Preguntas frecuentes sobre detener a Trump y Pence

7 de enero de 2017 | Periódico Revolución | revcom.us

 

¿Cómo efectivamente se podría impedir que Trump y Pence gobiernen?

Mediante la confluencia de dos cosas: primero, masivas protestas y resistencia de decenas de millones de personas comunes, con audacia y determinación de efectivamente impedir que este régimen fascista tome el poder e implemente su programa, en esencia a partir de este mero momento hacia un crescendo en las semanas por venir, y que como resultado, genere “una crisis de gobierno”; y segundo, junto con lo anterior, esfuerzos de varias facciones en la estructura establecida de poder que tienen divergencias concretas con Trump y Pence, por resolver la crisis impidiendo que éstos tomen las riendas del poder.

Tales protestas podrían tener el carácter de las protestas por el asesinato policial de los últimos años, o las protestas anteriores de Ocupar, pero mayores a varios grados de magnitud y aún más decididas. Tendrían que producir el efecto, en un sentido figurado, de “parar la sociedad en seco” y suscitarían cuestionamientos concretos sobre si muy amplios sectores de la población reconocieran la legitimidad de que en unos sentidos básicos tal régimen siquiera gobernara y que ejecutara sus decretos.

El carácter “no normal” de Trump y Pence —los cambios radicales que ellos encarnan en la manera en que van a gobernar en Estados Unidos (o sea, el etos y las medidas fascistas con que llevaron a cabo su campaña electoral) y con respecto a la política internacional de Estados Unidos— ha generado enorme angustia y enojo no sólo entre muchos millones de personas comunes, sino en facciones de los gobernantes las que hasta ahora no obstante han elegido aceptar esta situación. Pero si se diera una erupción política “desde abajo”, sus inquietudes en torno a Trump se combinarían con cuestiones inmediatas sobre si se pusiera en peligro su estabilidad básica e incluso quizá el sistema entero si siguieran apoyando a Trump y Pence.

A medida que se desarrollara tal dinámica, podrían estallar escándalos que hasta ahora han estado ocultos o se podrían tratar de modo distinto lo que suscitará cuestionamientos constitucionales fundamentales, y se encontrarían las formas de impedir que Trump y Pence llegaran al poder.

¿Ya ha ocurrido algo semejante en el pasado?

Sí. A principios de la década de 1970 en Estados Unidos, obligaron a renunciar al vicepresidente Spiro Agnew y luego al presidente Richard Nixon. El régimen de Nixon y Agnew, a pesar de haber ganado las elecciones de 1972 de manera relativamente decisiva, llegó a distanciar a decenas de millones de personas del sistema mismo y también tomó medidas sumamente represivas, extraordinarias e inconstitucionales para resolver conflictos en los círculos gobernantes. Obligaron a renunciar a Nixon, y Gerald Ford ascendió al poder, quien no fue elegido ni como presidente ni vicepresidente.

Además, hay ejemplos más recientes de otros países. En los albores de 2011, el presidente Hosni Mubarak había gobernado a Egipto durante décadas y parecía que su posición en el poder estaba absolutamente inamovible. Pero Mubarak se vio obligado a abandonar su cargo, y de hecho lo arrestaron, cuando lo enfrentaron manifestaciones masivas, concentradas en la plaza principal de El Cairo, que hicieron frente a una represión muy severa, junto con una oposición de todos los sectores de la sociedad que se expresó de distintas formas. Pasó menos de un mes desde las primeras manifestaciones hasta la destitución de Mubarak. También está la situación actual de Corea del Sur, donde en un plazo de pocos meses, como resultado de manifestaciones masivas contra la presidenta legalmente electa, la han sometido a un juicio político de destitución y la han suspendido de su cargo. De hecho, hay muchos ejemplos de las últimas décadas en los que manifestaciones de masas desde abajo han creado o exacerbado cismas y divisiones en las élites gobernantes y han llevado a cambios constitucionalmente extraordinarios en el gobierno. En los antecitados casos, de hecho cada uno de los presidentes destituidos había recibido no sólo una mayoría del voto popular, sino, en el caso de Nixon, por ejemplo, una victoria verdaderamente “aplastante”.

