American Crime

Crimen Yanqui #62 De cómo el capitalismo + la supremacía blanca crearon el ghetto negro de Chicago 

Primera parte: La gran migración y la realidad brutal de la “tierra prometida”

13 de junio de 2017 | Periódico Revolución | revcom.us



Bob Avakian escribió recientemente que una de las tres cosas que tiene “que ocurrir para que haya un cambio duradero y concreto hacia lo mejor: Las personas tienen que reconocer toda la historia propia de Estados Unidos y su papel en el mundo hasta hoy, y las correspondientes consecuencias terribles”. (Ver “3 cosas que tienen que ocurrir para que haya un cambio duradero y concreto hacia lo mejor”).

En ese sentido, y en ese espíritu, “Crimen yanqui” es una serie regular de www.revcom.us. Cada entrega se centrará en uno de los cien peores crímenes de los gobernantes de Estados Unidos, de entre un sinnúmero de sanguinarios crímenes que han cometido por todo el mundo, de la fundación de Estados Unidos a la actualidad.

Crimen Yanqui

La lista completa de los artículos de la serie.

 

EL CRIMEN

Por décadas durante el siglo 20, las políticas deliberadas del gobierno federal y las acciones de las cortes, de las fuerzas del orden público y políticas locales, los residentes blancos racistas, e, impulsando todo eso, las empresas inmobiliarias rapaces y los bancos chupasangres y otras instituciones financieras forzaron a millones de negros de Chicago a estar confinados en los ghettos bajo extremadamente opresivas condiciones de vivienda. Esto jugó un papel clave para consolidar un sistema de supremacía blanca que ha oprimido y súper-explotado al pueblo afroamericano desde la gran migración, no solo hacia el Norte, sino hacia las ciudades más en general, empezando en el siglo 20.

La Primera parte de este artículo de dos partes abarca el período hasta los años 1960. La Segunda parte abarcará las décadas desde ese entonces, incluyendo la destrucción de los enormes multifamiliares de Chicago y lo que les pasó a las decenas de miles de inquilinos que fueron desalojados. Pero, aunque este artículo se centra en Chicago, las dinámicas que desenmascara son similares a las que se aplicaron en otras ciudades del Medio Oeste y el Norte, y Chicago, sin duda alguna, “marcó el paso” en términos de establecer nuevas formas de la opresión supremacista blanca.

Chicago como un “laboratorio para la segregación”

Desde principios de los años 1900 hasta fines de los 1960, seis millones de negros se trasladaron desde el Sur rural hacia las zonas urbanas del Norte y el Oeste, en lo que fue la gran migración. Hay dos etapas importantes de la gran migración: en los años de la Primera Guerra Mundial, y después en torno a la Segunda Guerra Mundial, cuando los capitalistas necesitaban mano de obra y permitían que los negros del Sur se incorporasen a la fuerza de trabajo en el Norte… en los trabajos peor pagados y de más baja categoría. A veces, especialmente al principio, los negros huían del Sur rural a lo que les decían que iban a ser nuevas oportunidades en el Norte, y con frecuencia tenían que hacerlo en plena noche para que el Ku Klux Klan no tratara de impedir que se fueran. Después, cuando los dueños blancos de las plantaciones empezaron a mecanizar los cultivos a fin de mantenerse al ritmo de la competencia global, los aparceros negros fueron expulsados de la tierra, sin consideración alguna por las superganancias que habían sacado de su mano de obra, sus propios huesos y sangre, durante generaciones.

Con la esperanza de escapar la amarga pobreza y el terror de las chusmas linchadoras del Sur al ir a la “tierra prometida”, a ciudades como Chicago, los negros se encontraron con una explotación y opresión de nuevas pero no menos crueles maneras. Los obligaron a aceptar los trabajos más sucios, más peligrosos y de más baja paga, y así eran “los últimos contratados, y los primeros despedidos”… víctimas de policías brutales y chusmas racistas… apiñados en ghettos súper-segregados.

