debajo de sus pies…", le dijo un analista al Christian Science Monitor ("Is Egypt's revolution over?", 22 de junio de 2012).

Por lo tanto, el 13, 14 y 17 de junio del presente, justo antes y hasta durante la segunda vuelta de las elecciones presidenciales del 17 de junio, el triunvirato del poder estatal egipcio —el ejército, el Ministro de Justicia y la Suprema Corte Constitucional— emitieron varios decretos que le otorgaron al SCAF amplísimos poderes militares, judiciales y legislativos sin freno.

Primero, el Ministro de Justicia emitió un decreto que le otorga al ejército y a la policía el derecho de arrestar a quienquiera que estiman que sea "perjudicial para el gobierno" o que "no acate órdenes". El corresponsal Sharif Abdel Kouddous, de Democracy Now!, lo describió como un regreso a los "elementos de ley marcial a Egipto", los que "le conceden al ejército amplios poderes de arresto y detención de civiles" (Democracy Now!, 15 de junio de 2012).

Al día siguiente, el jueves 14 de junio, la Suprema Corte Constitucional, una reliquia del régimen de Mubarak, disolvió al parlamento dominado por los islamistas y la Asamblea Constituyente que acababa de formar con el fin de redactar una nueva constitución y falló que los ex oficiales de Mubarak, en particular Ahmed Shafik, el favorito del ejército, efectivamente pudieran postularse en las elecciones y ocupar cargos. "La disolución del parlamento ha borrado las elecciones legislativas en que participaron 30 millones de personas", escribió el Grupo Internacional de Crisis (ICG) ("Media Release: Egypt", International Crisis Group, 25 de junio de 2012).

El 17 de junio, poco antes del cierre de las urnas, el SCAF emitió un decreto que le otorgaría el derecho de gobernar hasta que el nuevo parlamento esté en sesión, el control sobre el presupuesto y la legislación, el derecho de elegir una nueva Asamblea Constituyente con la que redactar la nueva constitución, mayores poderes económicos y políticos y de mayor importancia, el control total sobre las actividades del ejército y de las fuerzas del orden interno, incluyendo la selección de líderes militares y de tener el poder final de decidir sobre el despliegue de las fuerzas armadas y si librar guerras.

Kouddous, de Democracy Now! (15 de junio de 2012), describió las decisiones del 13 y 14 de junio como "monumentales" y la transición de 16 meses como "una crisis de legitimidad a cada paso":

"Pasamos tres meses yendo a las elecciones parlamentarias y ahora de plano las han borrado. No se dio ninguna reforma del aparato de seguridad, ninguna de los medios de comunicación, ninguna del poder judicial. Por eso, en realidad, el régimen de Mubarak todavía está muy intacto. Para colmo, ahora su último primer ministro es un candidato para la segunda vuelta contra los Hermanos Musulmanes, lo que en realidad es el mismo terreno político que Egipto ha tenido desde hace muchas décadas".

Además, en otra maniobra muy arriesgada para moldear el terreno post-electoral, el ejército se negó a anunciar los resultados de las elecciones por una semana entera después de la votación del 17 de junio, aunque quedó en claro al día siguiente que había ganado el Morsi de los Hermanos Musulmanes. En una palabra, después de controlar quiénes podían y no podían ser candidatos para un cargo, el ejército estaba luchando para asegurar que continúe su control sobre el estado sin importar quién ganara la mayoría del voto.

En Egipto, los activistas van reconociendo estas duras realidades. "Al reflexionarlo, los revolucionarios nunca estuvieron en el poder, así que ¿qué clase de revolución es ésta?", le dijo al New York Times un activista que ahora organiza un boicot de las elecciones. Otro resumió: "El sistema era parecido a una máquina con una tapa de plástico y lo que nosotros hicimos fue quitarle la tapa". Había tenido la idea de que si el pueblo "lograra echar al jefe del estado, su cuerpo caería. Las raíces de la elite gobernante estaban ‘mucho más profundas y tenebrosas’ que entendían al principio, dijo" ("Revolt Leaders Cite Failure to Uproot Old Order in Egypt", New York Times, 14 de junio de 2012).

Otro escribió: "No han cambiado los comandantes del ejército y los principales ministros del gobierno; el Ministro del Interior viola los derechos humanos con tanto descaro como antes; miles de egipcios comunes han estado sometidos a procesos militares; y están perpetrando injusticias contra los ciudadanos egipcios bajo un nuevo decreto que le otorgara a la policía militar y a los agentes de inteligencia el derecho de detener a los civiles" (Sara Khorshid, "The Betrayal of Egypt’s Revolution", New York Times, 18 de junio de 2012).

