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Grecia: ¿Cuál es el problema que supuestamente Syriza va a resolver?

9 de febrero de 2015 | Periódico Revolución | revcom.us

 

26 de enero de 2015. Servicio Noticioso Un Mundo Que Ganar. El triunfo electoral del partido Syriza y la formación de un gobierno con su líder Alexis Tsipras como primer ministro es un acontecimiento importante, no sólo para Grecia sino para Europa. No sólo por las potenciales consecuencias económicas para la Unión Europea sino también porque Syriza y Tsipras dicen representar una solución a las penurias que los griegos y muchos otros europeos han soportado desde la crisis financiera mundial de 2008. Los partidos de “extrema izquierda” y de ultraderecha en España y Francia han visto el triunfo de Syriza como preludio de su propio triunfo electoral futuro.

Por razones históricas que tienen que ver con el tardío y débil desarrollo del capitalismo en Grecia dominado por el capital extranjero, el país hace mucho ha estado subordinado económica y políticamente a las grandes potencias capitalistas. Buena parte de su clase dominante, concentrada especialmente en el transporte marítimo y la banca (con importantes inversiones en el Medio Oriente y posteriormente en los Balcanes) ha estado particularmente entrelazada con el capital de las grandes potencias, en especial del Reino Unido y Alemania, en diferentes momentos y en diferentes combinaciones, y de Estados Unidos.

Este control ha sido impuesto violentamente. Alemania invadió a Grecia en la Segunda Guerra Mundial. Gran Bretaña envió a Winston Churchill y a sus tropas a apoyar a los fascistas griegos que enfrentaban una rebelión dirigida por los comunistas al final de la guerra. Cuando estalló una guerra civil, Estados Unidos envió asesores de la CIA para dirigir la estrategia antiguerrilla que se aplicó luego en Vietnam: derrotar a las guerrillas desocupando gran parte del campo. El rey pasó de ser intermediario de los ingleses a serlo de los estadounidenses.

Grecia no siguió la trayectoria de las potencias europeas más grandes y desarrolladas, para las que las tres décadas de posguerra fueron un periodo de vigoroso crecimiento económico y relativamente aumento general del nivel de vida. La emigración masiva y el exilio desempeñaron un importante papel en la transformación de Grecia de país rural a un país urbano y moderno. Una buena parte de la burguesía capitalista dominante del país estaba y está concentrada en el transporte marítimo y la banca (con importantes inversionistas en el Medio Oriente y posteriormente en los Balcanes), y tiene su base política entre los muchos propietarios de negocios familiares y profesionales independientes, que son de mentalidad tradicionalista. No fue sino hasta la década de 1980 que el Estado pudo generar mayor estabilidad política por medio del gasto y el empleo en el sector público y el tipo de medidas de bienestar implementadas en otras partes de Europa.

La integración de Grecia al mercado europeo e internacional, y especialmente al mercado internacional de capitales, que se aceleró tras la entrada de Grecia a la eurozona en 2001, generó un crecimiento económico. Sin embargo este proceso y sus formas particulares en Grecia sentaron la base para la especial severidad en este país de la última crisis. En buena medida el gasto público se sostuvo con empréstitos. La prosperidad de la economía griega en realidad la debilitó estructuralmente. Las importaciones sobrepasaron bastante a las exportaciones. El gran déficit comercial requirió, también, préstamos para puentear la brecha. Ese mismo crecimiento se alimentó de inversión extranjera, incluyendo en forma de préstamos de bancos privados.

Los bancos alemanes y franceses le prestaron al gobierno griego dinero que gastó en importación de bienes de Alemania y en la compra de aviones de guerra y otras armas a Francia y Estados Unidos (ascendiendo al 40% de las importaciones griegas en la última década). De hecho, Grecia subsidiaba la rentabilidad de los negocios alemanes, franceses y estadounidenses. Además, por supuesto, estos préstamos fueron una forma de inversión que por sí misma generó ganancias para el capital basado en otros países.

Han acusado a Grecia de haberse hecho adicta a los créditos del exterior. Pero al mismo tiempo, el capital financiero extranjero se hizo adicto a prestarle dinero a Grecia. El gobierno griego ya tenía un alto nivel de endeudamiento cuando Grecia entró a la eurozona, pero la firma financiera estadounidense Goldman Sachs “maquilló” las cuentas para ocultar la situación. Esto no se debió a la “corrupción” sino a un consenso entre todas las grandes potencias —las clases dominantes capitalistas monopolistas y sus gobiernos— de no renunciar a las ganancias que se podrían obtener extendiendo aún más préstamos a Grecia. Pero tampoco fue simplemente cuestión de avaricia. Ninguna podía darse el lujo de no meter la mano cuando sus rivales estaban sacando ganancias para inyectarlas en sus propias economías. Algunos grandes bancos franceses invirtieron el 40% de su capital en Grecia. Este esquema piramidal —pagar la deuda prestando y ampliando la deuda— fue una mina de oro tanto para el capital financiero extranjero como para el griego. Los altos riegos significan “márgenes” más altos — más ganancias potenciales para los que los han asumido.