No existen dos sociedades o períodos de tiempo, por supuesto, que sean exactamente iguales, y la historia no se hace por analogía — pero por otro lado, sí existen dinámicas subyacentes comunes a estas sociedades que lo hace posible sacar lecciones.

¿Por qué creen ustedes que podemos conseguir que millones o, como declara la misión y plan, decenas de millones de personas, lo hagan, en tan poco tiempo?

Dado que Trump y Pence de hecho NO serían “lo normal” — dado que en realidad son fascistas y sus ataques a los inmigrantes, musulmanes, mujeres, negros, la prensa, las ciencias, el estado de derecho en sí son tan aborrecibles en relación a los valores básicos de decenas de millones de personas, y sus amenazas al medio ambiente y además a muchos países son tan peligrosas para la humanidad misma, hay una extraordinaria profundidad en la angustia de la gente ante la perspectiva de este régimen y tienen una extraordinaria amplitud los sectores de la población que se sienten así. Si bien las manifestaciones inmediatamente después de las elecciones (en sí sin precedentes) han entrado en un reflujo temporal, la angustia y la ira siguen vivas, y se expresan en muchas diferentes declaraciones, incluidas las artísticas, y en el deseo sentido y expresado de la gente de actuar y proteger a los más vulnerables. Es posible conectar a esos millones de personas con una manera de actuar que se parezca a la altura del reto de efectivamente impedirlo; los miles de participantes en las acciones iniciales pueden convertirse en organizadores de organizadores de organizadores y puede darse un crecimiento geométrico rápido — de nuevo, debido a las circunstancias extraordinarias y a los sentimientos profundos de decenas de millones de personas.

¿Cómo es que ustedes visualizan que esto ocurra?

Esta semana, el llamamiento de esta campaña saldrá con un impacto tremendo con anuncios en importantes medios noticiosos impresos y electrónicos, coordinados con esfuerzos masivos y crecientes en las redes sociales. Los voceros se pondrán a la disposición de los medios de comunicación en un esfuerzo concertado para correr la voz y activar la participación de un grupo de iniciadores y de otros posibles voceros, tan diverso como sea posible. Además, anunciarán planes para “parar en seco a Washington, D.C.” en la semana antes de la toma de posesión programada. Poco después, proyectamos el crecimiento de manifestaciones y otras formas de protesta en ciudades por todo Estados Unidos, las que incluirán en especial acciones directas no violentas que interrumpan la vida normal de la sociedad, ocupaciones de espacios públicos, asambleas y reuniones en instituciones y lugares de trabajo, huelgas y paros, etc. A medida que las personas vean que hay mucha otra gente con los mismos sentimientos y, más que eso, que están resueltos y actúan para hacer algo acerca de lo que casi con seguridad sería un horrendo régimen, se inspirarán y se verán impelidos a tomar parte. Lo anterior tendría que propagarse rápidamente y encontrar formas de superar la resistencia y los obstáculos; pero una vez que la gente se despierte y actúe según sus aspiraciones más elevadas, será posible desencadenar una enorme creatividad y recursos y propagar las cosas como un reguero de pólvora. Aunque esta visión dista de ser algo garantizado, la experiencia histórica muestra que hay una posibilidad razonable de que, ante la provocación extrema de los poderes gobernantes, la gente pueda actuar de maneras extraordinarias.

A medida que se desarrolla la situación, proyectamos la ocupación de espacios públicos en importantes ciudades y que millones de personas viajen a Washington, D.C. para protestar en los días previos a la toma de posesión (y que proporcionen recursos y alojamiento los millones de personas en las regiones de Washington, D.C. y Baltimore que SÍ se opusieron a Trump y Pence). Esta es una sociedad altamente móvil y altamente interconectada en la que todavía existe una relativa libertad de movimiento y oportunidades de expresarse*; si semejante cosa pudiera ocurrir en una sociedad altamente represiva y no interconectada como Egipto, ciertamente podría ocurrir en Estados Unidos.

