La realidad detrás de la retórica de "la gran tradición de la democracia estadounidense"

De El comunismo y la democracia jeffersoniana, de Bob Avakian

26 de octubre de 2016 | Periódico Revolución | revcom.us

 

Desde que Donald Trump declaró que no iba a comprometerse a respetar el resultado de las elecciones, ha surgido una tormenta de críticas. Lo han criticado por violar la tradición de la transición pacífica del poder y por no acatar la voluntad del pueblo — "la tradición que ha hecho que Estados Unidos sea especial", nos dicen.

Hemos hablado en otras partes del verdadero significado y el verdadero problema con el pronunciamiento de Trump. Pero es al menos igualmente necesario comentar el argumento que se viene haciendo contra Trump acerca de "la grandeza de Estados Unidos". El siguiente texto de Bob Avakian, de El comunismo y la democracia jeffersoniana, se adentra muy profundamente en la realidad detrás de tal argumento. La obra en sí ofrece un profundo análisis de por qué decimos que Estados Unidos nunca ha sido grandioso, por qué hay que derrocarlo y algunos elementos cruciales de la clase de sociedad revolucionaria que tiene que reemplazarlo.

Esta obra de Bob Avakian fue publicada por primera vez en inglés en 2008.

 

"Las elites que se compiten entre sí" — y
más allá de las "elites"

El concepto de "las elites que se compiten entre sí" es un elemento importante de las teorías de la democracia burguesa y cómo ésta es el mejor sistema posible. El argumento básico es que la existencia de elites que se compiten entre sí es crucial para que las personas —y en particular aquellos que no forman parte de las "elites"— ejerzan la iniciativa de poder elegir entre éstas y, por tanto, sean capaces de influenciarlas. Por ejemplo, Robert A. Dahl, en su libro La democracia y sus críticos, habla de lo que él llama una sociedad "MDP" —que significa una sociedad Moderna Dinámica Pluralista— y la manera en que ésta mejor sirva a lo que caracteriza con el término "poliarquía" — la que, según Dahl, supone "un conjunto de instituciones políticas que distinguen la moderna democracia representativa de todos los restantes sistemas políticos, ya se trate de los regímenes no democráticos o de los sistemas democráticos anteriores" (Robert A. Dahl, Democracia y sus críticos, Ediciones Paidós Ibérica, Barcelona, 1992, pp. 301, 264).

Dahl sostiene que:

Ya que la poliarquía suministra una amplia gama de derechos y libertades humanos que ninguna otra alternativa presente en el mundo real puede ofrecer. Le es inherente una vasta y generosa zona de libertad y control, que no puede invadirse en forma profunda o persistente sin destruir la poliarquía misma... Si bien las instituciones de la poliarquía no garantizan que la participación ciudadana sea tan cómoda y vigorosa como podría serlo, en principio, en una pequeña ciudad-Estado, ni que los gobiernos sean controlados de cerca por los ciudadanos o que las políticas que implantan correspondan invariablemente a lo que desea la mayoría, lo cierto es que vuelve en extremo improbable que un gobierno tome, durante mucho tiempo, medidas públicas que violentan a la mayoría. Más aún, dichas instituciones vuelven infrecuente que sus gobiernos impongan políticas objetadas por una cantidad sustancial de ciudadanos, que tratarán empeñosamente de suprimirlas recurriendo a los derechos y oportunidades de que disponen. Si el control ciudadano sobre las decisiones colectivas es más anémico que el firme control que deberían ejercer para que el sueño de la democracia participativa se realice alguna vez, por otro lado la capacidad de los ciudadanos para vetar la reelección de los funcionarios o sus medidas es un arma poderosa, a menudo esgrimida, para impedirles adoptar políticas objetables a juicio de muchos. (Democracia y sus críticos, p. 269).

Bueno, veamos las cosas en el mundo real que existe en verdad. [risas] Tomemos lo que Dahl ha dicho aquí, que expresa una afirmación bastante común de lo que es en realidad la democracia burguesa, y veamos cómo se compara con este mundo real — y lo que representa en realidad. Comencemos con la afirmación, que recalca fuertemente Dahl, de que en tal sociedad se "vuelve en extremo improbable que un gobierno tome, durante mucho tiempo, medidas públicas que violentan a la mayoría" y que "Más aún, dichas instituciones vuelven infrecuente que sus gobiernos impongan políticas objetadas por una cantidad sustancial de ciudadanos, que tratarán empeñosamente de suprimirlas recurriendo a los derechos y oportunidades de que disponen".

En este sentido, no puedo dejar de parafrasear a Lenin, a fin de decir que quizá Dahl desee que hubiera una ley contra reír en público (y por todo lo que sabemos, el régimen de Bush todavía llegue a satisfacer tal deseo). En caso contrario, en referencia a importantes sucesos de la actualidad y específicamente a los millones y decenas de millones de personas que, al "empeñosamente recurrir a los derechos y oportunidades de que disponen", han tratado de impedir y poner fin a la invasión y ocupación de Irak por Estados Unidos y muchas otras políticas del gobierno de Bush a las que se opone y además detesta profundamente un segmento muy importante de la población de Estados Unidos —probablemente la mayoría—, si se repitiera la declaración de Dahl entre esas personas, es muy probable que se ahogaría en un maremoto de risa amarga.

