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Túnez año cinco: Atrapado en una tenaza

Samuel Albert | 26 de agosto de 2015 | Periódico Revolución | revcom.us

 

Nota de la redacción de Revolución/revcom.us: El incidente de Susa, a unos 140 km al sur de la ciudad capital de Túnez, mencionado en este artículo, ocurrió el 26 de junio de 2015. El pistolero mató a 38 personas y dejó a decenas de personas lesionadas en un hotel y playa del balneario turístico.

 

10 de agosto de 2015. Servicio Noticioso Un Mundo Que Ganar. Por Samuel Albert. Miles de jóvenes tunecinos se ahogan tratando de llegar a Europa, con la esperanza de que Occidente pueda ofrecerles una vida que su propio país no puede. Miles se van a la vecina Libia u otros países para emprender la yihad contra lo que perciben como el estilo de vida occidental, sedientos de venganza contra Occidente y sus valores.

Lo que tienen en común estas dos situaciones tan diferentes es que para muchos jóvenes tunecinos, aceptar la vida que les dan no es una opción. La masacre de 22 personas en marzo del 2015 en el Museo del Bardo, una de las principales atracciones turísticas culturales de Túnez, y el posterior asesinato el 26 de junio de 38 europeos en un balneario de Susa, demostró que Túnez no puede dejar de estar atrapado entre las fuerzas contendientes que se disputan la lealtad de las personas en la región. Por una parte, millones de vidas y futuros los truncan o destrozan las condiciones creadas por el mercado mundial y el las finanzas globalizada, mientras que prosperan los capitalistas monopolistas que dominan los países imperialistas. De otra parte, se presenta el dominio político islamista como la única alternativa a lo que Occidente llama “democracia”, las instituciones ideológicas, políticas y sociales cuya función es estabilizar esta intolerable situación.

El estudiante de posgrado islamista de 23 años que abaleó a los turistas en Susa reaccionaba a una situación en la que los jóvenes de familias pobres del interior se sienten excluidos del mundo moderno del que disfrutan algunos en la costa y la gente de Occidente en general. Sus padres trabajan, cuando y donde sea que puedan, en la agotadora construcción, y sus madres en campos de propiedad de inversionistas bajo la férula de implacables contratistas de mano de obra que actúan como si ellas les pertenecieran. Los trabajadores en fábricas y call centers [centros de asistencia telefónica] están a merced de órdenes del exterior. El sistema educativo, especialmente en las áreas tecnológicas, llena a los estudiantes con un estrecho “insumo” de destrezas de la que ellos pueden esperar “producir” en una vocación que prometa una vida diferente a la de sus padres —hasta que al final, terminan con el diploma en sus manos, cayendo en un abismo de desempleo o empleos de autómatas y sin perspectiva. Las minas de fosfatos que generan buena parte de la riqueza del país generan serios problemas ambientales y pocos empleos para la gente que vive a sus alrededores. La “industria” del turismo pregonada como la esperanza del país la impulsa la especulación inmobiliaria y la prostitución, y el gran número de personas atrapadas en la prostitución revela qué valores y qué futuro tiene Occidente para ofrecer a Túnez.

En esta situación —y en un mundo sin Estados socialistas y con pocos movimientos revolucionarios auténticos, donde una visión revolucionaria basada en la realidad aún no ha empezado a echar raíces en las amplias masas populares— la poderosa atracción del islam político y yihadista, que hoy se presenta como el principal desafío a la situación impuesta por el imperialismo occidental, es trágica, pero no sorprendente.

Los motivos políticos tras el ataque a Susa no son un misterio: fue una demostración de fuerza del islamismo, no sólo en lo militar sino en la reñida esfera ideológica y en la coherencia de su política. Fue una crítica con armas a la subyugación del país y a su injusto, ilegítimo y moralmente corrupto establecimiento, para demostrar que el islamismo es la única alternativa política. Asestó un golpe muy grave a la industria turística de la que el país y el régimen dependen. Obligó al ejército y a las fuerzas de seguridad a desplegarse hacia las grandes ciudades y áreas costeras, en vez de concentrarse en la región montañosa cerca de la frontera con Argelia y Libia, donde montaban una ofensiva contra las zonas de operación de los fundamentalistas.