Los primeros negros que llegaron a Chicago en busca de una nueva vida fueron obligados a vivir en una estrecha franja llamada “el cinturón negro” en el Barrio Sur de Chicago, donde vivían en un extremo hacinamiento. Los especuladores inmobiliarios y los propietarios ausentes hicieron su agosto al dividir los edificios en pequeños cuartos con cocineta, unos con paredes hechas de cartón, y al cobrar un alquiler exorbitante y al no darles mantenimiento. Muchas unidades carecían de red de tuberías para agua y desagüe, y múltiples familias tenían que compartir el mismo baño. Las familias tenían que soportar el brutal invierno de Chicago con poca o ninguna calefacción. El índice de muertes infantiles en la comunidad negra era 16 por ciento mayor que en la ciudad en su conjunto. El ghetto estaba infestado de ratas.

Aunque no había rótulos que decretaban grifos de agua separados para blancos y para negros como en el Sur estadounidense del Jim Crow, la discriminación franca impuesta por política oficial y la violencia de las chusmas no eran menos reales en Chicago. Sin duda alguna había segregación en otras ciudades del Norte, pero como señaló un articulista de la revista Chicago: Chicago “fue un laboratorio para la segregación” y “aquí se crearon las herramientas para segregar la ciudad sobre la base de las razas”.

Antes de examinar cómo esto se desenvolvió en Chicago, analicemos brevemente algunas de las varias formas que la vida de los negros ha sido devastada y sigue siendo devastada por ser forzados a vivir en comunidades segregadas:

  • Escuelas pésimas y racistas. Los niños están confinados a escuelas con los peores maestros, las instalaciones más destartaladas y menos recursos. Por ejemplo, a comienzos de los años 1960, la estructura de poder de Chicago “solucionó” al problema del hacinamiento de las escuelas en las comunidades negras organizando a los alumnos en dobles turnos y hacinándolos en unidades portátiles de aluminio que llamaban “Willis Wagons” (vagones de Willis), por el superintendente escolar que quería mantener a los alumnos negros segregados al mismo tiempo que había más que suficiente cupo en las escuelas en las comunidades blancas. Esa segregación, y la estigmatización que produce, les hacen pensar a los niños negros que de alguna manera son “inferiores” a los blancos, y causan mucho daño.
  • Riesgos ambientales. La persistente crisis en Flint, Michigan, del agua contaminada con plomo que ha afectado especialmente a los niños en las comunidades negras, pone bajo los reflectores que las comunidades oprimidas de Estados Unidos padecen riesgos ambientales muy fuera de proporción con el resto del país. En Chicago, el multifamiliar Altgeld Gardens, donde casi todos los inquilinos son negros, fue construido en 1945 en una zona rodeada de instalaciones que manejaban materiales tóxicos y muchos basureros municipales. Por la exposición a estos químicos venenosos, los inquilinos han sufrido décadas de índices de cáncer por encima de lo normal, de niños que nacen con tumores en el cerebro y de otros problemas de salud.
  • Peor atención médica. Además de una pobreza generalizada y los riesgos ambientales que afectan severamente la salud y la expectativa de vida, las comunidades segregadas para los negros tienen que lidiar con clínicas de salud con menos recursos tecnológicos y personal menos capacitado que en las clínicas que atienden a las comunidades blancas.
  • Comerciantes rapaces. La gente está obligada a hacer compras en tiendas que venden alimentos podridos y caros, los usureros tanto legales como ilegales sacan provecho, exprimiendo a las víctimas que luchan con desesperación por ganarse la vida semana tras semana, y en otras formas los negocios sin escrúpulos las acechan.
  • El terror policial. La policía, que existe como ejército de ocupación, hace cumplir esas horripilantes condiciones con hostigamiento, palizas, tortura y asesinatos a diario. Entre las tácticas policiales están los asesinatos políticos, cuando los de arriba lo consideren necesario — como en 1969 cuando la policía de Chicago, en colaboración con el FBI, asesinó al líder del Partido Pantera Negra, Fred Hampton. No hace mucho, el comandante de policía Jon Burge llevó a cabo más de 200 incidentes de tortura documentados en la delegación de policía del Barrio Sur, para sacarles “confesiones” con choques eléctricos y palizas. La policía permite y controla el crimen organizado y a las pandillas cuando le sirve a sus intereses — y los reprime en otras ocasiones, como parte de la represión generalizada contra el pueblo. Actúan con el visto bueno, oficial y extraoficial, de las autoridades políticas y legales — casi nunca son castigados por los asesinatos y los otros crímenes que cometen, aunque existan testigos y videograbaciones.