Qué ocurre —y no ocurre— mediante las elecciones...
lo que es —y lo que no es— la actividad política con sentido

No se trata de la mera experiencia en este período inmediato, sino de la experiencia en toda la historia de este país la que ha demostrado una y otra vez las siguientes verdades esenciales:

  1. En Estados Unidos existe una clase dominante que tiene intereses que son muy diferentes a los de las masas de los ciudadanos y en lo fundamental se les oponen.
  2. En realidad, esta clase dominante ejerce una dictadura —es decir, un monopolio del poder político respaldado por un monopolio del poderío armado y concentrado en el último monopolio sobre el resto de la sociedad— y aquellos que en cualquier momento dado estén administrando esa dictadura seguirán aplicando las políticas que están resueltos a llevar a cabo, incluso ante la maciza oposición popular, a menos que y hasta que los intereses más amplios de la clase dominante exijan que se modifique o incluso se abandone una política particular — o hasta que la clase dominante sea derrocada.
  3. Las elecciones no ofrecen una vía para la realización del deseo de las masas populares de ver que cambien estas políticas y acciones del gobierno — aunque en determinadas circunstancias, la resistencia política de masas puede contribuir de manera importante a obligar al gobierno a cambiar sus políticas, especialmente si esto tiene lugar en un contexto más amplio en que estas políticas se estén topando con verdaderos problemas y, entre otras cosas, estén suscitando mayores divisiones al interior de la propia clase dominante.

Si volvemos unas pocas décadas atrás, podemos ver cómo la experiencia en torno a Vietnam da un ejemplo concentrado de todo esto. Como he señalado antes, hubo dos elecciones en relación con Vietnam que encerraban una importante contienda e "introspección", en particular entre las personas que se oponían fuertemente a la guerra de Vietnam, y que ilustran el punto básico que estoy recalcando — y que refutan las nociones que Dahl está planteando.

En primer lugar, se celebraron las elecciones de 1964 cuando Estados Unidos comenzaba a escalar de manera importante su "participación" en Vietnam. Para inyectarle a este punto un elemento personal —si bien es algo que toca un fenómeno más general—, éstas fueron unas de las dos elecciones para la presidencia de Estados Unidos en las que voté. Fueron las primeras elecciones en las que yo estaba en edad de votar, y después de debatirlo para mis adentros un poco, decidí votar a favor de Lyndon Johnson en las elecciones de 1964 (voté a favor de Eldridge Cleaver en 1968, pero ésa era una historia muy distinta). En el momento de las elecciones de 1964, se dio un debate muy intenso en el "movimiento" acerca de si votar o no — es decir, si votar o no a favor de Johnson. Éste salía a favor de los derechos civiles, de hacer concesiones a la lucha popular en torno a eso, y al mismo tiempo, si bien como presidente estaba llevando a cabo una escalada de la guerra de Vietnam, no hablaba abiertamente haciendo uso de los términos locos y extremos de su rival, el candidato republicano Barry Goldwater. Éste tuvo fama —o algunos dirían infamia— por su declaración, en el momento de su nominación en la Convención Republicana de 1964, de que el extremismo en defensa de la libertad no es vicio, y que la moderación en búsqueda de la justicia no es virtud. Por supuesto, Goldwater concebía la libertad y la justicia en términos burgueses e imperialistas y consideraba la resistencia del pueblo vietnamita a la dominación de Estados Unidos como un vicio — una violación y injerencia en la libertad y justicia imperialista. Así que Goldwater estaba hablando en términos extremos sobre Vietnam — bombardeando a Vietnam para volverlo a la Edad de Piedra o en un lenguaje similar. Muchas personas en el amplio movimiento de ese momento argumentaban que, con todo esto en mente, había que votar a favor de Johnson —que era absolutamente esencial en términos de Vietnam, así como otras cuestiones claves, votar a favor de Johnson— y eso me influenció a mí, junto con muchos otros, y por fin eso me persuadió. Así que fuimos a las urnas y nos tapamos las narices, como suele hacer la gente en estos días, y votamos a favor del demócrata, Lyndon Johnson.

Bueno, después de las elecciones —en las cuales Johnson había hecho campaña con anuncios sobre el peligro extremo de lo que Goldwater haría en Vietnam— el mismo Johnson empezó la enorme escalada de la guerra de Vietnam, tanto en términos de bombardeos de ese país y en términos de iniciar el proceso de envío de ola tras ola de tropas de Estados Unidos a Vietnam (que, a fines de los años 60, ya alcanzaba el nivel de 500.000). Y, por supuesto, aquellos de nosotros que nos habíamos dejado persuadir y embaucar para que votáramos a favor de Johnson nos sentimos amargamente traicionados por esto. Eso ofreció una lección muy profunda.