A medida que todo lo anterior surja y llegue a un punto culminante, anticiparíamos que desde varias fuentes salieran a la luz aún más escándalos en torno a Trump, que la situación impulsara la participación de diferentes sectores de la población con diferentes inquietudes al respecto y que la voluntad social para impedir que gobiernen Trump y Pence surgiera y se encontraran los medios políticos y legales para lograrlo.

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* De hecho, la perspectiva de la restricción radical de esas libertades bajo un régimen de Trump y Pence es un motivo que habría de impulsar a las personas a actuar ahora.

¿Cómo respondo a aquellos que dicen que es muy pronto decir que Trump y Pence son definitivamente fascistas?

Primero, veamos el argumento presentado en la misión y plan de esta iniciativa:

Lo que es más fundamental [que el carácter ilegítimo del Colegio Electoral] es la ilegitimidad de tal régimen fascista.

Como muchas personas han señalado, el propio Hitler llegó al poder por medio del proceso de elecciones y procedimientos legales establecidos. En retrospectiva, podemos ver el profundo y terrible error de aquellos que esperaban que lo de Hitler pasara al olvido, que creían que por su cuenta Hitler iba a quedar al desnudo y caer del poder, que tenían fe en que de alguna forma iban a intervenir los "sabios líderes" del sistema, o incluso aquellos que limitaban su resistencia a ayudar a otras personas a sobrevivir hasta que el régimen de alguna manera cayera por su cuenta.

No se trata de una comparación exagerada. Trump ha dejado claro durante su campaña y ahora en sus nombramientos y comportamiento postelectoral que tiene la intención de atacar radicalmente a los derechos de los inmigrantes, musulmanes, negros, mujeres, gente gay y trans, los discapacitados y muchos otros que históricamente han sido oprimidos en la sociedad estadounidense. Ha dejado claro que seguirá una política geopolítica que se compondrá de pocos hechos y muchas agresiones, amenazas de agresión, proliferación nuclear loca, tortura y amenazas de tortura, y que continuamente irá al borde de la guerra y sin duda más allá, lo anterior mientras avive las llamas de la xenofobia y la etiquetación de chivos expiatorios. Él ha dejado claro que no sólo carece de respeto por la libertad de prensa y expresión, sino que tiene la intención de atacarla — por medio de amenazas de persecución jurídica y represión, así como por medio de desatar a sus subordinados recién empoderados y extremadamente tóxicos.

En cuanto a la libertad académica, la "lista de vigilancia" es una señal de alerta temprana de lo que está en ciernes. Trump y sus principales agentes, como Flynn, llevan la mentira a nuevas alturas, pisoteando hechos e incluso la misma idea de la objetividad y la verdad. Ya ha comenzado a sembrar en el gobierno teócratas fundamentalistas cristianos y le ha dado nueva vida al antisemitismo. No sólo ha amenazado con derogar a Roe contra Wade y ha seguido sosteniendo la amenaza de castigar a las mujeres (e Indiana, el estado de Pence, procesó y de hecho encarceló a una mujer por un aborto involuntario durante su mandato como gobernador), sino que, al usar su “púlpito de bravuconerías y amenazas”, Trump ha creado un ambiente alrededor de las mujeres que ha potenciado aún más la cultura de la violación y ya ha perjudicado la vida y las oportunidades de cada mujer y niña en Estados Unidos. Sus opiniones, políticas y nombramientos sobre el medio ambiente exacerbarán grave y cualitativamente una situación que ya se encamina al desastre.