Todos estos horrores —y más— son lo que ha significado para millones de negros de Chicago la vida en los ghettos segregados, década tras década, y hasta la fecha. La gente estaba confinada como si estuviera en una prisión al aire libre, bajo acecho por todos lados, y siempre bajo la amenaza del terror policial intencional o aleatorio. Esto es una forma de genocidio.

Segregación deliberada por medio de convenios restrictivos

Después de que la Suprema Corte falló en 1917 de que la Junta de Bienes Raíces de Chicago no podía dividir la ciudad abiertamente en zonas separadas por raza, las empresas inmobiliarias se ingeniaron otra táctica: “convenios restrictivos” que prohibían que los propietarios blancos vendieran o alquilaran casas a los afroamericanos. Otras ciudades usaban los mismos convenios, pero Chicago llevaba la batuta en todo el país, a tal extremo que los convenios cubrieron tres cuartas partes de todos los distritos residenciales, y por lo tanto eran vedados para los negros. Las cortes, hasta la Suprema Corte, fallaron una y otra vez que los convenios eran legales porque eran acuerdos “privados”.

Los negros que se opusieron a las medidas excluyentes para mantenerlos en “su lugar” eran objeto de chusmas violentas, así como la violencia oficial de la policía, que con frecuencia trabajaba de la mano con las chusmas. Por ejemplo, en 1919 unos blancos enfurecidos al ver a un joven negro en la playa “para blancos”, se desmandaron de manera asesina. Los negros se defendieron, pero las chusmas blancas eran más numerosas y estaban mejor armadas y contaban con la simpatía y a veces el apoyo abierto de la policía. Los golpeadores blancos dejaron 23 negros muertos y a más de mil negros sin techo.

Los convenios restrictivos con frecuencia incluían una asociación de propietarios blancos o todo un vecindario, y a menudo, esos pactos segregacionistas contaban con el endoso o dirección de instituciones sin fines de lucro como iglesias (las que recibían exenciones de los impuestos federales) con el propósito de mantener a los negros fuera de sus comunidades. Según el libro The Color of Law (El color de la ley): “En 1937 en el Barrio Cercano Norte de Chicago, unas instituciones religiosas exentas de impuestos ejecutaron un convenio restrictivo, entre ellas el Instituto de la Biblia Moody, el Seminario Teológico Presbiteriano de Louisville y el Consejo de Misiones en el Exterior de la Iglesia Episcopal Metodista). Otras organizaciones sin fines de lucro también participaron, como la biblioteca Newberry y la Academia de Bellas Artes”.

Acción afirmativa federal… para los blancos

Además de las fuerzas inmobiliarias rapaces, las cortes, la policía e instituciones municipales, y los blancos racistas, otra fuerza participó directamente para mantener a los negros acorralados en el ghetto: el gobierno federal. En 1934, el presidente Franklin D. Roosevelt (FDR) firmó un proyecto de ley que creó la Administración de Vivienda Federal (FHA) que aseguraba hipotecas privadas. Esto resultó en una disminución en los pagos de interés y del enganche que se tenía que pagar para comprar una casa, lo que permitió que sectores más amplios de la población de Estados Unidos pudieran comprar una casa. Promovían como una parte fundamental del “sueño americano” el que uno pudiera comprar su propia casa. Pero los negros —en Chicago y otras partes de Estados Unidos— fueron excluidos deliberadamente de este “sueño”.

Hoy, defienden y promueven a FDR como un icono liberal: “un paladín de la reforma, arquitecto del Nuevo Trato y héroe de los de abajo”. El uso de los fondos federales para los préstamos deliberadamente segregacionistas de la FHA muestra que FDR no solo aceptaba pasivamente la opresión del pueblo negro, sino que activamente facilitaba y hacía cumplir la continuación del confinamiento, saqueo y subyugación de los afroamericanos.

