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La opresión de la mujer en Afganistán y el régimen designado por Occidente

13 de abril de 2016 | Periódico Revolución | revcom.us

 

Afghan women protest the killing of Farkhunda, March 24, 2015.
Ya ha pasado un año desde que una turba de hombres mató brutalmente a Farjunda. La acusaron de quemar un Corán. Arriba: Unas afganis protestan contra el asesinato de Farjunda, 24 de marzo de 2015. Foto: AP

28 de marzo de 2016. Servicio Noticioso Un Mundo Que Ganar. Ha pasado un año desde el brutal asesinato de Farjunda por parte de una turba de hombres. Fue acusada de quemar el Corán. Funcionarios del gobierno inicialmente justificaron el asesinato, pero a medida que la ira del pueblo aumentaba en Afganistán y en el mundo, se echaron atrás — un poquito. La mayoría de los asesinos siguen libres. El gobierno parece reacio a sentenciar a los pocos que siguen en la cárcel y muchas de las condenas iniciales fueron anuladas por un tribunal estatal, que luego impuso condenas más leves. La madre de Farjunda, Bibi Hayira, expresó su frustración en un mensaje en video enviado a los medios de comunicación el 8 de marzo de 2016. Dijo: “Este 8 de marzo se celebra en Afganistán en un momento en el que la justicia para las mujeres en este país ha sido sepultada con Farjunda para siempre. Que Dios me dé paciencia porque no se ha hecho justicia” (BBC, 8 de marzo de 2016).

Da justo en el clavo, porque con el asesinato de Farjunda no acabó la injusticia para las mujeres en Afganistán y le han seguido otros espantosos hechos.

En noviembre de 2015, Rojshana, una joven de 19 años de una aldea en la provincia central de Ghor, acusada de adulterio, fue lapidada por un grupo de hombres, al parecer después de un juicio local. Según la gobernadora de Ghor, Sima Joyenda, “Rojshana huyó por primera vez hace varios años a Irán, luego de que su familia tratara de casarla con un anciano. Luego de traerla la obligaron a casarse con otro anciano. Esta vez también escapó, pero lo hizo siendo una mujer casada, y fue castigada con la lapidación” (Guardian, 3 de noviembre 2015).

En diciembre de 2015, el esposo de Riza Gol, una mujer de la provincia de Faryab, le amputó la nariz y parte de su labio superior con un cuchillo. Un incidente similar le sucedió un año antes a Setara, otra mujer afgani. Una muchacha de 18 años de Samangan fue asesinada por su padre con un hacha. Según la Comisión Independiente de Derechos Humanos de Afganistán (AIHRC, por sus siglas en inglés) los llamados “crímenes de honor” aumentaron en los seis meses de marzo a septiembre de 2015. De las 190 mujeres que se sabe fueron asesinadas en el país durante este periodo, 101 fueron casos registrados como asesinatos por honor. Estos son solo una muestra de muchos más, quizás miles, de casos similares de violencia contra la mujer que se cometen a diario.

Aunque se registra solo una pequeña fracción de los casos de violencia doméstica contra la mujer, y muchas formas de violencia (por ejemplo, psicológica y verbal) no son consideradas como tales, se han registrado más de 5 mil casos, según un informe de la AIHRC. El mismo informe indica un aumento del 5% respecto al año anterior, luego de un aumento del 20% un año antes. Indica también que las dimensiones de la violencia son más espantosas y que los criminales son más jóvenes.

Algunos perpetradores han sido arrestados pero muchos miles están libres, y no temen seguir cometiendo crímenes contra la mujer, aunque pueda ser su esposa, hija, hermana o madre. Ven que la ley, la religión, la tradición y las autoridades están de su lado. Según el Observatorio de Derechos Humanos de la ONU, 90% de las mujeres afganis han sido víctimas de violencia. Una minúscula fracción de los casos en los que las mujeres han sido asesinadas se consideran asesinatos, y sólo en menos del 30% de los casos los asesinos son arrestados. La mayoría puede incluso eludir un juicio.

Desde que el régimen islámico fue establecido por Estados Unidos y otros imperialistas de Occidente en 2001, con un nuevo gobierno agenciado por Estados Unidos instalado en 2015, los líderes políticos de Occidente han buscado dar la impresión de que ha habido un mejoramiento gradual en el estatus de la mujer en Afganistán. Los grandes medios de comunicación del occidente continuamente informan el número de mujeres en el parlamento, el número de mujeres en el gabinete del gobierno o el número de mujeres gobernadoras. Los informes principalmente comparan la situación de la mujer hoy con la situación bajo el talibán. Es verdad que durante el gobierno fundamentalista religioso del talibán y, antes de eso, en el gobierno de los muyahidines en los años noventa, la situación de la mujer en Afganistán era particularmente dura. Los derechos de las mujeres estaban tremendamente restringidos, y su opresión tomó la forma más abierta y brutal.