La respuesta del presidente Beji Caid Essebsi fue declarar un estado de emergencia para permitir nuevas medidas represivas contra las manifestaciones, plantones y otros movimientos que no tienen nada en común con el yihadismo, e incluso prohibir las reuniones públicas y eventos culturales. “Desde 2011 el país ha estado como en un recreo escolar y ahora eso tiene que terminar”, declaró un comentarista pro-gobierno. Essebsi enfatizó que tanto sus rivales políticos como sus amigos rebeldes también deben “alinearse” con su gobierno y su programa aprobado por Occidente. Por la estabilidad, dijo, los bien conectados hombres de negocios prominentes, ampliamente odiados por desfalcar el erario, estarían protegidos de la acción legal.

En resumen, el país cuyo “éxito” se contrastaba con el desaliento de la Primavera Árabe en Egipto, se había vuelto como Egipto, en muchos aspectos, si no en todos.

Al igual que a Egipto, Estados Unidos ha venido atrayendo a Túnez, proveyendo importante financiamiento y garantías crediticias (aun cuando a diferencia del caso de Egipto, las movidas de Estados Unidos en Túnez están siempre al menos matizadas por la rivalidad con Francia, el histórico mandamás en Túnez). En mayo de 2015, poco después del ataque en el museo del Bardo, Essebsi visitó Washington, donde Obama llamó a Túnez un “importante aliado fuera de la OTAN”, un estatus que implica mayor ayuda militar y “cooperación estratégica”. En julio, los medios tunecinos informaron que una base militar y centro de escuchas regional estadounidenses localizados en Sicilia se trasladarían a Túnez.

Para Estados Unidos en especial, Túnez cuenta más como un “problema de seguridad”. Tratando de “arreglar” los “disfuncionales” servicios de seguridad tunecinos, Estados Unidos, Reino Unido y Francia se están haciendo cargo ellos mismos de algunos asuntos —por ejemplo la británica Scotland Yard está realizando la investigación de la masacre de Susa.

Esta creciente interferencia directa, motivada por estos intereses nacionales y regionales percibidos por los imperialistas y no por el bien de Túnez, no lo salvará del desastre más de lo que lo hicieron en Afganistán, Irak, Siria y otras partes. Por el contrario, eleva el peligro de que Túnez sea vea envuelto en la vorágine de guerras civiles y regionales entre quienes están alineados con Estados Unidos y grupos como el Daesh (Estado Islámico) que constituyen el principal desafío a sus intereses en este momento.

¿Qué le ha traído a Túnez la “democracia” tan alabada por Occidente y sus apologistas? Y, ¿por qué el ascenso del islamismo parece tan imparable? La respuesta está en la forma en la que estas dos tendencias se refuerzan mutuamente, a la vez que contienden ferozmente por el futuro del país.

El odiado presidente Ben Ali se ha ido, derrocado por el inicio de la Primavera Árabe, pero el levantamiento dejó al aparato Estatal básicamente inalterado. Las fuerzas policiales organizadas para proteger brutalmente el viejo régimen siguen intactas. Golpean agresivamente a los jóvenes en las calles de los barrios y pueblos pobres, tanto como lo han hecho siempre, y siguen torturando a los presos políticos y otros presos. Los movimientos sociales en el interior son brutalmente reprimidos. Los militares, que supervisaron la llamada “transición democrática”, siguen haciendo conocer su voluntad, mediante amenazas a los partidos políticos y al público en general. Siguen teniendo los ministerios y gobernaciones (autoridades provinciales) clave. El primer ministro Habib Essid es la única figura prominente de los hombres del antiguo régimen que en vez de perder su autoridad ha sido promovido. El pueblo no ha tenido ningún alivio de la burocracia que gobierna gran parte de la vida diaria y el destino de ciudadanos como el joven vendedor de frutas en Sidi Bouzid, Mohamed Bouazizi, que se prendió fuego e incendió al país el 17 de diciembre de 2010.

