El apartheid en Sudáfrica: Las décadas de servicio al imperio estadounidense
9 de diciembre de 2013 | Periódico Revolución | revcom.us
En el aluvión de elogios autocomplacientes a Nelson Mandela, los portavoces y los ideólogos de los gobernantes de Estados Unidos han embellecido a su conveniencia dos cosas:
- Los espantosos horrores del sistema del apartheid que esclavizaba a los negros (y a otros pueblos no blancos) en Sudáfrica desde 1948 hasta principios de los años 1990, y
- El hecho de que durante todos esos años, el sistema del apartheid disfrutaba del aval de los gobernantes de Estados Unidos y obedecía a los intereses de los mismos, lo que representaba una fuente de enormes ganancias y un baluarte estratégico del imperio mundial de Estados Unidos.
Ah, sí. Desempolvan sus viejas citas, expresadas a lo largo de los años, para lamentar (en palabras) algunos de los crímenes más escandalosos del régimen del apartheid. Pero encubren los abismos de los horrores. Y mienten acerca de la realidad de que a partir de 1948, Estados Unidos siempre proporcionaba (a veces indirectamente, a veces directamente) el dinero, las armas, la fachada "moral" y el aval diplomático que facilitaron todos esos crímenes.
Y no respaldaron al régimen del apartheid hasta el cogote porque había perdido contacto con sus valores centrales fundamentales pero como una expresión de los mismos. En lo más fundamental, avalaron los crímenes del apartheid debido a la naturaleza esencial de este sistema mundial del capitalismo-imperialismo.
La realidad del apartheid
Se requerirían bibliotecas tras bibliotecas llenas de libros sólo para empezar a contar la historia de los horrores infligidos sobre los negros de Sudáfrica por el colonialismo y el imperialismo — incluso durante la era del apartheid entre 1948 y 1994.
Desde su llegada a mediados de los años 1600, a lo largo de guerras y matanzas, los colonos blancos robaron casi toda la tierra útil de Sudáfrica. Reservaron casi el 90% de la tierra de Sudáfrica para los blancos, mientras que encerraron a los africanos —o sea, la gran mayoría de la población— en "bantustanes" los que en esencia eran campos de concentración en masa.
Los abundantes recursos minerales de Sudáfrica, entre ellos diamantes y oro, produjeron miles de millones de dólares de ganancias para el capitalismo-imperialismo mundial y posibilitaron que "el modo de vida estadounidense" incluyera la compra de joyería de oro y diamantes en los centros comerciales. Cientos de miles de sudafricanos negros trabajaban el oro y diamantes sin recibir ingresos suficientes para dar comida y ropa a sus familias. Los mineros pasaban de nueve a once meses al año sin poder ver a sus familias, las que estaban confinadas en los bantustanes por las leyes de pases. Los sudafricanos negros sacaban minerales de las minas y vivían en barracas parecidas a prisiones, a menudo sin las necesidades más básicas como regaderas.
Para poder sobrevivir, los sudafricanos negros tuvieron que ir a las ciudades en busca de trabajo o a trabajar en las granjas de dueños blancos o en las minas. Las "leyes pases" permitieron que los sudafricanos negros se salieran de esos bantustanes solamente para trabajar o para tomar viajes cortos. Un negro pescado sin un pase enfrentaba consecuencias severas.
El gobierno de Sudáfrica hizo cumplir toda una sarta de leyes de supremacía blanca. Bajo el apartheid, las leyes prohibían los matrimonios entre blancos y personas de otras razas; permitían que la población negra mayoritaria tuviera como propiedad solamente el 13% de las tierras. La odiada Acta de Zonas para Grupos confinaba a los negros (y a otros no blancos) en ghettos oficialmente demarcados. No permitieron ninguna representación del pueblo negro en el parlamento gobernante de Sudáfrica, y las leyes prohibían a los partidos políticos pluri-raciales.
Los negros obligados a trabajar en las ciudades vivían en terribles condiciones con vivienda inadecuada, pésimos servicios de salud y de transporte y a menudo sin siquiera electricidad. Aquellos negros que tenían "pases" para trabajar en las ciudades tuvieron que vivir en infernales barrios pobres, a menudo sin electricidad. Las mujeres que se fueron a vivir con su pareja en las ciudades por lo general lo hicieron sin pases, llevando la tenue vida de "los ilegales".