Los muyahidines (que combatieron contra la ocupación de Afganistán por la Unión Soviética, en esos años el principal rival imperialista de Estados Unidos) llegaron al poder con fuerte respaldo militar, financiero y político de Estados Unidos y otras potencias imperialistas de Occidente. A medida que cada caudillo militar muyahidín establecía relaciones con una potencia regional diferente, los imperialistas fueron abandonándolos. Fue así como el talibán se tomó el país con el respaldo militar y político de aliados de Estados Unidos como Pakistán y Arabia Saudita. Prohibieron que las niñas fueran a la escuela e impusieron muchas más restricciones para las mujeres, especialmente fuera de casa. De hecho, Estados Unidos y Occidente cargan una gran responsabilidad por lo que sufrieron las mujeres durante los periodos del muyahidín y del talibán.

Cuando Estados Unidos y Occidente, basados en sus intereses globales, decidieron sacar al talibán del poder, se acordaron de repente que estas fuerzas oprimían a las mujeres y usaron esto para justificar su brutal invasión a Afganistán so pretexto de liberar a las mujeres.

Hoy los políticos de Occidente y los medios que les son leales han decidido tener en cuenta la historia de las mujeres durante el periodo del talibán, comparando la situación de las mujeres hoy con la vida bajo el talibán como si no existiera historia antes de todo eso y los “logros” posteriores se debieran juzgar con ese rasero. Ahora, bajo la ocupación encabezada por Estados Unidos, un sector de mujeres que vive en Kabul y quizás en otras grandes ciudades podrían trabajar fuera de casa, pero todavía enfrentan gran peligro, presión y discriminación. La situación de la inmensa mayoría de mujeres no es mejor, y probablemente ha empeorado. El único “logro” adicional del nuevo régimen es permitir que se abran las escuelas para niñas. En realidad, esto no ha beneficiado a millones de niñas que tienen mucho miedo o son muy pobres para ir a la escuela. La situación de la mujer bajo el actual régimen está muy lejos de alcanzar la situación de los años 1970 y 1980 en este país.

Atribuyen esta situación cada vez peor a los grupos armados de oposición, principalmente al talibán porque han ganado el control de cada vez más partes de Afganistán. Aparte de eso, también se le achaca a la “sociedad conservadora”. Estas son dos formas de alegar que el gobierno y todo el aparato que fue instalado y estructurado en Afganistán por las potencias imperialistas occidentales están a favor de los derechos de las mujeres. Es una imagen muy falsa. No han hecho nada para cambiar en lo fundamental la situación de la mujer, al contrario, han hecho mucho para asegurar que la opresión de la mujer continúe en algunas de sus formas más horrorosas.

Cuando el desgarrador video de la lapidación de la joven Rojshana circulaba en las redes sociales, el régimen alegó que este incidente tuvo lugar en un distrito bajo dominio del talibán. Pero algunos activistas en Afganistán lo dudan: “Por lo general, culpan al talibán para encubrir a los de su calaña propia” (Guardian, 3 de noviembre de 2015). Aunque asumimos que la lapidación sucedió en una zona controlada por el talibán, el régimen se ha esforzado por reintroducir el mismo tipo de medidas en la legislación y por competir con el talibán en la aplicación de la sharia (ley islámica). Varias semanas después de la lapidación, un tribunal del gobierno local castigó por huir de casa a Zarmina y Ajmad, una pareja joven de la misma provincia de Ghor. Cuando la noticia dejó internacionalmente mal parado al régimen, el gobierno otra vez trató de tomar distancia y culpar a los tribunales locales y al conservadurismo que prevalece en la sociedad.

El régimen y su base política respaldan este conservadurismo e ideas atrasadas imponiendo leyes anticuadas por medio de tribunales anticuados. En un momento dado, el régimen afgani presentó el anteproyecto de un código penal que incluía “una propuesta para restaurar la lapidación para castigar el adulterio”, y el mismo informe que denunciaba esto concluía que “enfrentar la violencia contra la mujer no parece ser prioridad en la agenda afgani” (Amnistía Internacional Reino Unido, posteado el 25 de noviembre de 2013).

“La mitad de la población femenina de las cárceles está acusada de ‘crímenes morales’ — lo que incluye escapar de esposos, padres o suegros violentos. Por lo general la ley federal es ignorada en los tribunales locales, en donde se deciden el 90% de todas las disputas legales penales y civiles, y donde se entregan niñas para zanjar disputas familiares y donde un hombre que ha matado a su esposa puede esperar una simple multa” (Guardian, 13 de enero de 2013).