La economía del país sigue igual, estructurada sobre décadas de dependencia al capital y los mercados extranjeros. De parte de ninguno de los principales partidos ha habido propuestas serias de cambiar la orientación económica de Ben Ali. La continua privatización de empresas estatales ha traído aún más insultante riqueza a los millonarios socios del capital francés, estadounidense, saudita y qatarí, mientras se han apagado las promesas de proyectos de desarrollo económico en áreas del interior como Kasserine y Sidi Bouzid, donde inició el levantamiento. El desempleo es peor que nunca.

El sistema electoral ha llevado al redil a gran parte de los opositores al viejo régimen y los ha convertido en sus siervos. El enrolamiento de ex radicales en la “clase política” —el conjunto de personas a las que se les permite practicar la política— ha llevado cinismo y descrédito a los ideales de “izquierda” que alguna vez profesaron. Menos de la mitad de los potenciales votantes se molestaron en votar en las pasadas elecciones.

A diferencia de los yihadistas, los políticos de oposición (incluyendo los dizque “izquierdistas”) muy definitivamente ni buscan ni creen en un cambio radical. Últimamente han estado alentando las esperanzas de los tunecinos en que los nuevos yacimientos de petróleo (que supuestamente ya se han descubierto pero cuya existencia la ocultan oscuros intereses) pueden salvar al país, tal como las exportaciones de fosfato que una vez anunciaron como el futuro del país. ¿La existencia de mucho petróleo ha salvado a Argelia, o al contrario la ha entregado mucho más a las garras del mercado global y sus implacables demandas, mientras subsidia el mandato de un grupito de hombres que son los representantes locales de ese cruel mercado?

El desarrollo económico de Túnez en los años 1990 llevó a la sociedad a donde está hoy. Su Acuerdo de Asociación con la Unión Europea ayudó a convertir al país en un subcontratista de partes automotrices y eléctricas, de la confección y de call centers, al tiempo que era incapaz de alimentarse sin las importaciones que a su vez requieren aún mayor subordinación económica y desperdicio masivo del potencial de las masas del país.

En respuesta a la masacre de Susa, lo único que el gobierno ha hecho es desplegar las tropas. Un gobierno que prohíbe a los hombres menores de 35 años viajar libremente —por temor a que se unan a los miles de tunecinos que están librando la yihad en el extranjero, y luego regresen— está declarando que ni siquiera pueden soñar con librar una lucha por la juventud del país, y mucho menos ofrecer una alternativa creíble. No puede hacer nada para cambiar una situación que genera oleada tras oleada de islamistas, no sólo debido a que la yihad arde en los países vecinos, sino también porque en las circunstancias de hoy, la sociedad misma es un caldo de cultivo para el islamismo.

Existen diferentes corrientes del islamismo, pero la línea divisoria entre el yihadismo y el islamismo electoral es sumamente porosa en la teoría y en la práctica. Los líderes del partido Ennahda en Túnez, que surgieron de la corriente egipcia de la Hermandad Musulmana y a los que les gusta compararse con el AKP de Erdogan en Turquía, usaron los métodos yihadistas antes de que la caída de Ben Ali les abriera el camino para compartir el poder en un gobierno elegido. Durante ese último período, Ennahda proporcionó cobertura práctica e ideológica para los yihadistas declarados.

La diferencia entre el islamismo armado y el islamismo electoral no es una cuestión de lealtad a la “democracia”. Cualquier clase que gobierne un sistema de explotación y opresión, en los países más desarrollados del mundo o en cualquier otra parte, optará por cualquier forma de mandato político necesario para preservar su dominio. El islamismo se define por sus metas, imponer el Islam como un regulador legal de la vida política y social (lo cual es muy diferente a defender el derecho de la gente a practicar voluntariamente su religión), y no por los medios que sean para alcanzar esas metas que pudieran parecer más efectivos en un momento dado.

Muchas fuerzas armadas reaccionarias, incluyendo las estadounidenses, alientan a los jóvenes a asesinar inocentes para calmar sus sentimientos de haber sido agraviados. El islamismo puede movilizar la lealtad ciega de algunas personas desesperanzadas entre las masas de abajo de la sociedad y el resentimiento de la pequeña burguesía. Puede ofrecerles un camino para el avance social a muchos individuos el que bajo la situación actual no está a su disposición. Pero en términos de los intereses de clase, representa viejos y nuevos explotadores en las naciones dominadas por el imperialismo.