La Masacre de Sharpeville
Los negros de Sudáfrica jamás dejaron de luchar contra su opresión, y el régimen jamás dejó de atacarlos con látigos, cárceles y fusiles.
De 1960 a 1982, el régimen desalojaron por la fuerza y la violencia a tres millones de sudafricanos no blancos y los reubicaron en las "zonas para grupos" asignados. Trasladaron a la fuerza a miles de sudafricanos negros a la ciudad de Sharpeville (originariamente el "Sharpe Native Township" [Pueblo Autóctono Sharpe]). En las profundidades del interior del norte de Sudáfrica y sin acceso a los pueblos con fábricas en la región, las condiciones de los negros en Sharpeville eran pésimas: 14 hogares compartían un grifo de agua y existían solamente dos complejos con duchas en toda la ciudad.
Tal como toda lucha de masas, había varias tendencias y movimientos políticos que se opusieron al apartheid en Sudáfrica. Uno era el Congreso Nacional Africano (CNA) de Nelson Mandela. Una tendencia más radical era el Congreso Panafricanista (CPA). El 21 de marzo de 1960, el CPA organizó a las personas reubicadas en Sharpeville para quemar las odiadas libretas de identidad que se usaban para hacer cumplir las leyes de pases. La policía abrió fuego contra la multitud; mató a 69 negros y lesionaron a 178 en la masacre.
La Masacre de Sharpeville prendió una poderosa ola de lucha contra el apartheid por toda Sudáfrica. Y por todo el mundo, irrumpieron protestas contra el apoyo de otros gobiernos a Sudáfrica. Empezó a crecer un movimiento para la "desinversión", o sea, retirar las inversiones de Sudáfrica.
La sangre en las manos de Estados Unidos
¿Cómo respondieron los gobernantes de Estados Unidos cuando el mundo reaccionó con furia y horror ante la Masacre de Sharpeville y empezaron a salir a la luz los crímenes del apartheid? Respondieron con apoyo diplomático y económico para el régimen.
A medida que los inversionistas extranjeros se ponían nerviosos a raíz de la Masacre de Sharpeville, estallaban luchas y rebeliones por toda Sudáfrica y se desarrollaba el emergente movimiento de protesta mundial contra el apartheid, un consorcio de diez bancos encabezado por Chase Manhattan le prestó a Sudáfrica un préstamo de rescate de 40 millones de dólares. El dinero estabilizó al régimen y le dio una señal a la "comunidad internacional" (o sea, la comunidad de opresores y explotadores mundiales) de que los imperialistas estadounidenses defendían los crímenes más atroces del apartheid.
La verdad es que, desde el comienzo del apartheid hasta mediados de los años 1980 y aún más allá, Estados Unidos bloqueaba activamente toda sanción o acción internacional importante para aislar al régimen, especialmente cualquier sanción que obstaculizara la capacidad del régimen de masacrar a los negros dentro de sus fronteras y para invadir y aterrorizar a sus vecinos.
Mientras que trataba de mantener las apariencias y salvarse el pescuezo con llamados a reformar el apartheid, Estados Unidos bloqueó sistemáticamente las acciones de la ONU para imponer sanciones económicas o embargos de armas contra Sudáfrica. En 1963, el embajador estadounidense en la ONU, Adlai E. Stevenson, se opuso a un embargo obligatorio de armas contra Sudáfrica.
En 1974, la Asamblea General de la ONU votó 91 a 22 a favor de rechazar las credenciales de membresía de Sudáfrica, pero Estados Unidos (y sus socios imperialistas, Gran Bretaña y Francia) vetó una resolución del Consejo de Seguridad para expulsar a Sudáfrica.
El asesinato de Stephen Biko
En los años 1970, Stephen Biko emergió como un líder inspirador de la resistencia contra el apartheid y, además, era un fundador del Movimiento de Conciencia Negra (MCN) el que se opuso a toda forma de opresión de los negros de Sudáfrica. El régimen, tal como hizo con todo desafío político, cultural e intelectual serio, "proscribió" a Biko: no le permitió hablar con más de una persona a la vez ni hablar en público, le pusieron restricciones de permanecer en un único distrito y no le permitió escribir públicamente ni hablar con los medios de comunicación. Era ilegal citar las palabras de Biko, incluso sus discursos o meras conversaciones.