En el artículo, “A Case for Reparations” (El argumento a favor de las reparaciones), Ta-Nehisi Coates escribe: “La FHA había adoptado un sistema de mapas que categorizaba las comunidades según su percibida estabilidad. En los mapas, las zonas verdes, categorizadas como ‘A’, indicaban comunidades ‘en demanda’, que como un valuador dijo, carecían de ‘un solo extranjero o negro’. Estas comunidades se consideraban como excelentes perspectivas para el seguro. Categorizaban las comunidades donde vivían los negros como ‘D’ y por lo general las descalificaron para el apoyo de la FHA. Los mapas mostraban, con el color rojo, los vecindarios negros. No importaba ni el porcentaje de negros que vivían ahí ni su clase social. Consideraban que los negros eran un contagio. La práctica de redlining [el racismo basada en las comunidades “rojas” en los mapas] fue más allá de los préstamos avalados por la FHA, y se extendió a toda la industria hipotecaria, que ya estaba repleta de racismo, al excluir a los negros de la oportunidad de conseguir los medios más legítimos para obtener una hipoteca”.

En 1948, la Suprema Corte falló en contra de los convenios restrictivos. Pero la FHA persistió con su política racista de avalar los préstamos para los blancos que querían comprar casas en los vecindarios o suburbios blancos, a la vez que excluían a los negros negándose a otorgarles tales préstamos. Después de la Segunda Guerra Mundial, la recién establecida Administración de Excombatientes (VA) también empezó a garantizar las hipotecas, cuyo propósito era de ayudar a los excombatientes a comprar casa propia. Y la VA usó las mismas directrices discriminatorias que usaba la FHA; o sea que esta dependencia federal ayudó a los excombatientes blancos a comprar casas, pero se negaba a dar ayuda a los excombatientes negros. El libro The Color of Law señala que en miles de localidades por todo Estados Unidos “las empresas constructoras que producían casas en masa crearon suburbios enteros bajo la condición impuesta por la FHA y la VA de que estos suburbios fueran exclusivamente blancos”.

El fenómeno de tener casa propia tuvo un papel importante para que decenas de millones de blancos, entre ellos aquellos que hace poco habían emigrado desde Europa, pudieran convertirse en una parte de la “clase media” blanca de Estados Unidos — en efecto los programas del gobierno federal constituían una acción afirmativa para los blancos.

En contraste, a medida que los negros empezaban a mudarse desde el “cinturón negro” de Chicago hasta los vecindarios más hacia el sur o más hacia el oeste, tuvieron que establecerse en comunidades que ya estaban deliberadamente destartaladas. Al aplicar una práctica conocida como “blockbusting” (rompe-cuadras), las empresas inmobiliarias, en contubernio con funcionarios y policías municipales, tomaron medidas que resultaron en el deterioro de una comunidad con el propósito de obligar a los propietarios blancos a vender sus casas a un precio bajo. Para luego venderlas a los negros a precios inflados, lo que permitió que las empresas inmobiliarias sacaran enormes ganancias.

En EL COMUNISMO NUEVO, Bob Avakian da un ejemplo vívido de cómo funcionaba este “blockbusting” (describe una situación en los años 1970, pero lo mismo sucedía en los años 1950-60):

Se dio un fenómeno en que participaron algunas grandes empresas inmobiliarias en la región de Chicago (de la calaña con la que Obama se vinculó un poco más tarde, pero aquí pienso en la época de la década del 1970, antes de que llegara Obama), y cuando esas grandes empresas inmobiliarias querían “voltear un barrio”, que había sido principalmente blanco, y querían que la gente huyera del barrio para que pudieran comprar las casas a bajo precio y luego revenderlas y sacar altas ganancias, esas empresas inmobiliarias trabajaban con la policía. Tenían una unidad al interior de la policía de Chicago con la exclusiva responsabilidad de tratar con las pandillas —y que se había infiltrado en las pandillas— y que corría la voz en el barrio por medio de sus contactos: Si ustedes se meten en tal barrio y crean un caos y alboroto, nosotros no haremos nada al respecto. Bueno, muy pronto, incluso los blancos que no tenían una posición mala empacaban sus bártulos y se iban, vendían sus propiedades a bajo precio, porque el barrio se volvió intolerable; y luego permitieron que entraran los negros, hasta los alentaban a comprar esas casas, pero les cobraban un precio mucho más alto que el precio de venta inicial de esas casas. Así que, de ese modo, las empresas inmobiliarias hicieron un muy jugoso negocio.