Al mismo tiempo, “se calcula que el año pasado, el gobierno estadounidense dio 15 millones de dólares (9,2 millones de libras) para respaldar al sector de la “justicia informal”, afianzando la mentalidad represiva. En abril de 2011, el gobierno afgani buscó reintroducir leyes de moral pública, se formularon regulaciones para imponer códigos de casamientos para asegurar que las novias se vistan modestamente, prohibir la música en los matrimonios y evitar que los invitados hombres y mujeres se convivan. Multarían las tiendas que vendan ropa de boda inapropiada” (Guardian, 13 de enero de 2013).

Si la ayuda financiera (por no mencionar la legitimación) a los tribunales locales y no oficiales y la introducción de este tipo de leyes represivas contra la mujer no son para apoyar el fundamentalismo religioso, entonces ¿qué son? Toda la estructura del Estado afgani y sus órganos, incluyendo al gobierno, el parlamento, los tribunales y las instituciones religiosas, está coordinada para proporcionar las condiciones para el conservadurismo y la institucionalización del conservadurismo y el fundamentalismo, y como resultado fortalecer e imponer la mentalidad anti-mujer en nombre de lo que alguna gente en Occidente llamarían “la tradición y la cultura del pueblo de Afganistán”.

Estas son claras ventajas para los hombres y una base para su respaldo al sistema patriarcal y su promoción de la violencia contra la mujer. Pero el aumento de la violencia contra la mujer en formas cada vez más espantosas no es casual ni se debe a factores que no se pueden controlar. Es resultado directo de las políticas del régimen y sus patrocinadores, a pesar de gestos como la adopción del acuerdo de la ONU relativo a la Eliminación de la Violencia contra la Mujer (EVAW, por sus siglas en inglés) en 2009.

Hoy no es raro que jóvenes mujeres se suiciden inmolándose o de alguna otra forma porque están atrapadas en la violencia doméstica y sin a quien acudir. Algunas buscan refugio en albergues o las llamadas “casas seguras” que no son seguras. Debido a que estos lugares alojan a las mujeres y jóvenes más vulnerables, de vez en cuando diversas fuerzas militares hacen redadas a estas casas porque consideran a estas mujeres inmorales. En algunos casos, poderosos comandantes y oficiales se presentan en estos lugares para abusar y acosar a las aterrorizadas mujeres. A pesar de todo esto, algunas mujeres ven estos lugares como una alternativa a la auto-inmolación. Sin embargo, no hay suficientes refugios para siquiera una pequeña fracción de las víctimas.

“Mariam, que no es su nombre real, se ha estado escondiendo en un refugio secreto para mujeres en Kabul durante los últimos dos meses. Vive con unas 20 mujeres que han viajado hasta aquí desde todo Afganistán, cada una con su propia espantosa historia de abuso… Algunas han dejado a sus violentos esposos. Otras han sido violadas o han escapado de matrimonios forzados arreglados por sus padres. Todas ellas temen mucho que sus familias las maten” (Al Jazira, 3 de julio de 2015).

Poderosos líderes y legisladores tienen varias excusas para cerrarlos, tales como el insuficiente personal de seguridad o dificultades financieras, pero la intención real es cerrarles la más mínima salida del infierno a las mujeres. Nazir Ajmad Hanfi, miembro del parlamento afgani en representación de la ciudad occidental de Herat y tristemente célebre defensor de leyes anti-mujer, declaró: “Estas dizque ‘casas seguras’ son algo muy malo… protegen gente que hace cosas malas y les da inmunidad. Abren las puertas a problemas sociales como el SIDA” (Al Jazira, 3 de julio de 2015).

El continuo y cruel maltrato a la mujer organizado por el Estado tiene muchos otros aspectos. El último informe de la AIHRC, refrendado por el Observatorio de Derechos Humanos de la ONU y publicado el 8 de marzo de 2016, revela que las mujeres prisioneras son sometidas sistemática y frecuentemente a pruebas de virginidad. Eso incluye a niñas de tan solo 13 años de edad, y no solo los realizan por la fuerza sino en presencia de muchas personas y de forma invasiva. De hecho, es una forma de tortura castigar a las mujeres que han escapado de la violencia, ya que la mayoría de mujeres en las cárceles de Afganistán han sido acusadas de “crímenes morales”, que incluyen huir de casa — ya sea con su pareja o para escapar del matrimonio forzado y la violencia doméstica. Estas mujeres son acusadas y sentenciadas por los tribunales locales que reciben respaldo financiero directo del gobierno estadounidense.

