Del Servicio Noticioso Un Mundo Que Ganar

Qué hay detrás de la masacre de los rohinyás

11 de octubre de 2017 | Periódico Revolución | revcom.us

 

Cientos de miles de rohinyás —casi la mitad del millón que se calcula de este grupo étnico que vive en Myanmar— han sido expulsados de su hogar y de su país por milicias armadas budistas y por el ejército y la policía. En la imagen, unas personas formadas en una cola para tratar de conseguir algo de comida.   Foto: AP

17 de septiembre de 2017. Servicio Noticioso Un Mundo Que Ganar. Cientos de miles de rohinyás1 —casi la mitad del millón que se calcula de este grupo étnico que vive en Myanmar— han sido expulsados de su hogar y de su país por milicias armadas budistas y por el ejército y la policía. Estos asesinos han atacado a cientos de aldeas, han acribillado casas y han reducido a cenizas aldeas enteras. El ejército ha plantado minas antipersonal en puntos de cruce fronterizos entre Myanmar y Bangladés para matar o mutilar a los que huyen y evitar que regresen.

Este intento de eliminar a todo un pueblo se hace posible por la brutal convergencia de una cantidad de fuerzas diferentes en Birmania y los intereses del imperialismo de Occidente, cada uno con sus propios intereses conflictivos y específicos pero que coinciden en negarles a los rohinyás el derecho a vivir en Myanmar.

El ejército, que de una u otra forma, directa o indirectamente, ha dominado el Estado desde que la antes llamada Birmania se independizara de Reino Unido en 1948, ha librado la guerra durante siete décadas contra diversas minorías étnicas. Durante todo ese tiempo, al igual que cuando reinaba la monarquía antes de la conquista británica, los monjes budistas no solo han sido una institución religiosa sino un pilar del Estado.

En los últimos años, gran parte de los monjes, junto con monjas y laicos budistas, han organizado un movimiento llamado la Asociación para la Protección de la Raza y la Religión (conocido como MaBaTha) que predica la necesaria eliminación de los rohinyás por ser supuestamente la punta de lanza de una iniciativa global de todos los musulmanes contra el budismo, refiriéndose no solo al Talibán (que dinamitó santuarios budistas en Afganistán) y al Estado Islámico (ISIS o Daesh), sino a todos los “seguidores de Alá”. MaBaTha ha criticado al ejército y al Estado por no hacer más para eliminar la “amenaza islamista” de los rohinyás, y ahora el ejército, con el pretexto del supuesto ataque contra un puesto fronterizo de la policía birmana en agosto, ha desencadenado una planeada y coordinada campaña contra este grupo étnico.

El tercer factor de esta genocida alianza es Aung San Suu Kyi, presidenta de la Liga Nacional por la Democracia y símbolo de la oposición a la junta militar que se tomó el poder en un golpe de Estado en 1962. Largo tiempo consentida de los gobiernos de Occidente y sus cómplices conscientes o inconscientes, fue galardonada con el Premio Nobel de Paz en 1991, un mérito que comparte con criminales de guerra en Estados Unidos e Israel, entre otros2. Hija del fundador del ejército del país y durante mucho tiempo lideresa de su movimiento independentista, Aung San Suu Kyi logró prominencia política en el movimiento estudiantil de los años 1980 contra la junta militar, que en esa época combinaba una autoproclamada creencia en la “vía birmana del socialismo” con la tradición budista y el respaldo de las clases explotadoras tradicionales. Reino Unido y Estados Unidos la respaldaron contra la junta militar como una manera de reafirmar el control de Occidente y de oponerse a la influencia soviética y luego a la fuerte influencia china. Desde su elección como jefa de Estado de facto en 2015, y aunque haya hecho algo por restaurar algunos derechos, objetivamente ha sido parte de la estabilización de un Estado indiscutiblemente asesino, incluyendo al ejército, mientras Myanmar se ha hundido cada vez más en las garras de sus antiguos dominadores coloniales y otros imperialistas cuya supremacía económica y política impide cualquier vía de avance real para el pueblo birmano.

La repentina reacción contra Aung San Suu Kyi por parte de algunos comentaristas del establecimiento de Occidente y algunos ganadores del Premio Nobel de Paz es pura hipocresía. Incluso el reproche a su “silencio” frente a la matanza de rohinyás es de hecho una cortina de humo. En realidad, ella justificó públicamente la matanza al referirse a los rohinyás como “bengalíes” (es decir, no de etnia birmana) y “terroristas”. Ha imitado los ataques del régimen de Trump contra los medios de comunicación a nombre de las “noticias falsas”, e incluso ha llegado a caracterizar los videos difundidos de la quema de aldeas y la huida forzada de refugiados como “un enorme iceberg de desinformación”.

Aunque los fundamentalistas budistas a veces han desconfiado de Aung San Suu Kyi por sus vínculos con Occidente, esta posición no es nueva de parte de ella. Nunca se opuso a las leyes que le niegan la ciudadanía a los rohinyás, que restringen el matrimonio entre budistas y no budistas, que niegan a los musulmanes el derecho a votar o a postularse a cargos públicos, y que no les permiten acceder a la educación y a los servicios de salud y otros elementos de lo que solo puede llamarse fascismo budista. (Quien crea que este término es exagerado debería ver esta entrevista del Guardian con un prominente monje budista birmano.) No obstante, ella aceptó las “Leyes para la Protección de la Raza y la Religión” adoptadas como parte de la legislación que le facilitó pasar de prisionera política a jefe de Estado en 2015. Y sigue gozando del apoyo de Reino Unido y Estados Unidos, lo que solo puede significar que sirve a sus intereses imperialistas en esta situación.