El banco estadounidense Lehman Brothers hizo que el gobierno griego aceptara un esquema de derivados, una reestructuración de una parte de los bonos del gobierno griego, que se hizo aún más atractivo para la especulación financiera con la infraestructura del país (aeropuertos, puertos, etc.) como garante. Aceptar estos instrumentos de deuda era una solución a corto plazo para el gobierno griego y sus deudores, pero garantizaba que a largo plazo no se pudiera amortizar la deuda bajo ninguna circunstancia imaginable. De un sistema basado en las ganancias e impulsado por la competencia y que destruye el planeta en que vivimos no se puede esperar que considere otras consecuencias a largo plazo.

En 2008, cuando un colapso financiero arrasó la economía globalizada, arrancó un proceso en el que se le prestó más y más dinero a Grecia en los llamados “rescates financieros” para que su gobierno pudiera continuar pagando sus deudas a los bancos extranjeros y nacionales y a otros acreedores. A cambio, la “troika” formada en 2010 por la Comisión Europea, el Fondo Monetario Internacional y el Banco Central Europeo (ahora dirigido por Mario Draghi, ex vicepresidente del Goldman Sachs) impuso restricciones draconianas al gasto público del gobierno griego. Estos recortes lanzaron en picada a la economía griega que se redujo en cerca de una cuarta parte. Aunque pagaron parte de su deuda, sus pagos permanentes dispararon con respecto a su capacidad de pago mediante los ingresos del gobierno.

Los salarios y las pensiones se redujeron drásticamente o simplemente no se pagaron. Se perdieron millones de empleos. Los hospitales y otras instalaciones públicas vitales cerraron. Muchos griegos ya ni siquiera podían disponer de electricidad. Tiritaban en el invierno y sobrevivían con comida de caridad o a punta de ingenio mientras las compañías financieras extranjeras se engordaban y las compañías griegas de transporte marítimo y las enormes propiedades de la iglesia ortodoxa griega seguían gozando de exenciones de impuestos.

Llamar a esto “austeridad” ni siquiera empieza a describir las penurias impuestas a los griegos. Es el peor colapso en el nivel de vida que la Europa contemporánea haya visto en tiempos de paz. Los principales partidos de la clase dominante tradicional, uno con raíces históricas en la monarquía y en el fascismo y el otro en la socialdemocracia, quedaron con su atractivo y credibilidad por el suelo. A los gobiernos elegidos les ha costado trabajo dar la apariencia de representar la voluntad del pueblo cuando claramente las decisiones básicas no estaban en sus manos. En 2011, cuando el primer ministro griego George Papandreou anunció que iba a convocar a un referendo sobre la deuda del país, fue humillado públicamente por la cancilleresa alemana Ángela Merkel y por el presidente francés Nicolás Sarkozy, quienes se lo reprocharon. Su gobierno socialdemócrata fue seguido por un gobierno de derecha dirigido por un ex vicepresidente del Banco Central Europeo. Este es el trasfondo del ascenso de Syriza.

Vista Si la situación a esta luz, pues sin siquiera intentar predecir cómo se desarrollarán las cosas, es claro que las propuestas de Tsipras (principalmente negociar la reducción de la deuda y posibilitar mayor gasto público) no podrían llevar a que se resuelva en lo fundamental la situación. Independientemente de que Grecia abandone o no la eurozona —lo cual Tsipras dice que no quiere—, Grecia es estructuralmente dependiente de sus relaciones con el capital basado en las más grandes potencias mundiales y de la economía imperialista mundial en su conjunto. Además, la propuesta de Tsipras de conservar los vínculos con la Unión Europea y la OTAN tiene por objeto mantener a Grecia en la orilla dominante del Mediterráneo.

Este nacionalismo reaccionario explica por qué su partido formó un gobierno de coalición con el partido griego ortodoxo, chovinista y duro con los inmigrantes ANEL (el partido Griegos Independientes), al que le dieron el clave ministerio de defensa. Ese nacionalismo también explica el hecho aparentemente paradójico de que Syriza sea ensalzado por partidos tanto derechistas como “izquierdistas” en las imperialistas Francia y España, partidos cuyo programa no es derrocar a las clases dominantes capitalistas monopolistas en esos países sino volver a los esquemas de Estado benefactor y a los niveles de vida de los días en que el imperialismo parecía prosperar en Europa, mientras aplastaba a la mayoría del pueblo del mundo.