Estados Unidos: silencio oficial, tejemanejes tras bambalinas

Piénselo. Si los gobernantes militares de cualquier país con el que Estados Unidos tuviera una queja se hubieran adjudicado nuevos poderes con tanto descaro, de todos los rincones del establecimiento gobernante habría salido un chorro interminable de objeciones y denuncias de "dictadura" y "golpes de estado". Al contrario, la respuesta, en gran parte, a la adjudicación de muy amplios poderes autoritarios de parte del ejército egipcio ha sido el silencio o una callada manifestación de inquietud, y de apoyo para los generales de parte de funcionarios del gobierno y los medios de comunicación de Estados Unidos.

Se da esta respuesta oficial de bajo perfil a la furia en Egipto unos meses después de que la administración de Obama restauró 1.3 mil millones de dólares de ayuda al año al ejército egipcio, a pesar de sus actuales y amplios abusos. Como declara con hipocresía el gobierno estadounidense: "Tomaremos partido con el pueblo egipcio mientras que éste busque sus aspiraciones de democracia, dignidad y oportunidad, y cumpliremos la promesa de su revolución", según un comunicado de la Casa Blanca ("Egypt Results Leave White House Relieved but Watchful", New York Times, 24 de junio de 2012).

Cuando la junta militar gobernante se negó a anunciar los resultados de las elecciones, miles de partidarios de los Hermanos Musulmanes y otras personas temían que el ejército simplemente declarara el triunfo de su candidato Ahmed Shafik y se reunieron en la Plaza Tahrir, jurando permanecer hasta que fuera declarada la victoria de su candidato.

Estados Unidos estuvo muy preocupado de que la designación de Shafik como ganador iba a provocar choques violentos y radicalizar y desestabilizar más a Egipto. Tras bambalinas, en comunicaciones y reuniones privadas y declaraciones públicas ocasionales, numerosos altos funcionarios del gobierno estadounidense, entre ellos, Martin Dempsey, el presidente de la Jefatura del Comando Mayor Conjunto; Hillary Clinton, la secretaria de Estado; Leon Panetta, el secretario de Defensa; y el senador John Kerry, estuvieron en comunicación con funcionarios del gobierno egipcio y los Hermanos Musulmanes. Su mensaje era doble: de una parte, apoyar los esfuerzos del ejército egipcio de mantener su posición y papel general en el estado; y de otra, insistir que la estabilidad del gobierno dominado por el imperialismo en Egipto y sus intereses más amplios e imagen en la región dependían de la continuación de la "transición democrática", aunque eso implicara una victoria de los Hermanos Musulmanes. (Vea por ejemplo: "US defense secretary Panetta calls Egypt's Tantawi", Agence France-Presse, 16 de junio de 2012).

Al parecer, las enormes protestas, la disposición de los Hermanos Musulmanes de proteger el papel general del ejército y la presión directa del gobierno estadounidense hicieron que el SCAF se decidiera a aceptar la victoria electoral de Morsi. El New York Times informó: "El domingo (24 de junio), la combinación de crecientes y furiosas multitudes en la Plaza Tahrir y las advertencias de parte de la administración y la comunidad internacional tal vez lograron influenciar al ejército para que éste evitara un enfrentamiento potencialmente sangriento sobre la presidencia…" ("Egypt Results", 24 de junio de 2012).

No obstante, la situación sigue presentando fuertes riesgos para Estados Unidos y el ejército egipcio laico. La importancia estratégica de Egipto para Estados Unidos, como aliado regional clave y socio militar clave de Estados Unidos e Israel, agudiza en particular esta situación. Estados Unidos y el ejército egipcio aún están preocupados de que el ascenso al poder de los Hermanos Musulmanes, aun cuando en un principio solamente compartieran el poder en un estado dominado por Estados Unidos y el ejército, podría fomentar el islamismo por toda la región y poner en marcha un proceso que podría debilitar o romper la alianza estratégica de Egipto con Israel (una alianza que el ejército egipcio juró continuar después de la salida de Mubarak).