Trump, que amenaza sin miramientos a los regímenes que su gobierno pone en la mira, que incluso amenaza con una “opción militar” contra Venezuela porque la “gente está sufriendo y muriendo”, no le ve ningún problema a la masacre de rohinyás. Al igual que declaró que había “gente buena” entre los nazis y miembros del Ku Klux Klan que marcharon en Charlottesville, Virginia, la Casa Blanca exhortó a las “autoridades de seguridad birmanas a respetar el estado de derecho, parar la violencia, y poner fin al desplazamiento de civiles de todas las comunidades”, como si se tratara de un choque entre “comunidades” y no básicamente una guerra del Estado, y turbas de linchamiento respaldadas por el Estado contra una comunidad oprimida. En un implícito mensaje en clave para el gobierno de Birmania, Estados Unidos se negó a llamar a los rohinyás por su nombre.

El término “rohinyá” es un anatema para los gobernantes de Birmania porque significa pueblo del estado birmano de Rakáin, uno de los estados más pobres del país, en el que algunas familias rohinyás han vivido por muchas generaciones y algunas incluso durante siglos. Si bien los colonialistas británicos redujeron el poder de los monjes budistas y mostraron una deliberada falta de respeto por cualquier religión que no fuera la de ellos, también es cierto que en Birmania emplearon la misma estrategia de “dividir para conquistar” que emplearon en India, África y otras partes, a menudo a favor de una minoría contra otros grupos étnicos. Atizaron rivalidades reaccionarias y a la larga a veces genocidas entre etnias. En Birmania los británicos excluyeron a la elite y los explotadores locales de la administración colonial, poniendo incluso en cargos de baja categoría como policías y obreros, así como en los cargos administrativos importantes, a británicos y otros traídos de Bengala (entonces India, hoy dividida entre India y Bangladés). No es de sorprenderse que el movimiento de independencia haya estado ampliamente entrelazado con el budismo.

Pero el auge del fundamentalismo budista hoy representa más que la simple continuación de esta historia. Lo que está sucediendo en Myanmar se asemeja a la marcha de los acontecimientos en los vecinos países de Tailandia y Sri Lanka, también países de mayoría budista donde las transformaciones económicas y sociales producidas por una economía imperialista globalizada están sacudiendo el orden tradicional con sus relaciones sociales, valores e ideología. Los gobernantes de estos países, al igual que los fundamentalistas religiosos en todos lados, aunque en distintas circunstancias, buscan proteger y/o promover sus intereses reaccionarios en el contexto del mismo sistema global que socava las condiciones de su dominio. Pese a su odio mutuo, hay sorprendentes similitudes entre esta tendencia del budismo y sus contrapartes fundamentalistas islámicas, cristianas y judías. (Para mayor información, véase la sección: “¿Por qué está creciendo el fundamentalismo religioso en el mundo actual?” en ¡Fuera con todos los dioses! Desencadenando la mente y cambiando radicalmente el mundo, de Bob Avakian. Esto también se discute en el discurso publicado en inglés recientemente: El problema, la solución y los retos ante nosotros.

Los medios informativos internacionales han mostrado fotografías espantosas de aldeas en llamas, interminables filas de personas que serpentean encima de diques enlodados en los arrozales para llegar al río que separa Birmania de Bangladés, para luego cruzar en botes a la otra orilla donde intentarán sobrevivir en chozas hechas con lonas y estacas. La mayoría son mujeres y niños. Muchas de las mujeres no solo han presenciado la quema de sus hogares, sino que han sufrido violaciones, y las organizaciones humanitarias informan que hay 1.300 niños rohinyás sin ninguno de sus padres en campamentos para refugiados en Bangladés. Y mientras sucede todo esto ante los ojos del mundo, ninguna de las grandes potencias del mundo ha tomado una posición verdaderamente en contra. Lo que permanece oculto para la mayoría de la gente es la manera en que este repugnante crimen está vinculado con el legado del colonialismo y la continua dominación global del imperialismo.


1. Los rohinyás son un pueblo musulmán minoritario que vive en Myanmar (antes Birmania), un país de mayoría budista. Los rohinyás han vivido en esta zona del sur de Asia desde el siglo 12, pero Myanmar les priva de ciudadanía y los ha declarado un pueblo sin estado — de la redacción de revcom. [regresa]

2. Barack Obama, Jimmy Carter, Shimon Peres, Yitzhak Rabin, Willem de Klerk, Menachem Begin y Henry Kissinger figuran entre los culpable de crímenes de guerra y crímenes contra la humanidad que han recibido el Premio Nobel de Paz — de la redacción de revcom. [regresa]

 

El 17 de marzo de 2017, el Servicio Noticioso Un Mundo Que Ganar (SNUMQG) anunció su transformación en una herramienta más completa para la revolución basada en la nueva síntesis del comunismo de Bob Avakian. Lea el editorial del SNUMQG aquí: “Editorial: Introducción a un SNUMQG transformado”.

 

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