En el momento en que se dieron las elecciones en 1972 (y he hablado un poco de esto en mis memorias)1, una vez más, incluso dentro de la Unión Revolucionaria (la UR, el precursor de nuestro partido), así como en términos más amplios entre los que se oponían a la guerra de Vietnam, se dio un gran debate y lucha acerca de si era necesario apoyar al "candidato contra la guerra" George McGovern — o, para decirlo de otra manera, de si era necesario votar en contra de Nixon. Dentro de la propia UR, se argumentó que era "nuestro deber internacionalista para con el pueblo vietnamita" votar a favor de McGovern y echar a Nixon, porque de lo contrario, Nixon escalaría de nuevo la guerra en Vietnam, pero al contrario McGovern pondría fin a la guerra.

Bueno, al final, yo (y la dirección de Unión Revolucionaria en general) no aceptamos eso. Sí examinamos la cuestión en serio — no simplemente asumimos un enfoque dogmático. Recuerdo que pasamos muchas noches bregando con la pregunta: ¿Se trata de un conjunto particular de circunstancias que exija una excepción al enfoque general de no apoyar, ni siquiera taparse las narices ni votar a favor, los candidatos electorales burgueses? Pero llegué a la conclusión —sobre la base de mucha intensa reflexión y forcejeo con otros— de que, no, apoyar a McGovern no era "nuestro deber internacionalista para con el pueblo vietnamita", que al contrario, nuestro deber internacionalista mejor se serviría continuando la construcción de la resistencia de masas contra la guerra y las políticas generales del gobierno —y, en lo más fundamental, la oposición al sistema en su conjunto— lo que es lo que nos propusimos hacer.

Pero muchas personas sí se dejaron envolver en el proyecto de McGovern. Podría ser muy interesante para aquellos de ustedes que no estuvieron allí en ese momento (o que aún no estaban políticamente conscientes y activos) ver película de la Convención Demócrata de 1972, si es posible conseguirla. Ahí Jerry Rubin y mucha otra "gente del movimiento", quienes recibían la bienvenida de parte del regazo mortífero de la política burguesa "de la corriente mayoritaria" y, concretamente, del Partido Demócrata — para volver a sus sofocantes confines. De hecho, algunos de ellos se sentían cierta sensación de alivio al creer que, después de años de luchar por cambiar las cosas desde fuera de dichos confines —junto con todas las dificultades, sacrificios y, sí, peligros reales acompañantes— tal vez podría haber un cauce desde el cual cambiar las cosas "desde adentro". Pero, por supuesto, lo que ocurrió en realidad es que Nixon aplastó a McGovern en las elecciones. A través de los mecanismos de la política electoral burguesa y la dinámica de la política burguesa en un sentido más general, más o menos se arreglaron las cosas de esta manera. Sin entrar en mucho detalle aquí, cabe señalar que McGovern apenas había empezado su campaña, después de la Convención Demócrata, cuando se denunció que su compañero de campaña (nominado para la vice presidencia) Thomas Eagleton había sido un "enfermo mental", tal como se imaginaba en la población en ese momento. Resultó que en cierto momento Eagleton había pedido ayuda psiquiátrica y eso lo hizo "no apto" para ser vice presidente ni el número dos como jefe de estado. Así que tuvieron que sustituirlo con Sargento Shriver (del clan Kennedy). Y en términos más generales, toda la campaña de McGovern fue una debacle, desde el principio. Nixon terminó por ganar casi todos los estados en las elecciones presidenciales de ese año.

Eso desmoralizó a muchas personas — en esencia porque habían aceptado y se habían encerrado dentro de los términos de la política electoral burguesa. Sin embargo, unos meses después de las elecciones de 1972, Nixon se vio obligado a firmar un "acuerdo de paz" sobre Vietnam. Si bien eso se dio en el contexto de factores internacionales más grandes —incluida la contienda entre Estados Unidos y la Unión Soviética (lo que en ese entonces era un país social-imperialista: socialista de nombre e imperialista de hecho), así como el papel internacional de China en ese momento, en el que era entonces un país socialista pero que adoptaba determinadas medidas tácticas, incluyendo una "apertura hacia el oeste", como parte de hacer frente a la amenaza muy real de un ataque por parte de la Unión Soviética—, Nixon se vio obligado a firmar ese "acuerdo de paz", en un grado importante debido a que continuaba la lucha del pueblo vietnamita y en Estados Unidos se desarrollaba una enorme oposición popular a la agresión contra Vietnam.

Este acuerdo condujo, en primer lugar, a la retirada de las tropas estadounidenses de Vietnam —y a un intento de Nixon de llevar a cabo la "vietnamización" (de hacer que el ejército del gobierno sudvietnamita dependiente de Estados Unidos combatiera con más firmeza en la guerra, con el apoyo de la fuerza aérea estadounidense)— y luego condujo, sólo un par de años más tarde, a la derrota final y muy bienvenida del imperialismo estadounidense y su gobierno títere en Vietnam del Sur. Todos ustedes han visto las escenas de personas en la arrebatiña para subirse a los helicópteros en el techo de la embajada estadounidense en 1975, mientras que las tropas del Frente de Liberación Nacional (el llamado "Vietcong") derribaban los portones de esa embajada.