La meta del Daesh, al-Qaeda y, de un modo algo diferente, la Hermandad Musulmana y el AKP no es desafiar al capitalismo, sino ganar un nuevo lugar para sí mismos que no ha sido posible bajo el orden geopolítico en el Medio Oriente que Estados Unidos construyó para servir a su supremacía. Si bien los alineamientos de fuerzas de clase difieren de un país a otro en el mundo islámico, seguramente no es casual que el liderato, el entrenamiento ideológico, la financiación, la logística y las armas usadas por los dos tendencias principales del islamismo hoy provengan de las clases dominantes principalmente capitalistas de Arabia Saudita y los países del Golfo, a menudo alineadas con Turquía, por una parte, y por la otra, con la República Islámica de Irán. Estos son ejemplos notorios de regímenes cuyas clases dominantes con raíces en modos de producción precapitalistas se han vuelto inseparables de la acumulación privada de capital en medio de las relaciones de producción globalizadas del sistema imperialista y su ineluctable lógica económica. Los intereses en conflicto y no sólo las diferencias religiosas entre chiítas y sunitas explican por qué los islamistas pueden alinearse en bandos opuestos o si no, dejarse usar por proyectos imperialistas u oponerse a estos.

Al mismo tiempo, el islamismo tiene su propia dinámica como ideología y movimiento político, una dinámica donde lo que se percibe como su avance contra la humillación impuesta desde el extranjero favorece su propio avance. La base para el islamismo en las condiciones materiales y su correspondencia con los intereses de clase reaccionarios y su utilidad para estos no deberían llevar a subestimar la gran importancia del factor ideológico en su auge. Una importante razón de su poder de atracción es la ausencia de una clara alternativa ideológica y política al statu quo que tenga la fortaleza potencial de estar basada en un acertado análisis de la realidad y de los intereses concretos de la gran mayoría de la gente.

Dado el carácter reaccionario de las metas islamistas, procede que sean fieles discípulos del imperialismo a la hora de usar el terrorismo contra las masas por fines políticos. La suya no es una violencia ciega sino algo aun peor —una barbarie deliberada con el propósito de crear terror en la población por fines políticos, tal como lo han hecho los imperialistas desde la bomba atómica de Hiroshima hasta los ataques de Israel, respaldados por Estados Unidos, contra el pueblo de Gaza y el Líbano y los desmanes liderados por Estados Unidos que destruyeron a Irak.

Debido a su carácter reaccionario, el islamismo a menudo tiene relaciones ambiguas con el imperialismo y sus regímenes locales. En Argelia, por ejemplo, la guerra civil de los años 1990 entre los islamistas y los gobernantes militares tuvo una dimensión de guerra mutua contra el pueblo, la masacre de intelectuales y otros los que ambos bandos odiaban. También hemos visto esto en Túnez. De hecho, el actual gobierno tunecino se basa en una incierta e inestable alianza entre fuerzas que representan al imperialismo y sus lacayos locales tradicionales, de una parte, y al islamismo, por la otra.

Luego de desestimar inicialmente la importancia de la masacre de Susa, el presidente Essebsi declaró: “Si tales incidentes ocurren de nuevo, el Estado va a colapsar”. Una de las razones para su alarma es que su partido gobernante Nidá Tunes, que le rinde cuentas a Francia y a Estados Unidos, fue elegido por su promesa de revertir el proceso de islamización iniciado por su predecesor en el gobierno, el Ennahda. Al mismo tiempo, no puede (ni quiere) gobernar sin el apoyo parlamentario del Ennahda.

Pero el problema va mucho más allá del oportunismo electoral. Desde la independencia formal de Túnez los gobernantes del país siempre han utilizado la religión y la identidad religiosa (el primer artículo de la Constitución define a Túnez como un país musulmán) para enmascarar su lealtad al imperialismo. Nunca han desaprovechado la legitimidad de la religión y la tradición y la asfixia religiosa de aquellos a quienes gobiernan. Esto se ha combinado con la represión, lo que incluye contra el islamismo cuando éste representó problemas —cuando el Ennahda estuvo en rebelión contra el gobierno en vez de ser uno de sus pilares.