"Detrás de los pronunciamientos públicos de la Casa Blanca, vienen creciendo los temores al interior de los organismos de seguridad nacional de Estados Unidos acerca del futuro de su alianza con El Cairo, así como de los intereses regionales de Estados Unidos y sus aliados", informa el Wall Street Journal. El gobierno estadounidense está muy preocupado, en particular, de que "el ascenso de los Hermanos Musulmanes pudiera acelerar la actual expansión de los gobiernos islamistas por toda la región", refiriéndose a Libia, Túnez y potencialmente Siria en caso de que cayera Assad y al crecimiento de los Hermanos Musulmanes en Jordania, un crucial aliado de Estados Unidos e Israel. "Da miedo imaginar la apariencia de la región en un año. Podría haber un bloque de los Hermanos Musulmanes y los otros cerca de Irán", dijo un alto funcionario árabe  ("Morsi's Win in Egypt Draws Kudos, Caveats From U.S.", Wall Street Journal, 24 de junio de 2012).

Un sistema político sigue paralizado… sin la necesaria legitimidad… una polarización social que alcanza nuevas alturas

Quizá por el momento Estados Unidos y la elite egipcia haya esquivado una bala, pero la situación sigue siendo fluida, plagada de peligros para todas las partes en juego, incluidas las masas egipcias.

Durante la semana entre el fin de la votación el 17 de junio y el anuncio de la victoria de Morsi el 24 de junio, se sostuvieron varias reuniones a puertas cerradas entre el SCAF y los Hermanos Musulmanes sobre la confirmación del Egipto post-electoral. Según funcionarios del gobierno estadounidense, Morsi decía "todas las cosas indicadas" sobre los problemas económicos. En su discurso de aceptación, Morsi manifestó con claridad su apoyo al ejército y su compromiso de "respetar los acuerdos y las leyes internacionales así como los compromisos y tratados de Egipto con el resto del mundo", en clara referencia a los acuerdos con Estados Unidos e Israel. Tal vez el ejército y el SCAF hayan aceptado modificar o retirar algunos decretos del 13 al 17 de junio. (Al parecer, ya habían desechado la ampliación de los poderes del ejército del 13 de junio en los casos de arrestos y detenciones. Vea "Egyptian court suspends military arrest powers", BBC, 26 de junio de 2012.)

Pero en esta nueva situación, continúa la lucha entre el SCAF y los Hermanos Musulmanes. Morsi y los Hermanos Musulmanes están exigiendo la rescisión de los decretos que le privarían de poderes al entrante presidente y anularían su victoria en las elecciones parlamentarias y su papel en la redacción de la nueva constitución. Aunque el ejército sigue controlando las principales palancas del poder estatal, existe el potencial de "contendientes principios constitucionales sin una constitución", advierte el ICG, "contendientes interpretaciones de la forma de establecer la asamblea constituyente; contendientes órganos legislativos…; contendientes concepciones de los privilegios del SCAF…; contendientes percepciones de la autoridad ejecutiva; contendientes manifestaciones de masas que oponen un Egipto en contra del otro; y ningún mecanismo convenido ni arbitro legítimo para zanjar esas disputas" (ICG, 25 de junio de 2012).

Al decir que la situación "está deteriorando" y tiene profundos problemas que las elecciones presidenciales hicieron "muy poco para solucionar", el ICG concluye:

Dieciocho meses después del levantamiento que condujera a la destitución del presidente Hosni Mubarak, el sistema político está paralizado, las instituciones no gozan de la necesaria legitimidad o credibilidad para despejar el atolladero, todos los actores políticos han estado desacreditados a diversos grados y la polarización de toda la sociedad ha alcanzado nuevas alturas… todo eso constituye una realidad enormemente frágil y quebradiza que está a la merced de un solo paso en falso equivocado" (ICG, 25 de junio de 2012).

Hace 16 meses, los pueblos de todo el mundo se inspiraron cuando el pueblo egipcio se sublevó y echó del poder al odiado títere estadounidense Hosni Mubarak. Hoy, los gobernantes de Egipto, que están decididos a que cualquier "transición" que se dé NO incluya ningún cambio fundamental, han aprovechado estas elecciones para secuestrar el deseo de liberación del pueblo y lo han canalizado hacia una esperanza sin salida en el mismo sistema que ha sido y sigue siendo la causa de todo su sufrimiento. De aún más urgencia, no es aceptable dejar que se entierren las esperanzas, las aspiraciones y la lucha del pueblo de Egipto sino que hay que llevarlas hacia adelante hasta que se obtenga la verdadera liberación.

 

Nota de la redacción: Para conocer más acerca de Morsi, consideramos de interés para nuestros lectores el artículo del Servicio Noticioso Un Mundo Que Ganar: "Egipto: ¿mantendrán al pueblo esclavizado dios y las urnas electorales?"

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