Ahora, la importante lección proveniente de lo que discutimos aquí es de que en ninguno de los dos casos —ni en 1964 ni en 1972— es que las elecciones generaron los cambios decisivos que se dieron. Muy por el contrario. En 1964 la gente votó en masa por alguien que supuestamente no iba a escalar la guerra de Vietnam — y quien luego escaló esa guerra en una enorme escala. En 1972 mucha gente votó contra Nixon porque él iba a escalar aún más la guerra — pero él se vio obligado a retirar las tropas estadounidenses, y eso llevó a la derrota definitiva de Estados Unidos y su gobierno títere en Vietnam del Sur.

En ambos casos, la persuasiva presión y la aparente lógica de que era crucial votar por un demócrata —o al menos votar en contra del republicano— con el fin de evitar desastres reales, no se confirmó para nada en realidad. Ello, por una razón muy básica: en realidad las elecciones no son la dinámica por medio de la cual se toman las decisiones esenciales sobre las políticas del gobierno y el rumbo de la sociedad — en realidad los votos de la población en las elecciones no son las fuerzas que impulsan los cambios de un tipo u otro. Eso es lo que se ilustra dramáticamente al examinar —y, en particular, al examinar científicamente— estas dos elecciones, que en efecto signaron el principio y el fin de la fuerte ingerencia de Estados Unidos en Vietnam (las elecciones de 1964 hacia el principio y las elecciones de 1972 hacia el final).

Por lo tanto, que lancemos un reto: que alguien explique cómo taparse las narices y votar a favor del demócrata (o votar con entusiasmo a favor del demócrata) en unas o ambas elecciones esas condujera a los cambios de un tipo u otro o fueran responsables de los mismos — los cambios negativos en 1964 con la escalada de la guerra de Vietnam por parte de Estados Unidos y ocho años más tarde con el cambio positivo de parte del imperialismo de Estados Unidos en camino a su derrota decisiva en su intento de imponer su dominación sobre Vietnam mediante la devastación general de ese país y la masacre de millones de sus habitantes. No, nada de eso sucedió mediante las elecciones, porque en realidad las elecciones no constituyen la base ni el vehículo por medio del cual en realidad se operen cambios importantes de uno u otro tipo en la sociedad (y en el mundo).

Es obvio que todo esto tiene mucha relevancia ahora, cuando existe un odio generalizado, en ciertas formas sin precedentes por su magnitud y en algunos sentidos por su profundidad, por todo el régimen relacionado con George W. Bush, pero a las personas les cuesta mucho trabajo romper con la noción que el único camino posible para cambiar la marcha de los sucesos es dejarse embaucar una vez más por la dinámica de la política burguesa — que se creó para servir y sólo puede servir a los intereses de la clase dominante y que no ha proporcionado ni proporciona los medios y canales por medio de los cuales se podría llevar a cabo los cambios a favor de los intereses del pueblo.

A la luz de todo eso, podemos ver el error fundamental que se refleja en la afirmación de Dahl de que "la capacidad de los ciudadanos para vetar la reelección de los funcionarios o sus medidas es un arma poderosa, a menudo esgrimida, para impedirles adoptar políticas objetables a juicio de muchos". De hecho, las formas por medio de las cuales esto sucede es un enorme auge de lucha y resistencia en combinación con otros factores — incluyendo la resistencia, la lucha y la revolución en otras partes del mundo así como otras contradicciones que enfrentan los imperialistas, incluso sin una revolución para derrocarlos. Ésa es la base sobre la cual se impide que los funcionarios impongan políticas objetables a juicio de un gran número de personas, y los mecanismos por medio de los cuales se da eso.

¿Es realmente cierto que las personas solamente pueden ser peones de las elites?

Y aquí llegamos a la cuestión fundamental: Lo que [Robert A.] Dahl defiende como una “buena sociedad” —o, tal como la gente como él lo ve, la mejor sociedad posible— es aquella en la que el papel de las masas populares, de los ciudadanos, se reduce a actuar como un “freno” a las elites quienes en realidad toman las decisiones políticas. Ésta es otra expresión de la noción de que el mejor sistema político posible es aquel en el que no hay ninguna elite supuestamente monolítica y uniforme, sino que las elites se compiten entre sí, y la “libertad” de las masas populares —incluida la conservación de sus derechos humanos y libertades— en última instancia reside en su capacidad de elegir entre las elites que se compiten entre sí y tal vez maniobrar entre éstas. Según esta suposición, eso de alguna manera, en particular por medio de las elecciones, llevará a las elites a competirse entre sí por el apoyo del pueblo de modo que de alguna manera se exprese la voluntad del pueblo al fijar el rumbo de la sociedad, en la medida en que realmente sea posible en una sociedad moderna y compleja.