Ahora, especialmente debido a que el actual gobierno tunecino sufre peca la ilegitimidad heredada del régimen de Ben Ali, cuya ignominiosa caída a manos del pueblo no se ha olvidado ni siquiera de parte de quienes hoy están políticamente inactivos, y debido a que tiene aún más razones que Ben Ali de temer a las masas populares, es sumamente renuente a enfrentar al islamismo, sobre todo en términos ideológicos, pero también de otras formas.

Por ejemplo, tomemos el asesinato en 2013 de Chokri Belaid, un importante líder de la izquierda electoral tunecina y un símbolo importante para muchos intelectuales laicos y otros. El hecho de que él hubiera defendido a los islamistas bajo el régimen de Ben Ali no impidió que los islamistas lo asesinaran. Ni el gobierno del Ennahda en su momento ni el gobierno supuestamente laico de hoy hizo gran esfuerzo para esclarecer este crimen. En julio de 2015, cuando 30 hombres acusados de estar involucrados en el asesinato fueron llamados a juicio, la mayoría de ellos se negó a comparecer ante el tribunal. El gobierno no se atrevió a doblegar este desafío a nombre del islam a su sistema legal y su autoridad moral.

Luego de la masacre de Susa el presidente Essebsi pidió el cierre de 80 mezquitas que dijo eran dirigidas por salafistas, pero el fundamentalismo religioso prolifera en todo el amplio establecimiento religioso supervisado por el Estado, en el sistema educativo público y la cultura dominante en general, presionando e intimidando a los varios millones de personas que no desean vivir en una sociedad regida por la ley religiosa. Por ejemplo, la policía ha comenzado a detener a personas por posesión pública de cerveza, que no es ilegal y hasta ahora no inusual, con la explicación de que tal comportamiento de parte de musulmanes (y se presume que todos los tunecinos son musulmanes) constituye “depravación pública”. Los extranjeros con nombres que no suenen musulmanes están libres de las restricciones religiosas que la policía ha asumido que debe hacer cumplir.

¿Cómo pueden una clase dominante y una estructura de poder que constantemente reproducen el islamismo, y dependen de él ideológica y políticamente, hacerle frente al islamismo armado sin poner en peligro su propia existencia? Esto parece explicar la advertencia de Essebsi de que tal vez el Estado no esté en posición de soportar otro ataque islamista, lo que no se debe a que pudiera sufrir una derrota militar, sino debido a sus propias y explosivas contradicciones políticas e ideológicas.

Si bien el papel del Ennahda en el actual gobierno es pequeño, ninguna fuerza política importante considera su proyecto islamista fuera de los límites aceptables ni se opone a la creciente islamización de la sociedad tunecina como cuestión de principios más allá de un gusto o preferencia de estilo de vida. Esto es especialmente notable en el caso de mucha gente en el “izquierdista” Frente Popular, los autoproclamados representantes de los “patriotas” y “demócratas” del país, que en las últimas elecciones apoyaron a Essebsi a nombre de oponerse al Ennahda.

Más recientemente, en respuesta a la presión islamista, el vocero del Frente, el ex “comunista” Hamma Hammami (en realidad, un opositor al comunismo revolucionario representado por la China de Mao Tsetung) declaró que no tenía ningún “problema ideológico” con los islamistas porque él también es musulmán. Independientemente de sus creencias personales (y los “izquierdistas” que perpetúan y rinden culto al pensamiento tradicional constituyen un viejo y serio problema en la mayoría de los países), la sociedad que todo tipo de islamistas quiere es totalmente inaceptable, aun si sólo se considera desde el punto de vista de lo que significa para la mujer, la mitad de la población mundial, por no hablar de otros aspectos de la emancipación de la humanidad: desde la ignorancia y la superstición, hasta todas las formas de relaciones sociales opresivas. Si algunas organizaciones políticas, sean trotskistas o falsamente autoproclamados maoístas, pueden usar la excusa de la oposición al imperialismo para encontrar algo a lo que apoyar en el islamismo, eso dice mucho sobre qué tipo de sociedad están dispuestos a aceptar o ayudar a gobernar.