Debido a que los negros no tenían acceso a fuentes “legítimas” de crédito, tuvieron que recurrir a comprar casas “bajo contrato”. Los vendedores del contrato se quedaban con la escritura, y si el comprador faltara un solo pago, lo desalojarían y el vendedor se quedaría con el patrimonio neto, y volverían a vender la casa a otra persona desesperada por comprar. La historiadora Beryl Satter, cuyo padre fue un abogado que luchó contra ese tipo de especulación, escribe: “Mi padre calculó que, en Chicago, el 85% de las propiedades compradas pos los negros estaban bajo contrato. Calculó que, al vender viviendas a afroamericanos, que las necesitaban desesperadamente, bajo esos términos tan explotadores, los especuladores le robaban un millón de dólares al día a la población negra de Chicago. Estas ventas les arrebataban a los migrantes negros sus ahorros en los mismos años en que los blancos, de un estado social similar, recibían un enorme impulso económico mediante las hipotecas avaladas por la FHA que les permitían comprar casas nuevas con un enganche muy pequeño” (énfasis agregado).

Las chusmas racistas, la continuación de la segregación y la mano de los de arriba

En los años y décadas después de la Segunda Guerra Mundial, los negros de la región de Chicago seguían enfrentando la violencia al estilo del Ku Klux Klan si desafiaban la segregación. En 1947, cuando unos cuantos excombatientes negros fueron a vivir en el sector conocido como Fernwood, unas pandillas de blancos se amotinaron por tres noches, bajando a los negros de los tranvías y dándoles palizas. En 1951, miles de blancos de Cícero, un suburbio al oeste de Chicago, atacaron a un edificio de apartamentos en el que vivía una familia negra. Un jurado indagatorio del condado de Cook se negó a acusar a la chusma racista, y al contrario acusó al abogado de la familia y al propietario blanco de los apartamentos por “conspirar” para reducir los valores inmobiliarios.

En el verano de 1966, en el contexto de los levantamientos del pueblo negro en las ciudades por todo Estados Unidos que iban cobrando magnitud el resto de la década de los 1960, Martin Luther King Jr. encabezó sus primeras marchas (fuera del Sur de Estados Unidos) en Chicago en contra de la segregación escolar e inmobiliaria. King promovía la reforma del sistema, trabajando conscientemente en contra de las fuerzas más radicales y revolucionarias, y se mantenía en estrecho contacto con el presidente Lyndon B. Johnson, en ocasiones por teléfono a diario para coordinar acciones. Pero Johnson —odiado por todos lados en ese entonces por la guerra de Estados Unidos contra Vietnam, pero cuya reputación están rehabilitando hoy como el arquitecto de las reformas conocidas como “La Gran Sociedad”— se opuso a que King fuera a Chicago. Como cuenta el historiador Taylor Branch, Johnson habló directamente por teléfono con el alcalde de Chicago, Richard J. Daley, que quería minar la campaña de King y mandarlo corriendo de la ciudad, lo que es en esencia lo que sucedió.

Las marchas no violentas que King y otros encabezaron en las diferentes comunidades blancas fueron atacadas violentamente por chusmas racistas iracundas. En una marcha, una monja fue herida cuando le dieron en la cabeza con un ladrillo. En otra marcha en el parque Marquette, King fue herido cuando le dieron en la cabeza con una piedra. Más tarde dijo: “Jamás en mi vida he visto tanto odio. Ni en Misisipí ni en Alabama”. Esos viles ataques sucedieron mientras las marchas supuestamente estaban bajo una “escolta” de la policía a órdenes del alcalde Daley. Esta es la misma fuerza policial que, tan sólo un par de años después, Daley mandó a apabullar a los jóvenes manifestantes pacíficos que protestaban contra la Convención Nacional del Partido Demócrata. ¿Quién puede creer en serio que Daley no tuviera nada que ver con dejar que las marchas de King fueran atacadas por las chusmas de linchamiento?

King canceló la campaña en Chicago y se fue, tras firmar un acuerdo inefectivo con Daley y las empresas inmobiliarias en la ciudad que prometía unas pocas reformas insignificantes — unas promesas que ni siquiera se cumplieron. No fue sino hasta 1968 —después de las mayores rebeliones urbanas masivas en la historia de Estados Unidos, a raíz del asesinato de Martin Luther King Jr.— que Johnson firmó el Ley de Equidad en Vivienda, en esencia una ley inefectiva que solo aprobaron para dar la apariencia de que luchaban contra la segregación.