Bueno, para refutar eso más a fondo, para demostrar lo que representa en realidad —y para dejar en claro que es posible tener un tipo de sociedad radicalmente diferente y mucho mejor, en la que el papel del pueblo es en realidad el de tomar las decisiones, a través de un proceso general que se lleva a cabo en una forma cualitativamente diferente y en una dimensión mucho mayor que cualquiera que los gobernantes y los teóricos políticos del capitalismo (y las anteriores formas de la sociedad en general) hayan practicado o hasta concebido—, comencemos con lo siguiente, abordando la naturaleza y papel esencial de las elecciones como la máxima expresión de la democracia en la sociedad burguesa:

Para decirlo en una oración: las elecciones son controladas por la burguesía; no son de ningún modo el medio por el cual se toman las decisiones básicas; y se efectúan con el propósito primario de legitimar el sistema, y las políticas y las acciones de la clase dominante —dándoles la fachada de un “mandato popular”— y de canalizar, confinar y controlar la actividad política de las masas populares. (Bob Avakian, Democracy: Can’t We Do Better Than That? [Democracia: ¿Es lo mejor que podemos lograr?], Banner Press, Nueva York, 1986, p. 68)

Para ilustrar esto más —y recalcar más lo que tiene de incorrecto la noción de influenciar a las elites que se compiten entre sí en una manera que beneficie al pueblo—, veamos un argumento similar que hizo Malcolm X. Por mucho que yo ame a Malcolm, es necesario señalar las limitaciones de su punto de vista y enfoque al respecto — que de fondo se derivan del hecho de que él no había asumido el punto de vista científico materialista y dialéctico del comunismo (aunque su desarrollo estaba en evolución cuando resultó asesinado). En un discurso que, en esos días, escuché una y otra vez y que aún disfruto en muchos sentidos, “El voto o la bala”, Malcolm arma todo un argumento acerca de cómo los negros no deben depender servil y lealmente a los demócratas. Con su típica agudeza y mordaz ingenio, habla de cómo los demócratas y los republicanos son de la misma variedad —ambos son caninos, ambos de misma familia que el perro: uno es un lobo y el otro es un zorro— y ambos están en su contra de usted. Pero al final, lo que propone Malcolm es un recurso conocido: sostiene que los negros, en particular, no deben ser meramente una cola de los demócratas —quienes simplemente dan por sentado el apoyo de los negros y nunca hacen nada por ellos— pero al contrario los negros deberían formar un bloque de electores y recompensar o castigar a los que actúan o que no actúan en formas que beneficien a los negros.

Malcolm habla de que, en el momento en que se convirtió en presidente, tras el asesinato de Kennedy, Lyndon Johnson volvió en avión a Washington, D.C., y lo primero que hizo, al aterrizar su avión, fue buscar a su amigo Richard [Ricardito] Russell. Como lo cuenta Malcolm, Johnson “se baja del avión y ¿qué hace? Dice: ‘¿Dónde está Ricardito?’ Ahora bien, ¿quién es Ricardito? Bueno, ese gastado racista, segregacionista sureño, supremacista blanco Richard Russell. No, ese tipo es simplemente muy astuto, pues su mejor amigo sigue siendo el viejo Ricardito”. [risas]

No debemos confiar en esos demócratas, insiste Malcolm. Y sigue hablando de que algunas personas afirman que Johnson puede manejar a los segregacionistas sureños porque él es de Texas y los conoce. Bueno, dice Malcolm, si ése es el argumento, ¿qué hay de Eastland —un senador que fue uno de los más descarados segregacionistas del Sur— ése conoce aún mejor a los sureños. ¿¡Por qué no tenemos a Eastland por presidente!?

Sí, con mucha agudeza Malcolm descuartiza esta idea de confiar en los demócratas — es genial escucharlo, ahora inclusive. Pero luego, al final, ¿qué dice? Bueno, sostiene, si los negros forman un bloque, pues los republicanos tendrán que pedir nuestro apoyo y los demócratas también tendrán que pedir nuestro apoyo, y apoyaremos a quien haga más por nosotros.

Pero, ¿cuál es la verdadera dinámica cuando se ha intentado hacer esto? Los demócratas piden su apoyo, usted les hace un montón de exigencias e insiste: “Ahora, si no hacen esto y no hacen aquello y no hacen eso otro a favor de nuestros intereses, pues…pues...” [risas] ¿Qué hará usted? ¿Votará por los republicanos? Fíjese que eso es muy cierto, ahí están el lobo y el zorro, y uno de ellos finge estar a su favor y el otro ni siquiera finge estar a su favor, tal como Malcolm explicó. Pero ésas son sus opciones, siempre y cuando usted juegue según las reglas del juego que ellos han creado. Por eso, ¿qué influencia realmente tiene usted sobre este juego? Si el papel del Partido Demócrata es el de hablar, al menos en algunas ocasiones, de modo que hace que uno crea que tal vez al aplicarles suficiente presión, pueda hacer que ellos adopten algunas de las cosas que usted cree que son muy importantes —y si intenta presionarlos para que en realidad hagan eso debido a su amenaza de votar a favor de los republicanos— bueno, pues, ellos se reirán a carcajadas ya sea abiertamente o a puertas cerradas, porque saben que usted no pueden salir y votar por los republicanos, quienes ni siquiera fingen estar a favor de lo que a usted le es importante.

Por lo tanto, incluso bajo esos términos y a ese nivel, usted no tiene ninguna influencia sobre ellos. Ellos los tienen a usted —usted no los tienen a ellos— siempre y cuando usted esté considerando que las cosas se concentren y se expresen únicamente (o de su mejor manera posible) dentro de estos confines, sí, muy mortíferos de las elecciones burguesas (y la política burguesa en general). Únicamente al zafarse de dichos confines es posible en realidad empezar a influenciar las cosas de una manera importante — al enfrentarse a la operación general de esta maquinaria, al zafarse de la misma y al desafiarla de una manera seria.