A pesar de eso, Stephen Biko y el MCN organizaron la resistencia contra el apartheid en toda Sudáfrica, incluyendo el Levantamiento de Soweto del 16 de junio de 1976. Los estudiantes de muchas escuelas en Soweto empezaron a protestar en las calles de Soweto como respuesta a la ley que les obligaba a estudiar en afrikaans, el idioma del sector dominante de los colonos blancos de Sudáfrica. Decenas de miles de estudiantes se tomaron las calles. El régimen respondió con una brutalidad que dejó escandalizado al mundo. La policía abrió fuego contra los estudiantes y mató a un número de manifestantes no armados que todavía no se ha precisado; las estimaciones del numero de muertes varía de 176 a 700.
En la estela de Soweto, el régimen persiguió a Biko con renovada furia. Lo detuvo el 18 de agosto de 1977 bajo el "Acta sobre el Terrorismo No. 83 de 1967". Lo torturó y asesinó a golpes.
La muerte de Biko resultó en una mayor intensificación y radicalización de la lucha en Sudáfrica, y en todo el mundo. (Para leer más información acerca de Biko, vea el libro de Donald Woods, Biko, editorial Henry Holt, Nueva York, 1987, y la película Grito de libertad.) El 7 de octubre de 2003, el ministro de Justicia de Sudáfrica anunció que no iba a procesar a los cinco policías acusados de matar a Biko porque se había prescrito la ley para procesarlos y por la falta de evidencia.
Un puesto de avanzada estratégico para el imperio estadounidense
Aun estando más aislado y denunciado el régimen apartheidista, los gobernantes de Estados Unidos no dejaron de apoyarlo, a veces de manera encubierta, pero muchas veces abiertamente.
En el contexto del aislamiento extremo del régimen apartheidista, el presidente "pro derechos humanos", Jimmy Carter, escogió para su embajador ante la ONU a Andrew Young, un negro asociado con el movimiento de derechos civiles, y pidió reforma en Sudáfrica. Pero en 1977 Estados Unidos se abstuvo de una votación en la Asamblea General de la ONU sobre la resolución que recomendaba un embargo petrolero contra Sudáfrica, lo que efectivamente bloqueó el embargo.
Su sucesor, Ronald Reagan, expresaba más abiertamente las simpatías, intereses y objetivos estadounidenses: declaró que Estados Unidos debía trabajar "con una nación amiga como Sudáfrica", que "tiene un rol estratégico esencial en el mundo libre…".
La declaración de Reagan, en boca de un animador descarado de todo lo que Estados Unidos siempre ha representado, expresa mucho de lo que uno necesita saber sobre la esencia de lo que Estados Unidos trae al mundo. Para el imperialismo estadounidense, la definición del "mundo libre" siempre ha incluido a muchos de los regímenes más sangrientos, depravados y opresivos sobre la tierra, que van del asesino genocida Ríos Montt en Guatemala a los gobernantes supremacistas blancos de Sudáfrica.
Además, durante ese período, al mismo tiempo que Estados Unidos se posicionaba formalmente en oposición al apartheid en los foros internacionales o cuando no lograba bloquear sanciones diplomáticas, económicas o militares, se las arreglaba para que sus aliados y títeres más allegados siguieran abasteciendo a Sudáfrica de petróleo y armas. Cuando la Organización de Países Árabes Exportadores de Petróleo impuso un embargo petrolero contra Sudáfrica en 1973, el Sha de Irán, un títere de Estados Unidos, entró al quite como el abastecedor principal de petróleo a Sudáfrica.
Las raíces de los fuertes lazos entre los gobernantes estadounidenses y el apartheid van más allá del hecho de que la clase dominante estadounidense es racista hasta la médula y trataba de "parientes" a los gobernantes sudafricanos, aunque ¡sí lo son y los trataron así!
Al mismito tiempo que Sudáfrica perpetraba los crímenes más atroces en aras de una inmoralidad supremacista blanca estilo nazi, crímenes que provocaban horror e indignación por todas partes del mundo, Estados Unidos necesitaba de Sudáfrica.