La situación en Grecia concentra de muchas maneras la contradicción global entre “severos equilibrios entre el sistema financiero y sus expectativas de futuras ganancias, y la acumulación de capital, o sea, las estructuras y la producción de ganancias concreta basadas en la explotación del trabajo asalariado” para citar a Raymond Lotta (“El derrumbe financiero y la locura del imperialismo”, Revolución #127, 20 de abril de 2008, en www.revcom.us). ¿Cómo es posible que el capitalismo en Grecia se desenchufe del sistema global impulsado por la competencia y las ganancias —que de todas formas no es la intención del Syriza? ¿Cómo puede darse un cambio radical en Grecia —o en cualquier otra parte, si vamos al caso— sino como parte de una revolución país por país pero en última instancia una revolución mundial cuya objetivo final es la abolición de todas las relaciones de opresión y explotación de la sociedad de clases?

Para liberar a Grecia de este sistema, se requerirá un Estado de nuevo tipo, que nazca de un movimiento revolucionario con la fuerza material para hacer añicos el aparato estatal de la clase dominante capitalista y luego reorganizar totalmente la economía paso por paso, creando un sistema económico, social y político en el que el pueblo pueda tener en concreto, y cada vez más, el control de su vida, que para nada es el caso de Grecia, con o sin Syriza. Las clases dominantes de Europa estaban aterradas por la masiva turbulencia y rechazo a las medidas impuestas a los griegos. Un movimiento revolucionario en Grecia y especialmente una revolución podría contribuir a transformar la situación política regional y hasta mundial, lo que a su vez haría más posible lograr y mantener un cambio radical en Grecia.

Cuando la “austeridad” —un bonito nombre para el brutal empobrecimiento en masa— golpeó al comienzo a Grecia, algunos comentaristas predijeron que iba a significar el fin de la “democracia” allí. El argumento era que un sistema político basado en elecciones (y en todo el aparato estatal tradicional que implica) no podría sobrevivir si millones de personas ya no creyeran en él. Entre otras cosas, el triunfo electoral de Syriza representa el renacimiento de la falsa esperanza en el sistema político y económico que llevó a Grecia a donde está hoy. Los reformistas en otros países europeos y en todas partes cifran sus propias esperanzas de compartir el poder, o por lo menos el gobierno, en el apuntalamiento de la ilusión de que los problemas radicales se pueden resolver por medios reformistas. La experiencia del autoproclamado gobierno socialista, producto de elecciones, de Salvador Allende en Chile, derrocado por un golpe de Estado militar organizado por Estados Unidos en 1973, mostró que animar las esperanzas que un gobierno no está en la posición de cumplir, la presión económica imperialista que un gobierno populista no planea enfrentar y las correspondientes divisiones entre las personas que se unieron en torno al gobierno o que lo aceptaron, pueden allanar el terreno para la más cruel represión.

El fracaso palpable del viejo orden, el desprestigio de sus instituciones y el colapso de la rutina diaria que limita los horizontes de la gente, todo lo cual experimentan los griegos hoy, sientan las condiciones para un rápido avance revolucionario —si esta situación se usa en concreto para eso. Syriza, que llama a un ajuste y no a una ruptura revolucionaria, sirve como un importante canal para encauzar la furia del pueblo en Grecia hoy.

Nuestro argumento aquí no es que Syriza pueda llevarle estabilidad al capitalismo griego, aunque algunos representantes del capital extranjero puedan pensar que algún trato con Syriza es lo que más sirve a sus intereses en este momento. La estabilidad política y social es el menos probable de todos los posibles desenlaces, no solo en Grecia sino en todo el mundo. Pero pase lo que pase, fomentar esperanzas en la posibilidad de reparar y remendar el sistema existente es parte del problema, y no de la solución.

En la mezcolanza política que representa Syriza y entre sus partidarios a nivel internacional, demasiados izquierdistas y personas que se consideran a sí mismas opositoras al capitalismo, de nuevo vienen dejando de lado su desconfianza, alguna vez real o profesada, en el camino electoral y parlamentario. En vez de ayudar a los griegos a encontrar una solución, ellos mismos vienen creando más obstáculos y dejando al pueblo indefenso frente a lo que posiblemente va a suceder: que el sistema capitalista imperialista exprima más a la gente y haya giros políticos rápidos y peligrosos.

(Para información así como para referencia a algunas ideas que aquí criticamos, este artículo utiliza, entre otras fuentes, escritos de Stathis Kouvelakis, catedrático de filosofía política en el King’s College de Londres y miembro del comité central de Syriza. Véase New Left Review 72, noviembre/diciembre 2011 y Jacobin Magazine, enero 2015.])

 

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