Lo siguiente de Democracy: Can’t We Do Better Than That? contribuye a un balance sintetizado de los puntos cruciales que están en consideración acá:

Muchas dirán: ¿cómo es posible que el sistema político de un país democrático como Estados Unidos “sirva para mantener el dominio de la burguesía sobre el proletariado” cuando todos tienen el derecho de elegir a los dirigentes políticos mediante elecciones? La respuesta es que en tales sociedades las elecciones y el “proceso democrático” en su conjunto son un engaño; más que un engaño, son una pantalla y más aún un instrumento por medio del cual la clase dominante, explotadora y opresora lleva a cabo la dominación sobre los explotados y oprimidos. (Democracy: Can’t We Do Better Than That?, p. 68)

Con el fin de tener una fundamentación más profunda y sólida para entender correctamente esta cuestión y para reconocer más plenamente cómo las apologías de la democracia burguesa, como la de Robert A. Dahl, representan fundamentales distorsiones de la realidad, es crucial volver una vez más a la cuestión del punto de vista y el método — a la importancia decisiva del materialismo dialéctico y, por otro lado, la llamativa falta de materialismo (y la falta de dialéctica basada en el materialismo) en los puntos de vista y análisis democrático burgueses.

Una de las verdades más elementales que el materialismo dialéctico pone de manifiesto es que la superestructura política e ideológica/cultural de cualquier sociedad —y esto sin duda incluye a Estados Unidos— corresponde y en lo fundamental sólo puede corresponder al carácter de la base económica de esa sociedad — en otras palabras, a las relaciones sociales subyacentes y, sobre todo, las relaciones de producción subyacentes y a las relaciones de clase y a las formas de explotación y dominación que están arraigadas en esas relaciones de producción. En una sociedad capitalista, tal como Estados Unidos, la clase capitalista predomina en la propiedad de los medios más importantes de producción; al mismo tiempo, existe un gran grupo de personas —la clase obrera o el proletariado— que se cuenta en millones y millones de personas en Estados Unidos hoy, que no posee medios de producción y por tanto sólo puede vivir en la medida en que dicho grupo trabaje para la clase capitalista y que ésta lo explote, clase que monopoliza la propiedad de los medios de producción; a la vez que otras personas son propietarios de una pequeña cantidad de los medios de producción y tal vez empleen a unas pocas personas, por lo que constituyen una parte de la clase media (o pequeña burguesía)2. Si la superestructura —y en particular los procesos políticos, las instituciones, las políticas y demás— entra en cualquier tipo de conflicto serio con la dinámica de la base económica capitalista subyacente y su proceso de acumulación, de ahí el funcionamiento general de la sociedad se verá seriamente trastornado y, a menos que uno esté preparado para seguir hasta su conclusión final —en otras palabras, hasta el derrocamiento del sistema—, se verá obligado a retroceder de eso y ajustar las cosas (adoptar o aceptar políticas) de modo que la superestructura una vez más vuelva a estar en sintonía con la naturaleza y funcionamiento fundamentales de la base económica subyacente y el proceso general de acumulación capitalista (tal como se lleva a cabo y toma forma no sólo en el país en particular sino hoy más que nunca a escala internacional).

Entender todo eso es crucial para comprender cómo y por qué las cosas suceden en la sociedad (y en el mundo) de la manera en que lo hacen, lo que incluye cómo y por qué los políticos actúan de la manera en que lo hacen.

¿Por qué es que, en repetidas ocasiones, hasta las personas que en alguna medida tienen mejor criterio al parecer son incapaces de evitar, una y otra vez, votar por los políticos que prometen una cosa y hacen otra y en realidad nunca actúan en aras de los intereses fundamentales del pueblo? Esto me recuerda la experiencia de “Charlie Brown con Lucy” en la caricatura “Peanuts” (Snoopy, Rabanitos o Carlitos): la escena en que Lucy va a sujetar el balón para que Charlie Brown (Carlitos) lo patee, y al último minuto ella mueve el balón y él hace una sonora patada al aire sin hacer contacto. Una y otra vez él sigue dejándose engañar así y ella sigue haciéndolo. Muchísimas personas que se han metido en la política establecida de una u otra manera han tenido esta clase de experiencia — en repetidas ocasiones. Recuerde, durante “el espectáculo ambulante” de los candidatos demócratas antes de las últimas elecciones presidenciales en 2004, Dennis Kucinich y Al Sharpton expresaron algo de lo que la gente quería escuchar, pero la revista Time declaró a inicios del proceso que, aunque a menudo Sharpton contaba con la mejor respuesta popular, no fue un candidato serio. ¿Por qué no fue un candidato serio, sobre todo si contaba con la mejor respuesta popular? Bueno, Sharpton no es un revolucionario, pero hasta lo que Sharpton dijo durante ese espectáculo ambulante (por sincero que pudiera haber sido o no) estaba fuera de lo aceptable de lo que el Partido Demócrata podía buscar en serio y en concreto, incluso en unas elecciones, mucho menos lo que en realidad podía hacer en la gestión del gobierno.