Una de las autoras del informe, Soraya Sobhrang, dice que no solo las cárceles sino también “los refugios de mujeres envían a las mujeres a hacerse las pruebas [de virginidad], el Ministerio de Asuntos de la Mujer las envía y la policía las envía” (New York Times, 6 de marzo de 2016). Esto muestra que estas “pruebas” son una práctica rutinaria de las instituciones gubernamentales, y que son dirigidas a mujeres que ya han sido maltratadas. Tienen un significado ideológico particular. Estas “pruebas” significan que las autoridades a todo nivel consideran culpables a estas mujeres a menos que se demuestres lo contrario. Desafortunadamente, el informe hace énfasis principalmente en la poca fiabilidad de tales “pruebas” y no enfatiza que constituyen un injustificable acto de violencia, como lo es en primer lugar el arresto de estas mujeres.

El hecho es que, a pesar de las medidas cosméticas, la situación de la mujer está empeorando en muchos aspectos. En particular la violencia contra la mujer hoy crece vertiginosamente. El talibán continúa oprimiendo a las mujeres de las formas más crueles en las zonas bajo su control. Toda la estructura estatal instalada por Estados Unidos y otras potencias imperialistas del occidente y el régimen actual que Estados Unidos directamente llevó al poder son cada vez más severos en su trato a la mujer. De hecho, el patriarcado está institucionalizado y los líderes afganis todo a su alcance para consolidarlo restaurando y fomentando las más anticuadas leyes anti-mujer como la lapidación, y poniendo restricciones en la vida privada de las mujeres, sobre sus actividades, y reduciendo su auto confianza privándoles de sus derechos más básicos. Efectivamente no hay respaldo para las mujeres que son víctimas de maltrato o que escapan de la violencia doméstica. Al contrario, son arrestadas, encarceladas, torturadas y castigadas, inclusive en los albergues operados por organizaciones del gobierno.

Mientras que a las mujeres que escapan de la violencia y de la amenaza de muerte por parte de su esposo y su familia, tan solo por hablarle a un hombre de su elección, las arrestan y encarcelan las autoridades, los hombres que asesinan mujeres a nombre del “honor” por lo general no son arrestados y, si los arrestan, a menudo pasan menos de dos años en la cárcel.

El régimen legitima sus leyes y políticas anti-mujer pretextando respetar la cultura y las tradiciones de la población. Estas relaciones, ideas y prácticas corresponden a las relaciones de producción, a las relaciones económicas en torno a las cuales la sociedad está organizada, una economía que a su vez está profundamente incrustada en el sistema capitalista global y las relaciones imperialistas de poder. Las clases dominantes afganis, como toda clase dominante reaccionaria, representan esas relaciones e ideas que surgen de tal explotación y opresión y las justifican y refuerzan. No pueden cambiar ni trabajarán para cambiar estas relaciones ni las tradiciones y cultura asociadas con ellas, sino que a cambio necesitan y trabajan para consolidar y reforzar viejas y nuevas formas de las mismas. La degradación de la mujer y su estatus como propiedad y esclava del hombre constituyen un pilar de su dominio y una condición para su existencia.

Además, este régimen también está conectado con otros regímenes sumamente reaccionarios mucho más poderosos, en particular Pakistán y Arabia Saudita, y su existencia depende del imperialismo mundial. El imperialismo no se propone liberar ni puede liberar a la mujer en los países que domina, al igual que no puede eliminar la supremacía masculina en sus propios territorios.

La liberación de la mujer requiere de la abolición de las clases, de las relaciones sociales como la opresión de la mujer por el hombre que van de la mano de las relaciones de producción basadas en la explotación y la erradicación de todas las ideas y prácticas que surgen de esas relaciones y las refuerzan, en otras palabras, un mundo comunista. En una sociedad revolucionaria con un Estado revolucionario, desde sus inicios inmediatamente las mujeres y los hombres podrán ser alentados y protegidos para deshacerse de tales cadenas del pasado — analizando, debatiendo, criticando y donde sea necesario erradicando las viejas relaciones e ideas como parte de crear una nueva sociedad y una cultura trasformadora y emancipadora.

Hay indicios de que las mujeres y en particular las mujeres jóvenes en Afganistán están desafiando cada vez más estas podridas y atrasadas relaciones, a pesar del alto precio que tienen que pagar. Pero es necesario que estén organizadas para luchar conscientemente por su liberación. Precisa que las fuerzas revolucionarias y comunistas se apoyen en este sumamente oprimido sector de la población para emprender e intensificar su lucha por la emancipación.

 

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