Como era de esperarse, la respuesta del Frente a la masacre de Susa fue una capitulación de otro tipo. Ante el inminente peligro, exigieron el fortalecimiento del ejército —cuyo trabajo es defender el statu quo para el imperialismo. Es muy típico ver a los “izquierdistas” que nunca consideraron cómo hacer una verdadera revolución corretear dando bandazos entre ponerse a la cola del islamismo y echarse a los brazos de los imperialistas.

Las fuerzas tectónicas que empezaron a emerger a la superficie en diciembre de 2010 siguen operando. En ese levantamiento participó un amplio sector de la población, inspirado por los jóvenes en el interior y seguido por los estudiantes en las ciudades costeras y finalmente en la capital. Participó gente de todas las clases sociales, incluyendo elementos de la burguesía excluidos del círculo cercano a Ben Alí o aquellos que sintieron que deshacerse de él era la mejor alternativa a su disposición a un levantamiento prolongado y escalonado. Esta unidad de “el pueblo” se estrelló rápidamente contra los límites de la operación de los intereses de clase fundamentalmente antagónicos. Los islamistas como tales jugaron un papel muy pobre en la revuelta. Pero los observadores locales y extranjeros que felicitaron al pueblo tunecino por lo “moderado” del resultado, atribuyéndolo a un supuesto carácter tunecino, juzgaron mal la profundidad de la crisis y lo que implicaría resolverla.

Lo que ha salido más claramente a la luz luego del ataque de Susa no fue la importación de conflictos externos hacia la sociedad tunecina, sino una expresión particular, localizada y explosiva de contradicciones que operan a escala mundial. No habría el islamismo de estos tiempos sin los cambios económicos y sociales en los países predominantemente islámicos, causados por el desarrollo imperialista. Además, las acciones criminales de Estados Unidos y sus aliados en los últimos años (en Palestina, Irak, etc.) han sido inseparables de este desarrollo. Sin todo eso, el islamismo todavía sería una tendencia menor con poco futuro.

En lugar de esto, como ha señalado Bob Avakian, se ha convertido en una “expresión perversa” de la contradicción fundamental en el mundo hoy: entre la socialización de la producción que está arrastrando a todo el planeta a los procesos productivos y transformando las relaciones económicas, y la apropiación privada —y por tanto basada en la explotación e impulsada en la competencia— de la plusvalía así producida. Esto es lo que ha llevado a la acumulación de capital en manos de los gobernantes capitalistas monopolistas de los países imperialistas y a la horrenda e insoportable intensificación de las desigualdades del mundo y el desarrollo desequilibrado.

Es una “expresión perversa” porque en vez de ser una solución es un obstáculo para resolver esta contradicción avanzando hacia un mundo en el que la abolición de la propiedad privada de los medios necesarios para vivir, y todas las relaciones sociales e ideas basadas en eso, permita a todos trabajar por el bien común a la vez que florecen plenamente como individuos. Se puede calificar al imperialismo y al islamismo como “los dos sectores anticuados” porque ninguno representa lo que el mundo podría ser si se pudiera liberar las enormes fuerzas productivas desarrolladas por la humanidad, y más fundamentalmente por la gente, y permitieran transformar el mundo y a sí mismas.

Túnez no puede ser un remanso en medio de las tormentas del mundo. Sigue siendo un país cuyas contradicciones no pueden resolverse mediante algo salvo una revolución total —el surgimiento de un estandarte, un programa, un partido y un amplio movimiento revolucionario cuya meta sea la derrota de las fuerzas del viejo Estado y el establecimiento de un poder de nuevo tipo que pueda liberar a la gente de abajo de la sociedad, junto con las capas medias, intelectuales y otros, para empezar a transformar la sociedad de una manera mucho más radical y liberadora que lo que el islamismo o el imperialismo pudieran siquiera pretender ofrecer.

De otro modo, el conflicto entre los “dos sectores anticuados” seguirá ardiendo y causando muerte y destrucción, con las masas populares como víctimas engañadas en vez de protagonistas conscientes.

 

El Servicio Noticioso Un Mundo Que Ganar es un servicio de Un Mundo Que Ganar, una publicación política y teórica inspirada por la formación del Movimiento Revolucionario Internacionalista, el centro embrionario de los partidos y organizaciones marxista-leninista-maoístas.

 

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