La creación del “segundo ghetto”

Si bien el gobierno federal de Estados Unidos subvencionaba las casas para los blancos por medio de hipotecas de la FHA y la VA, la forma de vivienda pública subsidiada por el gobierno para un importante sector de la población negra después de la Segunda Guerra Mundial fueron los multifamiliares en las comunidades urbanas marginadas. Debido a la política oficial del gobierno, los multifamiliares fueron construidos ahí mismo donde ya estaban los ghettos negros. Durante la administración de FDR, la Administración de Obras Públicas (PWA) había ordenado una “regla sobre la composición de los vecindarios”, bajo la cual no se permitía que los multifamiliares federales cambiaran la “composición racial” de las comunidades en las que estaba construidos, y esta regla seguía en vigor. O sea, los multifamiliares construidos en las zonas blancas tenían que dedicarse a los blancos, y los multifamiliares construidos en las zonas negras eran exclusivamente para los afroamericanos. Si bien antes de la Segunda Guerra Mundial construyeron algunos multifamiliares en las zonas blancas, los multifamiliares construidos en la postguerra en Chicago eran principalmente para almacenar y tener bajo control a los negros pobres.

En 1949, una nueva ley de vivienda federal envió millones de dólares a Chicago y otras ciudades para construir multifamiliares. Ta-Nehisi Coates señala: “A partir de 1950, la selección de zonas para construir los multifamiliares públicos se basó en su totalidad en la segregación. Para los años 1960, [Chicago] ya había creado con sus inmensos multifamiliares lo que el historiador Arnold R. Hirsch describe como un ‘segundo ghetto’, uno que es más grande que el viejo cinturón negro, pero igual de impermeable. Más del 98% de todas las unidades de vivienda pública para familias construidas en Chicago entre 1950 y mediados de los años 1960, fueron construidas en vecindarios de puros negros”. Estos multifamiliares —Robert Taylor, Cabrini Green y otros— se convirtieron en zonas altamente concentradas de pobreza, el sitio de ocho de las 20 zonas más pobres de Estados Unidos. Y la policía atacaba a los inquilinos de estos multifamiliares con una constante y deshumanizante brutalidad, asesinatos y terror.

La construcción de los multifamiliares negros —y la conservación de la segregación abierta en la ciudad en general— fue orquestada por la poderosa “máquina” del Partido Demócrata en Chicago y el condado de Cook, encabezada por Richard J. Daley, quien iba a fungir de alcalde por 20 años, y sus palancas e influencia se extendían más allá del municipio, al Partido Demócrata a nivel nacional. La “máquina” de Daley controlaba a los funcionarios —entre ellos los políticos negros— en todos los 50 distritos municipales, comandaba a miles de capitanes de distrito que cubrían todas las manzanas de la ciudad, repartía decenas de miles de empleos de confianza municipales, manejaba al departamento de policía que tenía fama de brutalizar y torturar a los negros y usaba sus conectes con los grupos del crimen organizado para sus propios fines.

Un biógrafo de Daley, que también vivía en el vecindario casi exclusivamente blanco de Bridgeport, describe así su “compromiso con la segregación racial”: “Conservó los vecindarios y el distrito comercial blancos de la ciudad integrando la separación racial en el propio hormigón de la ciudad. Construyeron los nuevos proyectos de desarrollo —casas, carreteras y escuelas— de tal manera que sirvieran como una barrera entre los vecindarios blancos y el ghetto negro. Daley trabajó con poderosos líderes empresariales para revitalizar el centro al expulsar a los negros pobres y al reemplazarlos por blancos de la clase media. Pero el logro más llamativo de Daley fueron los muy problemáticos multifamiliares. Daley usó los multifamiliares públicos como depósito para los miles de negros que tal vez hubieran tratado de ir a vivir en un barrio blanco”.

LOS CRIMINALES

La administración del presidente demócrata Franklin D. Roosevelt (FDR), que estuvo a cargo de las políticas opresivas de la FHA y la VA que otorgaban ayuda federal a los blancos para que compraran casas y para la expansión de los vecindarios y suburbios blancos, al mismo tiempo que les negaban esa misma ayuda a los negros; y los presidentes que le siguieron, demócratas y republicanos por igual, continuaron la misma práctica. La administración de Roosevelt también estrenó la “regla sobre la composición de los vecindarios” que decretaba que ningún multifamiliar federal podía alterar la composición racial del vecindario, lo cual fue un factor que pesaba en la construcción de los enormes multifamiliares en las zonas negras pobres, de Chicago y otras ciudades.