Desde el principio, los representantes conscientes de la clase dominante estaban muy conscientes de todo esto. Sharpton, cualquiera que fuesen sus intenciones individuales, objetivamente llevó a cabo una función de atraer de nuevo a la gente hacia el marco electoral burgués, en particular a las personas con muchas inclinaciones progresistas que estaban (y aún hoy están) muy inconformes —o hasta profundamente consternadas— por el rumbo general de la situación. En realidad, Sharpton expresaba y defendía la orientación de las “elites que se compiten entre sí”. Por ejemplo, al tiempo que se entrevistaba en uno de los principales canales de noticias, Sharpton sostuvo explícitamente que el papel de las masas es influir en lo que las elites hacen. Sin embargo, “no era un candidato serio”, ni lo era Kucinich, porque lo que estaban planteando, por limitado que fuera en términos de un cambio real, no tenía nada que ver con lo que la dinámica concreta del sistema engendraba o requería.

Así que se llegó a tener a Kerry como el candidato demócrata, y todos sabemos de qué se trataba eso. Eso es el mismo número de “Lucy y Charlie Brown”, una y otra vez. Quizá esta vez ellos en realidad sujetarán el balón... No, esta vez ellos harán lo que siempre hacen, otra vez dejándole a uno en la depre, cuando de nuevo hacen lo que hacen — y no lo que ellos le animan a uno a imaginar que harán. Así es su función — es decir, la que está en conformidad con el funcionamiento concreto de la base económica a la cual estos políticos, en un sentido general y fundamental, tienen que ajustarse y a la que tienen que servir. Mediante mucha complejidad y lucha, la política y las políticas de las campañas y la gestión del gobierno se determinan entre aquellos que representan a la clase dominante capitalista y el sistema capitalista, cuyas dinámicas fundamentales moldean todo esto y sientan sus términos y límites básicos3.

En relación con todo esto, es crucial comprender que lo que caracteriza el sistema político en Estados Unidos —y en las democracias burguesas en general— es un monopolio del poder político de parte de un grupo de personas (que, sí, ocupan una posición de elite), y no un monopolio del poder político de parte de unas elites que de alguna forma están desligadas de la base económica subyacente, pero en lo más esencial son una expresión de relaciones específicas de dominación de clase y, fundamentalmente, de específicas relaciones de producción explotadoras. Los representantes políticos de los partidos políticos establecidos (los partidos Demócrata y Republicano en Estados Unidos) son en un sentido fundamental y general la expresión, en la superestructura política-ideológica, de las relaciones subyacentes de producción del capitalismo y de la dinámica de acumulación capitalista, en particular, la manera en que se toma forma y actúa en esta era del imperialismo capitalista altamente globalizado. Son la expresión, en el ámbito político, del monopolio de la propiedad sobre los medios de producción por parte de la clase capitalista — la que, mediante ese control sobre la economía, también ejerce un monopolio del poder político, expresado en una forma fundamental y concentrada como el monopolio de la fuerza armada “legítima”, el control de las fuerzas armadas y la policía establecidas del país, junto con el control de los tribunales, las burocracias y las instituciones y procesos de gobierno en su conjunto.

Esta realidad fundamental —de que todo esto está arraigado en las relaciones de producción subyacentes y en el proceso de acumulación del sistema capitalista imperialista— es la razón fundamental por la cual las “elites políticas” no tienen la libertad de actuar de la manera que harán —de la manera que ellas mismas tal vez quisieran— y, en un sentido básico y general, no pueden tomar decisiones basadas en la “presión desde las masas” que se ejerce sobre ellas. Si bien, frente a una enorme oposición política y resistencia —especialmente en sus manifestaciones fuera del marco y procesos políticos establecidos y en oposición a los mismos—, a corto plazo pueden verse obligados a hacer determinadas concesiones, de ahí obrarán para revertir eso a corto plazo o con el tiempo y en todo caso no tienen la libertad de actuar en una forma que sea contraria a los intereses fundamentales de clase que representan y a las relaciones de producción en las que se basan esos intereses de clase.

Para repetir, por todo esto, para decirlo simplemente, ellos actúan de la manera que actúan — en repetidas ocasiones. Por eso, dicen una cosa y hacen otra. Por eso, ellos hacen que uno vote en su favor y luego le “venden” a uno todo el tiempo. Por ello, durante muchos años, los demócratas no han tenido ninguna “madera” para oponerse a lo que el régimen de Bush ha estado insistiendo en hacer. Lo que existe y se expresa en el sistema político es, ante todo y en esencia, un monopolio del poder político, no para unas “elites sin raíces” que flotan libremente en el aire sino para una clase. Y cuando o en la medida en que las “elites políticas” “se compiten entre sí” en realidad, lo hacen en lo más fundamental según los términos de esa clase y del sistema en el cual esa clase domina, y a fin de ganarse la aprobación y el apoyo de esa clase dominante (o de ciertos sectores de la misma). Esa clase dominante fundamentalmente y en última instancia —inclusive mediante la lucha en sus propias filas— determina lo que serán los parámetros y los límites de la política “aceptable”, quiénes serán los candidatos que se compiten entre sí y qué políticas llevarán a cabo en los hechos.