Los lazos profundamente afianzados entre Estados Unidos y el régimen apartheidista se arraigaban en la realidad de que Estados Unidos preside un sistema mundial de imperialismo que se ceba, y tiene que cebarse, al estilo vampiresco, de las superganancias empapadas de sangre que exprime a Asia, África y Latinoamérica, y el régimen apartheidista era, por un tiempo, un pilar central de ese sistema, lo que incluía el rol de usar la fuerza militar en beneficio de los intereses estadounidenses en el sur de África.
En las décadas del 1970 y 1980 en particular, los gobernantes estadounidenses consideraban que una Sudáfrica relativamente estable era un baluarte militar estratégico para defender sus intereses en el sur de África, una región en la que le enfrentaban los movimientos de liberación anticolonial y nacional, así como la Unión Soviética rival que se hacía pasar por socialista (y así la denominaba Estados Unidos) aunque había restaurado el capitalismo y encabezaba un bloque imperialista rival. (Vea el número especial de Revolución: "No sabes lo que crees que 'sabes' sobre… La revolución comunista y el VERDADERO camino a la emancipación: Su historia y nuestro futuro".)
A mediados de los años 1970, los movimientos independentistas apoyados por la Unión Soviética habían tomado el poder en las ex colonias de Portugal, Angola y Mozambique, unos países con largas fronteras colindantes con Sudáfrica y que contaban con algunos recursos estratégicos propios (como las amplias reservas petroleras de Angola). Para los gobernantes estadounidenses, la consolidación de un bloque de países sudafricanos estables alineados con la Unión Soviética era un desafío a su imperio que no podían tolerar.
Estados Unidos, por medio de Sudáfrica, estableció o adoptó y alistó á algunos de los grupos terroristas más depravados de la historia contemporánea para librar terribles guerras contra esos nuevos regímenes. La misma Sudáfrica continuó su ocupación militar del territorio que hoy es el país de Namibia, donde un sector minúsculo de colonos blancos se había apoderado del 99 por ciento de las tierras de cultivo.
Las guerras lanzadas por esos sustitutos de Estados Unidos y Sudáfrica, o sea, UNITA en Angola y RENAMO en Mozambique, resultaron en un reino de muerte y terror en la región. De 1977 a 1992, se estima que murieron un millón de personas en la guerra en Mozambique, y la guerra en Angola causó aún más bajas. Millones de personas en cada país fueron desplazadas.
Las manos sangrientas de las fuerzas armadas de Sudáfrica estaban metidas en cada aspecto de esa matanza: en el entrenamiento de las fuerzas terroristas, la intervención militar directa y el financiamiento. Por medio de una combinación de asistencia a Sudáfrica, apoyo abierto y financiamiento encubierto por la CIA, Estados Unidos orquestó, patrocinó y facilitó esas dos décadas de horrores. Financió abiertamente a UNITA, y la dirección de RENAMO en Washington, D.C. era la oficina de la reaccionaria fundación Heritage. En 1982, Estados Unidos presionó al Fondo Monetario Internacional para que le concediera 1.1 mil millones de dólares de créditos a Sudáfrica, un monto que por casualidad era el mismo que el aumento del gasto militar de Sudáfrica de 1980 a 1982.
Durante todo ese período, Estados Unidos se las arregló para que sus aliados, especialmente Israel, entrenaran a las fuerzas armadas de Sudáfrica, les proporcionaran tecnología de armas y adiestraran a los organismos de "inteligencia" en la tortura. En 1981, las fuerzas armadas sudafricanas usaron aviones no tripulados israelíes en combates contra Angola. Ese mismo año, el ministro de Defensa israelí Ariel Sharon pasó diez días en el campo de batalla con las fuerzas sudafricanas en Namibia. Se encubrió la mayoría de la asistencia israelí al régimen apartheidista, que incluía pasos importantes de parte de Israel de suministrarle armas nucleares a Sudáfrica.
El fin del apartheid pero no un fin a los crímenes estadounidenses
En 1972, se presentó la "Ley Integral Antiapartheid" en el Congreso estadounidense, la que hubiera prohibido vuelos directos a Estados Unidos por aerolíneas sudafricanas, e impuso sanciones económicas importantes.