Estas políticas discriminatorias sobre la vivienda fueron parte de las leyes y políticas del Nuevo Trato de FDR, que los gobernantes de Estados Unidos en su conjunto consideraban como un elemento crucial para proteger su sistema y seguir adelante a raíz de la Gran Depresión y la Segunda Guerra Mundial. Hoy en día, muchos liberales alaban el Nuevo Trato y algunos hasta llaman a aprobar un “Nuevo Trato nuevo”. En realidad, las reformas del Nuevo Trato incluyeron las medidas tomadas por la clase dominante estadounidense para reforzar la supremacía blanca, en el contexto de una situación nueva y cambiante a nivel internacional y en Estados Unidos, así como los arreglos de FDR con los “Dixiecrats” —los demócratas segregacionistas del Sur— a cambio de su cooperación con las leyes y políticas federales.

En muchos sentidos, la segregación de los negros ha servido, y sigue sirviendo, a los gobernantes de Estados Unidos y su sistema. La ghettoización de los vecindarios negros ha sido parte de la extrema explotación: mantiene a los negros en los escalones más inferiores de la fuerza del trabajo, si es que consiguen trabajo, y los exprimen aún más mediante el costo de vida inflado, las triquiñuelas financieras y cosas por el estilo. Y también hay importantes dimensiones ideológicas. La separación física, y el deterioro deliberado, de los vecindarios negros sirven para codificar la satanización y estigmatización del pueblo negro. Al mismo tiempo, esto refuerza el pegamento de la “blanquitud”: las maneras que el sistema enseña a la gente blanca a considerarse merecedora de privilegios y a ver su posición e intereses en oposición al pueblo negro y otros pueblos oprimidos, y a favor de la clase dominante blanca de capitalista-imperialistas.

El alcalde Daley y la “máquina” del Partido Demócrata en Chicago, con políticos negros, que continuaron y en algunos sentidos, por ejemplo la construcción de los enormes multifamiliares, intensificaron la segregación de la ciudad, como parte de la opresión general del pueblo negro en todas las facetas de la vida.

Las empresas inmobiliarias —en contubernio con los funcionarios y policía municipales— sacaron enormes ganancias mediante el “blockbusting” y la venta de casas a los negros bajo términos extremadamente explotadores.

LA COARTADA:

La FHA justificaba sus políticas hipotecarias que beneficiaban a los blancos y discriminaban contra los negros, diciendo que lo que quería era la “estabilidad”, la “harmonía” racial y la conservación de los valores inmobiliarios. Por ejemplo, un manual para valuadores de la FHA, dice: “Para que un vecindario conserve su estabilidad, se necesita que sigan ocupando las propiedades las mismas clases raciales y sociales. Un cambio racial o social de ocupantes por lo general resulta en la inestabilidad y una disminución de los valores inmobiliarios”.

Además de esto, se promovió toda una mitología supremacista blanca que decía que los blancos se merecieron sus viviendas porque “trabajaban duro”, mientras que los negros viven en los tugurios porque no trabajaban duro. Como observa Thomas Sugrue en The Origins of the Urban Crisis: “Vivir en el vecindario urbano marginado se convirtió en un estigma que se autoperpetuaba. La creciente falta de empleo y el deterioro de la infraestructura de los barrios urbanos marginados reforzaban los estereotipos que guardaban los blancos sobre la gente, las familias y las comunidades negras”. Esto es lo mismo, desde luego, que echarles la culpa a los que estaban internados en los campos de concentración por las pésimas y horrorosas condiciones impuestas sobre ellos, como en realidad lo hicieron en la Alemania nazi de Hitler, al igual que los demás supremacistas blancos.

En Chicago, Daley y la “máquina” del Partido Demócrata ostentaron la construcción de los multifamiliares negros como parte de la “renovación urbana” de la ciudad.