Él ha impulsado fuertemente la noción, quizás de la más vil de todas, de que Estados Unidos es un "país del hombre blanco", en el cual los derechos y la existencia de la gente negra y otras personas del color no cuentan para nada y ha nombrado a supremacistas blancos comprobados —sujetos de la calaña de Bannon y Sessions— a posiciones de poder a fin de usar esa fuerza del estado para sustentar directamente esa noción; a la vez que le ha dado impulso a todos los fascistas, neonazis e intolerantes para que se expresen directamente mediante la persecución violenta a las personas que no sean blancas, varones, cristianas o heterosexuales. No sólo no habrá ningún control en absoluto sobre la supremacía blanca y el vil racismo que impregna a los departamentos de policía y los guardias de las prisiones de Estados Unidos, sino que los peores de ellos contarán con carta blanca y aliento desde los más altos cargos del gobierno, tal como ya lo han tenido. Los días de los justicieros vigilantes blancos y, sí, las turbas del linchamiento —unos días que en realidad nunca desaparecieron, tal como nos recuerdan los terribles casos de Trayvon Martin y la masacre de Charleston— ahora volverán con ahínco y, de nuevo, con un impulso desde de los más altos cargos del gobierno.

Sería el colmo de la irresponsabilidad moral y política tratar a tal régimen como si fuera legítimo y permitir que llegue al poder, en un momento en el que los precedentes históricos son tan abundantes y llenos de lecciones. Son tonterías hablar de hacer de Trump un "presidente de un solo mandato" o de prepararse para las elecciones de 2018, pues así se desconocerá el daño que en tanto se le hará a miles de millones de personas de carne y hueso. Además, confía en que los procedimientos ya distorsionados y sesgados que le dieron a Trump la presidencia aún estarán intactos — cuando no hay nada que dé a entender que Trump no vaya a seguir adelante para reducir y para colmo recortar los derechos que sí existen, y hay mucho que da a entender que él sí lo hará. Asimismo, es un ejercicio vano cifrar esperanzas en los controles y contrapesos en una era de poder ejecutivo prácticamente desenfrenado y en un momento en el que el mismo Trump no sólo hará al menos un nombramiento muy decisivo a la Corte Suprema y tendrá posibilidades de nombrar, muy rápidamente, al 30% de los jueces para las judicaturas federales que en este momento se encuentran vacantes.

Es el deber moral de todos nosotros reconocer en serio las consecuencias potenciales de lo que este régimen podría hacer estando en el poder, y de ahí actuar en consecuencia.

Aparte de eso, veamos lo siguiente: la espera a ver qué pasa en situaciones similares ha llevado a horrores. Nos han dicho lo que harán y han comenzado a mostrarlo: ¿por qué querríamos arriesgarlo todo por una esperanza que no tiene ninguna base en el mundo material?

Pero algunas personas han argumentado que tenemos que aceptar el hecho de que Trump y Pence fueron elegidos legalmente y que sería peligroso rechazarlo.

En primer lugar, si se hubiera vuelto la tortilla, si Trump y Pence hubieran ganado el voto popular por una convincente votación de 2.8 millones pero hubieran perdido en el Colegio Electoral (el cual en sí es una reliquia de la esclavitud), si hubiera salido a la luz información que sugiera que circunstancias extraordinarias hubieran incidido en el resultado de las elecciones, etc. —no sólo habrían acudido a los tribunales para exigir remedios jurídicos extraordinarios, sino que ya habrían montado grandes manifestaciones en la capital, además de hacer otras cosas— tal como de hecho habían amenazado. En segundo lugar, lo más importante en una evaluación de esta cuestión específica es lo siguiente: si este régimen tomara el poder, dado todo lo que ya han dicho y hecho, sería una violación tan monumental de los derechos más fundamentales los cuales la gente estima profundamente y considera que son esenciales para la vida política —la libertad de expresión, la libertad de expresión y asociación política y la libertad de prensa; los derechos legales a la participación social y política, junto con la garantía de seguridad del estado y el debido proceso legal para todas las nacionalidades, géneros y religiones; junto con una política exterior altamente agresiva y un presidente que, como candidato, ya ha prometido hacer caso omiso de los Convenios de Ginebra sobre los crímenes de guerra; etc., etc.—, que la aceptación de la ascensión al poder de este régimen violaría tanto esos principios que los dejaría sin efecto. En resumen, hay un bien mayor en juego que exige una acción extraordinaria.