Es importante hacer hincapié en el aspecto de la lucha en las filas de esta clase dominante porque es necesario tener un conocimiento vivo, científico —dialéctico así como materialista— y no burdo, dogmático y mecánico al respecto. Como he señalado en un artículo que salió en el periódico de nuestro partido, Revolución, en 20054, no existe un solo “comité de la clase dominante” en sesión permanente que decide todas estas cosas. En particular en un país imperialista grande y complejo como Estados Unidos, que opera según los principios de gobierno democrático-burgués, la situación es mucho más compleja que eso, y se toman las decisiones mediante procesos mucho más complejos. Pero, en términos fundamentales, los intereses de la clase dominante capitalista imperialista determinan el carácter y los límites de la toma de decisiones políticas, incluido el proceso electoral y las funciones concretas que sirve. Para repetir, es crucial captar profundamente eso a fin de comprender por qué los políticos actúan de la manera que actúan y, en oposición a eso, cuáles son los mecanismos concretos para llevar a cabo el cambio social y político, aunque no haya una revolución — y, a la larga, para hacer una revolución con el fin de cambiar cualitativa y radicalmente todo el carácter de la sociedad y tener esa clase de impacto cualitativo y radical sobre el mundo en su conjunto.

 


1. Bob Avakian, From Ike to Mao and Beyond: My Journey from Mainstream America to Revolutionary Communist, Insight Press, Chicago, 2005. [regresa]

2. Aquí cabría referirse a lo siguiente, que habla de las características esenciales de la base económica (las relaciones de producción), en general y específicamente en la sociedad capitalista:

Las relaciones de producción, en cualquier sistema económico, constan, en primer lugar, del sistema de propiedad de los medios de producción (la tierra y la materia prima, la maquinaria y la tecnología en general, etc.). Además de este sistema de propiedad, y en correspondencia esencial al mismo, están las relaciones entre las personas en el proceso de producción (la “división del trabajo” en la sociedad en su conjunto) y el sistema de distribución de la riqueza que se produce. Veamos el ejemplo de la sociedad capitalista: un pequeño grupo, la clase capitalista, acapara la propiedad de los medios de producción, mientras la mayoría posee pocos medios de producción o ninguno; la “división del trabajo” en la sociedad, o sea, los diferentes papeles que distintos grupos de personas juegan en el proceso general de producción, que incluye la profunda división entre los que realizan el trabajo intelectual y los que realizan el trabajo manual (en suma, la contradicción mental/manual), corresponde a las relaciones de propiedad (y carencia de propiedad) de los medios de producción; y la distribución de la riqueza que se produce también corresponde a eso, de manera que la riqueza acumulada por los capitalistas coincide, en un sentido básico, con el capital que poseen (los medios de producción que son de su propiedad o están bajo su control) y su papel como explotadores de la fuerza de trabajo (es decir, la capacidad de trabajar) de otros, quienes no poseen medios de producción; mientras los que no son grandes capitalistas pero tal vez posean una cantidad limitada de medios de producción y/o han acumulado más conocimientos y destrezas, reciben una porción de la riqueza en conformidad con eso; y los de abajo de la sociedad encuentran que su reducida parte de la distribución de la riqueza social se determina por el hecho de que no poseen medios de producción y no han podido adquirir muchos conocimientos y destrezas más allá de lo básico. No es sorprendente que estas relaciones y divisiones —altamente desiguales— en la sociedad sigan reproduciéndose e incluso tiendan a acentuarse a través del funcionamiento del sistema capitalista, el proceso continuo de acumulación capitalista y las relaciones sociales, la política, y la ideología y la cultura que corresponden esencialmente a la naturaleza básica y el funcionamiento de este sistema y que lo refuerzan y defienden. Y sobre todo en el mundo actual, este funcionamiento del sistema capitalista sucede no solamente en países capitalistas específicos sino sobre todo a escala mundial. (Bob Avakian, ¡Fuera con todos los dioses! Desencadenando la mente y cambiando radicalmente el mundo, JB Books, Chicago, 2009, nota al pie de la página, pp. 169-170). [regresa]

3. Si bien el discurso del cual se toma este texto, que se dio en 2006, y que por lo tanto, no habla de la actual campaña presidencial/elecciones de 2008, los principios y análisis básicos discutidos aquí se aplican a las elecciones y política burguesas en general, y el “fenómeno Obama” en las elecciones de 2008 es una ilustración y confirmación gráfica y muy concentrada de estos principios y análisis. [regresa]

4. Ver “El ‘ELLOS’ no existe — pero se está dando una cierta dinámica — La dinámica interna de la clase dominante y el reto para los revolucionarios”, Revolución #7, 26 de junio de 2005; ver también Bob Avakian, La guerra civil que se perfila y la repolarización para la revolución en la época actual, RCP Publications, Chicago, 2005, que también se puede conseguir en revcom.us. [regresa]

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