EL VERDADERO MOTIVO

La historia de cómo se formó el ghetto negro de Chicago es parte de toda una historia asquerosa —y la continuación de la pesadilla— de la opresión de los afroamericanos, como pueblo, en Estados Unidos. La explotación y opresión del pueblo negro y otros pueblos oprimidos es un pilar fundamental del sistema capitalista-imperialista — y, como hemos mostrado con este solo ejemplo, sigue su marcha por medio de las instituciones, los intereses y la ideología en la mera médula de los huesos del capitalismo-imperialismo estadounidense. Y los gobernantes no van a deshacerse de él, y en un sentido más profundo no pueden deshacerse de él.

La historia temprana de la segregación en Chicago —y en la Segunda parte, explicaremos cómo y por qué Chicago sigue siendo una ciudad “súper segregada” y lo que eso significa para hoy día— muestra un aspecto de lo que Bob Avakian señala en Lo BAsico, de los discursos y escritos de Bob Avakian:

Si vamos a hablar de quién le debe a quién —si recordamos todo lo que los capitalistas (y esclavistas) han acumulado con el trabajo de los negros y los privilegios que eso les ha dado—, veremos que ni siquiera existiría el imperialismo estadounidense, tal como es hoy, si no fuera porque este sistema ha explotado a los negros. No son los únicos explotados — la clase dominante ha explotado a muchos otros pueblos, aquí y en el resto del mundo. Pero el imperialismo estadounidense no existiría tal cual es si no fuera por la explotación de los negros durante la esclavitud, y después bajo el sistema de aparcería y en las fábricas y otros lugares de trabajo en las ciudades, donde ha regido una especie de opresión parecida a la de las castas. (Lo BAsico 1:12)

Fuentes:

Bob Avakian, Lo BAsico, de los discursos y escritos de Bob Avakian, RCP Publications, 2011.

Bob Avakian, “La segregación a la fuerza: La historia de un barrio”, revcom.us.

Bob Avakian, “El crecimiento de los suburbios, la segregación y el fomento de la supremacía blanca”, en la Cuarta parte de LA BASE, LAS METAS Y LOS MÉTODOS DE LA REVOLUCIÓN COMUNISTA, revcom.us.

Bob Avakian, EL COMUNISMO NUEVO: La ciencia, la estrategia, la dirección para una revolución concreta, y una sociedad radicalmente nueva en el camino a la verdadera emancipación, libro en inglés, Insight Press, 2016. Hay pasajes en español aquí.

Steve Bogira, “Separate, Unequal, and Ignored” (Separados, desiguales y olvidados), Chicago Reader, 10 de febrero de 2011.

Taylor Branch, At Canaan’s Edge: America in the King Years 1965-68 (Al borde de Canaán: Estados Unidos en los años de King 1965-1968), Simon & Schuster, 2006.

Ta-Nehisi Coates, “The Case for Reparations” (El argumento a favor de las reparaciones), The Atlantic, junio 2014.

Adam Cohen y Elizabeth Taylor, American Pharaoh, Mayor Richard J. Daley—His Battle for Chicago and the Nation (El faraón estadounidense, el alcalde Richard J. Daley: Su batalla por Chicago y la nación), Back Bay Books, 2001.

Arnold R. Hirsch, Making the Second Ghetto, Race and Housing in Chicago 1940-1960, (La creación del segundo ghetto, raza y vivienda en Chicago 1940-1960), The University of Chicago Press, 1983.

Tami Luhby, “Chicago: America’s Most Segregated City” (Chicago, la ciudad más segregada de Estados Unidos), cnn.com, 5 de enero de 2016.

Whet Moser, “Housing Discrimination in America Was Perfected in Chicago” (En Estados Unidos, se afinó la discriminación inmobiliaria en Chicago), Chicago, 5 de mayo de 2014.

Whet Moser, “Chicago Isn’t Just Segregated, It Basically Invented Modern Segregation” (Chicago no sólo está segregado, sino que en esencia inventó la segregación de hoy día), Chicago, 31 de marzo de 2017.

Revcom.us, “La ghettoización de Chicago: Reflexiones sobre el libro Making the Second Ghetto [La creación del segundo ghetto]”, 6 de diciembre de 1998

Richard Rothstein, The Color of Law: A Forgotten History of How Our Government Segregated America (El color de la ley: La historia olvidada de cómo nuestro gobierno segregó a Estados Unidos), Liveright, 2017.



 

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