¿No corremos el riesgo de enojar a sus partidarios?

Sí. Por otro lado, no puedes calmar ni deberías querer calmar, a los fascistas manteniéndote al margen, algo que, para repetir, se ha intentado en el pasado con resultados desastrosos. En este momento, en la euforia de la victoria, estas personas ya están cometiendo crímenes de odio — si les das el poder de veto sobre tus propias acciones políticas debido al temor que te inculquen, ya te has dado por vencido. Y las respectivas consecuencias son inaceptables.

Pero la propuesta sigue siendo muy difícil y está lejos de estar garantizada. Supongamos que perdamos. ¿Eso no desmoralizará a la gente y desalentará sus acciones una vez que el régimen asuma el poder?

Esta pregunta está motivada por suponer que las circunstancias se mejoren en el futuro. No obstante, la experiencia con los regímenes fascistas o hasta autoritarios no ofrece seguridades para tal punto de vista. Cuando Hitler llegó a ser canciller (con una pluralidad aunque no una mayoría de los votos, por cierto), sólo tenía a otros dos nazis en un gabinete de once personas. No obstante, actuó rápidamente para sacar a sus oponentes dentro y fuera del gobierno, destripar y luego abolir las libertades civiles, y en relativamente poco tiempo consolidar lo que llegara a ser un régimen sumamente represivo y poderoso que cometió crímenes extraordinarios de lesa humanidad. La experiencia de hoy día con el régimen de Erdoğan de Turquía, elegido legalmente, también argumenta que lo más probable es que una efectiva oposición y resistencia sea cada vez más, y no menos, difícil a medida que pase el tiempo. Esos regímenes administran choque tras choque a fin de desbaratar e intimidar a toda resistencia y sistemáticamente distanciar a las fuentes de oposición al estilo de dividir para conquistar.

Por su parte, Trump ha prometido y ya ha mostrado que es probable que actúe de formas muy extremas, creando hechos consumados y “cambiando las reglas del juego” muy rápidamente, y que tampoco dudará en usar los poderes extraordinarios creados por la “Ley Patriota” de 2001 y otras leyes represivas y órdenes presidenciales; además, también es prudente suponer, de lo que él ha dicho y de su comportamiento, que no dudará en actuar fuera de la ley, ejecutando edictos y dejando que las personas busquen posibles remedios a raíz de sus acciones ilegalmente represivas; además, es probable que Trump convoque a “turbas cibernéticas” como parte de su repertorio.

Además, Trump ha prometido una política exterior extremadamente descabellada y peligrosa, con el objetivo de dar un salto cualitativo en el dominio estadounidense en el mundo. Aconsejar que las personas se refrenen ahora, por muy buenas que sean las intenciones al hacerlo, efectivamente podría terminar por poner en riesgo la continuación de la existencia del mundo tal como lo conocemos.

En resumen, si nos refrenáramos ahora, casi a ciencia cierta llegará a ser inconmensurablemente más difícil responder con lucha una vez que Trump y Pence estén en el poder con el inmenso poder estatal a su disposición para implementar su programa. El camino de refrenarse, de esperar a ver, de calcular las probabilidades está sembrado de cadáveres. Es mucho mejor luchar lo más duro que podamos en este momento, por muy difíciles que sean las circunstancias, alentar un etos y un marco de resistencia al acometer la victoria, a toda máquina, en un período comprimido de tiempo lo que de veras es nuestra mejor oportunidad.

Por supuesto, no hay garantías de victoria para los que tienen la razón de su lado. La única garantía que jamás haya existido es que sin luchar por la justicia, ciertamente no se conseguirá.

Que luchemos.

 

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