Tardó 14 años en aprobar esa ley, en contra del veto de Ronald Reagan. Ya para mediados de los años 1980, Estados Unidos, por canales no oficiales, había emprendido negociaciones con el encarcelado Nelson Mandela (al mismo tiempo que lo mantuvieron en su "Lista de Vigilancia contra Terroristas" ¡hasta 2008!). Para fines de los años 1980, Estados Unidos inició el proceso de monitorear la transición del apartheid a nuevas formas de opresión en Sudáfrica. Pero no lo hizo por haber encontrado de repente una conciencia.
Hubo un enorme movimiento internacional contra el apartheid. Algunas de las figuras más influyentes del mundo musical se unieron en Arte Contra el Apartheid, y los estudiantes en las universidades en todas partes del mundo confrontaban a las autoridades de todos los niveles por su complicidad vergonzosa en los crímenes del régimen sudafricano.
Es claro que la lucha indómita de la gente de Sudáfrica y la lucha mundial contra el apartheid eran factores importantes en el cambio de tácticas de Estados Unidos respecto a Sudáfrica.
El otro factor definitivo era el colapso de la Unión Soviética. Ese acontecimiento geopolítico importante creó una nueva libertad para Estados Unidos, de renovar la imagen y ajustar las formas de la opresión en Sudáfrica y negociar nuevas relaciones (a base de librar ataques terroristas generalizados durante décadas) con los gobiernos de Angola y Mozambique y las fuerzas independentistas en Namibia.
Tras el colapso de sus rivales soviéticos, Estados Unidos orquestó una transición a nuevas formas de opresión en Sudáfrica con el fin de estabilizarla. Lo hizo sólo después de recibir garantías de que el país seguiría sirviendo al imperio estadounidense.
El apartheid formal tocó fin en 1994. Nelson Mandela salió en libertad y se convirtió en el primer presidente negro de Sudáfrica. Había terminado la obscena y flagrante segregación contra los negros y otras personas no blancas. Pero la situación esencial de la abrumadora mayoría de los negros no ha mejorado, y permanecen en pie las causas fundamentales de su explotación y opresión.
El rol de Estados Unidos en el mundo… en realidad
Ahora, a raíz de la muerte de Nelson Mandela, para salvarse las apariencias la clase dominante estadounidense y sus portavoces han sacado a relucir sus gastados y trillados llamados diplomáticos huecos para la reforma del apartheid que hicieron a lo largo de los años y las iniciativas que tomaron para tantear las posibilidades de los acuerdos que pudieran amarrar con Nelson Mandela y el CNA, con el propósito de representarse como si fueran oponentes de larga trayectoria al apartheid (si bien a veces con sus propios errores) y una fuerza poderosa por los ideales de la libertad y la democracia en todo el mundo.
Esas son mentiras. Desde la imposición del apartheid en 1948 hasta el momento a principios de los años 1990 tras el derrumbe de la Unión Soviética cuando decidieron que unas formas de opresión diferentes iban a servir más a sus intereses, los gobernantes estadounidenses sirvieron como el aval principal para el apartheid — a veces abiertamente, por ejemplo cuando los bancos estadounidenses rescataron a Sudáfrica a raíz de la Masacre de Sharpeville y cuando los países árabes productores de petróleo se negaron a enviar petróleo a Sudáfrica y Estados Unidos se las arregló para que su títere, el Sha de Irán, llenara los tanques de combustible de los buldózeres, bombarderos y portatropas blindados sudafricanos que regaban el terror desde los asentamientos negros de Sudáfrica hasta el país de Namibia. Cuando le resultó demasiado inoportuno lo de enviar abiertamente a sus asesores y armas, Estados Unidos subcontrataba la tarea a Israel.
Pero la pura verdad es que el régimen inmoral y sanguinario del apartheid fue la fuente de enormes ganancias y un puesto de avanzada para el imperialismo estadounidense, y es difícil imaginar su existencia sin el aval fundamental de Estados Unidos.
Y nada de eso representa una "mancha" en el historial o en la naturaleza del imperialismo estadounidense. Al contrario. Representa un ejemplo profundo de la esencia del rol de Estados Unidos en el mundo.
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